Tenían
entre ocho y diez años cuando el teniente-coronel instauró,
en vez de gobierno, un estado permanente, entre teatro del
horror y representación circense. Los años cruciales de la
infancia a la edad adulta, cuando se conforma el ser
social, - el futuro de un país -, transcurrieron para ellos
observando la desintegración de las instituciones y la
pérdida de legitimidad de la política, convertida en simple
comedia social y mediática con rasgos gangsteriles.
Silenciosamente, al amparo de los recintos escolares, y al
cuidado de maestros de vocación, germinó en ellos la
conciencia de los valores cívicos, del ser social y del bien
común, cuando éstos peligraban. A contrario de los “niños
mimados de la democracia” a quienes todo les estuvo dado,
hasta permitirse descuidos mortales, como el vivir
ensimismados en los petrodólares que caían a raudales.
El ser
acorralado aprende a pensar con serenidad; ello condiciona
la obligada estrategia que conduce a la salida. Mientras los
mayores, embargados por la desesperación daban golpes de
ciegos, ellos los observaban, protegidos por la distancia
de la minoría de edad. Ese tiempo de gestación se percibe en
el modo en que hoy los estudiantes irrumpen en la escena de
lo político rasgando el velo de la resignación,
administrando con maestría la temporalidad requerida por la
acción para que ésta sea eficaz. Reclaman lo que les toca
por derecho: el espacio urbano que les ha sido vedado por el
régimen de apartheid invertido impuesto por el poder, pues
creen en la soberanía colectiva. Y es así cómo demuestran en
los hechos, su propósito de incidir en lo político,
que significa, remitiéndonos a Marcel Gauchet, aquello que
permite a la sociedad mantenerse unida; su función es la de
producir la existencia de las sociedades humanas, puesto que
a diferencia de los animales, su existencia entre los
humanos no es natural, “puesto que los anímales no necesitan
deliberar para vivir en grupo”. Lo propio de las sociedades
humanas es la facultad de auto-producirse por mediación de
lo político que es lo que garantiza a la sociedad la
facultad de tener ascendencia sobre sí misma; es lo que toca
los resortes íntimos transformativos de la sociedad. Es
suscitar el despliegue de las fuerzas sociales cuando sus
estructuras han sido desviadas o violadas. Es demostrar el
desajuste y el proceso de desadaptación social que se está
dando y comprender los pasos a dar para elaborar un modo de
actuar que incida en la cosa pública. Es la organización de
la polis regida por el principio del “Bien” (Platón).
En cambo, la política es el espacio en donde se miden
las fuerzas que aspiran a detentar el poder, o luchan por
mantenerse en él. Designa en democracia las actividades
relativas o en torno a los mecanismos de representatividad
que le otorgan legitimidad al poder; dinámica que atañe a
los partidos políticos. Para ello es indispensable la
libertad de prensa, la existencia de los partidos, pero las
reivindicaciones del movimiento estudiantil, no son
precisamente una lucha por el poder, sino que al abogar por
el respeto de los derechos ciudadanos pisoteados por el
poder, crean las condiciones para la emergencia de la
política.
Porque el
Estado, al cual reconocen legitimidad lo mismo que a los
poderes establecidos, cumpla con su deber de garantizar el
bien común. “Lo urgente hoy es Venezuela y por ello estarían
dispuestos a dar la vida”, por “la totalidad del país”,
declaraba Jon Goicochea a la prensa. Plantearse una acción
como un acto moral, como ellos lo hacen, significa incurrir
en un régimen de responsabilidad. No se trata de polemizar
entre nueva y vieja izquierda, aún menos, acerca del
socialismo del siglo XXI, y menos aún, hacerse eco de las
últimas modas trotsko-gramscianas europeas. Saturados de la
retórica de la oposición de los contrarios, son portadores
de un discurso de ruptura con los extremos, abogan por la
pluralidad de fuentes. Desenmascaran el proceso de
autocensura, que de hecho se está instaurando, mediante el
chantaje al poner en suspenso la renovación de las
concesiones a los medios. Pero también, el mismo Goicochea
indicaba cuál debe ser el papel de éstos: “conductores de la
opinión del pueblo para tender puentes con la ciudadanía”;
es decir: comunicadores de la opinión, de lo político
y no conductores de la política. Y cuando exclaman : “Pueblo
madura esto es dictadura”, es la alarma para alertar a la
sociedad para que ejerza su derecho a encauzar el hilo
perdido de la democracia.
De sus
reivindicaciones se deduce la propuesta de recomponer el
tejido rasgado de lo político, destruido por una
polaridad que se ha apropiado del espacio del bien común,
marginando la mitad, y si no más, del país. La tarea no será
fácil, porque los estamentos del Estado son cautivos de un
movimiento, al que hasta ahora los analistas habían aludido
como hipótesis, pero sin haberse ejemplificado hasta ahora
de manera tangible y es la fusión de lo pardo mussoliniano
con lo rojo comunista. Los rasgos más notorios indican, de
esa ideología de substitución llamada “bolivarianismo”, que
el rojo, tiende a ser un artefacto de disimulo de lo pardo.
El hecho de
no discernir entre lo político y la política
es la causa de la incomprensión de muchos analistas, de
reprocharle a los estudiantes, el haberse negado a que su
acción sea asimilada a una actividad política. Lo que
demuestra que no se han percatado de que la lucha
estudiantil que emerge hoy en Venezuela es la que
corresponde al momento histórico que atraviesa el país.
Muchos aluden a la generación de 1928, cuando los
estudiantes protagonizaron las luchas contra las dictaduras
militares, otros aluden a las de la época de Betancourt
porque fue un “gobierno represivo” (sin mencionar el hecho
de que ese gobierno fue sometido al acoso de golpes
militares de derecha y de izquierda, más la lucha
guerrillera). Y ciertamente es el periodo de Betancourt la
referencia a la cual referirse, por tratarse del punto de
partida de la crisis actual de la democracia venezolana. El
período democrático significó, en términos de los deberes
cívicos, un largo letargo de hedonismo en el que se sumergió
buena parte de las elites, políticas e intelectuales que no
cumplieron con la condición que apunta Pierre Rosanvallon,
que las democracias dignas de ese nombre, son “indisociables
de una tensión y de un reclamo permanente”, puesto que la
“legitimidad y la confianza”, dos condiciones que le son
inherentes, requieren ser sometidas a una “verificación
permanente”, aún más en sociedades en donde el regreso al
despotismo es un peligro, siempre al acecho. El otro sector
de las elites, la integrada precisamente por el estamento
estudiantil, se sumó entonces al llamado suicida de la lucha
armada; dejándose embaucar por la maldición castrista, le
declaró la guerra a la democracia. De esa izquierda anti-democrática,
surge el poder que impera hoy. El movimiento estudiantil que
hoy se expresa, retoma la antorcha de los ancestros que
enfrentaron las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Pérez
Jiménez, para enfrentar el artefacto ideológico que contiene
en ciernes un totalitarismo de nuevo cuño, pues implica el
desarraigo de los valores éticos, mentales y religiosos para
instaurar en su lar, el culto de un personaje, ofertado cual
Mesías y una sociedad militarizada.
La novedad
es la emergencia de una juventud libre del lastre de la
figura crística de “Che” Guevara, y para quien la figura de
Fidel Castro debe parecerles lo que es: un anciano
fastidioso. Una juventud inventando un formato inédito; una
radicalidad situada al centro, enfocando lo real,
equidistante de los polos extremos productos de imaginarios.
Abogan por el acceso a los espacios urbanos vedados, símbolo
de los dictámenes de un racismo invertido, y por la libertad
de expresión; condición y garantía del ejercicio de la
política. Platón demuestra que hasta una banda de
ladrones, cuando comparte su botín, aplica la regla de la
justicia. Cuando se instaura un estado de injusticia, reduce
a quienes la sufren a la impotencia. El dilema del régimen
actual, es pretender reducir a la impotencia, a quienes no
admiten la propuesta de dictadura constitucional, ni la
imposición de una visión del mundo que no comparten. Ninguna
dictadura en América Latina, aparte de la cubana, pretendió
imponer una modificación del pensamiento, de los valores. El
modelo “castro-bolivariano” implica la desaparición del bien
común como conjunto de diversidades, su propósito es
producir el “robot revolucionario” , una patología de lo
político, que según el modelo despótico definido por
Platón instaura el monopolio del jefe, y anula los
intermediarios; la voluntad del jefe es el principio que
rige; un modelo subjetivista, cuyo principio es la voluntad
de un hombre. Para gobernar se precisa el consentimiento de
todos, por lo que la virtud esencial es observar el estado
de derecho y la equidad de la justicia.
La
irrupción de esta lucha ha provocado un desvío del callejón
sin salida de la retórica extenuada de la oposición y un
reto al régimen.
Su palabra
se sitúa entre el presente, el realismo, al tiempo que
invoca el futuro; por ello están llamados a ser los actores
más activos de la crisis de modernidad que atraviesa hoy
Venezuela. Han vuelto al punto de partida; allí donde
comenzó Rómulo Betancourt su tarea restauradora de la
democracia. Queda pendiente diseñar el modelo de democracia
que le tocará encauzar a la futura República.
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Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
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Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |