Parece
que el ciclo de los cinco años, que siempre marca un antes y
un después, comienza a dar sus frutos y está realizando su
trabajo de desplazamiento de la memoria y sólo los
familiares persisten en mantener vivo el recuerdo de la
tragedia que conmovió entonces a todo el país y al mundo
cuando los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York.
Una demostración fue la decisión del alcalde de Nueva York
de querer realizar la ceremonia de conmemoración en una zona
ajena a la Zona Cero donde tuvieron lugar los hechos, para
no interrumpir la obra de reconstrucción que se está allí
realizando: la firme oposición de los familiares le hizo
retroceder y una vez más la celebración tuvo lugar en el
sitio que ocuparon las torres. Por su lado, el New York
Times , vocero de la tendencia de los “liberals” – así
se le llama a la izquierda moderada en aquel país - muestra
señales de hastío y pregunta “¿Hasta cuándo se conmemoró el
ataque a Pearl Harbour?”
Los atentados de septiembre
2001, significan para Estados Unidos un trauma de una
naturaleza jamás experimentado en su propio territorio, pese
a ello, ya el país da signos de querer pasar la página,
demostrando así, una vez más, su practica de la desmemoria;
esa voluntad de vivir en el presente, que es la condición de
toda revolución real, pues el ritmo histórico de Estados
Unidos, nos guste o no, desde su Independencia es el de una
revolución permanente en todas los ámbitos: en el
institucional, en el económico, en el tecnológico, en las
comunicaciones; como también en el de la protesta anti-sistema,
en el que ha desarrollado los movimientos más radicales
contra el racismo, por la transformación del estatus de la
mujer, los movimientos anti-guerra, que en ningún otro país,
de allí el escozor que despierta, en particular en el seno
de la izquierda convertida hoy en el sector más conservador
de la sociedad.
Contrariamente al presidente
Bush, cuya presencia en los actos de conmemoración, fue de
una discreción sorprendente, fue el autor intelectual de los
hechos, Bin Laden, quien ocupó la escena mediática.
Dirigiendo por medios electrónicos, según su costumbre, dos
mensajes: uno a los estadounidenses invitándolos a
convertirse al Islam, única manera de salvarse, pues los
considera culpable del genocidio que su ejército comete
contra el pueblo de Irak y de Afganistán, por haber elegido
a Bush dos veces. Les recuerda que él habla a nombre de sus
antepasados que fueron líderes y pioneros del mundo durante
siglos, mientras permanecieron fieles al Islam, mientras que
hoy el Islam sufre de debilidad debido a que los propios
musulmanes, sobre todo los gobiernos de la región, no
cumplen con sus preceptos, de allí que convertirse al Islam
sería la vía para alcanzar el verdadero poder. Este llamado
al regreso a un pasado nostálgico, representa una amenaza
para los estados islámicos apunta un editorial publicado en
The Boston Globe, que considera esta confesión como
una muestra de debilidad por parte de Ben Laden, apunta que
es el presidente Bush, al darle tanta credibilidad al
peligro que representa Al Qaeda, frente a la superpotencia
estadounidense, lo que hace es darle un poder y una
legitimidad que en el fondo no tiene.
Por supuesto, Fidel Castro no
podía dejar de aprovechar el espacio mediático que le
brindaba el momento para lanzar su última “reflexión” y como
no puede desmarcarse del terrorismo que en el fondo apoya,
pero tampoco puede apoyar abiertamente a Al Qaeda, pues él
sabe hasta dónde llegar con respecto a Washington, optó por
darle cabida a sus obsesiones que tanto provecho le han
dado, que ya comienzan a dar signos de senilidad: su
concepción de la historia como complot “nunca se sabrá la
verdad, pues hubo desinformación sobre los hechos”; su
pretensión de poseer hasta facultades científicas para darle
explicación a todo problema o dilema que se presente, “los
cálculos sobre impactos no se ajustan a los criterios
matemáticos de sismólogos y especialistas en demolición” ;
su origen de conquistador español obsesionado por el oro,
por el lucro fácil: en las torres habían 200 toneladas de
barras de oro y había orden de disparar a quienes se
acercaran a ellas. Ni una palabra sobre Al Qaeda, ni sobre
Bin Laden quien en su mensaje al pueblo estadounidense dijo
textualmente: “Ustedes claman ser inocentes. Esa inocencia
es como la mía a propósito de la sangre derramada por sus
hijos el 11 de septiembre. ¿Acaso pretendo yo ser inocente
de esos hechos?”
Dos concepciones de la historia:
Ben Laden asume las consecuencias de sus actos, Castro forja
versiones según su interés y el momento, fiel a su talante
manipulador.
Sin pretender ahondar en
determinismo históricos, cabe preguntarse por qué en
períodos de oscurantismo siempre aparecen los profetas
apocalípticos: la concomitancia de Fidel Castro, Ben Laden,
Chávez y Bush no parece casual.
* |
Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |