Le
Brahman du Komintern,
largometraje documental de reciente
estreno en París del cineasta francés Vladimir León,
constituye un verdadero hito y tal vez se convierta en
referencia del género. Se trata de un ejercicio ejemplar de
investigación histórica y de lograda factura de
realización. Y, pese a no haber contado con ayuda alguna de
los
organismos públicos competentes, la extensión geográfica que
cubre (América, Europa, el Asia) y la base documental que
logró amasar, le imprimen el nivel de una superproducción.
Gira en torno a una figura que tuvo en su
tiempo su hora de gloria. Un
bengalí, hijo de braman, la casta de mayor alcurnia del
hinduismo, nacido a finales del siglo XIX, Manabendra Nath
Roy, ou M.N. Roy, como
solía firmar sus libros, que pese a su lugar de nacimiento,
su nombre está relacionado con la historia de México, pues
fue en ese país que Roy comenzó su aventura comunista que lo
izó a la más alta jerarquía de la Internacional Comunista.
Desembarca
en México en 1917, en pleno auge de la guerra de Emiliano
Zapata.
En México escribió en español un libro titulado
La India, su pasado, su presente, su
porvenir.
Un nombre desconocido, salvo para aquellos
familiarizados con la historia del comunismo, pese a la
importancia de la acción política que desempeñó tanto en
América, en Europa como en el Asia.
Tampoco el realizador, Vladimir León, lo conocía hasta que
el historiador hindú Hari Vasudevan se lo hizo descubrir.
Desde entonces, lo animó la pasión de exhumar la figura de
M.N. Roy del anonimato; pasión, que en lugar de disimularla,
le deja libre curso y agrega una nota más al logro
artístico de la película; en particular, su talante
espontáneo como entrevistador y la extensión de las
entrevistas, - más que entrevistas, se trata de animados
intercambios con sus interlocutores -. A veces, la no
disimulación de la espontaneidad del discurso oral, pueden
sorprender, como la insólita entrevista con la que comienza
la cinta, en donde vemos a un Adolfo Gilly, legendario
trotskysta argentino afincado en México, bastante ebrio,
ostentando una hilaridad desplazada dada la circunstancia,
que en realidad parecía disimular su ignorancia acerca de la
historia de Roy. Las correrías de un país al otro, de una
ciudad a otra de la India, de un testigo al otro, jugando
todos los papeles de un equipo cinematográfico (asistente de
realización, entrevistador, etc.) para ir bordando la trama
de la compleja trayectoria de M. N. Roy, le imprime un
ritmo de novela de aventura en la que se percibe un
dinamismo lúdico, del cual el realizador se sirve con
astucia, empleándolo como procedimiento cinematográfico
artístico para vencer la falta de medios humanos y técnicos
requeridos para un proyecto de tal ambición.
Desde los catorce años M. N. Roy se involucró
en política; adhiere al grupo
Anushilan Samiti,
revolucionarios nacionalistas que intentan
liberar la India de la presencia colonial británica. En 1916
viaja a Estados Unidos a adquirir armas para luchar contra
el poder colonial británico. Se inscribe en la Universidad
de Stanford en California para obtener el estatus de
estudiante que le sirva de fachada. Allí conoce a la
estudiante Evelyn Trent, que le da a conocer la filosofía
occidental; lo introduce a Hegel y particularmente a Marx.
Obligados a huir de Estados Unidos, desembarcan en 1917 en
México en plena revuelta de Emiliano Zapata. Allí adhiere al
grupo socialista que da lugar al Partido comunista en 1919
bajo la influencia de Mikhail Borodine, agente del Comintern.
Éste lo invita a Moscú; en otros términos, lo recluta. De
repente Roy se encuentra en el corazón mismo de la acción
revolucionaria internacional y se convierte en miembro
prominente del Comintern. Stalin lo nombra miembro del
presidium de la Internacional comunista. Durante diez años,
cumple misiones por orden del Comintern en Tashkent, China,
Berlín. Pero pronto comienza a sentir el peso del aparato
comunista, las manipulaciones de los allegados a Stalin;
cada día se siente más criticado por su libertad de
pensamiento. Logra huir de Moscú y así se libra de las
purgas a las que fueron sometidos sus otros camaradas
hindúes. Se instala en Berlín.
Y por fin regresa a la India en 1930, junto a
Ellen, su segunda esposa, una germano-americana, en donde
cae preso por orden del poder británico hasta 1936.
Lo más fascinante de este documental es que
nos transporta a través de mundos equidistantes; y no es un
artificio, esos desplazamientos reflejan la vida de Roy,
pues entonces, los activistas de la utopía comunista, antes
del surgimiento del liberalismo económico, practicaban la
mundialización, que ahora tanto critican. La vida de Roy nos
conduce del Kremlin a México, de México a la China, de
Berlín a la India.
Cuando Roy logra escapar de Moscú, se afinca
en Berlín en donde adhiere al KPO, (oposición comunista a
Stalin). De particular interés son las entrevistas de los
últimos sobrevivientes que compartieron con Roy sus sueños
de liberación, verdaderas fuentes para la historia, como
también con historiadores hindúes, especializados en el
época. Apasionantes testimonios que nos dan luces inéditas
acerca de los entresijos de la lucha de liberación de la
India entre los puramente nacionalistas y los nacionalistas
marxistas. Una facción que llegaba hasta la identificación
con el nacional-socialismo y el fascismo, y la de Roy, que
pese a su postura nacionalista, hace un llamado para que se
apoye a la potencia colonial ingleses pues consideraba que
la victoria de la Alemania nazi significaba el fin de la
democracia en el mundo, y la imposibilidad para la India de
lograr la independencia.
Consideraba que la derrota del nazismo, era
vital para la humanidad. Al final de su vida, ya habiendo
renunciado al marxismo, muere en 1954, su figura cae en el
olvido en la India. Hoy sólo queda la casa en la que vivió
ocupada por un antiguo compañero de Roy. Unas cuantas
fotografías ya borrosas, rinden cuenta del ilustre personaje
que vivió en tan modesta vivienda; una de ellas recoge la
escena, durante el Segundo congreso del Comintern, en donde
emerge la elegante silueta del joven hindú entre Lenin,
Gorki, Bukharine y Zinoviev. Ya en aquel momento, (1920)
surgieron sus primeras desavenencias con la jerarquía
comunista, pues para ésta, el objetivo central había sido
hasta entonces la revolución en Europa, en prioridad Francia
y Alemania. En cambio Roy sostenía que el derrumbe del
capitalismo no se daría sin antes lograr la pérdida de las
colonias por las potencias coloniales.
El documental nos muestra un destino fuera de
lo común, pero también es una demostración detallada de la
intrincada madeja del funcionamiento de las utopías
revolucionarias, en particular, cuando tienen por escenario
el mundo y los conflictos ideológicos que estallan en su
propio seno.
La película posee la envergadura de una
superproducción internacional, sin embargo no contó con la
ayuda de ningún organismo francés, de allí el mérito de
Vladimir León, el realizador. Su pasión por el tema, es uno
de los logros más significativos y se traduce en la calidad
estética de la obra. Se debe señalar, que Vladimir León no
es ajeno a la historia que narra; nació en Moscú, en donde
su padre, comunista francés, era corresponsal del diario
L’Humanité, y de madre rusa, el dominio del idioma ruso,
como también del inglés y del español, circunstancias que
están presentes en el intertexto de la obra, ya que al
realizar las entrevistas en la lengua nativa de los
entrevistados, introduce una apertura de ángulo que no
hubiese logrado si hubiese recurrido a la traducción. Un
elemento poco usual del género, es dejar fluir el discurso
oral, permitiendo el trabajo de la memoria mediante la
asociación libre de los recuerdos. El espectador no queda
con la frustración de haber escuchado versiones elípticas.
Vladimir León busca en la suma de los detalles, de lo
imprevisible, la explicación del bloque grueso de la
historia.
De si mismo escribió M.N. Roy:
“Concretamente, sentí que un aristócrata intelectualmente
liberado de los prejuicios de su clase podía llegar a ser un
revolucionario social más desinteresado y entusiasta que el
más apasionado de los proletarios.”
II
¿Cómo no recordar, valiéndonos de Roy, a los
hermanos Machado, fundadores del Partido comunista
venezolano? Sí, el oligarca Simón Bolívar ha tenido
seguidores entre los miembros de su clase, que han
compartido el afán de obrar en pro del destino de Venezuela.
Pero no es solamente por este hecho de pertenencia social
que asocio el caso de M.N. Roy con Venezuela, sino por el
trato dado a Bolívar por Marx, que nos regresa al tema la
relación del marxismo con lo nacional y lo colonial.
El texto de Marx sobre Bolívar es exhumado
cada cierto tiempo por círculos de la oposición, para
echarle en cara la incongruencia que significa para un
movimiento bolivariano inspirarse del marxismo dado que Marx,
no sólo no se contentó con emitir agrias críticas a Bolívar,
sino que incluso vertió expresiones insultantes, tal era la
antipatía que le despertaba. No es mi propósito debatir
acerca del texto de Marx, pero diría que es un texto
simplemente consecuente con la postura de un hombre de su
época y de su pensamiento, eurocentrista, lo que no es
ninguna excepción. Del caudillo venezolano, a Marx parece
haberle llegado sólo la percepción de su inmenso narcisismo,
y, visto desde su mirador europeo, debe haberle parecido una
pálida imitación de Napoleón, una suerte de iluminado tocado
por el romanticismo. Para Marx, cuya mirada de adulto se
abre con el invento del ferrocarril, el avance industrial
era la clave del progreso, de allí que apoyara la invasión
de México por Estados Unidos, porque según él, significaba
un avance que ayudaría a esos pueblos a sacudirse los
vestigios feudales y a montarse en el carro del progreso. Lo
mismo opinó con respecto a la invasión británica a la
India. Cabe recordar al respecto que los liberales
estadounidenses, Abraham Lincoln a la cabeza, criticaron
fuertemente la invasión de México.
(Esta visión, compartida por los jerarcas del
Comintern fue a la que Roy se opuso, de allí que se
convirtiera en el especialista de las cuestión colonial en
el seno de la Internacional Comunista, cuando éste decidió
incluir en su propósito mundializador a lo que luego se
llamó Tercer Mundo). Para ahondar en este tema, remito a la
obra clásica de Manuel Caballero de reciente reedición,
La Internacional comunista y la
revolución latinoamerica.
Hoy el liderazgo del avance tecnológico lo
detenta Estados Unidos. Es muy posible que de vivir hoy,
Marx consideraría que Estados Unidos, por su grado de avance
tecnológico y debido a su alto desarrollo económico, sería
el país que cumplía el requisito de haber llegado a la fase
última del capitalismo (Marx consideraba ésta como una etapa
necesaria, para llegar al comunismo) y según sus
previsiones, debería ser el país idóneo en donde debería
instaurarse el comunismo hoy.
No estaría muy alejado Marx de lo que hoy
acontece; salvo que el proyecto del “comintern”
estadounidense, - como en su época el de Moscú fue imponer
el comunismo a nivel mundial - consiste en imponer la
democracia. Todo poder de tipo hegemónico, conlleva la
imposición de normas y de sistemas de civilización; sólo
que las de la democracia eximen del odio y del resentimiento
como base de su filosofía y ello significa un verdadero
progreso en la historia de la civilización. Aunque querer
implantarla mediante la violencia y la invasión de otros
pueblos, además de tratarse de un método inadmisible,
contrario a los principios de la misma, lo que se logra es
cohesionar las fuerzas que se le oponen.
América Latina, desde hace decenios se debate
entre totalitarismo y democracia. Se confunde el apoyo
brindado por el poder estadounidense a las dictaduras, con
las instituciones democráticas forjadas en ese país. La
izquierda rechaza en su conjunto todo cuanto viene de
Estados Unidos, precisamente, la democracia, lo mejor que se
ha producido en materia de instituciones. La capacidad de
análisis de un M. N. Roy, capaz de deslindar lo que
significaba para la humanidad la democracia británica, por
lo que se le debía apoyar en el contexto de la lucha contra
Hitler, y, la lucha por lograr la autonomía de la India, es
una actitud inconcebible hoy, en un continente en el que el
resentimiento colma el trágico vacío teórico y de
conocimiento de la historia. De allí que hoy asistamos en
Venezuela al asesinato de la democracia, presentado como un
combate contra Estados-Unidos, hecho que goza de la simpatía
de la extrema izquierda internacional, hoy fusionada en un
conglomerado, de apariencia contranatura, constituido por
trotskistas y stalinistas. La categoría de la izquierda
formada en el culto del totalitarismo ha ganado espacios de
poder considerables en la región.
Sin embargo, cabe recordarles a los
“bolivarianos”, que ser marxistas consecuentes, equivaldría
a serle fiel a Marx en su creencia del progreso y de la
modernidad, y no sólo interesarse por imponer la vertiente
totalitaria que indefectiblemente conlleva el comunismo. Que
en lugar de socialismo del siglo XXI , lo que proponen, es
un triste stalinismo del siglo XXI, con rasgos fascistas,
incluso con las connotaciones racistas del nazismo, sólo
todavía vigente en Corea del Norte, porque ni siquiera en
Cuba, en donde lo que queda es una isla en ruinas, regida
por otra ruina humana que todavía, por razones de arcaísmo
cultural, continúa ejerciendo un poder de tótem sobre los
cubanos de la isla.
La verborrea, las declaraciones insultantes
hacia Estados Unidos, el pensamiento mágico, el
nuevorriquismo, en lugar de tratarse de una actitud de
virilidad, como pretenden demostrarlo los jerarcas del
régimen, el teniente coronel Hugo Chávez a la cabeza, son
más bien signos de impotencia y de temor. Crear tecnología
de punta y lanzarse a competir a nivel global, debería ser
el proyecto de quienes se jactan de querer “reconstruir el
país”. La única revolución para un país como Venezuela es la
del despegue tecnológico, la competitividad en el mundo
capitalista global, pero con la condición ineludible de
contar con instituciones democráticas impecables.
Requisitos de los que Venezuela se aleja cada
vez más; en donde se le declara “virilmente” la guerra a
amables actrices de teatro por clamar por la democracia, a
sacerdotes que hacen llamados a la cordura y a estudiantes
indefensos.
¡Qué distancia con la elegancia humana y
política de un M. N. Roy, de unos hermanos Machado, y de una
integridad como la de Pompeyo Márquez!
* |
Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
-
Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA |