Inicio | Editor | Contáctenos 
 

“Esto terminará mal”
por Elizabeth Burgos
viernes, 14 marzo 2008


Así titula François Léotard un pequeño ensayo, denso en reproches hacia el actual presidente de Francia y en malos augurios para Francia, publicado en vísperas de las elecciones municipales, cuya primera vuelta tuvo lugar el domingo pasado. (Contrariamente a las predicciones debido a la baja espectacular de la popularidad del presidente Sarkozy, no resultaron tan catastrófica para el sector oficialista: la izquierda obtuvo 47,4% y la derecha 44,38%, con una abstención de 38,92% ; electorado que se sitúa mayoritariamente en los sectores que votaron por Ségolène Royal en las pasadas elecciones presidenciales, hecho que puede deparar sorpresas en la segunda vuelta que tendrá lugar el domingo próximo 16 de marzo.)

François Léotard, pertenece a la misma familia política de Nicolás Sarkozy; ocupó altos cargos (la cartera de la Defensa y de la Cultura) durante el período en que el gobierno del socialista François Mitterrand cohabitó con la derecha. Por un momento brilló en el firmamento de los “presidenciables”, ambición que no disimulaba. Bien parecido, culto, poseedor de la palabra, convincente, fue favorito de los medios. Un buen día, sin razón aparente, se eclipsó del escenario público. Hoy reaparece como intelectual, fiel a la tradición francesa, - confiesa que la lectura de Montaigne le inspiró la “paz del espíritu” en la que se ha refugiado - decidió expresar su malestar en un ensayo en el que hace a la vez de confesor y de Casandra. Libro del desencanto, - confiesa que votó por Nicolas Sarkozy – forma parte de “los diecinueve millones que “seducidos por el eco de la ruptura” porque la “vida cotidiana había cobrado el semblante de la tristeza”, se arroga el derecho de expresarse por haberle dado su voto. Léotard pertenece a la categoría de los “sarko decepcionados” , que hoy hacen legión y provienen de la derecha, contrariamente a los “sarko compatibles” que provienen de la izquierda, y que al contrario de decepción, se prestan a toda clase de contorsiones con el objeto de que se les otorgue un espacio en la corte presidencial. El autor trata sin miramientos a la nueva categoría del entorno presidencial, los sarko-compatibles como Bernard Kouchner, socialista, varias veces ministro bajo gobiernos de izquierda, hoy ministro de Relaciones Exteriores. Las imágenes de aquellos que realizan “aproximaciones concéntricas del poder, como los pichones que no ven en la cacerola, las aceitunas que serán parte de la salsa en la que serán degustados” como Jack Lang, que aún no ha logrado cargo alguno, frisan en la crueldad, no por ello la aseveración es menos cierta. Los “sarko decepcionados”, no parecen serlo tanto por la política del presidente, pues su Primer Ministro – cortés, discreto, la distancia elegante - alcanza altas cuotas de popularidad, sino por su estilo de “nuevo rico” del poder. (Las masas suelen ser crueles; les encanta las diviertan, pero cuando el populismo los indigesta, terminan por vomitar. “Somos un pueblo de admiraciones fugitivas”, apunta Léotard quien no sólo reprocha el estilo torbellino del primer mandatario sino lo describe sin contemplaciones y acentúa sus incoherencias. En lugar del retiro espiritual en un monasterio como lo anunció durante su campaña electoral, prefirió las vacaciones en alta mar en un yate prestado por un amigo millonario. (La confusión entre el ejercicio de la primera magistratura y convertirse en deudor del poder económico, está reñido con la ética republicana. “¡Un millonario no le presta su yate a un presidente de la república sin segundas intenciones!”, exclamó en coro entonces la Francia republicana.)

Las medidas económicas, tan esperadas por la inmensa mayoría que sufre el alza de los precios y no ve venir la tan prometida mejora del coste de la vida, es de hecho el motivo principal de la decepción que actúa como revelador del resto. Pero al igual que los socialistas en 1981, apunta Léotard, que transformaron el presupuesto público en subvenciones, nacionalizaciones y toda clase de caprichos, Sarkozy en 2007 aumentó la deuda pública, ya excesiva, para satisfacer las promesas imposibles de cumplir, bloqueando del presupuesto del Estado, lo que llevó a declarar al Primer Ministro que Francia estaba en la bancarrota. “En ambos casos, el presupuesto del Estado se pone a disposición de los caprichos del momento”. El autor compara a Sarkozy a una mosca que revolotea, hasta que percibe la luz a través del cristal de una ventana y se agota tratando de buscarse una salida a través de una dirección imposible.

Un rasgo que indigna al autor es la propensión del presidente a desconocer el límite de sus atribuciones. La separación de poderes le es un enigma, los delincuentes de los barrios marginales no tienen problemas sociales, los delincuentes sexuales sufren de anomalía congénita, los reincidentes deben regresar a la prisión sin ser juzgados, la justicia no decide, sino el presidente. Se escandaliza ante la creación del Ministerio de la Integración y de la Identidad nacional, que pretende inculcarle a los franceses, no lo que son, sino lo que deben ser. Olvidando que un pueblo está constituido de las migraciones y aportes de todos aquellos que han coincidido en un mismo suelo. Es como querer borrar el paso de los siglos, y se sabe las consecuencias que tuvo el siglo pasado esa idea de “pureza nacional”. En ese mismo orden de ideas, Léotard, no obvia la influencia del consejero más cercano que “piensa, escribe y habla en lugar del presidente”. Pluma que le hace proferir en un discurso en Dakar, opiniones que el más radical de los racistas jamás se hubiese atrevido a pronunciar con tal contundencia: “El drama de África es que el hombre africano no ha penetrado suficientemente en la Historia. Jamás el hombre africano no se lanza hacia el futuro. Jamás le viene la idea de salir de la repetición para inventarse un destino.” Por cierto que dicho consejero durante el revuelo que causaron en Francia semejantes palabras, las reivindicó.

Tampoco escapa al juicio incisivo de François Léotard, la ligereza de la política exterior francesa que al autor compara con el film “La danza de los lobos”. Un ejemplo, frecuentar personajes como Kadhafi y Hugo Chávez, Putine, que no son precisamente dechados de democracia. El convenio de defensa firmado entre Francia y Trípoli el 10 de octubre 2007, hace de Libia el noveno país en el mundo que se beneficia de ese tipo de relación con Francia que implica otorgarle ayuda militar a ese país en caso de agresión. Todo ello en contraparte de la liberación de las enfermeras rumanas, prisioneras y torturadas, durante nueve años por la “justicia” Libia sin haber cometido delito alguno. Kadhafi exigió además ser recibido en Francia con toda la pompa de un monarca, capricho al que accedió el gobierno. La instrumentalización de rehenes se ha convertido en un elemento clave de la política exterior, en ello coinciden los gobiernos de Francia y Venezuela.

La obra termina con dos cartas: una dirigida a Nicolás Sarkozy, tal vez en un último intento de hacerlo recapacitar. En último consejo le sugiere no besar a la canciller alemana, Angela Merkel (ella expresó públicamente la contrariedad que le despertaba los gestos de familiaridad del presidente hacia ella), en su lugar, le sugiere actuar como Chirac, que practica el besamanos, tal vez una costumbre obsoleta, pero vale la pena “como política de civilización”.

La carta al general de Gaulle, es un retrato a contrario del presidente y del destino actual de Francia, porque el general, con sus hábitos discretos de vida, “no le impidió ser moderno, y haber modernizado a Francia”, en donde hoy “reina la tiranía del espectáculo, un juego de apariencias, una forma de vulgaridad con el tiempo, los hombres, el dinero. Y la presunción como virtud.”

El libro de François Léotard puede parecer la expresión de una cierta nostalgia, pero contiene verdades que tienen similitud con otras situaciones, y en otras regiones allende los mares. Es una buena contribución para el estudio de la patología del poder; la desmesura del ego, la reescritura de la historia. Una idea muy sensata del autor es la de someter a los candidatos a la primera magistratura a “un psicoanálisis de interés público”. La política no puede, no debe ser, los efectos especiales de un film de ciencia ficción.
 

 *

 Especializada en etnopsicoanálisis e historia, consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia" (1982).
- Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA


© Copyright 2007 - WebArticulista.net - Todos los Derechos Reservados.