Cada
nueva obra de Peter Sloterdijk significa un verdadero
júbilo.
Su libertad de palabra, su
irreverencia ante el pensamiento correcto, provocan una
emoción singular, pues se hace cada vez más rara la
posibilidad que nos sorprenda la originalidad de un pensador
o la osadía que se espera de quienes se dedican a pensar el
mundo. En lugar de transgresión, se nos brinda un
pensamiento dócil. Quienes hoy se dedican a la labor del
pensamiento, a lo sumo logran resumir superficialmente lo
que otros desarrollaron con profundidad en el pasado. Los
contemporáneos, huérfanos de ideas, perplejos, se inclinan
ante las nuevas normas del pensar correcto forjadas los
medios, limitándose a repetir el conformismo ideológico que
estos imponen.
Peter Sloterdiejk se ha
consagrado, a radiografiar sin complacencia, de manera casi
despiadada, el mundo en que vivimos. Percibe la filosofía
como una “teoría narrativa de la génesis del universo”, como
“una meditación sobre el ser-en-situaciones”, como “el
estar-en-el mundo. A ello le da el nombre de “teoría de la
inmersión”, o teoría del “estar juntos.” Así se expresa en
su obra anterior “El palacio de cristal. En interior del
capitalismo planetario”. Intenta esbozar los contornos de
una teoría del tiempo presente, mediante la recapitulación
de la historia de la globalización terrestre valiéndose de
un gran relato de inspiración filosófica. En sus primeras
obras, tituladas Esferas, analiza las fases que han
constituido el espacio humano. En El Palacio de Cristal,
describe las diferentes etapas de la construcción del mundo
y de las satisfacciones que Occidente se ha ofrecido. En
esta última entrega, Cólera y tiempo, alusión a la obra de
Heidegger, Ser y Tiempo, Sloterdiejk emprende un recorrido a
través de la historia, comenzando por los griegos, del papel
motor que ha jugado la cólera en la civilización occidental.
Sloterdiejk se remonta a Homero,
origen de la tradición europea. El primer verso que
introduce la Iliada comienza por la palabra “cólera”, “tan
fatídica y solemne como un llamado que no tolera
contradicción alguna.” En Homero ya se encontramos “el
concepto latente de personalidad fragmentada o de
personalidad receptáculo que se aproxima a la personalidad
del hombre post-moderno y sus desarreglos disociativos
crónicos”, apunta muestro filósofo. En todos: de Homero a
Lenin, de la Biblia al Libro Rojo de Mao, de Caín a Freud,
nos encontramos con la presencia de ese sentimiento: la
cólera; verdadera pulsión y motor de la acción, por lo tanto
manipulable. La cólera surge primero como un hecho
instintivo; luego va cobrando espacio, hasta conformar un
“banco mundial de la venganza” destinado a instrumentalizar
los sentimientos de rebelión de los oprimidos, utilizados a
manera de moneda que permite hacerse del poder. Esta
configuración se encuentra, indistintamente, en la Biblia,
en el anarquismo, el leninismo, en el fascismo, el maoísmo,
todos explotadores de la cólera, y del deseo de
reconocimiento que poseen los seres humanos. Ese sentimiento
de falta de reconocimiento del cual está ávido el ser
humano, se transforma en cólera y es en esa reacción tan
eminentemente humana, que en ella se inserta la manipulación
de los forjadores de ideologías para nutrirse de ella.
Por supuesto que Sloterdijk no
deja de lado el Islam en su análisis y se pregunta si el
Islam político sería capaz de crear un nuevo banco mundial
de la disidencia que substituya al del comunismo como dogma
mundial. Es cierto que el Islam, tras los atentados en
Estados Unidos y en Europa, ha logrado imponerse, de la
noche a la mañana, como “enemigo de substitución”. Para los
“politólogos trágicos”, convencidos de la necesidad de tener
siempre un enemigo, el furor de los islamistas, les cayó
como un “don del cielo”. La amenaza del terrorismo “genera
en el colectivo un stress imaginario”, contribuyendo al
surgimiento, pese a las diferencias de clase, de un
sentimiento de “comunidad solidaria”, al mismo tiempo que se
admite, la instauración de situaciones post democráticas, en
las que los jefes de Estado, elegidos democráticamente, se
puedan comportar como comandantes en jefe.”
El Islam político posee
condiciones que lo pueden colocar en sucesor potencial del
comunismo: la dinámica irresistible de la misión; es capaz
de ofrecer a sus adeptos una “imagen del mundo” fácil,
grandiosa y teatral; la dinámica demográfica de su terreno
de reclutamiento. Pero pronto surge la frontera que no
permite compararlo con el comunismo; en lugar de la idea de
clase obrera y de asalariados reunidos para poner término a
su condición, amparándose del poder, los islamistas
constituyen un subproletariado en cólera.
Mientras que el comunismo
encarnaba una forma auténtica de las tendencias occidentales
a la modernización – pero no bajo el ángulo económico -, el
islamismo lleva el signo de su anacronismo en el mundo
contemporáneo y su actitud fundamentalmente antimoderna lo
mantiene en ruptura con la cultura científica global y en
una actitud de parásito con respecto a la tecnología
occidental armamentista. Quienes pretenden que el siglo
próximo venidero será del Islam, no perciben que para que
esto se realice, el mundo islámico en su conjunto, debe
“lograr salir de la situación de retraso de la cual él es el
propio responsable.” Ningún Marx islámico puede afirmar hoy
que la tecnología moderna que surgió del seno de la
civilización occidental, no alcanzará su pleno desarrollo
sino entre las manos de los islámicos.
Se trata de una “ideología
vengadora, que no puede más que castigar, pero que no
produce nada.” Su debilidad como religión política radica en
el hecho de que sus líderes no pueden formular para el
mañana, más que “conceptos no técnicos, románticos, teñidos
de furor.” Si bien es cierto, que tras varios siglos de
estagnación, ha despertado de su sueño dogmático, descubre
que no podrá “reanudar las grandes gestas culturales que
realizó hasta el siglo XIII, cuando era cosmopolita,
moderado y creativo”. No obstante, admite que los años
venideros nos reservan “ofensivas incoherentes que podrían
tener semejanza con movimientos de renacimiento semimodernos
de perdedores coléricos como los de la era más desagradable
de Italia y de Alemania”.
Del comunismo opina que, “la satisfacción de la ebriedad
filistina de la expropiación y la exigencia de venganza
hacia la fortuna privada en su conjunto, han sido siempre
más importantes que liberar el flujo de los valores.”
Compara el socialismo con una máquina a la cual se le ha
extraído el motor y que se pretende luego, hacerla funcionar
tirándola por bueyes.
Un dato inesperado en un
intelectual europeo, es la reivindicación que hace de la
controvertida obra de Fukuyama, El fin de la historia y el
último hombre (1992) y admite que esta última obra suya, es
un diálogo imaginario con la de Fukuyama que “considera como
uno de los pocos análisis filosóficos contemporáneos que
tocan el nervio de la época”. Para Sloterdiejk, la obra de
Fukuyama representa el sistema que mejor ha analizado la
situación del post-comunismo en el mundo y sobre la
antropología política del tiempo presente”. Y admira la
“sensibilidad impresionante” de Fukuyama que se pregunta si
la democracia liberal estará capacitada de ofrecer a los
ciudadanos la satisfacción completa de sus necesidades
intelectuales y materiales. Concuerda con ese escepticismo
conservador que no ignora que las contradicciones perduran
en el núcleo del sistema liberal, y que persistirán incluso
cuando “el último dictador fascista, el último coronel
Matamoros (única alusión que hace a América Latina) o el
último dirigente comunista, sea extirpado de la superficie
de la tierra”, ya que “la alta política no se puede realizar
sino bajo la forma de ejercicios de equilibrio.” Es por ello
que concluye constatando que se necesita tiempo para
resolver las misiones que exige la realización del bien
común, pero ya “no se trata del tiempo histórico de la
epopeya y del drama trágico”. Según él, “el tiempo que nos
toca es el tiempo de civilizarnos”. Cuando lo que se
pretende es hacer "la Historia" el retroceso es seguro.
Pese a su escepticismo,
Sloterdijk concluye con una nota de optimismo, y espera que
llegue el momento en que se le ponga punto final a los
impulsos de revancha y que veamos el advenimiento de un
mundo sin resentimientos y tal vez, una verdadera
“civilización mundial.”
Es de desear que el mensaje de Sloterdijk llegue a los oídos
de aquellos que estando en posiciones opuestas, no obstante
comparten la misma cólera y disponen de su banco de la
violencia. Comparten el mismo discurso y terminan pareciendo
una copia en negativo de aquellos que tanto adversan.
Remitiéndome al filosofo: “Se
actúa en función de un peligro real, con el propósito de
impedir que suceda lo peor. Los errores no están
autorizados, aunque sean factibles.”
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |