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Mario Chanes de Armas:
“plantado” hasta la libertad

por Elizabeth Burgos
viernes, 2 marzo 2007


Mario Chanes de Armas es el símbolo por excelencia de la lucha contra las dictaduras. Contra la de Batista que combatió junto a Fidel Castro participando en el famoso ataque al cuartel Moncada y como integrantes del grupo de exiliados cubanos de México que desembarcó en el yate Granma: los dos mitos fundacionales del castrismo, acaba de morir en el exilio en Miami a los 80 años de edad. Al igual que Fidel Castro, tras el ataque al Moncada, cayó preso y cumplió quince meses de cárcel en lugar de quince años, gracias a la amnistía decretada por Batista. Mario Chanes pertenecía al sindicato de gastronómicos. Al conocer a Fidel Castro abandonó la labor sindical y se sumó a la labor clandestina en contra del régimen de Batista. Cumplió una parte activa en el ataque al cuartel Moncada, viajaba en el tercer coche detrás del de Fidel Castro. Miembro del grupo de exiliados que en México organizó la continuación de la lucha en Cuba. Tras el triunfo de Fidel Castro, al percatarse del sesgo anti-democrático que tomaba la revolución, desechó el cargo al cual fue designado como jefe de los motorizados de la reciente policía creada por el nuevo régimen asesorada por personal soviético. Al tomar distancia con el nuevo poder se volvió sospechoso y fue detenido en 1961 bajo la acusación de conspirar para asesinar a Fidel Castro, hecho que él siempre negó, alegando de que se trataba de una acusación inventada para neutralizarlo como opositor potencial. Condenado a treinta años de cárcel sin prueba alguna, permaneció preso de 1961 a 1991, siendo el prisionero que ha cumplido con la más larga pena de prisión del siglo XX: más que Nelson Mandela, símbolo del presidio político, que sufrió 24 años de cautiverio.

Al no aceptar vestir el uniforme de preso común, formó parte del grupo de los “plantados”, categoría de reclusos que se negaba a aceptar el régimen de rehabilitación al que el régimen obligaba a aquellos que no fueron condenados a muerte y que consistía en fórmulas políticas que conducían a renegar de sus convicciones y a convertirse de hecho, en cómplices de las autoridades carcelarias. La indocilidad conducía a sufrir toda clase de vejámenes y castigos: el encierro en una celda minúscula, tapiada, sin acceso a la luz del sol, desnudos, por todo vestido un calzoncillo, sin derecho a visita, durmiendo sobre una laja de cemento, sufriendo toda clase de vejaciones físicas y psíquicas. Mario Chanes estuvo siete años sin poder recibir visitas de sus familiares. En la cárcel le llegó la noticia de la muerte de su único hijo de 22 años, y la de la muerte de sus padres. No aceptó el chantaje de asistir al entierro a condición de vestir el uniforme de preso común. El relato del cautiverio que sufrió Mario Chanes de Armas, a quien tuve la oportunidad de entrevistar varias veces, en el presidio castrista es uno de los más alucinantes que existen en el género testimonial. Él vivió la experiencia del terrible penal de isla de Pinos en el que vivieron hacinados durante años hasta 15.200 presos (cifra admitida recientemente por el propio Fidel Castro). Tal cantidad de prisioneros en un mismo espacio, hacía temer a las autoridades que se realizaran motines o que en caso de un desembarco opositor a la isla, los presos se sumaran a él, por lo que decidieron instalar un sistema de explosivos alrededor de las circulares que constituían el presidio para hacerlo explotar junto con los prisioneros, en caso de que se produjera esa eventualidad. Los presos no ignoraban el peligro mortal que cernía sobre ellos.

La figura del “plantado” es la del sobreviviente de una lucha feroz, la de la primera oposición contra el régimen castrista, lucha que se extendió de 1959 a 1966, cuando fue fusilado el último “alzado”. El “plantado” sufría, además de su propio dolor, la vivencia del dolor por los compañeros muertos en la lucha, o fusilados, muchos de los cuales eran sus propios familiares. Sin poder recurrir a la justicia ni a la opinión pública, el “plantado” sólo contaba con su propio cuerpo como único espacio de desafío y de resistencia. Infinitamente castigado, el cuerpo será el territorio por excelencia en donde se dará el enfrentamiento con el poder, a la vez que significará el espacio estratégico desde donde el prisionero librará la lucha en aras a la salvaguarda de su identidad.

La última vez que hablé con Mario Chanes de Armas, fue en la pequeña oficina de los plantados en Miami en vísperas de Navidad. Allí estaba él, amorosamente iba colocando un jabón, una toalla, un cepillo de dientes, en cada uno de un cerro de maletines de plásticos que lo rodeaban, destinados a ser enviados como regalo de Navidad a los presos que permanecen en las prisiones cubanas. Esa solidaridad que observé entre los “plantados” hacia los prisioneros de la isla, suple la falta de solidaridad que el mundo y los organismos humanitarios le han negado a los cubanos que han luchado y luchan por la libertad. Siempre me quedará el recuerdo de su figura entrañable, de su cabellera plateada, de su mirada tierna, de sus modales amables y de la sensación de firmeza que transmitía cada uno de sus gestos.

Que estas líneas sirvan de homenaje a la memoria de un justo al que nunca le escuché ni una sola palabra de odio.

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 Especializada en etnopsicoanálisis e historia, consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia" (1982).
- Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA


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