Cada diez
años se repite en Francia el ceremonial mediático de la
conmemoración de las revueltas estudiantiles de mayo 1968.
Todavía se encienden los debates acerca de si fue o no una
revolución, o si en realidad marcó el comienzo de la
decadencia de Francia. Este fue incluso uno de los
argumentos de la campaña electoral de Nicolás Sarkozy, que
entre otras promesas, ofrecía acabar con el espíritu de mayo
68, sin percatarse que su modo de ser, su estilo de vida, su
personalidad, han sido modelados por el estilo de mayo 68, y
muchos consideran que son el reflejo cristalino del
comportamiento de esa generación.
Aunque
repetitivo, porque la imágenes de las barricadas siempre son
las mismas, cada celebración de mayo 68 tiene su
singularidad; incluso, ya podría hacerse la historia de las
conmemoraciones de mayo 68. Se agregarían datos y visiones
inéditas, se podría percibir cómo se van moldeando las
versiones de los acontecimientos, cómo van surgiendo otros
ángulos de visión, otras perspectivas de juicio acerca de
esos acontecimientos que todavía intrigan; es una historia
demasiada inmediata como para que la historia la acoja en su
lecho.
En realidad
el mayo 68 francés fue un fenómeno tan relacionado con la
era mediática, que muchos de sus protagonistas más
descollantes lo convirtieron en una rentable empresa de
comunicación y han mantenido desde entonces una visibilidad
mediática, lo que les ha permitido imponer su propia versión
de los hechos. Quien se atreva a esgrimir un referente
ligeramente contrario a la versión canónica, sufrirá todo el
rigor de los guardianes del culto. Un dato altamente
demostrativo; en Francia, muchos de los protagonistas del
68, ejercen hoy cargos de poder en los estratos claves de la
sociedad. La novedad es que esta vez una elite
revolucionaria no desplazó a la que estaba en el poder para
ocupar su lugar, sino que pasó a compartirlo con ella. Tal
vez en ello radica la fascinación que ejerce el mayo
francés. Lo que en otros momentos históricos hubiese tenido
el coste de la sangre, aquí no hubo necesidad, puesto que se
trataba de hijos, exigiendo igualar de manera precoz el
estatus que detentaban los mayores, que dado su origen de
clase, de todas maneras alcanzarían. En Francia se trató de
un pacto de generaciones, puesto que Charles de Gaulle había
absuelto a Francia de la culpabilidad de la colaboración
decretando que todo el pueblo francés se había opuesto al
invasor nazi. En otros país europeos, en Italia, en
Alemania, los rebeldes recurrieron a la radicalidad y al
asesinato. Como si esa juventud, aparte de la fascinación
romántica de la violencia, necesitara de un rito sangriento
para lavar los crímenes cometidos por el nazismo en
Alemania, y por el apoyo de masas que tuvo el fascismo en
Italia; actitudes eminentemente activas, mientras que la de
Francia, la invasión nazi fue la de la aceptación de un
hecho consumado, y en ello radica la diferencia en el
comportamiento de los rebeldes en esos tres países. El
gobierno colaboracionista de Vichy del Mariscal Petain, por
el mismo hecho de tratarse del héroe de la Primera Guerra
Mundial, generó una situación suficientemente ambivalente
como para que los franceses observaran una tensa calma,
hasta que luego fue tomando cuerpo un movimiento de
resistencia, bastante minoritario, por cierto, luego la
versión forjada por de Gaulle, que le adjudicaba el
heroísmo de unos cuantos, a toda la nación, así contribuyó a
preservar el orgullo de su pertenencia a la nación, tan
hondo en los franceses.
De allí que
entre las motivaciones que animaban a aquellos jóvenes,
había el deseo de desquite de una generación nacida después
de la Segunda Guerra Mundial que no había sido ni víctima
del nazismo ni había participado en la resistencia contra
éste. Los había de dos categorías: aquellos animados por el
deseo de cumplir con un gesto heroico para resarcirse de la
falta de heroísmo de los padres, simpatizantes del régimen
de Vichy. Y los que los movía el deseo de rendirle homenaje
a los familiares que habían resistido contra el invasor
nazi, o que habían perecido en deportación, demostrándoles
de que eran también capaces de actuar como ellos lo habían
hecho; ser dignos de ellos. En una entrevista televisada,
un, entonces, joven universitario, de padres judíos, que
había decidido ir a trabajar en una fábrica de autos, como
lo hicieron muchos maoístas para demostrar ser consecuentes
con sus ideas, porque en lugar de “dirigirse a los obreros,
se debía ir a ellos”, contó que una noche soñó con el plano
de la fábrica Renault en donde trabajaba, sobre el cual se
superponía el plano de del campo de concentración de
Auschwitz en donde habían sido deportados sus padres. (En
ese sentido, es notable el número de hijos de judíos entre
los líderes del mayo francés). También actuaba, por
supuesto, la relación mimética que se tiene en Francia con
las barricadas de 1848 y las de la Comuna de París, figuras
míticas a las cuales siempre se recurre en París cuando la
sociedad quiere expresar su descontento. En ese sentido,
parece que París es la ciudad del mundo que bate el record
histórico de revueltas populares.
También
actuaba el mimetismo con las guerrillas en América Latina,
la figura del Che Guevara, en particular, la Revolución
Cultural china. Tal vez la izquierda francesa, porque ya
tiene saldada su deuda con la revolución, puede permitirse
el privilegio de idealizar en la distancia a los dictadores
clasificados de izquierda. La de la izquierda francesa, es
una relación imaginaria, una suerte de ensoñación literaria
muy en acorde con la cultura francesa en la que el
imaginario literario ocupa un lugar preponderante. Lo
carteles más artísticos del Che Guevara, de Mao, de Ho Chi
Mihn se elaboraron en París, pero salvo un grupo muy
reducido, el Grupo de Acción Directa, que logró asesinar a
un banquero, a nadie se le ocurrió imitarlos. Los
“exsesentaichescos” del mayo francés, no sufren del agobio
de la culpabilidad de las manos manchadas de sangre, como
los ex de las Brigadas Rojas italianas, o los del Ejercito
Rojo alemán. Al contrario, los “antiguos combatientes” del
mayo francés se les encuentra muy bien situados en el
establisment; en los partidos políticos, en los medios de
comunicación, en la administración, en editoriales y en la
educación nacional. Un ex jefe del servicio de orden de un
grupo trotskista es hoy miembro del Senado.
No
obstante, el cuarenta aniversario de Mayo-68 es una fecha
singular; pese a los escenarios establecidos de antemano, el
hecho de que aquellos que vivieron y fueron actores de los
acontecimientos ya han pasado de los sesenta y sus hijos de
los cuarenta, le ha dado una connotación inesperada. Han
alcanzado edades en que los acontecimientos comienzan a
percibirse con el color sepia de las viejas fotografías de
familia y los hijos a osar expresar sus experiencias de
“víctimas” al lado de padres que vivían un período intenso
de cuestionamiento, una especie de adolescencia tardía, poco
indicada para la crianza de niños de corta edad. Convertidos
en conejillos de india de los exabruptos ideológicos de sus
progenitores, vivieron una infancia poco común.
Precisamente, entre los incontables ensayos, memorias y
libros de imágenes que abarrotan las librerías parisinas
sobre Mayo-68, el que me ha parecido el documento más
original, pese a su carácter modesto si se le compara con el
resto de la producción, es un narración autobiográfica y a
varias voces, que termina siendo colectiva, porque narra la
visión que tienen hoy de sus padres, los hijos de los
líderes de mayo 68.
Le
jour où mon père s’est tu,
o
El día en que mi padre dejó de hablar, es el
resultado de una encuesta que Virginie Linhart, se propuso
escribir sobre los “maos”, y sobre el silencio de su padre
que un día, cuando ella tenía quince años, sin que mediara
explicación alguna, se sumió en el mutismo. Hija de Robert
Linhart, miembro de la Unión de Estudiantes comunistas,
(1964) crítico de la línea oficial “revisionista” del PCF,
es excluido y funda la Unión de Jóvenes Comunistas,
marxistas leninistas y se convirtió en uno de los líderes de
mayor influencia del izquierdismo pro chino francés.
Egresado de
la célebre Escuela Normal Superior, fue uno de los alumnos
más brillantes, alumno predilecto, de Louis Althusser,
figura tutelar del grupo que en el seno del comunismo
conformó la tendencia maoísta que se enfrentó al
“revisionismo” pro-soviético del PCF. (Una mañana de 1988
Louis Althusser estranguló a su esposa Helena;
acontecimiento sobre el cual se guarda hasta ahora un
silencio púdico, no cuadra con la imagen de la izquierda
festiva que se ha impuesto, de allí que no se haya analizado
la repercusión, la correlación y las consecuencias de este
hecho traumático en la izquierda surgida del 68.)
Linhart, fiel a su radicalismo, fue también el iniciador del
movimiento que envía a los intelectuales a trabajar como
obreros para que propagaran la revolución en las fábricas.
Abandona la brillante carrera de profesor que tenía por
delante, y el puesto que le correspondía en la elite
intelectual por su condición de “normalien”, - egresado de
la célebre Escuela Normal Superior – e integra la fábrica de
autos Citroën como obrero especializado, para llevar al seno
mismo de la clase obrera, el mensaje de la revolución.
Pronto se percató de su visión imaginaria de la clase obrera
y de la poca receptividad de ésta por los preceptos
revolucionarios forjados en los áridos laboratorios teóricos
del marxismo althusseriano. Publicó un libro sobre esa
experiencia que fue un best seller en su época,
L’Établi.
Se decía el
movimiento de “establecimiento” en las fábricas, de allí el
término de “establecido”.
Así
expresaba Linhart su credo en el número 15 de Les Cahiers
marxistas-leninistes que fundara en 1964:
“(…) llevar
una lucha ideológica intransigente contra la ideología
pequeño-burguesa y su cómplice revisionista, contra la
ideología pequeño-burguesa, particularmente pacifista,
humanista y espiritualista…Crear una universidad roja que se
ponga al servicio de los obreros más avanzados, de todos los
elementos revolucionarios.”
Los
acontecimientos de mayo-68 lo sorprenden en el hospital
aquejado de un primer incidente depresivo. ¿Fragilidad
psíquica o lucidez extrema? Como lo deja entrever uno de sus
antiguos compañeros de lucha.
La
crisis que sobrevino en el movimiento maoísta tras los
acontecimiento de mayo fueron devastadores para muchos de
sus miembros, y por supuesto para Linhart en tanto que
líder; divididos entre aquellos que lo consideraban como un
movimiento pequeño burgués sin relación con la clase obrera
y los que no querían quedarse fuera del juego. Se divide el
maoismo y Linhart adhiere a la Izquierda Proletaria, de
allí, el trabajo en las fábricas y demostrar así, su
divorcio con la izquierda pequeño-burguesa.
Linhart
tuvo una fase brasileña al relacionarse con el exilio
brasileño en París, en particular con el entorno de Miguel
Arraes, ex gobernador de Pernanbuco. Cuando éste regresó a
Brasil, Linhart lo acompañó. De su estadía en el país
publicó Le sucre et la faim , una encuesta sobre los
obreros agrícolas de las plantaciones de caña de azúcar.
Luego de la
tragedia protagonizada por Althusser, Linhart emprende, tal
vez su última gran batalla de activista político. Realiza
una encarnizada lucha para que se admitiera la
irresponsabilidad jurídica de Althusser, su padre espiritual
e inspirador, y fuera declarado en estado de demencia en el
momento en que estranguló a su esposa Helène y se librara
del juicio y de la cárcel.
Agotado
física y psíquicamente, Linhart intenta suicidarse. Es
cuando desaparece y nadie explica a su hija de quince años
lo sucedido. Tras un largo período en coma, volvió a la
vida, pero observando un mutismo absoluto.
Al
principio Virginie Linhart pensó entrevistar a los
compañeros de su padre, los antiguos “maos”, finalmente, un
encuentro inesperado con el hijo de un ex dirigente, le hace
caer en cuenta, que su encuesta debe girar en torno a los
hijos, que como ella, vivieron las mismas experiencias,
desde el ángulo de observadores y de actores pasivos, desde
la cuna, cuando despertaban al mundo y aprendían a mirar. Es
el testimonio desde ese ángulo inesperado, lo que hace que
esta autobiografía a varias veces constituya un documento
entrañable.
La
originalidad de la narración radica en la polifonía que
encierra la memoria de estos jóvenes, hijos de líderes
comprometidos a tiempo completo en un proyecto
revolucionario. La visión que hoy tienen acerca de una
infancia que fue excepcional por las experiencias que les
tocó vivir a instancias de sus padres. Al tratarse de un
movimiento, que sobre todo era de orden cultural, de
cuestionamiento de las costumbres que regían la vida social,
el núcleo familiar fue convertido por los jóvenes rebeldes,
en laboratorio de experiencias, los conejillo de indias, por
definición fueron los hijos. A medida que se van escuchando
las voces de los hijos de los líderes, Virginie Linhart nos
hace escuchar también la suya, y así se van juntando las
piezas de un rompecabezas cuya figura inconclusa la
perseguía. Virginie Linhart, para deshacerse de su fardo,
necesitaba compararse, corroborar que ella no era la única,
que se trataba de un hecho real que ella quería contar “no
como la cuentan los libros”. Cada capítulo es una narración
a dos voces. Así van surgiendo los episodios que vivieron en
su tierna edad aquellos niños que no eran “lo primero en el
orden de prioridades de los padres” pues éstos tenían otra
misión que cumplir (todos emiten esa queja). La vida en
comunidad, en pleno campo para aquellos , más radicales que
habían optado por volverse campesinos, e ir a vivir en
comunidad, en donde desaparecía la vida en pareja; los
divorcios de los padres que forzosamente terminaban por
ocurrir. Las angustias de las noches, cuando los padres
ocupados en reuniones exteriores los dejaban solos porque
“tener una baby sitter era burgués”. El varoncito que desde
su cama escucha las reuniones de su madre con sus amigas
feministas que decretan que a los “violadores se les debe
emascular” y el terror que le suscitó esa imagen. Pero la
militancia de los padres no es todo; luego les tocó la
experiencia de vivir el periodo de crisis que sobrevino
cuando concluyó la experiencia. Cuando lo imaginario da paso
a las terribles noticias de los millones de muertos causados
por la Revolución cultural China, y por si fuera poco, los
millones causados por los Jemeres Rojos. Y hasta de Cuba
llegan noticias de persecuciones a poetas y a homosexuales.
Lo más
notable de la narración de estos hijos de mayo 68 es cómo
lograron estructurar su personalidad, forjando una imagen a
contrario de la de los padres, escogieron puntos de interés
profesionales totalmente reñidos con la ideología de los
padres, y lograron sobrepasar el pesado legado del 68. Pese
a todo, la mirada que arrojan sobre las vidas de sus
padres es serena; no se percibe en ellos sentimientos de
reproches, ni de culpa hacia sus progenitores. Al contrario,
han alcanzado una madurez que les permite juzgarlos sin
resquemor. Incluso los admiran por su inteligencia, “porque
pasaron su juventud leyendo, estudiando, reflexionando”,
porque siguen siendo activos y son “competentes” por lo que
“merecen estar allí en donde están”. Les otorgaron una
percepción del mundo que hoy agradecen, una sensibilidad
hacia lo que sucede a su alrededor. Se les percibe
depositarios de una experiencia que les ha procurado una
manera de abordar la vida de manera pragmática, racional, en
donde no hay cabida para las utopías. Ejercen profesiones
completamente alejadas de las de los padres y sobre todo, le
conceden mucho tiempo a la educación de sus hijos, y la
política no ocupa ningún espacio en sus vidas, pero poseen
un sentido crítico muy desarrollado. Para algunos todo no
fue color de rosa en el plano familiar, íntimo, sienten que
fueron sacrificados y que lograron sobreponerse gracias al
psicoanálisis, pero ninguno se sitúa en la postura de la
víctima. Y agradecen que sus padres establecieron el diálogo
transgeneracional.
En su
conclusión, Virginie Linhart deja claro que su propósito no
es hacer coro con los que atacan el legado del 68, más bien
da una demostración del “esprit” del 68, dándole libre
curso a la palabra de los entrevistados, a la suya propia,
sin emitir el mínimo vestigio de querer culpabilizar a
nadie, y es la tónica de todos los que en el libro se
expresan.
Ella no
reacciona ofendida cuando Bernard Henry Levy, haciendo la
crítica del maoísmo, al cual él también perteneció, escribió
recientemente que Robert Linhart estaba loco, al igual que
lo estuvo el maestro de todos ellos, Althusser. Al
contrario, el hecho que fuese escrito, verbalizado por
primera vez, que su padre estaba aquejado de una enfermedad
psíquica, parece haberla tranquilizado porque fue como una
luz que le dio la clave de la conducta de su padre.
Enfermedad de la cual ella tuvo la prueba, pues gracias a
una anestesia debido a una operación, éste salió
sorpresivamente de su mutismo y se convirtió un personaje
hiperactivo, hasta llegar al delirio. Afectado de una crisis
manico-depresiva, mezcla de humor, fantasía, delirio,
inteligencia, se hizo insoportable. Dejó de dormir, fue
necesario la cura de sueño y así volvió a su mutismo de
antes. Virginie Linhart concluye diciendo que ahora sabe lo
que se esconde detrás del mutismo de su padre. No existía
confrontación alguna con sus compañeros, simplemente ellos
optaron por “seguir estando presentes, a exponerse
políticamente, literariamente, mediaticamente”. No
compartían la misma problemática, ellos, simplemente,
continuaron su ruta. Mientras que su padre tuvo que bifurcar
para no compartir su vida entre la vida pública y el
hospital psiquiátrico. Ella considera que dentro de su
enfermedad, su padre demostró poseer una gran sabiduría.
Y como ella
sigue siéndole fiel al lema “prohibido prohibir”, no les
reprocha a quienes fueron héroes de su infancia que hoy
adhieran a la mayoría en el poder, incluso, sean ministros;
simplemente opina, como en el mejor momento de mayo-68, que
es sorprendente, pero que “todo es posible”.
Ahora sabe
lo que significa el silencio de su padre, no es por ello que
la hará sufrir menos, pero lo toma por lo que es: “una
condición sine qua non de su equilibrio”.
Al término
de la lectura de este libro, la sensación que deja al lector
es el de penetrar en la gestación de una nueva cultura de la
infancia. Nada de momentos idílicos, de nostalgias
enfermizas, en cambio demuestra una lucidez pasmosa, hacia
su propia generación y hacia la de sus padres. Si nos
atenemos a la narración de estos vástagos de la elite
izquierdista, en la transformación del imaginario de la
infancia, si parece innegable que mayo 68 significó una
revolución.
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
-
Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |