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Mimetismo bolivariano
por Elizabeth Burgos
viernes, 9 febrero 2007


Desde la más reciente entronización del presidente Hugo Chávez, los que observamos desde lejos los acontecimientos del país, hemos sido sorprendidos por las imágenes y discursos que van delineando la geometría del poder y el perfil que tomará la República bajo los rasgos de un socialismo, supuestamente inédito, del que debe resultar el advenimiento de un “hombre nuevo”. A todas luces lo que aparece es que mediante un gesto de voluntarismo se forjará una nueva teología nacional; se borrarán el pasado, se volverá a un nuevo origen, se operará una nueva refundación hecha por y para los venezolanos: al igual que Dios que en el principio creó al mundo, un nuevo dios creará a la nueva Venezuela. Se debe ir hacia tiempos pretéritos, antes de la llegada de los europeos, antes del pecado original, cuando “nuestros” indígenas, - como los califica la presidenta de la Asamblea Nacional, haciendo gala del más insoportable de las variantes del racismo: la condescendencia; ese racismo disimulado en conmiseración - “vivían felices bañándose en el río”, inmersos en una inocencia edénica previo a la mordida de Adán en la manzana que le tendió Eva. El nuevo hombre bolivariano será el fruto de un esencialismo que lo hará libre de los defectos del común de los humanos. El esencialismo supone de por sí que toda víctima es buena, dócil, sin tacha: indígenas, negros, mujeres, pobres, son libres de defectos, ello significa que en el fondo se les considere como seres infantilizados, retrasados, ingenuos, pobres de espíritu.

En Venezuela, los pobres no deben ni siquiera molestarse para ir a ver al médico. Se les remunera por ser pobres. Lo más curioso es que se trata de la incorporación más dócil y simplista de la “politically correctness”, inventado y producido en Estados Unidos, el imperio execrado por los tenores del bolivarianismo venezolano. Nada inédito. Desde el punto de vista de las representaciones, de su iconografía, el bolivarianismo venezolano es lo más fiel a las representaciones estéticas en boga en Estados-Unidos. La de tomar como signo de identidad vestimentas como, gorras de los jugadores de baseball, camisetas, insignias, boinas, toda la panoplia que hace inconfundible a un ciudadano del “imperio”. La representación en imágenes de Venezuela, se asemejan cada vez más a las de cualquier suburbio de Estados Unidos, mientras que se supone que en la nueva versión de su origen, Venezuela ya no estará mancillada por el “estigma” que han experimentado todas las civilizaciones; productos todas de aluviones culturales que se han sedimentado tras invasiones de todo género de pueblos y culturas: de donde por cierto, proviene la inmensa riqueza cultural europea y la del planeta entero.

En cambio, las imágenes de la celebración de la agresión cometida contra las instituciones el Estado en febrero de 1992, (el coronel Tejero autor del intento de golpe de Estado en España en 1986 purgó 20 años de cárcel ese delito) hoy convertido en fiesta nacional, tienen un cierto dejo chino. Un amigo me aclaró que se debía al uniforme que hoy usa la Fuerza Armada, hecho con tela china y en China. Extraño caso el de un proyecto que persigue una refundación nacional tan radical recurra a un país extranjero para la confección de los uniformes de su fuerza armada.

Pero lo más sorprendente, - y esto se relaciona con la ruptura de los usos diplomáticos por el gobierno bolivariano y en ello si cabe reconocerle una originalidad -, y que me trajo al recuerdo ciertos principios que nos inculcaban los mayores como modelo de conducta, que “para hacerse respetar hay que saber darse su puesto”, fue cuando el embajador de Guyana se permitió, - lo que a todas luces es un hecho inaudito en los anales de la diplomacia – (y no se trata de un de un funcionario del gobierno de Bush, sino de un gobierno aliado ideológico), sugerirle al presidente de Venezuela que si es consecuente con su Socialismo del Siglo XXI y con su postura antiimperialista, debería tomar la iniciativa de retirar el reclamo sobre el Esequibo. (No sería imposible imaginar que Bogotá, inspirada en el precedente del guyanés, hiciera la misma sugerencia con respecto al Golfo de Maracaibo).

Queda simplemente demostrando que Venezuela es un país al que no se le respeta y seguramente ello se debe a que quienes lo representan hoy no saben darse su puesto. No se puede respetar un Estado que no observa las normas que rigen las relaciones entre Estados.
 

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 Especializada en etnopsicoanálisis e historia, consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia" (1982).
- Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA


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