Recientemente
el teniente-coronel, presidente de Venezuela, confesó en
plena Asamblea Nacional, que era adicto al “coqueo”, - como
se le llama en Bolivia al acto de consumir hoja de coca
cuando no está relacionado con el acto ritual que en ese
caso se trataría de “pijcheo” o “acullico”-, gracias a los
envíos que le hace su amigo Evo Morales. Pero también agregó
que consumía “pasta” enviada también por este mismo. Este
ultimo elemento reviste la gravedad que implica incurrir en
drogadicción, pues la pasta es aún más tóxica que el
clorhidrato de cocaína, - que es el producto ya refinado y
con un grado de pureza, menor o mayor, según el precio que
se pague , y al igual que ésta última, la pasta crea
adicción. El consumo de pasta es el problema más grave que
enfrenta hoy Latinoamérica en materia de dogradicción, pues
la facilidad de adquirirla, facilita su consumo entre los
jóvenes.
Para los
andinos, la hoja de coca es un elemento mágico que permite
la comunicación con las deidades. El “coqueo” o “pijcheo”
consiste llevarse a la boca una cantidad de hojas mezclada
con una pasta de ceniza vegetal o cal viva, “llipta”, para
que produzca la concentración y la precipitación del
alcaloide. El zumo de la hoja se le extrae lentamente,
haciendo presión, entre la mejilla y la encía, sobre la bola
de hojas y cenizas, impregnándola con la saliva durante un
tiempo determinado, pues no se trata del simple consumo de
una sustancia para obtener un resultado de bienestar:
pinchar coca significa, ante todo, rendirle culto a la
“diosa coca” a la “mamita coca”. Quien no pertenece a ese
universo cultural y practica el coqueo, simplemente está
utilizando una costumbre ancestral fuera de su contexto:
simplemente está utilizando el alcaloide con fines
prácticos.
Pero no es
ese el tema sobre el cual me detendré, pese a la gravedad
que reviste el que el presidente de un país incurra en
semejante demostración de sociopatía y le dé semejante
ejemplo a la niñez y a la juventud. (La sociopatía
presidencial llega al extremo de equiparar la pasta de coca
con esa manera de amamantamiento que le prodiga Fidel
Castro, bajo la forma del envío de helados Copelia). De
igual manera, el presidente de Bolivia incurre en delito al
transportar e incitar al consumo de una sustancia prohibida.
Si delinquir se promueve desde el más alto cargo del Estado,
los representantes de la ley pierden toda legitimidad y su
misión de hacer cumplir la ley queda vacía de contenido.
Pero lo que
interpela y mueve a preocupación es la presencia de la coca
a ese nivel del Estado, y es lo que ello pueda implicar en
términos políticos, económicos y militares. La alianza
ideológico-estratégica de Venezuela con Bolivia, conllevaba
fatalmente para Venezuela, frotarse al espinoso tema de la
cocaína. No es un misterio para nadie que el mayor
porcentaje de los ingresos bolivianos han provenido en los
últimos treinta años de ese rubro, hecho que incide, en
gran medida, en su retraso y falta de desarrollo del país.
La producción de la hoja de coca ha reabsorbido el desempleo
causado por el despido de miles de mineros de las empresas
estatales mineras que se reciclaron en la agricultura de la
coca. Cuando se decidió la supresión masiva de la coca,
fueron lanzados al desempleo, miles de trabajadores. El
arbusto de la coca puede dar hasta cuatro cosechas al año,
no requiere cuidado alguno y la planta dura treinta años.
Bolivia se cuenta entre los mayores productores de coca.
Nadie ignora el incremento de la producción de cocaína hoy
en la Bolivia de Evo Morales, que además de presidente de la
Republica, lo es también del sindicato de “cocaleros”. A
nadie engaña el argumento de que la producción de hoja de
coca está destinada a cubrir la demanda local destinada a
usos rituales o al tradicional “coqueo” de la población
indígena. La demanda local siempre fue satisfecha sin
necesidad de la existencia de sindicatos productores de
coca. Por el contrario, antes se podía comprar hoja de coca
en cualquier esquina del país, ahora que la producción ha
aumentado, hay escasez de hojas, pues seguramente se la
emplea en usos más “rentables.
En los años
ochenta, cuando dejó de existir la URSS y el “sol dejó de
brillar”, - como lo expresó recientemente el líder máximo
– Cuba se vio en la urgencia de buscarse una fuente rápida
para proveerse de divisas, y nada más fácil que alquilar sus
costas y aeropuertos para el trasiego de tan lucrativo
producto. Washington fingió ignorar mientras montaba un
expediente. Como siempre, gracias a las prerrogativas que le
confiere el gobierno vitalicio, - el poder manejar a
discreción todos los hilos del poder -, Fidel Castro actuó
más rápido, fusilando a Arnaldo Ochoa, al general estrella
de sus Fuerzas Armadas. Ese ritual sangriento, dejaba sin
motivo la acción que pensaba interponer la justicia
americana contra ciertos altos cargos cubanos, que por
cierto, ni siquiera fueron mencionados por el tribunal que
juzgó el caso Ochoa. No sería entonces improcedente
preguntarse si el genocidio industrial al que ha sido
sometida Venezuela alcance niveles tan catastróficos, que
pueda llevar al gobierno a verse en la necesidad de
recurrir, como lo hizo Cuba entonces, a buscarse divisas en
otros productos igual de rentables que el petróleo para que
la ayuden a salir del atolladero? O incluso, a buscarse por
ese medio, fuentes de financiamiento rápidos para la guerra
contra el “imperio que tiene proyectada?
Será
posible imaginar que la Internacional Comunista del siglo XX,
que aparentemente le sirve de modelo, coincida en las
siglas, IC, pero no en su propósito de Internacional
Cocaína del Socialismo del Siglo XXI. Concebida como una
chispa que provocaría el incendio en el mundo entero, la
revolución rusa creo la Internacional Comunista con el
propósito esparcirla por todas las regiones de la tierra.
Los agentes de la IC recorrían el mundo propiciando la
fundación de partidos comunistas. Surge así la figura del
militante comunista internacionalista, incorruptible,
valiente y discreto, capaz de enfrentar las más duras
pruebas y entregarse a los más duros sacrificios. Más tarde,
Fidel Castro intentó arrebatarle el liderazgo a los rusos,
por lo menos en el llamado “Tercer Mundo”, celebrando en La
Habana la Conferencia Tricontinental de la cual surgiría la
Internacional Castrista. El castrista de entonces, fue un
militante, mitad agente secreto, mitad futuro guerrillero,
cuyo destino debía ser el de mártir. Su meta era alcanzar el
panteón del martirologio; el de los muertos por la
revolución. Pasado el tiempo, porque como el propio líder
cubano lo declaró alguna vez –“nosotros hemos sabido
adaptarnos a los tiempos” - el militante del socialismo del
siglo XXI es post moderno; atrás quedaron sacrificios y
heroísmos, sólo le queda la retórica, para el uso de la
“propaganda gruesa”, como me lo confió un día un alto
funcionario cubano. Este nuevo militante del Socialismo del
Siglo XXI, dispone de medios económicos insospechados que le
permiten adquirir adhesiones políticas y convertirse él
mismo en un poder económico, usar accesorios Vuitton,
relojes Cartier y toda la panoplia el nuevo rico. Además de
dedicarse al trasiego de millones devengados por toda clase
de tráficos. Cuenta con ese elemento esencial, estratégico
que es el petróleo, con el que se puede traficar e incurrir
en el comercio paralelo, pero éste nunca tendrá el estigma
que conlleva el comercio del narcotráfico.
No se trata
de una simple planta medicinal andina, la coca es
omnipresente en todas las relaciones de los seres humanos
con los dioses; visión que responde a la relación que las
culturas andinas mantienen con el cosmos. La acción sobre el
cosmos y sobre las enfermedades, forman parte de una misma
configuración, colindando con lo religioso. Así como el
cacao lo transformaron en chocolate, la hoja de coca la
transformaron en cocaína. Transformados ambos en productos
industrializados, se han convertido en un excepcional
potencial económico. El chocolate, como adicción benigna no
tiene consecuencias mortales. La cocaína en cambio es la
droga del poder, adaptada a la época de la histeria
permanente, del capitalismo planetario, y del mesianismo
compulsivo. Una de las consecuencias más perversas de la
colonización, ha sido la transformación de la hoja de coca
en cocaína, convirtiéndose en un producto estratégico y
geopolítico.
El
consumidor de pasta de coca o de cocaína presenta
modificaciones severas del carácter: hiperexcitabilidad, e
hiperactividad, pasa por periodos de euforia a otros de
depresivos y de mal humor. Cuando se instala la adicción el
cocainómano sufre e accesos fuertes de paranoia y sus
sistema nervioso se deteriora. Síntomas demasiado graves
como para que se recomiende su uso tal como lo hizo el
presidente desde la tribuna de la Asamblea Nacional.
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |