Inmediatamente
después del sufragio electoral que lo dio vencedor en las
elecciones de diciembre de 2005, semanas antes de asumir el
cargo de presidente, Evo Morales emprendió una gira
internacional que fue financiada por el gobierno de
Venezuela. Durante la conferencia de prensa que celebró en
la Casa de América Latina de París, en presencia de la
jerarquía del Ministerio de Relaciones Exteriores de
Francia, del cuerpo diplomático, de la prensa nacional e
internacional, y de simpatizantes, el sitio de honor durante
el acto, no lo ocupó el representante de Bolivia, como
hubiera sido lo lógico, sino el embajador de Venezuela en
Francia. Detalle que pasó inadvertido, sin embargo, de hondo
significado, pues cada día se perfila más Bolivia como un
protectorado de Venezuela.
Durante el acto, Evo Morales hizo una demostración de sus
cualidades de cacique populista y su habilidad para ganarse
la simpatía del público. (Y no empleo el término cacique en
alusión a su origen aymara, sino inspirándome en la
definición que hace el antropólogo mexicano, Roger Bartra,
entre caudillo y cacique populista. Para Bartra, el caudillo
tiene un sentido militar,- y para mal o para bien -, aunado
a la cualidad de gran dirigente, lo que no es el caso de los
“caciques populistas” que hoy ocupan la escena política del
continente).
Aquella tarde, Evo Morales,
asesorado, o porque ya había frecuentado suficientes
responsables de ONG, sabía muy bien que no podía apartarse
de su papel de “buen salvaje” al cual son tan sensibles los
europeos. Un dirigente sindicalista en Bolivia, es por lo
general alguien muy hábil, que de ingenuo no tiene nada.
Pues aquella tarde se lució: como si se tratara de un niño
ingenuo contando una película, fue narrando escenas de su
infancia, cuando pastoreaba llamas, etc. Hasta contó los
sueños que había tenido esa noche. Sólo cuando se refirió a
su elección, se salió del escenario y se expresó en un tono
diferente, duro y reivindicativo, que demostraba su talante
autoritario: “Si en Bolivia existiera un padrón electoral
como debería ser, hubiera ganado las elecciones con un 80%
de los votos. Pero eso va a cambiar, porque un gobierno
amigo va a financiar una campaña para que todos los
indígenas se inscriban en el registro electoral”.
Si no se conociera la
experiencia venezolana, esa medida de cedular e inscribir a
la población indígena al registro electoral, por supuesto,
se debería aplaudir. Pero, por experiencia, sabemos que el
propósito es la perversión de los principios que rigen la
democracia, instrumentalizando sus mecanismos, poniéndolos
al servicio de un sistema autocrático. Al igual que antes
imponía la guerrilla como única forma de lucha, hoy Fidel
Castro considera ese método obsoleto. La hora de los
gobiernos de facto, por golpe de Estado o por guerrillas, ha
pasado, como lo declaró el propio Hugo Chávez hace poco,
refiriéndose a las FARC. Fango sobre la democracia es el
título del libro reciente de Roger Bartra en donde,
precisamente, somete a juicio la corrupción de la democracia
por ese social-fascismo caricatural que campea hoy por el
continente, pues no se debe olvidar que Hitler fue elegido
mediante le sufragio universal.
El anuncio hecho por Evo Morales
del gobierno amigo que le daría asesoramiento electoral, no
se hizo esperar; rápidamente, se convirtió en un hecho. En
enero del 2006 el gobierno venezolano inauguró el montaje
del sistema de fraude electoral que debía implantarse en
Bolivia, siguiendo el modelo de legitimidad institucional
del que se ha dotado el proyecto del social-fascismo del
Siglo XXI que se ha impuesto en Venezuela. Venezuela,
penetrando el instituto de Identificación Boliviana, con un
presupuesto de 8 millones de dólares, puso en marcha el
mecanismo que le daría la legitimidad de los votos a Evo
Morales en su empeño de instaurar una presidencia vitalicia,
según los requerimientos del proyecto castro-chavista. Se
sabe que se le entrega a cada campesino dos cédulas
permitiéndole votar dos veces, amen de inscribir muertos,
gente sin existencia etc.
Dos altos funcionarios
venezolanos, uno Director de programación del palacio de
Miraflores y otro de la repartición de identificación
venezolana dotados con carnet de identidad boliviano,
participaron en el procesamiento del padrón electoral que ha
sufrido un crecimiento desmedido en los dos últimos años.
La inminencia del referéndum
revocatorio pone a los sectores democráticos bolivianos
frente al mismo dilema que viven los venezolanos desde la
llegada de Hugo Chávez al poder. Si se abstienen, el ganador
es Evo Morales, si votan, están avalando un sistema
electoral irregular, ilegítimo, y de todas maneras el fraude
lo dará vencedor y le permitirá revocar a los alcaldes que
no le son afines, así no necesitará de practicar la técnica
venezolana de las inhabilitaciones.
Según lo reporta el diario La
Razón del 16 de julio, “las evidencias cada vez más claras y
contundentes del manejo discrecional del Padrón Electoral,
con depuraciones inexplicables, la extensión de certificados
de nacimiento a diestra y siniestra por autoridades
gubernamentales que en complicidad vergonzante permiten la
intromisión del Gobierno venezolano en la base de datos y la
extensión de carnets de identidad de manera irregular y
fraudulenta, denotan que el MAS y el Gobierno están
dispuestos a lograr la ratificación presidencial y la
revocatoria de los prefectos opositores a cualquier precio,
así sea a través de un monumental fraude electoral que,
salta a la vista, está en curso”.
Como broche de oro, la escandalosa declaración de Evo
Morales diciendo que era más fácil recibir el dinero directo
de Chávez que sacarlo del Banco Central. Dinero que se
emplea para corromper a los funcionarios del Estado, los
altos cargos militares y para la compra de apoyos en la
población. Como también es más fácil comercializar la
cocaína, que ahora se produce profusamente en Bolivia, (el
presidente del sindicato de cocaleros, no es otro que el
propio Presidente de la República) que comercializar el gas
y el petróleo. Es sabido que al gobierno no le queda tiempo
para ocuparse de esas cosas, pues la prioridad la tiene el
montaje de los servicios de espionaje, con el objeto de
establecer un régimen policial, según los preceptos de neo-
castrismo imperante.
La escena, que da la dimensión
del estilo caricatural fascista fue la representada en el
palacio de Gobierno de Quito el lunes pasado, cuando Rafael
Correa y el patético Daniel Ortega arengaban a la masa para
que insultara a Álvaro Uribe, tratándolo de fascista, mueve
a la vergüenza ajena. La llegada del cacique populista
venezolano, que llegó a fundar la “mayor planta petroquímica
del Pacifico”, no mejoró el ambiente. Haciendo gala una vez
más de su arte de practicar el pensamiento mágico, que cree
que decir significa hacer, ya se pierde la cuenta de los
innumerables “grandes proyectos” que ha anunciado a lo largo
del continente desde que está en el poder y que nunca se han
realizado. Comportamiento, que de tan repetitivo, se asemeja
a una patología que aqueja a algunos hombres, que se
caracteriza por una resolución precoz del placer.
Pero lo que en Venezuela,
Ecuador, Nicaragua y Argentina toma visos de caricatura, en
Bolivia significa una incitación a la violencia. Allí,
Venezuela está jugando con fuego.
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |