Desde
la más reciente entronización del presidente Hugo Chávez,
los que observamos desde lejos los acontecimientos del país,
hemos sido sorprendidos por las imágenes y discursos que van
delineando la geometría del poder y el perfil que tomará la
República bajo los rasgos de un socialismo, supuestamente
inédito, del que debe resultar el advenimiento de un “hombre
nuevo”. A todas luces lo que aparece es que mediante un
gesto de voluntarismo se forjará una nueva teología
nacional; se borrarán el pasado, se volverá a un nuevo
origen, se operará una nueva refundación hecha por y para
los venezolanos: al igual que Dios que en el principio creó
al mundo, un nuevo dios creará a la nueva Venezuela. Se debe
ir hacia tiempos pretéritos, antes de la llegada de los
europeos, antes del pecado original, cuando “nuestros”
indígenas, - como los califica la presidenta de la Asamblea
Nacional, haciendo gala del más insoportable de las
variantes del racismo: la condescendencia; ese racismo
disimulado en conmiseración - “vivían felices bañándose en
el río”, inmersos en una inocencia edénica previo a la
mordida de Adán en la manzana que le tendió Eva. El nuevo
hombre bolivariano será el fruto de un esencialismo que lo
hará libre de los defectos del común de los humanos. El
esencialismo supone de por sí que toda víctima es buena,
dócil, sin tacha: indígenas, negros, mujeres, pobres, son
libres de defectos, ello significa que en el fondo se les
considere como seres infantilizados, retrasados, ingenuos,
pobres de espíritu.
En Venezuela, los pobres no
deben ni siquiera molestarse para ir a ver al médico. Se les
remunera por ser pobres. Lo más curioso es que se trata de
la incorporación más dócil y simplista de la “politically
correctness”, inventado y producido en Estados Unidos,
el imperio execrado por los tenores del bolivarianismo
venezolano. Nada inédito. Desde el punto de vista de las
representaciones, de su iconografía, el bolivarianismo
venezolano es lo más fiel a las representaciones estéticas
en boga en Estados-Unidos. La de tomar como signo de
identidad vestimentas como, gorras de los jugadores de
baseball, camisetas, insignias, boinas, toda la panoplia
que hace inconfundible a un ciudadano del “imperio”. La
representación en imágenes de Venezuela, se asemejan cada
vez más a las de cualquier suburbio de Estados Unidos,
mientras que se supone que en la nueva versión de su origen,
Venezuela ya no estará mancillada por el “estigma” que han
experimentado todas las civilizaciones; productos todas de
aluviones culturales que se han sedimentado tras invasiones
de todo género de pueblos y culturas: de donde por cierto,
proviene la inmensa riqueza cultural europea y la del
planeta entero.
En cambio, las imágenes de la
celebración de la agresión cometida contra las instituciones
el Estado en febrero de 1992, (el coronel Tejero autor del
intento de golpe de Estado en España en 1986 purgó 20 años
de cárcel ese delito) hoy convertido en fiesta nacional,
tienen un cierto dejo chino. Un amigo me aclaró que se debía
al uniforme que hoy usa la Fuerza Armada, hecho con tela
china y en China. Extraño caso el de un proyecto que
persigue una refundación nacional tan radical recurra a un
país extranjero para la confección de los uniformes de su
fuerza armada.
Pero lo más sorprendente, - y
esto se relaciona con la ruptura de los usos diplomáticos
por el gobierno bolivariano y en ello si cabe reconocerle
una originalidad -, y que me trajo al recuerdo ciertos
principios que nos inculcaban los mayores como modelo de
conducta, que “para hacerse respetar hay que saber darse su
puesto”, fue cuando el embajador de Guyana se permitió, - lo
que a todas luces es un hecho inaudito en los anales de la
diplomacia – (y no se trata de un de un funcionario del
gobierno de Bush, sino de un gobierno aliado ideológico),
sugerirle al presidente de Venezuela que si es consecuente
con su Socialismo del Siglo XXI y con su postura
antiimperialista, debería tomar la iniciativa de retirar el
reclamo sobre el Esequibo. (No sería imposible imaginar que
Bogotá, inspirada en el precedente del guyanés, hiciera la
misma sugerencia con respecto al Golfo de Maracaibo).
Queda simplemente demostrando
que Venezuela es un país al que no se le respeta y
seguramente ello se debe a que quienes lo representan hoy no
saben darse su puesto. No se puede respetar un Estado que no
observa las normas que rigen las relaciones entre Estados.
* |
Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
-
Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |