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La ambivalencia entre Fidel Castro, el Departamento de Estado y la CIA.
por Elizabeth Burgos
viernes, 19 octubre 2007


El cuarto piso” es el título del relato publicado en 1962 por Earl E. T. Smith, embajador de Estados Unidos en Cuba durante el período crucial de 1957 a 1959, que coincidió con la toma del poder por Fidel Castro, en el que este testigo y actor de primer orden, demuestra el papel decisivo jugado por el Departamento de Estado en la caída de Batista y en facilitarle el acceso al poder a Fidel Castro. Se trata del testimonio de su experiencia como embajador y testigo de uno de los períodos más controvertidos de la historia de la isla, en el que la ambivalencia que siempre ha caracterizado las relaciones entre Estados Unidos y la isla, queda, una vez más, demostrada. En el momento de su publicación el libro no tuvo el eco que merecía: entonces la opinión pública mundial era presa del embrujo que ejercía el naciente mito revolucionario cubano en el imaginario, en particular entre las elites intelectuales y universitarias por lo que no se le prestó la debida atención; luego, el libro cayó en el olvido. Se trata, sin embargo, de un documento esencial si se quiere ahondar en los acontecimientos que presidieron la toma del poder por Fidel Castro, y en particular, la relación de éste con el poder estadounidense, y más precisamente con la CIA.

Earl E. T. Smith, egresado de la célebre Universidad de Yale, fue nombrado embajador en Cuba por Eisenhower . La orientación oficial que se le impartió a instancias de sus propios superiores jerárquicos, el director de la Oficina de Asuntos del Caribe y México y aprobada por el subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos, comprendió una larga entrevista con Herbert Matthews, el célebre periodista del New York Times, autor del lanzamiento de la Figura de Fidel Castro en Estados Unidos, tras haberlo entrevistado en la Sierra Maestra. Hecho que hoy aparece a todas luces como parte de un montaje del Departamento de Estado, pues la caída de Batista coincide con la publicación de los reportajes sobre la sierra Maestra en el New York Times. Que un periodista sea quien le comunique a un futuro embajador la orientación oficial que inspire su misión no es corriente en la historia de la diplomacia, de lo que se deduce el grado de influencia de Matthews en el seno del poder estadounidense. Matthews le expresó a Smith que tenía la firme creencia de que lo más apropiado para los intereses de Cuba y del resto del mundo, sería que Batista abandonara el poder. Smith no tardó en percatarse de lo que expresaba el periodista, era la opinión y los objetivos del personal subalterno del Departamento de Estado. Matthews viajaba frecuentemente a Cuba y Smith tuvo que vérselas con él en más de una ocasión.

Estando ya en Cuba el embajador Smith se percata de la influencia comunista en el seno de la guerrilla, sin embargo, se enfrenta a obstáculos y a maniobras de todo tipo las veces que intentó dar a conocer este hecho a la jerarquía del Departamento de Estado, pues sus informes eran retenidos en el “Cuarto piso”, precisamente, por esos intermediarios medios que en toda administración gozan de un poder inmenso, y que en lo relativo a Cuba escuchaban a Matthews lo que de hecho determinó la política de Washington hacia Castro: “La embajada en La Habana mantenía relaciones normales con el gobierno reconocido de Cuba. El cuarto piso mantenía relaciones con los representantes de los revolucionarios y prestaba atención a sus peticiones. Eran recibidos cordialmente y los corredores del cuarto piso estaban llenos de partidarios de la revolución cubana”, constata Smith. Las autoridades americanas cerraban los ojos ante las flagrantes violaciones de las leyes de los partidarios de Castro que exportaban desde el territorio americano: armas, municiones y combatientes a la isla.

La insistencia de Smith acerca del peligro que representaba Castro, pronto demostró que no se ajustaba a las orientaciones expresadas por Matthews. De hecho, fue un miembro de la burguesía cubana que en el Country Club de La Habana, le informó al embajador de la decisión tomada por la CIA y el Departamento de Estado de enviar un emisario a Cuba que le sugiriera a Batista el abandono del poder. Smith narra, que el número dos de la CIA en la embajada, no disimulaba su oposición a las tesis de Smith sobre Castro, que de hecho, en lo relativo a las relaciones que mantenía con la oposición cubana, actuaba por cuenta propia.

De hecho la CIA y los poderes económicos del norte, debido a decisiones tomadas por Batista, consideradas como lesivas para sus intereses, a lo cual se agregaba la molestia que causaba ante la opinión pública el desprestigio del gobierno cubano debido al carácter represivo de ese régimen, habían decidido deshacerse de Batista, considerando a Castro como la salvación de Cuba. En realidad, las causas para deshacerse de Batista eran de orden económico: su decisión de escoger una firma francesa, en lugar de una norteamericana, en la licitación para la construcción del túnel de La Habana; la prohibición de importar grasas para el consumo interno, consideradas inaptas para el consumo humanos en Estados Unidos; la autorización de montar un molino de harina en el Oriente que eximía abastecerse en la empresa norteamericana con sede en La Habana, y por último, proceder a la confección de un nuevo arancel aduanero y por ende, la revisión del convenio de reciprocidad comercial de 1934, tendiente a dirigirse hacia una política de diversificación agropecuaria y encaminarse hacia un proceso de industrialización de la isla.

El golpe de gracia contra Batista intervino cuando el Departamento de Estado decide interrumpirle el abastecimiento del armamento adquirido por su gobierno - de lo cual fue debidamente informado Fidel Castro; lo que este aprovecha para lanzar la ofensiva general. No hubo victoria militar: un ejercito de mas de 30.000 hombres, desmoralizado, se entrega a un centenar de guerrilleros mal armados.

El mito de la heroicidad, de la entrada victoriosa a La Habana, fue un montaje debidamente orquestado del que se sustenta la versión oficial que sigue imperando hoy.

Earl Smith considera que Estados Unidos no puede excusar su error aduciendo que la revolución fue traicionada por Fidel Castro. “Par dejarlo claro, ayudamos a derrocar la dictadura de Batista que era por americano, para instalar la dictadura de Castro que es pro ruso”, así concluye palabras de Earl Smith, al término de una entrevista.

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 Especializada en etnopsicoanálisis e historia, consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia" (1982).
- Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA


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