Una
relectura orientada, distorsionada de la historia constituye
el principal sustento del proyecto político inaugurado en
1998 en Venezuela. Convocar la historia significa apelar a
la memoria y fatalmente, a la forja de versiones. Se le dio
prioridad al mito bolivariano para preparar en el imaginario
nacional, las condiciones de acoger el proyecto del
“Socialismo del siglo XXI” que pronto se llamará
“comunismo”. Pero en los últimos tiempos, la memoria de los
actores del proyecto “bolivariano” se ha centrado en la
historia inmediata; en particular en la exhumación de
aquellos que habiendo utilizado la violencia para luchar
contra el régimen constitucional, perdieron la vida en el
intento de ampararse del poder. Fue un período en que la
izquierda radical bajo influencia cubana, le declaró la
guerra al gobierno legalmente constituido. La respuesta fue
que el Estado respondió también con la guerra; hubo muertos
en ambos bandos, pues la guerra se hace matando, pero el
Estado incurrió en el delito de violación de los derechos
humanos, tradición de la que no se ha librado ningún
gobierno del país, aún menos el actual.
En la última ceremonia de
investidura del presidente de Venezuela, el recién nombrado
vice-presidente en su discurso inaugural, recordó la figura
de su padre, Jorge Rodríguez, una de las víctimas de esa
violencia de Estado. Por los mismos días, el mismo vice-presidente
recordó la memoria de Fabricio Ojeda y declaró que el nombre
de Fabricio era el “motor más potente del socialismo del
siglo XXI” que hoy intenta fundar el movimiento «
bolivariano ».
Tiempo antes ya se había
manifestado esa tendencia de resarcir la memoria de ese
pasado inmediato, pero sólo a los de un solo bando, mediante
un gesto muy singular. Un antiguo oficial de aviación,
miembro fundador de la logia militar de donde proviene el
movimiento bolivariano, tomaba la iniciativa de celebrar una
ceremonia para rendirle homenaje a la memoria de Antonio
Briones Montoto,- uno de los oficiales cubanos que
desembarcaron, junto a un grupo de cubanos y de venezolanos
en la playa de Machurucuto en mayo de 1967-, hecho
prisionero por el ejército y ultimado, según la versión
oficial, cuando intentaba huir.
La derrota miliar de la
guerrilla, ha sido motivo de orgullo para la oficialidad que
la dirigió, como lo hubiera sido para cualquier ejército del
mundo. Que un ex alto oficial venezolano de ese mismo
ejército le rinda homenaje a un militar del campo adverso,
significa romper con los principios que rigen el
comportamiento del estamento militar que tiene a su cargo la
defensa del territorio nacional. El argumento del exalto
oficial de aviación venezolano para explicar su gesto de
hacer merecedor del homenaje al cubano, fue el
deslumbramiento que éste le causó cuando, por ordenes
superiores tuvo que interrogar al prisionero. En lugar de un
“diablo”, según la versión que le habían hecho creer, se
encontró con un “ángel de ojos claros, blanco (sic), cultos
modales” (se podría decir, todo lo contrario de la conducta
de un “bolivariano”). Aquel encuentro dice que lo marcó para
siempre y desde entonces, el venezolano dice que se sintió
poseído por el embrujo de la revolución. Es cierto, Antonio
Briones poseía la belleza andrógina e inquietante de los
ángeles; que se expresaba en simetría con su vida
profesional, también marcada por dos polos; como oficial del
Ministerio del Interior pertenecía a la elite de los héroes
clandestinos que se rige por la virilidad; como colaborador
del ICAIC (el Instituto de cine cubano), se movía en el
ámbito grácil del arte.
En Fuerte Tiuna solía haber un
muro cubierto por nombres de oficiales y clases caídos
durante la lucha armada. Me pregunto si existe todavía ese
muro. Si nos atenemos a la lógica de la aquiescencia del
estamento oficial hacia Cuba, ya esos nombres deben haberse
esfumado, borrados por voluntad para que el olvido las
cubra. La oligarquía pretoriana surgida del “bolivarianismo”,
ha desplazado a la antigua jerarquía militar.
Y aquellos que conmemoran, lo
que es perfectamente comprensible, al padre o al compañero
caído en aquella lucha fratricida de entonces, y que se
consideran hoy actores de una revolución hecha para el
“pueblo humilde y desposeído”, ni siquiera les pasó por la
mente enviar un recuerdo a los hijos del sin número de
policías (el genero más bajo en la escala social de los
funcionarios del Estado) que murieron a manos de los
militantes que recibían ordenes de los aparatos militares de
sus partidos para que incautaran el arma con la que iban a
combatir, pues todo combatiente estaba en la obligación de
hacerlo.
Fiel reflejo del modelo actual
venezolano; no hay clases sociales, sino una oligarquía y el
pueblo; y la gestación de un modelo monárquico de la
transmisión del poder. Esa falta de ética de la
responsabilidad es lo que el filosofo alemán Peter
Sloterdiejk llama: la “auto amnistía de la izquierda”
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |