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El nuevo inquilino del Elíseo
por Elizabeth Burgos
viernes, 18 mayo 2007


En Francia, un día como hoy el personaje clave de la República es el jefe de protocolo de la Presidencia de la República. En él recae el ceremonial de la entrega del poder del Estado por el presidente saliente a su sucesor. La ceremonia debe transmitir la gravedad y la solemnidad del acto a través del cual los franceses le confían su destino a un nuevo presidente. Pese a ceñirse a las normas más estrictas de los valores republicanos, la ceremonia debe expresar la dimensión de un acto de consagración pues en el inconsciente francés la dimensión monárquica sigue estando muy presente. Cada paso, cada instante debe estar cronometrado al igual que una coreografía de un ballet clásico. El primer acto tiene lugar en el recinto del palacio. Los dos hombres, el presidente saliente y el entrante se encierran solos en despacho presidencial; sin testigos, ni cámaras, el primero le hace entrega de la clave de la fuerza nuclear, prerrogativa del Jefe de Estado; constituye el acto de mayor gravedad. Tratándose de un país verdaderamente laico, las señales de la cruz, los juramentos en el libro de los evangelios, no forman parte de la ceremonia. El nuevo inquilino del palacio presidencial, toma posesión del recinto y conduce al presidente saliente hasta el auto que lo alejará del palacio, poniendo término a su función. El nuevo presidente ingresa de nuevo al palacio y es cuando el Presidente del Consejo Constitucional le lee los resultados del sufragio y le notifica que a partir de ese momento “él encarna a Francia” y el Gran Canciller le hace entrega de las insignias de la gran cruz de la Legión de Honor y se escuchan las 21 salvas de cañón. El nuevo presidente pronuncia un discurso que por lo general aborda la simbología del acto, o principios generales. En su primera alocución como presidente de la República, Nicolas Sarkozy marcó la diferencia anunciando el que será su programa de gobierno y el contenido moral y ético que piensa imprimirle a su mandato presidencial enumerando las exigencias, doce, que impondrá a su gestión.

Allí quedó expresado su talante pragmático, ya que entre los principios que enumeró se perciben ideas expresadas por Le Pen y por Ségolène Royal durante la campaña electoral, demostrando así su voluntad de estar atento a las sensibilidades más diversas pues ha entrado en una nueva fase electoral, la de las Legislativas que tendrá lugar en el mes de junio. Obtener una mayoría en la Asamblea es la garantía de poder aplicar su programa. Las doce exigencias que enumeró persiguen satisfacer las expectativas de la mayoría, instaurando una dialéctica que implica una dinámica de balanza, cada principio con visos de radicalidad, se complementa con otro que lo neutraliza : defender la identidad de Francia, tema recurrente de Le Pen, y signo inequívoco de que se le pondrá término a la campaña de culpabilidad hacia Francia por su pasado colonial; la imparcialidad del Estado y garantizar los derechos reales prueba de una democracia irreprochable, principios por los que abogaba Ségolène Royal ; luchar por una Europa que protege, dirigido a los que votaron “no” en el referendo que debía aprobar la Constitución Europea que consideraban que lo social estaba ausente del tratado constitucional. La prioridad en política exterior será la lucha por el desarrollo de África porque es una responsabilidad de Europa y la lucha contra el recalentamiento climático y por el respeto de los derechos humanos. (América Latina nunca fue mencionada, tampoco por los otros candidatos que participaron de la campaña electoral.) La exigencia de unir a los franceses, la exigencia de respetar la palabra dada y de cumplir con las promesas, porque nunca (sic) la confianza había estado tan trastocada y fragilizada. Pero también la exigencia moral, rehabilitar el valor del trabajo, del esfuerzo, del mérito, del respeto, la exigencia de la tolerancia, de la apertura, del cambio, de la seguridad y de la protección, del orden y de la autoridad, del resultado, de la justicia, y finalmente, “romper con los comportamientos del pasado”; palabras que contienen una crítica apenas velada de la gestión de las anteriores presidencias.

Y en respuesta a las criticas y al pesar que embarga al Partido Socialista por el gesto sorprendente de un pragmatismo bastante osado, - que incluso ha creado malestar en su propio campo político -, de solicitar la participación en el próximo gabinete de gobierno a personalidades de izquierda, que incluso han ocupado cargos de ministros durante los gobiernos de Mitterrand y de Lionel Jospìn, “es que quien está al servicio de Francia no tiene campo, sino la competencia, las ideas, las convicciones, y querer obrar por el interés general por ello desearía trabajar con aquellos que cumplan con esas cualidades”. Pues considera que el 6 de mayo la victoria fue la de una “Francia que no quiere morir” y el “único vencedor es el pueblo francés” que puso término al inmovilismo y a la dinámica conservadora.

El segundo acto de la ceremonia tiene lugar en el exterior, cuando el nuevo presidente le rinde homenaje a la tumba del soldado desconocido en el Arco de Triunfo que conmemora los millones de muertos de la Primera Guerra mundial. Luego a la estatua de Clemenceau y a la de De Gaulle. La gran novedad fue la de incluir en el programa, el homenaje a los treinta jóvenes fusilados por los alemanes el 16 de agosto de 1944, en la cascada del Bosque de Boloña, en presencia de excombatientes de la guerra. Y en particular, rindió homenaje al joven comunista Guy Môquet. Emblema por excelencia del Partido Comunista, fusilado a los 17 años por los alemanes y hasta soltó una lágrima cuando una escolar leyó la carta de despedida que el joven envió a sus padres antes de caer bajo el fuego alemán. Nicolas Sarkozy declaró que le pedirá al futuro ministro de la educación que esa carta sea leída en todos los establecimientos escolares al comienzo del año, porque es “esencial que se le explique a los niños lo que es un joven francés, lo que significa el sacrificio, la grandeza anónima de un hombre que se entrega a una causa más grande que él”.

El gran protagonista de la ceremonia y en general, de la campaña electoral de Nicolas Sarkozy es la Historia y lo demuestra la presencia del historiador Max Gallo, quien fue portavoz del Elíseo bajo la segunda presidencia de Mitterrand, una de las personalidades de izquierda que se ha puesto al servicio del proyecto de Sarkozy, y a quien seguramente se le deben las constantes referencias a la historia en los discursos del candidato y en los del hoy recién entronizado presidente. El historiador busca comprender, los filósofos, defienden o forjan ideologías. Es la clave de la originalidad del estilo Sarkozy. Tal vez desde la Ilustración, vestíbulo de la Revolución francesa, por primera vez el poder en Francia, le otorga la prioridad a la historia en lugar de a la filosofía.
 

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 Especializada en etnopsicoanálisis e historia, consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia" (1982).
- Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA


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