En
Francia, un día como hoy el personaje clave de la República
es el jefe de protocolo de la Presidencia de la República.
En él recae el ceremonial de la entrega del poder del Estado
por el presidente saliente a su sucesor. La ceremonia debe
transmitir la gravedad y la solemnidad del acto a través del
cual los franceses le confían su destino a un nuevo
presidente. Pese a ceñirse a las normas más estrictas de los
valores republicanos, la ceremonia debe expresar la
dimensión de un acto de consagración pues en el inconsciente
francés la dimensión monárquica sigue estando muy presente.
Cada paso, cada instante debe estar cronometrado al igual
que una coreografía de un ballet clásico. El primer acto
tiene lugar en el recinto del palacio. Los dos hombres, el
presidente saliente y el entrante se encierran solos en
despacho presidencial; sin testigos, ni cámaras, el primero
le hace entrega de la clave de la fuerza nuclear,
prerrogativa del Jefe de Estado; constituye el acto de mayor
gravedad. Tratándose de un país verdaderamente laico, las
señales de la cruz, los juramentos en el libro de los
evangelios, no forman parte de la ceremonia. El nuevo
inquilino del palacio presidencial, toma posesión del
recinto y conduce al presidente saliente hasta el auto que
lo alejará del palacio, poniendo término a su función. El
nuevo presidente ingresa de nuevo al palacio y es cuando el
Presidente del Consejo Constitucional le lee los resultados
del sufragio y le notifica que a partir de ese momento “él
encarna a Francia” y el Gran Canciller le hace entrega de
las insignias de la gran cruz de la Legión de Honor y se
escuchan las 21 salvas de cañón. El nuevo presidente
pronuncia un discurso que por lo general aborda la
simbología del acto, o principios generales. En su primera
alocución como presidente de la República, Nicolas Sarkozy
marcó la diferencia anunciando el que será su programa de
gobierno y el contenido moral y ético que piensa imprimirle
a su mandato presidencial enumerando las exigencias, doce,
que impondrá a su gestión.
Allí quedó expresado su talante
pragmático, ya que entre los principios que enumeró se
perciben ideas expresadas por Le Pen y por Ségolène Royal
durante la campaña electoral, demostrando así su voluntad de
estar atento a las sensibilidades más diversas pues ha
entrado en una nueva fase electoral, la de las Legislativas
que tendrá lugar en el mes de junio. Obtener una mayoría en
la Asamblea es la garantía de poder aplicar su programa. Las
doce exigencias que enumeró persiguen satisfacer las
expectativas de la mayoría, instaurando una dialéctica que
implica una dinámica de balanza, cada principio con visos de
radicalidad, se complementa con otro que lo neutraliza :
defender la identidad de Francia, tema recurrente de Le Pen,
y signo inequívoco de que se le pondrá término a la campaña
de culpabilidad hacia Francia por su pasado colonial; la
imparcialidad del Estado y garantizar los derechos reales
prueba de una democracia irreprochable, principios por los
que abogaba Ségolène Royal ; luchar por una Europa que
protege, dirigido a los que votaron “no” en el referendo que
debía aprobar la Constitución Europea que consideraban que
lo social estaba ausente del tratado constitucional. La
prioridad en política exterior será la lucha por el
desarrollo de África porque es una responsabilidad de Europa
y la lucha contra el recalentamiento climático y por el
respeto de los derechos humanos. (América Latina nunca fue
mencionada, tampoco por los otros candidatos que
participaron de la campaña electoral.) La exigencia de unir
a los franceses, la exigencia de respetar la palabra dada y
de cumplir con las promesas, porque nunca (sic) la confianza
había estado tan trastocada y fragilizada. Pero también la
exigencia moral, rehabilitar el valor del trabajo, del
esfuerzo, del mérito, del respeto, la exigencia de la
tolerancia, de la apertura, del cambio, de la seguridad y de
la protección, del orden y de la autoridad, del resultado,
de la justicia, y finalmente, “romper con los
comportamientos del pasado”; palabras que contienen una
crítica apenas velada de la gestión de las anteriores
presidencias.
Y en respuesta a las criticas y
al pesar que embarga al Partido Socialista por el gesto
sorprendente de un pragmatismo bastante osado, - que incluso
ha creado malestar en su propio campo político -, de
solicitar la participación en el próximo gabinete de
gobierno a personalidades de izquierda, que incluso han
ocupado cargos de ministros durante los gobiernos de
Mitterrand y de Lionel Jospìn, “es que quien está al
servicio de Francia no tiene campo, sino la competencia, las
ideas, las convicciones, y querer obrar por el interés
general por ello desearía trabajar con aquellos que cumplan
con esas cualidades”. Pues considera que el 6 de mayo la
victoria fue la de una “Francia que no quiere morir” y el
“único vencedor es el pueblo francés” que puso término al
inmovilismo y a la dinámica conservadora.
El segundo acto de la ceremonia
tiene lugar en el exterior, cuando el nuevo presidente le
rinde homenaje a la tumba del soldado desconocido en el Arco
de Triunfo que conmemora los millones de muertos de la
Primera Guerra mundial. Luego a la estatua de Clemenceau y a
la de De Gaulle. La gran novedad fue la de incluir en el
programa, el homenaje a los treinta jóvenes fusilados por
los alemanes el 16 de agosto de 1944, en la cascada del
Bosque de Boloña, en presencia de excombatientes de la
guerra. Y en particular, rindió homenaje al joven comunista
Guy Môquet. Emblema por excelencia del Partido Comunista,
fusilado a los 17 años por los alemanes y hasta soltó una
lágrima cuando una escolar leyó la carta de despedida que el
joven envió a sus padres antes de caer bajo el fuego alemán.
Nicolas Sarkozy declaró que le pedirá al futuro ministro de
la educación que esa carta sea leída en todos los
establecimientos escolares al comienzo del año, porque es
“esencial que se le explique a los niños lo que es un joven
francés, lo que significa el sacrificio, la grandeza anónima
de un hombre que se entrega a una causa más grande que él”.
El gran protagonista de la
ceremonia y en general, de la campaña electoral de Nicolas
Sarkozy es la Historia y lo demuestra la presencia del
historiador Max Gallo, quien fue portavoz del Elíseo bajo la
segunda presidencia de Mitterrand, una de las personalidades
de izquierda que se ha puesto al servicio del proyecto de
Sarkozy, y a quien seguramente se le deben las constantes
referencias a la historia en los discursos del candidato y
en los del hoy recién entronizado presidente. El historiador
busca comprender, los filósofos, defienden o forjan
ideologías. Es la clave de la originalidad del estilo
Sarkozy. Tal vez desde la Ilustración, vestíbulo de la
Revolución francesa, por primera vez el poder en Francia, le
otorga la prioridad a la historia en lugar de a la
filosofía.
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |