Así
titula François Léotard un pequeño ensayo, denso en
reproches hacia el actual presidente de Francia y en malos
augurios para Francia, publicado en vísperas de las
elecciones municipales, cuya primera vuelta tuvo lugar el
domingo pasado. (Contrariamente a las predicciones debido a
la baja espectacular de la popularidad del presidente
Sarkozy, no resultaron tan catastrófica para el sector
oficialista: la izquierda obtuvo 47,4% y la derecha 44,38%,
con una abstención de 38,92% ; electorado que se sitúa
mayoritariamente en los sectores que votaron por Ségolène
Royal en las pasadas elecciones presidenciales, hecho que
puede deparar sorpresas en la segunda vuelta que tendrá
lugar el domingo próximo 16 de marzo.)
François Léotard, pertenece a la
misma familia política de Nicolás Sarkozy; ocupó altos
cargos (la cartera de la Defensa y de la Cultura) durante el
período en que el gobierno del socialista François
Mitterrand cohabitó con la derecha. Por un momento brilló en
el firmamento de los “presidenciables”, ambición que no
disimulaba. Bien parecido, culto, poseedor de la palabra,
convincente, fue favorito de los medios. Un buen día, sin
razón aparente, se eclipsó del escenario público. Hoy
reaparece como intelectual, fiel a la tradición francesa, -
confiesa que la lectura de Montaigne le inspiró la “paz del
espíritu” en la que se ha refugiado - decidió expresar su
malestar en un ensayo en el que hace a la vez de confesor y
de Casandra. Libro del desencanto, - confiesa que votó por
Nicolas Sarkozy – forma parte de “los diecinueve millones
que “seducidos por el eco de la ruptura” porque la “vida
cotidiana había cobrado el semblante de la tristeza”, se
arroga el derecho de expresarse por haberle dado su voto.
Léotard pertenece a la categoría de los “sarko
decepcionados” , que hoy hacen legión y provienen de la
derecha, contrariamente a los “sarko compatibles” que
provienen de la izquierda, y que al contrario de decepción,
se prestan a toda clase de contorsiones con el objeto de que
se les otorgue un espacio en la corte presidencial. El autor
trata sin miramientos a la nueva categoría del entorno
presidencial, los sarko-compatibles como Bernard Kouchner,
socialista, varias veces ministro bajo gobiernos de
izquierda, hoy ministro de Relaciones Exteriores. Las
imágenes de aquellos que realizan “aproximaciones
concéntricas del poder, como los pichones que no ven en la
cacerola, las aceitunas que serán parte de la salsa en la
que serán degustados” como Jack Lang, que aún no ha logrado
cargo alguno, frisan en la crueldad, no por ello la
aseveración es menos cierta. Los “sarko decepcionados”, no
parecen serlo tanto por la política del presidente, pues su
Primer Ministro – cortés, discreto, la distancia elegante -
alcanza altas cuotas de popularidad, sino por su estilo de
“nuevo rico” del poder. (Las masas suelen ser crueles; les
encanta las diviertan, pero cuando el populismo los
indigesta, terminan por vomitar. “Somos un pueblo de
admiraciones fugitivas”, apunta Léotard quien no sólo
reprocha el estilo torbellino del primer mandatario sino lo
describe sin contemplaciones y acentúa sus incoherencias. En
lugar del retiro espiritual en un monasterio como lo anunció
durante su campaña electoral, prefirió las vacaciones en
alta mar en un yate prestado por un amigo millonario. (La
confusión entre el ejercicio de la primera magistratura y
convertirse en deudor del poder económico, está reñido con
la ética republicana. “¡Un millonario no le presta su yate a
un presidente de la república sin segundas intenciones!”,
exclamó en coro entonces la Francia republicana.)
Las medidas económicas, tan
esperadas por la inmensa mayoría que sufre el alza de los
precios y no ve venir la tan prometida mejora del coste de
la vida, es de hecho el motivo principal de la decepción que
actúa como revelador del resto. Pero al igual que los
socialistas en 1981, apunta Léotard, que transformaron el
presupuesto público en subvenciones, nacionalizaciones y
toda clase de caprichos, Sarkozy en 2007 aumentó la deuda
pública, ya excesiva, para satisfacer las promesas
imposibles de cumplir, bloqueando del presupuesto del
Estado, lo que llevó a declarar al Primer Ministro que
Francia estaba en la bancarrota. “En ambos casos, el
presupuesto del Estado se pone a disposición de los
caprichos del momento”. El autor compara a Sarkozy a una
mosca que revolotea, hasta que percibe la luz a través del
cristal de una ventana y se agota tratando de buscarse una
salida a través de una dirección imposible.
Un rasgo que indigna al autor es
la propensión del presidente a desconocer el límite de sus
atribuciones. La separación de poderes le es un enigma, los
delincuentes de los barrios marginales no tienen problemas
sociales, los delincuentes sexuales sufren de anomalía
congénita, los reincidentes deben regresar a la prisión sin
ser juzgados, la justicia no decide, sino el presidente. Se
escandaliza ante la creación del Ministerio de la
Integración y de la Identidad nacional, que pretende
inculcarle a los franceses, no lo que son, sino lo que deben
ser. Olvidando que un pueblo está constituido de las
migraciones y aportes de todos aquellos que han coincidido
en un mismo suelo. Es como querer borrar el paso de los
siglos, y se sabe las consecuencias que tuvo el siglo pasado
esa idea de “pureza nacional”. En ese mismo orden de ideas,
Léotard, no obvia la influencia del consejero más cercano
que “piensa, escribe y habla en lugar del presidente”. Pluma
que le hace proferir en un discurso en Dakar, opiniones que
el más radical de los racistas jamás se hubiese atrevido a
pronunciar con tal contundencia: “El drama de África es que
el hombre africano no ha penetrado suficientemente en la
Historia. Jamás el hombre africano no se lanza hacia el
futuro. Jamás le viene la idea de salir de la repetición
para inventarse un destino.” Por cierto que dicho consejero
durante el revuelo que causaron en Francia semejantes
palabras, las reivindicó.
Tampoco escapa al juicio
incisivo de François Léotard, la ligereza de la política
exterior francesa que al autor compara con el film “La danza
de los lobos”. Un ejemplo, frecuentar personajes como
Kadhafi y Hugo Chávez, Putine, que no son precisamente
dechados de democracia. El convenio de defensa firmado entre
Francia y Trípoli el 10 de octubre 2007, hace de Libia el
noveno país en el mundo que se beneficia de ese tipo de
relación con Francia que implica otorgarle ayuda militar a
ese país en caso de agresión. Todo ello en contraparte de la
liberación de las enfermeras rumanas, prisioneras y
torturadas, durante nueve años por la “justicia” Libia sin
haber cometido delito alguno. Kadhafi exigió además ser
recibido en Francia con toda la pompa de un monarca,
capricho al que accedió el gobierno. La instrumentalización
de rehenes se ha convertido en un elemento clave de la
política exterior, en ello coinciden los gobiernos de
Francia y Venezuela.
La obra termina con dos cartas:
una dirigida a Nicolás Sarkozy, tal vez en un último intento
de hacerlo recapacitar. En último consejo le sugiere no
besar a la canciller alemana, Angela Merkel (ella expresó
públicamente la contrariedad que le despertaba los gestos de
familiaridad del presidente hacia ella), en su lugar, le
sugiere actuar como Chirac, que practica el besamanos, tal
vez una costumbre obsoleta, pero vale la pena “como política
de civilización”.
La carta al general de Gaulle,
es un retrato a contrario del presidente y del destino
actual de Francia, porque el general, con sus hábitos
discretos de vida, “no le impidió ser moderno, y haber
modernizado a Francia”, en donde hoy “reina la tiranía del
espectáculo, un juego de apariencias, una forma de
vulgaridad con el tiempo, los hombres, el dinero. Y la
presunción como virtud.”
El libro de François Léotard
puede parecer la expresión de una cierta nostalgia, pero
contiene verdades que tienen similitud con otras
situaciones, y en otras regiones allende los mares. Es una
buena contribución para el estudio de la patología del
poder; la desmesura del ego, la reescritura de la historia.
Una idea muy sensata del autor es la de someter a los
candidatos a la primera magistratura a “un psicoanálisis de
interés público”. La política no puede, no debe ser, los
efectos especiales de un film de ciencia ficción.
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |