Desde
el anuncio de la imposición por voluntad del presidente de
la República del socialismo del siglo XXI, analistas de
todos los ámbitos del espectro político han multiplicado
opiniones y conjeturas acerca de ese nuevo producto
ideológico que se le propone imponer a la sociedad
venezolana.
Opinar acerca del socialismo del
Siglo XXI presenta de entrada dos opciones.
En el escenario de la real
politik se le puede despachar de la manera tajante del
canciller del Brasil, Celso Amorim, al ser entrevistado a
ese propósito por el diario O Globo (16-1-07) en vísperas de
la reunión del MERCOSUR: “El socialismo del Siglo XXI no es
más que un slogan: si es bueno o malo, eso es otra cosa”.
Sin lugar a dudas, se trata de una respuesta adecuada por
tratarse del responsable de velar por que Brasil no se
desvíe de su empeño de contarse entre las grandes potencias
mundiales. Semejante responsabilidad inhibe detenerse en
nimiedades y obliga a ir sin titubeos a lo esencial. Pero
tampoco un representante genuino de Itamaraty podía concluir
una entrevista de manera tan abrupta, por lo que, a manera
de explicación recurrió a una imagen cristalina: “El régimen
del Presidente Chávez funciona muito bem para o Brasil”.
“Para os interesses do Brasil, foi ótimo”. (Vale la pena
acotar que en el 2006 las exportaciones del Brasil a
Venezuela se elevaron a 3.3 billones de $ USA y las
importaciones de Venezuela al Brasil 548 millones de $ USA).
Por otro lado, el consejero para asuntos internacionales del
presidente Lula, Marco Aurelio García, considera al Brasil
como el gestor de un modelo de “substitución de
importaciones” en Venezuela. Lo que inspira a columnista
brasileño opinar que Chávez es el “retrato del perfecto
idiota latinoamericano”.
Considerar el Socialismo del
siglo XXI como un simple “slogan”, significa que el jefe de
la diplomacia brasilera lo toma por un simple procedimiento
publicitario. Se trataría simplemente de una marca de
identidad que la llamada revolución bolivariana precisa para
su lanzamiento como novedad en el mercado de las ideologías.
De hecho, en el plano de la opinión pública internacional,
incluso entre los simpatizantes del “proceso”, el fenómeno
venezolano se reduce a la imagen de Hugo Chávez, y a la
versión de la realidad venezolana, forjado por la agencia de
publicidad política de Le Monde Diplomatique.
En el plano venezolano es donde la situación se torna
ambigua, y se vive con angustia, incluso entre los
simpatizantes del “proceso”, pues el propio dueño del
proyecto no ha facilitado las claves de lo que significa su
propuesta. Se ha limitado a declarar que “vamos hacia el
socialismo. Uno nuevo, propio. Ese tenemos que idearlo, y
parirlo…”
No se trata pues de un proyecto
concebido con cierta racionalidad, como sería lo sensato
cuando se busca trastocar un modelo de sociedad para
imponerle otro. Parecería más bien una idea inspirada de ese
pensamiento mágico, expresado con tanto talento por Michael
Taussig en The Magic of the State, en donde sin nombrar al
país, el autor nos entrega una descripción de las
representaciones mentales de un lugar que no deja dudas de
que se trata de Venezuela. Y mientras que el castrismo,
fuente primigenia del proyecto “bolivariano”, se ha
caracterizado por un forcejeo entre el realismo y la
ilusión, el modelo propugnado por el venezolano nace
mancillado por el petróleo, y por la cultura que éste ha
generado: una cultura rentista, la del menor esfuerzo, la
del desconocimiento del trabajo como elemento primordial en
la construcción de la sociedad, la cultura de la
impaciencia, pues todo se puede adquirir con el solo gesto
de blandir la abultada billetera del nuevo rico: en
síntesis, la cultura de la corrupción.
Blandir el petróleo en lugar de
argumentos, en lugar de pensamiento. Cuando Hugo Chávez
conminó a los mandatarios presentes en la Segunda Cumbre
sudamericana de Naciones, celebrada en Cochabamba, en
diciembre pasado, el consumo de Viagra para “revitalizar la
situación regional del MERCOSUR porque el CAN no sirve, pero
tampoco el MERCOSUR”, estaba expresando una realidad
meridiana. Su política, su liderazgo, su Socialismo del
siglo XXI se sustenta en el Viagra del petróleo. Y como bien
se sabe, el Viagra es un sucedáneo de una falla, o de algo
que ya no se posee: es un paliativo de la impotencia; es una
apariencia de potencia, una simulación de lo extinto.
La metáfora del “tener que
parirlo” nos avisa de que se trata de un estado de embarazo
por lo que se deberá esperar que éste llegue a término para
conocer la buena nueva del nacimiento de este Mesías novato.
Pero habrá que indagar antes en las estadísticas cuáles son
las posibilidades de gestar gracias al Viagra. Es cierto que
un socialismo que se sustenta en el Viagra, es de por sí una
novedad. Un Viagra-socialismo es una representación que, sin
discusión alguna, sitúa en un lugar de honor de la post
modernidad a la revolución bolivariana, producto, no de una
nueva filosofía del pensamiento, sino de la obscena práctica
de un petropopulismo nuevo rico.
El socialismo del siglo XXI significaría el resurgimiento de
la figura del milenarismo que creíamos catapultado bajo los
escombros del Medioevo. Quedan así obliterados, clausurados,
en el país el acerbo civilizatorio del Renacimiento y de la
Ilustración. El socialismo del siglo XXI aparece así como un
artefacto destinado a borrar varios siglos de historia y a
convertirse en un nuevo mito fundador del origen, esa
obsesión tan latino-americana, educada en la fobia a todo
cuanto sucedió antes de la independencia de allí que se
cultive la ignorancia de la historia. De allí que ignoren
que Bolívar, quien oficia de ángel tutelar del nuevo Mesías,
es hijo directo de la Ilustración. Bolívar privilegió como
enseñanza las ideas de Benjamín Constant, para quien
proteger al individuo de los abusos del poder era lo
primordial, de donde se desprende la idea de Bolívar que “la
libertad civil es la verdadera libertad; las demás son
nominales” y que por eso quería garantizar “la seguridad
personal, que es el fin de la sociedad, y de la cual emanan
las demás” , una clara demostración de la evolución de su
pensamiento del republicanismo hacia el liberalismo, como lo
demuestra, en un brillante ensayo el historiador Luís Barrón
(CIDE). El gran mérito de Simón Rodríguez radica en haber
leído a J. J. Rousseau en París y haber importado sus ideas
a América.
Los elementos que manejan los líderes del nuevo milenarismo
“bolivariano”, ni siquiera son los forjados por Marx, Engels,
Lenin, o Trotski, sino que provienen de las lecturas de los
manuales más elementales de marxismo que estuvieron al uso
en los años 1960. Son artefactos de segunda mano y en mal
estado. Pese a su militancia anti-occidental, los tenores
del nuevo modelo revolucionario no citan a un solo teórico
que no haya surgido de Europa o nutrido del pensamiento
europeo. Contra la arrogancia de la ignorancia que profesan
como virtud, lo único que queda es aconsejarles el estudio y
así, tal vez adquieran la humildad necesaria sobre la cual
se sustenta el saber. Por ahora, lo que demuestran es una
actitud de colonialismo mental voluntario que deja perplejo.
La importación de teóricos de segunda categoría de Cuba,
Europa y Estados Unidos, les hace comportarse como los
indígenas que se encandilaban con las cuentas de vidrio que
les regalaban los conquistadores. Las suites en el Hilton de
Caracas, más otras bonificaciones que se le otorgan a los
turistas que acuden al llamado de la buena nueva de otra
revolución en el Caribe, substituyen las pepitas de oro de
entonces.
Hasta ahora Venezuela no ha
producido un solo texto que le de un mínimo de sustento
teórico al socialismo del Siglo XXI. El único discurso que
impacta en los medios es el de los insultos que profiere el
presidente de Venezuela al presidente de Estados Unidos, que
entraría más bien en la categoría forjada por el filósofo
alemán Peter Sloterdijk de “fascismo de diversión”: se debe
admitir su pobreza como base de sustento ideológico.
En el plano venezolano, la propuesta del socialismo del
siglo XXI representa una incógnita angustiante porque son
ellos, los venezolanos, quienes están llamados a servir de
conejillos de Indias de un experimento producto de la
economía petrolera y no de un contexto histórico como ha
sido el caso de todas las revoluciones que han acaecido
hasta ahora. Los tenores de este “paquete ideológico” dan la
impresión de farsantes que se han hecho pasar por químicos
competentes puestos al frente de un laboratorio de alto
nivel de investigación.
Las ideas de los líderes e ideólogos del proyecto del
socialismo del siglo XXI se caracterizan por un pensamiento
vacuo, la repetición de conceptos desfasados que sólo
demuestra una gran pobreza intelectual, y una ignorancia
patética de la historia contemporánea, y en particular, del
socialismo del Siglo XX. ¿Cómo pretender fundar un
Socialismo del siglo XXI cuando se ignoran los datos más
elementales de lo que significó y sigue significando la
experiencia fallida del socialismo del siglo XX?
Ello nos invita a acudir al
ámbito del registro psíquico, del afecto, de lo imaginario.
Hugo Chávez está poseído del
síndrome del milenarismo apocalíptico, del sueño de pasar a
la posteridad y el deseo de que otros continúen su misión,
así como él lo pretende hacer, siguiendo los pasos del
primer Bolívar, de aquel que todavía animaba una ingenuidad
mesiánica; no del escéptico realista que dijo haber arado en
el mar, y que lo único que quedaba en Venezuela era el
exilio.
Su “socialismo” no es de corte terrestre, es de corte
mágico, lo que no impide que el presidente venezolano
imparta leyes por decreto, y que se inviten a teóricos
extranjeros para tratar de llenar el abismal vacío de
pensamiento.
El “ ’tá barato dame dos” del
nuevorriquismo venezolano, hoy se traduce en la compra de
adhesiones políticas, puestas al servicio del ego de un
liderazgo comprado. Los ingentes medios económicos de los
que dispone, le dan la ilusión de acercarse al escenario en
donde se realizará su liderazgo continental, ¿mundial? En el
plano nacional, el apoyo popular tiene mas de clientela
electoral que de adhesión fervorosa a un proyecto.
La fijación obsesiva que mantiene con el presidente de
Estados Unidos lo lleva a comportarse en simetría con éste,
su otro yo complementario, su espejo, que tampoco se queda
atrás en términos mesiánicos. Uno, pretende instaurar la
democracia allí en donde aún no ha llegado, mediante
intervenciones militares ignorando el tiempo que requiere la
sedimentación de la historia. El venezolano, pretende
instaurar por decreto un socialismo, provocar una
revolución, en donde el contexto histórico lo único que
exigía era una administración eficaz y la modernización del
Estado. El pensamiento mágico del venezolano, compra
aplausos, algo, por cierto, más etéreo, pero en concordancia
con su tendencia a desechar lo terrestre, al planteamiento
sereno de los problemas de la sociedad, y preferir el mundo
de lo imaginario, del maniqueísmo primario y el de la
sensualidad del poder.
Gracias a su tendencia a la asociación libre, el presidente
ha dado la clave de la falla psíquica sobre la cual se
sustenta el montaje ideológico del bolivarianismo. El Viagra-petróleo
es el sucedáneo que le procura la realización del fantasma
del estado de erección permanente. Estado cuyo clímax lo
alcanza durante las horas de duración del “Aló Presidente”.
El dilema es que el Viagra/bolivarianismo,
no es más que una batalla de la ilusión contra la realidad.
Porque en lo concreto, en el socialismo del Siglo XXI de lo
que se trata es de una “democratización” de la corrupción de
la que no podrán surgir ciudadanos animados por los
preceptos republicanos sino súbditos genuflexos de un
sultanato extemporáneo.
Son las metáforas las que mejor
desvelan las imposturas de la historia. Cuando Caetano
Velosos califica a Chávez de burka, un traje de épocas
remotas que se ha vuelto contemporáneo nuestro por la
visibilidad que ha adquirido, está poniendo al desnudo la
impostura.
* |
Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
-
Artículo publicado originalmente en el diario El
Nuevo País |