Hemos
llegado al momento en que el suspenso al que nos ha sometido
la campaña electoral esté llegando a su climax. Candidatos y
electores comienzan a dar signos de agotamiento. Algunos
hasta comienzan a hacer el balance de la campaña. Algunos
opinan que la fuerte mediatización impidió que no se
realizara la pedagogía a la que estaban obligados los
candidatos para comparar ante los electores sus propuestas
programáticas. Tanto electores como los candidatos no
ignoran que lo que está en juego, no es solamente un
proyecto de gobierno, sino también y sobre todo, un proyecto
de sociedad y ello significa cambios.
Para un país como Francia, en
donde ha existido un contexto social con múltiples rasgos de
Estado socialista, que se han preservado bajo todos los
gobiernos, de derecha o de izquierda, deshacerse de un
modelo que ha favorecido a las mayorías, de cualquier borde
político al que se pertenezca, puesto que las leyes sociales
favorecen a todos los estratos de la sociedad, no es una
decisión fácil. Y ese es el temor que embarga, y el dilema
que enfrenta, un gran porcentaje del electorado, porque sabe
que la crisis económica, el desempleo, los retos de la
mundialización, exigen cambios ineludibles que ponen en
juego esos derechos adquiridos.
Es por ello que en el seno del
electorado se percibe una tendencia, cada vez más
significativa, que se orienta hacia posturas consideradas de
izquierda en el aspecto de la vida en sociedad – liberalismo
hacia los inmigrantes, respeto a las minorías, unión
homosexual – sin embargo, se inclina por una liberalización
de la economía, a lo que la izquierda clásica se opone, de
allí que la posición centrista de François Bayrou, contra
toda previsión, haya logrado imponerse, modificando el
horizonte político y obligando a los candidatos favoritos a
modificar su discurso. Obligando a Nicolas Sarkozy, a tratar
de conquistar sectores de izquierda amparándose de los
símbolos más señeros de la tradición de izquierda
democrática francesa. No ha dudado en citar a León Blum, a
Pierre Mendes France, y hasta a héroes de la resistencia
comunistas que se destacaron durante la ocupación alemana.
De seguir así, pronto citará a Lenine, declaró la candidata
del Partido Comunista. Cuando recibe dardos de Le Pen,
entonces exagera su discurso de derecha, acentuando la
defensa de la identidad nacional, y afirmando causas
genéticas a la homosexualidad, la delincuencia, y la
pedofilia. Pues Sarkozy, animado por una pasión desmedida de
llegar a la jefatura del Estado, no duda en asirse del
argumentos que puedan aumentar su caudal de votos. Lo que
más daño le hace es su carácter impulsivo, sus opiniones
agresivas e insultantes hacia los habitantes de los
suburbios, o sus insensibilidad hacia los más desposeídos,
dando pie a que se exagere en la estigmatización de su
figura, pues sería injusto no reconocer que dentro de un
esquema de derechas, y de racionalidad liberal, su proyecto
político es coherente y en muchos aspectos, concuerda con
las exigencias de la situación.
Ségolène Royal apareció al
principio como la socialista que aportaría la modernidad a
la izquierda. Al comienzo de su campaña se atrevió a romper
el tabú y manifestó simpatías hacia el modelo de Blair;
modelo que le dio cabida a esta postura oblicua de
liberalismo cultural (sensibilidad de izquierda), pero que
contempla la necesidad de enfrentar los retos actuales de la
economía y de la mundialización. La reacción por parte de la
izquierda no se hizo esperar, de allí que su campaña haya
sufrido fases que se han percibido como signos de
inseguridad, debido en gran parte, a la campaña en su
contra, emanada del seno de su propio partido, en la que se
mezclan: la misoginia, la frustración y el anti-liberalismo
en materia económica, por lo que la candidata declarara que
“ha sufrido todo lo imaginable” de su propio campo. Al
contrario de Sarkozy, la socialista mantiene una serenidad a
toda prueba que recuerda la personalidad de François
Mitterrand.
Se debe admitir que el discurso
de la izquierda anti-liberal sufre de anacronismo, pues no
corresponde al mundo actual. De cierta manera, Ségolène
Royal ha sido rehén de esa postura, pues sin el voto de
sectores del socialismo democrático pero antiliberal y de
los de la extrema izquierda, difícilmente logre alcanzar la
presidencia, de allí que no haya podido desvelar su propio
pensamiento.
La postura de Bayrou remite a un
cierto conformismo intelectual contrario a los usos del
país, pues no da cabida al debate, sin embargo, puede
satisfacer a ese electorado mixto al que hemos aludido, de
allí el ascenso vertiginoso de su candidatura. Aunque para
algunos, Bayrou, en la fase actual, comienza a aparecer como
un hombre del “extremo centro”, agudizando aún más el dilema
y remitiendo cada vez más dejar el resultado de la votación
del domingo al porcentaje de indecisos que sigue siendo
alto.
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |