Una
gran
polarización ha desatado en Bolivia la aprobación del texto
de la nueva Constitución que, - atendiendo a la ola
doctrinaria puesta en boga en el continente por el
movimiento pardo-rojo que se autodenomina bolivariano,-
persigue rehacer la historia poniéndola a la hora cero,
recurriendo a la “refundación de un nuevo país”. Amplios
sectores de la población se oponen al nuevo texto, en
particular seis de las nueve regiones que integran el
territorio boliviano, Pando, Cochabamba, Beni, Santa Cruz,
Chuquisaca, Tarija, las regiones más prósperas del país
andino puesto que representan 80% de la riqueza
(hidrocarburos y agro-alimenticio) y que consideran que la
manera en que fue votado el texto, sin participación de la
oposición, vulnera todo principio “democrático y legal”. La
diatriba abarca cuestiones de tipo legal, pero igualmente y
en particular, la manera cómo es abordada la cuestión étnica
y cultural en el proyecto de “refundación”; la situación de
enfrentamiento alcanza grados de exacerbación que ha
desembocado entre los sectores más radicales de ambos
bandos, en actitudes de corte racista, lo que opone un serio
problema a la oposición democrática y a la oposición de
izquierda que si bien se opone a las tendencias anti-democráticas
del oficialismo, comparte la necesidad de poner al día, la
agenda político social que atañe a los sectores indígenas.
Ya en
varias ocasiones la sangre ha corrido en Cochabamba y en
Sucre en el curso de violentos enfrentamientos entre
estudiantes y habitantes de la ciudad y la policía y
partidarios del gobierno, con un saldo de varios muertos y
de centenares de heridos. Es interesante subrayar que los
opositores critican, en particular, la manera como fue
aprobado el principio de la futura constitución Política del
Estado, de manera casi clandestina; primero en la sede del
Liceo Militar de la Glorieta en Sucre, en ausencia de los
constituyentes de la oposición que demostraban así su
rechazo, y sin lectura previa de los artículos, y sin que el
texto fuera sometido a debate ante la opinión pública.
Faltaba la aprobación del texto constitucional mismo, para
luego someterlo a votación mediante referéndum, hecho que el
gobierno logró el sábado 8 de diciembre en la ciudad de
Oruro amparado bajo el mismo escenario: el gobierno
desarrolló una estrategia de desinformación para ocultar el
lugar y la ciudad donde iba a celebrarse la reunión de los
parlamentarios que iban a proceder a la aprobación, a la vez
que indujo un operativo de movilización de sus bases
destinado a disuadir la presencia de representantes de la
oposición, que de todas maneras había decidido no asistir
para no avalar el acto que consideraban ilegal.
En una
demostración de la técnica de golpe de Estado permanente
contra las instituciones, ya el gobierno había logrado el
quórum en el Congreso para obtener el recorte de los
ingresos que perciben las prefecturas por concepto del
“Impuesto Directo de Hidrocarburos” con el objeto de
debilitar las regiones opositoras, lo que significa que
éstas pierden su autonomía presupuestaria volviéndose
dependientes del Estado central, con el objeto de, a la
larga, poner un término a las autonomías, pues de lo que se
trata, al igual que en Venezuela, es el acaparamiento de
todo el poder por el Estado central. El pretexto del recorte
presupuestario, en el mejor estilo populista, es el de
invertir ese impuesto en la Ley Universal de la Vejez,
haciendo aparecer a las provincias contestatarias, como
opositoras a la medida. Los gobiernos autonómicos no se
oponen a ella, pero consideran que los medios para
financiarla deben salir del presupuesto del Estado y no del
presupuesto de las autonomías. El quórum y el resultado de
la votación se lograron gracias a que una concentración de
campesinos y de Ponchos Rojos, las milicias indígenas
armadas de Evo Morales, impidió la entrada de diputados y
congresistas de la oposición.
La tensión
ha llegado al extremo tras la aprobación del texto
constitucional aprobado el fin de semana (el domingo 9 de
diciembre) en Oruro, desató el repudio de los sectores
democráticos y autonomistas, que lo ven como una artimaña
constitucional mediante la cual se permite la reelección
indefinida del Presidente y del Vice-presidente, lo que ante
la oposición demuestra que se trata de un “proyecto
constitucional que es más del MAS que del país”. Según el
prefecto de Santa Cruz lo considera “un manifiesto
partidario, (…) que atenta contra la unidad nacional” y es
“racista y excluyente”. “Se trata de una institucionalidad
orientada a producir una concentración de poder en una
persona, en un partido y en un Gobierno central”, apunta por
su lado el analista Carlos Cordero.
Según la
opinión de algunos constitucionalistas, dos modelos de
Estado chocan en el proyecto de la nueva Constitución
Política: por un lado, un modelo indígena comunitario, que
está presente en todo el proyecto, y que expresa la doctrina
del partido que está en el poder. Y por otro, un modelo
occidental-liberal, que es el del texto constituyente aún
vigente. La presencia de ambos modelos no debería ser objeto
de litigio a condición de que ambos modelos fuesen
complementarios, lo que en los hechos no sucede, en
particular en lo que se refiere a la justicia comunitaria y
la justicia formal: el episodio de los perros degollados en
Achacachi delante de las cámaras de televisión por un grupo
de “Ponchos Rojos” hace dos semanas, simbolizando la suerte
que correrían los prefectos de las provincias opositoras,
sería un ejemplo de justicia comunitaria que se le aplicaría
a los enemigos. Igualmente los tipos de autonomía –
municipal, indígena, departamental y regional contemplados
por el nuevo texto constitucional -. El constitucionalista
Carlos Alarcón en declaraciones al diario La Razón
considera que esta sobreposición de modelos, generará un
país paralizado, inmerso en una guerra de interpretaciones
del texto, cada parte tirando hacia su lado, sería: “Algo
así como un automóvil con dos motores: con uno se intenta
avanzar y con el otro retroceder”. El mismo
constitucionalista apunta, que ambas visiones podrían
conjugarse si se anteponen los valores universales que
garantizan la unidad del Estado y se ubican en segundo plano
los valores que hacen la diversidad. Desafortunadamente no
está contemplado así.
Independientemente de las cuestiones de tipo
étnico-cultural, es manifiesta la orientación del nuevo
texto constitucional de construir una institucionalidad
orientada a crear una concentración de poder en una persona,
en un partido, en un gobierno, el rechazo del mestizaje,
pues de lo que se trata, según declaraciones del Vice-presidente,
es favorecer el derrocamiento del entramado simbólico
criollo. El proyecto oficialista boliviano no se propone
corregir la injusticia social, y las anomalías de la manera
cómo se ha detentado el poder en Bolivia, - propósito con el
cual concuerda la gran mayoría de los bolivianos - sino que
se propone incidir en un cambio de universo simbólico;
procedimiento propio de regimenes totalitarios y de
religiones integristas.
Por ahora,
se perfila una radicalización de ambos bandos. Los prefectos
de los seis departamentos rebeldes, convocaron a la
población a sumarse al desacato de la nueva constitución
“por ser el resultado de la vulneración del marco legal y
por carecer de toda legitimidad” y a una resistencia “a todo
lo que hace el gobierno”. Al mismo tiempo, que en sus
regiones se avanza en la aprobación de los estatutos
autonómicos para así aplicar las “autonomías de derecho” en
los departamentos en donde se impuso el SI en el Referéndum
autonómico. El Consejo Nacional de la Defensa de la
Democracia, conformada por los prefectos y cívicos de las
regiones en rebeldía se reunirán en la ciudad de Sucre para
determinar las medidas que asumirán conjuntamente para la
aplicación de las autonomías. Y por si fuera poco, el comité
Interinstitucional de Chuquisaca, que participa también en
la reunión, pedirá al Consejo que junto al lanzamiento de
los estatutos autonómicos, Sucre sea declarada capital plena
de Bolivia. Todo parece orientarse hacia la lógica de una
fractura del territorio nacional, que contaría, si se
persiste en la aplicación de la desobediencia, incluso, con
una capital. En contrapartida, el gobierno anunció que
iniciará procesos penales contra los líderes que promuevan
la división del país.
Paralelamente a las medidas de prefectos y cívicos, en el
marco de las iniciativas de desobediencia, se decretó una
huelga de hambre, método de presión tan popular en Bolivia,
lanzada a iniciativa del Comité Cívico, que ya sobrepasa las
900 personas.
Las
posturas radicales están en marcha con su complemento de
violencia. El gobierno empeñado en hacer aprobar la
Constitución a como de lugar violando todas las normas
institucionales, haciendo poco caso de la legitimidad, y la
oposición más radical, llamando a la desobediencia civil.
Las demostraciones de violencia por parte del MAS, como
también por parte de sectores opositores radicales de Santa
Cruz, no dejan espacio para que se contemplen otras
opciones, como debe ser sin duda el deseo de la inmensa
mayoría de la población boliviana.
El gobierno
boliviano se inspira del modelo venezolano, el cual imita al
cubano. La urgencia de la reforma constitucional para el
gobierno de Bolivia, debe verse en el marco del dispositivo
que persigue Cuba y Venezuela de crear una federación de
Estados que comparten las mismas visiones del mundo y de la
sociedad.
El
resultado del referéndum del domingo 2 de diciembre pasado
en Venezuela, según palabras del propio teniente-coronel, no
frenarán sus impulsos, “no son más que un revés que
transformará en victoria”. Una victoria de Evo Morales la
vería como suya, según la lógica de su mesianismo
continental.
La
ingerencia política y militar venezolana en Bolivia, actúa
como elemento de exacerbación, en un país, en donde,
contrariamente a Venezuela, la violencia irrumpe sin previo
aviso.
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |