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A seis años del 11-S
por Elizabeth Burgos
viernes, 14 septiembre 2007


Parece que el ciclo de los cinco años, que siempre marca un antes y un después, comienza a dar sus frutos y está realizando su trabajo de desplazamiento de la memoria y sólo los familiares persisten en mantener vivo el recuerdo de la tragedia que conmovió entonces a todo el país y al mundo cuando los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York. Una demostración fue la decisión del alcalde de Nueva York de querer realizar la ceremonia de conmemoración en una zona ajena a la Zona Cero donde tuvieron lugar los hechos, para no interrumpir la obra de reconstrucción que se está allí realizando: la firme oposición de los familiares le hizo retroceder y una vez más la celebración tuvo lugar en el sitio que ocuparon las torres. Por su lado, el New York Times , vocero de la tendencia de los “liberals” – así se le llama a la izquierda moderada en aquel país - muestra señales de hastío y pregunta “¿Hasta cuándo se conmemoró el ataque a Pearl Harbour?”

Los atentados de septiembre 2001, significan para Estados Unidos un trauma de una naturaleza jamás experimentado en su propio territorio, pese a ello, ya el país da signos de querer pasar la página, demostrando así, una vez más, su practica de la desmemoria; esa voluntad de vivir en el presente, que es la condición de toda revolución real, pues el ritmo histórico de Estados Unidos, nos guste o no, desde su Independencia es el de una revolución permanente en todas los ámbitos: en el institucional, en el económico, en el tecnológico, en las comunicaciones; como también en el de la protesta anti-sistema, en el que ha desarrollado los movimientos más radicales contra el racismo, por la transformación del estatus de la mujer, los movimientos anti-guerra, que en ningún otro país, de allí el escozor que despierta, en particular en el seno de la izquierda convertida hoy en el sector más conservador de la sociedad.

Contrariamente al presidente Bush, cuya presencia en los actos de conmemoración, fue de una discreción sorprendente, fue el autor intelectual de los hechos, Bin Laden, quien ocupó la escena mediática. Dirigiendo por medios electrónicos, según su costumbre, dos mensajes: uno a los estadounidenses invitándolos a convertirse al Islam, única manera de salvarse, pues los considera culpable del genocidio que su ejército comete contra el pueblo de Irak y de Afganistán, por haber elegido a Bush dos veces. Les recuerda que él habla a nombre de sus antepasados que fueron líderes y pioneros del mundo durante siglos, mientras permanecieron fieles al Islam, mientras que hoy el Islam sufre de debilidad debido a que los propios musulmanes, sobre todo los gobiernos de la región, no cumplen con sus preceptos, de allí que convertirse al Islam sería la vía para alcanzar el verdadero poder. Este llamado al regreso a un pasado nostálgico, representa una amenaza para los estados islámicos apunta un editorial publicado en The Boston Globe, que considera esta confesión como una muestra de debilidad por parte de Ben Laden, apunta que es el presidente Bush, al darle tanta credibilidad al peligro que representa Al Qaeda, frente a la superpotencia estadounidense, lo que hace es darle un poder y una legitimidad que en el fondo no tiene.

Por supuesto, Fidel Castro no podía dejar de aprovechar el espacio mediático que le brindaba el momento para lanzar su última “reflexión” y como no puede desmarcarse del terrorismo que en el fondo apoya, pero tampoco puede apoyar abiertamente a Al Qaeda, pues él sabe hasta dónde llegar con respecto a Washington, optó por darle cabida a sus obsesiones que tanto provecho le han dado, que ya comienzan a dar signos de senilidad: su concepción de la historia como complot “nunca se sabrá la verdad, pues hubo desinformación sobre los hechos”; su pretensión de poseer hasta facultades científicas para darle explicación a todo problema o dilema que se presente, “los cálculos sobre impactos no se ajustan a los criterios matemáticos de sismólogos y especialistas en demolición” ; su origen de conquistador español obsesionado por el oro, por el lucro fácil: en las torres habían 200 toneladas de barras de oro y había orden de disparar a quienes se acercaran a ellas. Ni una palabra sobre Al Qaeda, ni sobre Bin Laden quien en su mensaje al pueblo estadounidense dijo textualmente: “Ustedes claman ser inocentes. Esa inocencia es como la mía a propósito de la sangre derramada por sus hijos el 11 de septiembre. ¿Acaso pretendo yo ser inocente de esos hechos?”

Dos concepciones de la historia: Ben Laden asume las consecuencias de sus actos, Castro forja versiones según su interés y el momento, fiel a su talante manipulador.

Sin pretender ahondar en determinismo históricos, cabe preguntarse por qué en períodos de oscurantismo siempre aparecen los profetas apocalípticos: la concomitancia de Fidel Castro, Ben Laden, Chávez y Bush no parece casual.
 

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 Especializada en etnopsicoanálisis e historia, consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia" (1982).
- Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA


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