Contemplando
la escena de la entrega de las rehenes, Clara Rojas y
Consuelo González y el inesperado aspecto físico que
presentaban, por el contraste radical en relación al aspecto
que presentaba Ingrid Betancourt en el video incautado por
las autoridades colombianas en diciembre pasado, junto a la
dramática carta en la que ella exponía sus condiciones de
cautiverio, recordé el proceder de la dictadura cubana, que
tras someter a los presos políticos a condiciones
particularmente inhumas y crueles, cuando terminan de
cumplir su pena, o cuando Fidel Castro, para complacer a
algún visitante de marca (un senador norteamericano, o
alguna primera dama preocupada por los derechos humanos),
decide hacerle entrega de uno de ellos, las autoridades
llevan al prisionero a un hotel de cinco estrellas, lo
visten, lo alimentan, le hacen cambiar el aspecto el físico
que delataría ante el mundo el trato al que ha sido
sometido.
La idea que me vino a la mente
fue la de que Ingrid además era una “plantada”, que
pertenecía a la categoría de presos políticos que existe en
Cuba, los “plantados” que es el nombre que se han dado a si
mismos aquellos prisioneros, juzgados por haberse opuesto al
régimen y que rechazan someterse al “plan de rehabilitación”
que ofrecen las autoridades penitenciarias de la dictadura
con el fin de doblegar sus convicciones de luchadores por la
democracia, o por lo menos; neutralizar su actitud rebelde
por la cual fueron condenados. El precio que pagan por su
rechazo a la docilidad, es el sometimiento a castigos
difícilmente imaginables en el mundo contemporáneo. He
conocido algunos de ellos que han logrado sobrevivir tras
haber cumplido entre veinte y treinta anos de cárcel, que
sufrieron el castigo de pasar hasta siete años en celdas de
castigo, tapiadas, privados de la luz del sol, desnudos,
durmiendo sobre un banco de cemento, y privados durante ese
tiempo de visitas de sus familiares. Sin contar las
humillaciones permanentes, las golpizas, mantenerlos
despiertos durante días para hacerles perder la noción del
tiempo - en otras palabras, “quebrarlos”- que sufrieron
durante los largos años que permanecieron en la cárcel.
Las declaraciones de Clara Rojas
que reveló su intento de fuga junto con Ingrid Betancourt y
tras los castigos a las que fueron sometidas por el acto de
rebelión, Clara Rojas toma conciencia de que era “una
prisionera, que deseaba vivir y decidió no rechistar más”.
Ese deseo de vida quedo demostrado al aceptar dar la vida a
un hijo y sobrevivir a un parto realizado en condiciones
dramáticas. Luego fue separada de Ingrid. “Desde que
separaron los grupos no he tenido ni el interés ni la
energía para hacer nada”, escribe Ingrid en su carta, y dice
que en las requisas le quitan a uno lo que mas quiere. El
despojo de todo objeto de afecto que relacione con la vida
al “plantado” y le de deseos de seguir viviendo. El plantado
lo único que pude oponer como arma de lucha es su propio
cuerpo. El cuerpo que los verdugos buscan doblegar mediante
la tortura física y moral, pero que al mismo tiempo
necesitan porque de morir, el rehén es inservible.
La actitud de “plantada”
determina que surja en su difícil panorama de rehén, un
aspecto suplementario; el de la presión a la cual someten
las FARC a Ingrid Betancourt para que acepte alimentarse y
cambie de aspecto y adquiera un físico “presentable” ante el
mundo.
En cuanto a las recién liberadas
rehenes, estas cargan con el papel de ser rehenes de los
rehenes.
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |