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Cólera y tiempo
por Elizabeth Burgos
viernes, 9 noviembre 2007


Cada nueva obra de Peter Sloterdijk significa un verdadero júbilo.

Su libertad de palabra, su irreverencia ante el pensamiento correcto, provocan una emoción singular, pues se hace cada vez más rara la posibilidad que nos sorprenda la originalidad de un pensador o la osadía que se espera de quienes se dedican a pensar el mundo. En lugar de transgresión, se nos brinda un pensamiento dócil. Quienes hoy se dedican a la labor del pensamiento, a lo sumo logran resumir superficialmente lo que otros desarrollaron con profundidad en el pasado. Los contemporáneos, huérfanos de ideas, perplejos, se inclinan ante las nuevas normas del pensar correcto forjadas los medios, limitándose a repetir el conformismo ideológico que estos imponen.

Peter Sloterdiejk se ha consagrado, a radiografiar sin complacencia, de manera casi despiadada, el mundo en que vivimos. Percibe la filosofía como una “teoría narrativa de la génesis del universo”, como “una meditación sobre el ser-en-situaciones”, como “el estar-en-el mundo. A ello le da el nombre de “teoría de la inmersión”, o teoría del “estar juntos.” Así se expresa en su obra anterior “El palacio de cristal. En interior del capitalismo planetario”. Intenta esbozar los contornos de una teoría del tiempo presente, mediante la recapitulación de la historia de la globalización terrestre valiéndose de un gran relato de inspiración filosófica. En sus primeras obras, tituladas Esferas, analiza las fases que han constituido el espacio humano. En El Palacio de Cristal, describe las diferentes etapas de la construcción del mundo y de las satisfacciones que Occidente se ha ofrecido. En esta última entrega, Cólera y tiempo, alusión a la obra de Heidegger, Ser y Tiempo, Sloterdiejk emprende un recorrido a través de la historia, comenzando por los griegos, del papel motor que ha jugado la cólera en la civilización occidental.

Sloterdiejk se remonta a Homero, origen de la tradición europea. El primer verso que introduce la Iliada comienza por la palabra “cólera”, “tan fatídica y solemne como un llamado que no tolera contradicción alguna.” En Homero ya se encontramos “el concepto latente de personalidad fragmentada o de personalidad receptáculo que se aproxima a la personalidad del hombre post-moderno y sus desarreglos disociativos crónicos”, apunta muestro filósofo. En todos: de Homero a Lenin, de la Biblia al Libro Rojo de Mao, de Caín a Freud, nos encontramos con la presencia de ese sentimiento: la cólera; verdadera pulsión y motor de la acción, por lo tanto manipulable. La cólera surge primero como un hecho instintivo; luego va cobrando espacio, hasta conformar un “banco mundial de la venganza” destinado a instrumentalizar los sentimientos de rebelión de los oprimidos, utilizados a manera de moneda que permite hacerse del poder. Esta configuración se encuentra, indistintamente, en la Biblia, en el anarquismo, el leninismo, en el fascismo, el maoísmo, todos explotadores de la cólera, y del deseo de reconocimiento que poseen los seres humanos. Ese sentimiento de falta de reconocimiento del cual está ávido el ser humano, se transforma en cólera y es en esa reacción tan eminentemente humana, que en ella se inserta la manipulación de los forjadores de ideologías para nutrirse de ella.

Por supuesto que Sloterdijk no deja de lado el Islam en su análisis y se pregunta si el Islam político sería capaz de crear un nuevo banco mundial de la disidencia que substituya al del comunismo como dogma mundial. Es cierto que el Islam, tras los atentados en Estados Unidos y en Europa, ha logrado imponerse, de la noche a la mañana, como “enemigo de substitución”. Para los “politólogos trágicos”, convencidos de la necesidad de tener siempre un enemigo, el furor de los islamistas, les cayó como un “don del cielo”. La amenaza del terrorismo “genera en el colectivo un stress imaginario”, contribuyendo al surgimiento, pese a las diferencias de clase, de un sentimiento de “comunidad solidaria”, al mismo tiempo que se admite, la instauración de situaciones post democráticas, en las que los jefes de Estado, elegidos democráticamente, se puedan comportar como comandantes en jefe.”

El Islam político posee condiciones que lo pueden colocar en sucesor potencial del comunismo: la dinámica irresistible de la misión; es capaz de ofrecer a sus adeptos una “imagen del mundo” fácil, grandiosa y teatral; la dinámica demográfica de su terreno de reclutamiento. Pero pronto surge la frontera que no permite compararlo con el comunismo; en lugar de la idea de clase obrera y de asalariados reunidos para poner término a su condición, amparándose del poder, los islamistas constituyen un subproletariado en cólera.

Mientras que el comunismo encarnaba una forma auténtica de las tendencias occidentales a la modernización – pero no bajo el ángulo económico -, el islamismo lleva el signo de su anacronismo en el mundo contemporáneo y su actitud fundamentalmente antimoderna lo mantiene en ruptura con la cultura científica global y en una actitud de parásito con respecto a la tecnología occidental armamentista. Quienes pretenden que el siglo próximo venidero será del Islam, no perciben que para que esto se realice, el mundo islámico en su conjunto, debe “lograr salir de la situación de retraso de la cual él es el propio responsable.” Ningún Marx islámico puede afirmar hoy que la tecnología moderna que surgió del seno de la civilización occidental, no alcanzará su pleno desarrollo sino entre las manos de los islámicos.

Se trata de una “ideología vengadora, que no puede más que castigar, pero que no produce nada.” Su debilidad como religión política radica en el hecho de que sus líderes no pueden formular para el mañana, más que “conceptos no técnicos, románticos, teñidos de furor.” Si bien es cierto, que tras varios siglos de estagnación, ha despertado de su sueño dogmático, descubre que no podrá “reanudar las grandes gestas culturales que realizó hasta el siglo XIII, cuando era cosmopolita, moderado y creativo”. No obstante, admite que los años venideros nos reservan “ofensivas incoherentes que podrían tener semejanza con movimientos de renacimiento semimodernos de perdedores coléricos como los de la era más desagradable de Italia y de Alemania”.

Del comunismo opina que, “la satisfacción de la ebriedad filistina de la expropiación y la exigencia de venganza hacia la fortuna privada en su conjunto, han sido siempre más importantes que liberar el flujo de los valores.” Compara el socialismo con una máquina a la cual se le ha extraído el motor y que se pretende luego, hacerla funcionar tirándola por bueyes.

Un dato inesperado en un intelectual europeo, es la reivindicación que hace de la controvertida obra de Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre (1992) y admite que esta última obra suya, es un diálogo imaginario con la de Fukuyama que “considera como uno de los pocos análisis filosóficos contemporáneos que tocan el nervio de la época”. Para Sloterdiejk, la obra de Fukuyama representa el sistema que mejor ha analizado la situación del post-comunismo en el mundo y sobre la antropología política del tiempo presente”. Y admira la “sensibilidad impresionante” de Fukuyama que se pregunta si la democracia liberal estará capacitada de ofrecer a los ciudadanos la satisfacción completa de sus necesidades intelectuales y materiales. Concuerda con ese escepticismo conservador que no ignora que las contradicciones perduran en el núcleo del sistema liberal, y que persistirán incluso cuando “el último dictador fascista, el último coronel Matamoros (única alusión que hace a América Latina) o el último dirigente comunista, sea extirpado de la superficie de la tierra”, ya que “la alta política no se puede realizar sino bajo la forma de ejercicios de equilibrio.” Es por ello que concluye constatando que se necesita tiempo para resolver las misiones que exige la realización del bien común, pero ya “no se trata del tiempo histórico de la epopeya y del drama trágico”. Según él, “el tiempo que nos toca es el tiempo de civilizarnos”. Cuando lo que se pretende es hacer "la Historia" el retroceso es seguro.

Pese a su escepticismo, Sloterdijk concluye con una nota de optimismo, y espera que llegue el momento en que se le ponga punto final a los impulsos de revancha y que veamos el advenimiento de un mundo sin resentimientos y tal vez, una verdadera “civilización mundial.”

Es de desear que el mensaje de Sloterdijk llegue a los oídos de aquellos que estando en posiciones opuestas, no obstante comparten la misma cólera y disponen de su banco de la violencia. Comparten el mismo discurso y terminan pareciendo una copia en negativo de aquellos que tanto adversan.

Remitiéndome al filosofo: “Se actúa en función de un peligro real, con el propósito de impedir que suceda lo peor. Los errores no están autorizados, aunque sean factibles.”
 

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 Especializada en etnopsicoanálisis e historia, consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia" (1982).
- Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA


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