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Irak: el dilema americano
por Elizabeth Burgos

viernes, 26 octubre 2007


Irak vive en estado de guerra desde hace treinta años. Irak ha declarado guerras sanguinarias contra sus vecinos regionales, baste recordar la guerra contra Kuwait, Irán, y contra los Kurdos. Irak ha empleado armas bacteriológicas, facilitadas por las democracias europeas, en sus guerras expansionistas. Y desde hace veinte años, sus riquezas de hidrocarburos alimentan tensiones internacionales que se agregan al explosivo y complejo tejido interno caracterizado por enfrentamientos étnicos y religiosos que la feroz dictadura de Saddam Hussein había neutralizado mediante el terror, pretexto tomado por el poder estadounidense para invadir al país, pues cabe recordar, que hasta ahora, ninguna de las potencias democráticas del mundo se ha sentido incomoda con la presencia de petrodictaduras.

Los atentados del 11 de septiembre condujeron al gobierno de Bush a emprender una “cruzada” contra el terrorismo y escogieron a Irán para comenzar esa guerra. En las razones de esa toma de esa decisión parece haber convergido la necesidad, como en las películas de vaqueros, de desenfundar rápidamente y disparar para demostrar que la valentía y el honor seguían intactos; la lucha contra una dictadura es siempre bien recibida por la opinión pública, y por último, una reacción de tipo edípico, la oportunidad para Bush junior, de terminar el trabajo que el papá dejó inconcluso cuando fue presidente y se enfrentó al mismo dictador.

Ciertamente, los americanos derrotaron fácilmente al ejército de Saddam Hussein, pero al mismo tiempo, abrieron la caja de Pandora, y le dieron libre curso a los enfrentamientos ancestrales, religiosos y étnicos. Como todo poder, la prepotencia les hizo ignorar los condicionamientos sociales, étnicos, religiosos que abriga toda sociedad, más aún, cuando ésta todavía tiene rasgos medievales. Guardando las proporciones, de igual manera actuó el Che Guevara en el Congo y en Bolivia, y ya sabemos cómo terminaron ambas experiencias.
Ya no es un misterio para nadie, aún para el propio poder americano, de que Estados Unidos está metido en unas arenas movedizas de las que difícilmente encuentre la vía de salida. De hecho nadie desea el abandono del territorio iraquí por el ejército americano. Ni Irán, pues la presencia americana le permite radicalizar la situación y ganar adeptos para su lucha contra el “imperialismo”. Ni el gobierno iraquí que tendría que enfrentar solo la espantosa guerra civil que tiene lugar en el país; ni los países limítrofes que tendrán que enfrentar solos las ambiciones de Irán de convertirse en la gran potencia de la zona; ni los europeos que tendrían que tomar cartas en el asunto. Por otro lado, los americanos están en la imposibilidad de poner término a la guerra civil, pues el arte de guerra que emplean las guerrillas sunitas no da pie para que se les neutralice, pues no aparece un liderazgo que los guíe y que pueda convertirse, en cierto momento, en interlocutor, no se sabe qué reivindican, ni por qué programa luchan.

Esta situación de incertidumbre ante la cual se encuentran las tropas americanas, hace poco, seis sub-oficiales estadounidenses, pertenecientes a la famosa “82 división aerotransportada”, al término de quince meses de servicio, decidieron darla a conocer al público. El propósito de publicar su testimonio en The New York Times fue el de revelar el abismo entre el discurso oficial y la realidad que se vive en el terreno en donde se lleva a cabo la guerra. Consideran que los debates sobre la guerra en Estados Unidos, vistos desde Bagdad, aparecen como irreales. Narran con lujo de detalles la violencia incontrolable, el estado de desconfianza permanente hacia los “aliados”; las ambigüedades y las contradicciones de lo que ellos califican de “ocupación” militar de Irak, hecho que jamás será aceptado por los iraquíes, lo que hace imposible obtener el apoyo de la población. Describen el tipo de guerra al cual se enfrentan, un ejemplo, fueron oficiales del ejército iraquí quienes ayudaron a los terroristas que montaron un atentado contra soldados americanos del cual estos testigos fueron víctimas. Los civiles, aunque lo hubiesen querido, no lo denunciaron por temor a las represalias por parte de la milicias chiítas que los hubiera masacrado.

También declararon que las milicias sunitas, rivales de Al Qaeda, armadas y equipadas por los norteamericanos, son temidas por el gobierno de Bagdad, pues saben que al abandonar el terreno el ejército americano, estas le declararán la guerra al gobierno.

Ellos estiman que Estados Unidos fracasó por no haber podido cumplir con las promesas hechas a los iraquíes, pues “reemplazaron la tiranía del partido Baas por una tiranía de la violencia islamista, de las milicias y de criminales”. Cuando los GI distribuyen alimentos a la población, esta les manifiesta que lo que necesitan es “seguridad, y no comida”, pero los americanos no están en posibilidad de brindarle hoy seguridad. “ Nuestra presencia libró a la población de un tirano, pero la privó del respeto de sí misma”. Para recuperar su dignidad, el mejor medio “es de vernos como un ejército de ocupación y de obligarnos a retirarnos”, concluyen estos oficiales que firman el artículo con su propio nombre.

Por mejor voluntad que se tenga, aunque se ocupe un país en nombre de la democracia, una ocupación militar es una ocupación y ningún sentimiento nacional lo admite. Manifestaciones de ello, ya se están viendo en Bolivia, en donde el sentimiento nacional se manifiesta de manera rotunda, en contra de la presencia de militares cubanos y venezolanos.

El sentimiento venezolano ha dado muestras de tibieza, pero no es de excluir, que en algún momento aflore, a ver cómo reaccionarán las fuerzas militares y civiles de ocupación cubanas cuando esto suceda.

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 Especializada en etnopsicoanálisis e historia, consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia" (1982).
- Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA


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