Ségolène
Royal no se convirtió en la primera mujer presidente de la
República francesa. La mayoría optó por el candidato
liberal, en materia de economía y conservador extremo en lo
cultural y en lo social. En otras palabras, una mayoría
heterogénea, optó por el modelo de país que Nicolas Sarkozy
prometió durante su campaña electoral; dinamizar la
economía, pero también valorizar el orden, el trabajo, la
identidad nacional. Estos tres últimos, eran temas tabú que
hasta ahora remitían a la II Guerra mundial pues sobre ellos
se fundaba el gobierno colaboracionista del Mariscal Petain,
“familla, travail et patrie”, haciéndole eco al “Arbeit
macht frei” de la Alemania nazi y que hasta ahora había
constituido el monopolio del ultra derechista Jean Marie Le
Pen, con lo que quedó demostrado que Francia ha pasado una
página importante de su historia, lo que significa que la
post-guerra ha llegado a su fin, y que para llegar a esa
victoria contundente, no solamente la derecha tradicional le
acordó su voto al candidato victorioso, sino también,
sectores de extrema derecha e igualmente de izquierda. Vale
la pena recordar que Ségolène Royal, también defendió
durante su campaña los valores nacionales y propuso reanudar
con la costumbre perdida de entonar la Marsellesa en las
escuelas, y la de hacer ondear la bandera francesa en las
ventanas los días de fiesta nacional. También ella, sin ser
tan radical como Sarkozy, no se mostró entusiasta de la
entrada de Turquía en la Unión Europea, pero si fue más
radical que él en cuanto a Irán y la cuestión nuclear, al
considerar que no se le debe permitir que desarrolle la
industria nuclear ni para fines civiles pues de allí a
transformarlo en arma militar no hay más que un paso.
Los valores tradicionales
lograron imponerse sobre la mentalidad producida por el
trauma de la guerra, pues ese sentimiento estaba latente en
la mayoría de la opinión francesa, que además se siente
acosada por los descendientes de aquellos que ayer fueron
colonizados por Francia y que hoy reclaman arrepentimiento
por parte de ésta. Sarkozy como Le Pen, manifestaron que
ellos asumen la historia de Francia tal y como sucedió, con
sus luces y sus sombras y no tienen por qué renegar de ella.
Sentimiento que también es compartido por sectores de la
izquierda que por esa razón apoyaron la candidatura de
Sarkozy.
La crisis económica, el desempleo, la severa crisis social e
identitaria que aqueja a los sectores más desfavorecidos de
la población, tanto franceses de origen, como de origen
magrebí, el aumento de la delincuencia y por ende de la
inseguridad, el debilitamiento del lugar de Francia en
Europa tras el voto del “No” a la Constitución europea,
impulsado por la corriente radical de izquierda del Partido
socialista, y de la extrema izquierda, demostraron que se
había alcanzado un límite que conducía a sobrepasar las
vallas de una ideología que identificaba con la extrema
derecha cualquier defensa de los valores nacionales, o de
los valores sociales tradicionales, personificada, en
particular, por las corrientes marxistas, pero también por
las corrientes de derecha que habían vivido los avatares de
esa guerra y se habían opuesto al invasor nazi. Jean Marie
Le Pen se amparó de los valores nacionales, tradicionales y
“decía en alta voz, lo que otros sólo decían en voz baja o
no se atrevían a formular”.
Nicolas Sarkozy sabía que
necesitaba del sufragio de ese 10% del electorado que votaba
por la extrema derecha constituido principalmente por el
antiguo electorado radical de proletarios pobres que antes
votaba por el Partido comunista, y de los estratos de la
tercera edad (mayoritarios en Francia) temerosos ante el
aumento de la inseguridad, (más imaginario que real, pero
convertido en argumento electoral decisivo por la derecha),
el voto de los tradicionalistas que ven la cultura francesa
peligrar bajo la influencia de los inmigrantes y del Islam,
de los nacionalistas contrarios a la participación de
Francia en la Unión Europea. Sarkozy logró en la segunda
vuelta que la balanza se inclinara a su favor, porque fiel a
su carácter, mezcla de voluntarismo, de pragmatismo y de
autoritarismo, perteneciente, al igual que Ségolène Royal, a
una generación que por no haber vivido la guerra, no se
siente concernido por los tabúes que emanaban de ese
período, tuvo la osadía de reivindicar sin cortapisas los
valores monopolizados por Le Pen y pese a que éste llamó a
la abstención, Sarkozy logró obtener el voto de ese sector
lo que contribuyó en mucho a su amplia victoria.
Igualmente, no es desdeñable, un
porcentaje de los sectores que vota tradicionalmente por la
izquierda socialista, decepcionado por un Partido
Socialista, que pese a sus esfuerzos, Ségolène Royal no
logró doblegar las corrientes que lo inmovilizan en un
pasado obsoleto, renuentes a reformarse y a constituir una
izquierda moderna, apoyaron en la primera vuelta al
candidato centrista, François Bayrou, y en la segunda le
otorgaron su voto a Sarkozy. Pero también, sectores de la
clase media, defensores de la laicidad y de los valores
republicanos, que los ven peligrar bajo la influencia del
integrismo musulmán. Situación que se refleja, en
particular, en la crisis que atraviesa la escuela, sustento
decisivo de los valores republicanos, hechos ante los
cuales, la izquierda prisionera de la ideología y proclive a
la condescendencia, se ha mostrado débil. Ante esa
situación, sucedió un hecho inaudito, la aparición de una
corriente de “sarkozystas de izquierda” que hizo campaña
activa por el candidatura, incluso desde la primera vuelta.
Y ello, pese a la amenaza de éste de “eliminar” la cultura
de mayo 1968 , cara a los valores de la izquierda, que para
él representan, el multiculturalismo, el laxismo
disciplinario que reina en la escuela, el hedonismo.
Prometió “formatear” la mentalidad de los franceses aún
reacios a los valores tradicionales. Prometió un mundo mejor
a aquellos que “se levantan temprano” para impulsar el
dinamismo económico y acabar con el desempleo, también
prometió ponerle término a la política asistencial,
Dispuesto a defender la identidad nacional, la
revalorización de los “dos mil años de cristianismo”,
anunció que entre las primeras medidas que se tomarán en
relación a la escuela estará la obligación de ponerse de pie
a la entrada del maestro o profesor al salón de clase.
Medida altamente simbólica, puesto que la cultura de mayo
1968, precisamente se caracteriza por la modificación de las
estructuras rígidas que regían las relaciones entre adultos,
niños y jóvenes. Pese al carácter francamente conservador y
regresivo en lo que respecta al modelo cultural de
comportamiento, que en Francia se inclina mayoritariamente
hacia un mayor liberalismo, privó en la mayoría el
sentimiento de que el país estaba llegando a un callejón sin
salida y necesitaba optar por un modelo liberal-económico.
Ninguno de los candidatos pudo
personificar el modelo que parecería corresponder más a un
país como Francia y personificar un modelo coherente de
sociedad: liberal-económico y liberal-cultural. Se oponen a
la opción liberal-cultural; una parte de la población
temerosa de los cambios sociales, étnicos, y religiosos que
se están operando en la sociedad francesa pertenecientes a
la tercera edad, conservadora por excelencia. Y a la opción
liberal-económica el Partido Socialista que hasta ahora no
logró realizar su aggiornamento y constituirse en una opción
de izquierda moderna.
En cuanto a los valores éticos y
a la visión del mundo del flamante presidente, el mismo
momento en que se anunciaba su victoria, daba una
demostración de su sensibilidad de ciudadano y su manera de
estar en el mundo. Las primeras imágenes lo daban acompañado
de Johnny Hallyday, “el exiliado fiscal”, roquero casi
septuagenario que no disimulaba su apoyo al candidato
conservador a cambio de la reforma fiscal prometida que le
permitirá poner término al fastidio de vivir en Suiza, y
retornar a Francia gozando de las mismas ventajas fiscales
que le depara el país helvético. La selección de los
espacios de la ciudad que escogió para pasar los primeros
momentos de su triunfo, todos situados en la orilla derecha
del Sena, zona que se identifica como sede de las fortunas
recientes, del glamour y del turismo de lujo. Y para
completar, en lugar del monasterio en donde había anunciado
iba a retirarse a meditar para imbuirse de la “gravedad del
cargo que voy a asumir” , tras reunirse con sus amigos
íntimos en el famoso restaurant Fouquet’s en los Campos
Elíseos y de haber pasado la noche en una suite del hotel
del mismo nombre que pertenece a un amigo suyo, - lo que de
paso significaba premiarlo con una publicidad excepcional -,
de haber celebrado su victoria en la plaza de la Concordia,
amenizada por un programa artístico digno de una fiesta de
provincia de los años 1950, (así demostraba que mayo 1968
había sido “liquidado” y Francia inauguraba una era de
arcaísmo cultural), voló a la isla de Malta con su familia,
- en el jet privado de uno de los hombres más rico de
Francia – en donde abordó el yate del mismo dueño para
realizar un crucero de descanso con su familia.
La pregunta que hoy se hacen
muchos es si los gastos de ese descanso de millonario lo
paga el presupuesto del Estado, lo que en este país
significaría un acto de extrema gravedad. O si se trata de
una invitación del millonario en cuestión muy amigo del
flamante presidente, en este caso estaría demostrando una
colisión de intereses entre la finaza y la política, lo que
igualmente reviste incurrir en una violación grave de los
valores de la República. En términos de valores personales,
demuestra un divorcio entre la austeridad que exigió el
candidato a aquellos que trabajan para corregir la situación
de Francia, y la inclinación por el lujo que está
demostrando el flamante presidente, pues los franceses,
están lejos de ser tontos, y no ignoran que quienes amasan
fortunas, no lo logran sólo por que se levantan temprano.
Las buenas relaciones con el poder cuentan más que el hecho
de madrugar.
Tal parece que la sensualidad
del poder según el modelo del nuevoriquismo más impúdico, no
es sólo un atributo de los “revolucionarios bolivarianos”,
sólo que en Francia, nunca un presidente recién electo, se
había dejado llevar por actitudes dignas, de lo que aquí se
suele caracterizar como Repúblicas bananeras. El peso de lo
simbólico en la inauguración de nuevas eras es decisivo;
esperemos que así lo comprenda Nicolas Sarkozy y evite
yerros inútiles pues estará jugando con fuego. Hasta ahora
ha prevalecido el cartesianismo, pero cuando Francia se
despoja de ese corset, las consecuencias son imprevisibles,
varias fechas de su historia lo atestiguan con creces.
El único país que designó con el
término de amigo en su discurso la noche de su triunfo fue
Estados Unidos; con ello se aleja de De Gaulle y se acerca
más a Mitterrand. El pragmatismo ideológico de Sarkozy
deparará todavía muchas sorpresas. Por lo pronto, se dispone
a integrar a personalidades de izquierda en su futuro
gabinete de gobierno.
Las modificaciones de los
símbolos es lo más notable que se ha visto durante esta
campaña electoral que acaba de terminar.
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
-
Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |