Fantasía
Roja es el título de la última obra del ensayista cubano
y crítico de arte Iván de La Nuez (1964). El autor pertenece
al grupo de jóvenes intelectuales cubanos emigrados en los
años 1990, nacidos y educados bajo la era castrista y que
han fijado residencia, principalmente, en Europa y México.
La mirada de Iván de la Nuez
incursiona en los paradigmas de la cultura contemporánea que
algunos califican de post-modernidad. Su enfoque no es el de
la nostalgia, y mucho menos el de una crítica conservadora,
la suya es la mirada de quien constata los cambios
vertiginosos que se han sucedido en los últimos decenios del
siglo XX que prefiguraron al entrada en el XXI. El tema
central de su obra ha sido, por supuesto, Cuba y entre los
títulos de mayor relieve se cuentan : La balsa perpetua.
Soledad y conexiones de la cultura cubana (1998), El mapa de
sal. Un postcomunista en el paisaje global (2001). En la
obra que hoy comentamos, Iván de La Nuez da un paso poco
común en la ensayística latinoamericana al centrar su
análisis en el espacio europeo y la relación que tiene con
Cuba. El autor abre así una brecha en la endogamia que suele
practicar la ensayística latinoamericana, cuya tendencia es
reducir el campo de observación a América Latina sin buscar
las conexiones que esta tiene con el resto del mundo. Es un
continente que se vive como una isla, de allí que las
polémicas que tienen lugar en su horizonte cultural, tengan
tan poco alcance universal. No deja de ser curiosa esa
tendencia, cuando la mundialización, como se conoce ese
fenómeno de interconexión de mudos, comenzó con el
descubrimiento de América.
Fantasía Roja se propone
explorar la pasión que despertó entre renombrados
intelectuales de la izquierda occidental la Revolución
cubana. Al tratar de desentrañar las causas de esa pasión,
el autor se adentra en el contexto histórico del entorno de
estos pensadores que acudieron a Cuba a partir de 1959.
Guerra de Argelia en Francia, período de descolonización que
influyó en todos los ex imperios coloniales.
El aval que éstos le otorgaron a
la Revolución fue determinante para legitimar a nivel global
ese fabuloso mercado de imágenes que ha significado la
Revolución cubana, uno de los grandes acontecimientos de la
mundialización, tan atacada por aquellos que le continúan
dando su apoyo incondicional al régimen cubano. Es el caso
del célebre reportaje de Jean Paul Sartre, Huracán sobre
el azúcar, publicado por entregas en el diario
vespertino más popular de Francia en aquella época,
“France Soir”. No es este una de las menores paradojas
de estos grupos. De hecho, fue la Revolución cubana la que
inauguró el modelo de la política como gran espectáculo
televisivo. Se debe recordar que hasta los fusilamientos
practicados los primeros meses de la revolución fueron
públicos y muchos televisados; inaugurando así la era del
fascismo de espectáculo según lo ha calificado Peter
Sloterdiejk.
¿Qué tienen en común? Jean Paul
Sartre y Olivier Stone, Régis Debray y Sydney Pollack,
Giangiacomo Feltrinelli y Max Aub, Graham Greene y David
Byrne, Ry Cooder que hizo famoso Buena Vista Social Club,
son los personajes convocados por Iván de La Nuez para
tratar de desentrañar las motivaciones que los condujeron a
robar el “fuego sagrado”, como le sucedió a Sartre ante el
Che Guevara, y ungirse de una suerte de bendición que les
permitía asir en lo real lo que Tomás Moro, Fancis Bacon,
Tommaso Campanella o Erasmo de Rotterdam sólo pudieron
concebir en su imaginario.
El autor considera que la pasión
cubana de esa izquierda, sólo el psicoanálisis podría darnos
verdaderamente las claves de su peculiaridad. Uno de las
conclusiones más pertinentes del autor es que Cuba sirve
como coartada para criticar el mundo ordenado bajo las
normas del capitalismo y sus males. El desprecio por la
democracia formal, generada por la paradoja enunciada por
Marcel Gauchet de una democracia “contra sí misma” . Estos
utópicos de la nueva era desconocen la vida, nos dice el
autor; contrariamente a sus ancestros que fueron los
forjadores del mito, que si conocían la vida, los del siglo
XX desconocen la vida y la historia de Cuba, pues sólo les
basta conocer el capitalismo.
El propósito del autor lo resume
de la siguiente manera: “esas fantasías sobre la Revolución
cubana se deben leer, primero como una crítica al
capitalismo y al imperialismo; y como un islote en la
conformación del imaginario revolucionario de Occidente.
Luego como una parte intrínseca de la cultura cubana” , como
lo es la obra de Humboldt. En tercer lugar, considerar las
posturas de estos intelectuales como un aspecto de la
historia del neocolonialismo, cierto de izquierda, pero
siempre neocolonialismo. Este aspecto, el de la
condescendencia de la izquierda occidental hacia América
Latina es uno de los rasgos más sobresalientes de la
izquierda europea y norteamericana, en su relación con
América Latina.
Hoy el interés por la Revolución
se centra en la búsqueda de lo anterior a la revolución; las
imágenes color sepia, los Cadillacs de los años 1950, la
música previa a la Revolución, y la imagen del que
personifica por excelencia el anacronismo que perdura y
constituye el atractivo principal, Fidel Castro.
El autor advierte que su debate
se sitúa desde la izquierda, pese a que estos portavoces de
la revolución le nieguen esa filiación.
Obra que puede ser muy
instructiva para la Venezuela de hoy, convertida en lugar de
turismo revolucionario por excelencia que además posee el
atractivo de los petrodólares.
* |
Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
-
Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |