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Ante un desenlace
doloroso e inevitable
 - por Julio Palma
 miércoles, 13 octubre 2004


          

     El trauma que sufrimos el 15-A debería haber servido de lección, ya que  fuimos llevados derechitos al matadero, con trampas y argucias, y no supimos preverlo, pararlo a tiempo o reclamar enérgicamente en el momento oportuno. Pero parece que no aprendimos y ahora no debería asombrar a nadie lo que probablemente acontecerá el 31-O, de seguir la tendencia actual. Dicho sencillamente, esos comicios serán la liquidación definitiva de la imperfecta democracia venezolana, pues todo indica que el oficialismo ocupará casi todos los “espacios” políticos, al ganar sin mucho esfuerzo –aún con pocos votos- casi todas las gobernaciones y alcaldías.

Ninguna otra conclusión puede derivarse de la secuencia de hechos que estamos presenciando, a pocas semanas del evento, cuando es obvio que la abstención de los opositores será altísima, al mismo tiempo que el menguado voto opositor se dispersará entre varios candidatos. Nuevamente estaremos frente al peor de los escenarios imaginables, con el agravante que con la asistencia parcial al acto comicial estaremos validando ese proceso y cohonestando la elección de los candidatos oficialistas. Así, tal como fue previsto maliciosamente, nadie podrá decir luego que el acto electoral no fuera “democrático” aunque haya ido a votar un porcentaje irrisorio de los votantes opositores, mientras el lado oficialista acudirá en masa para defender sus “nuevos espacios”, y así generalizar el paternalismo, el subsidio, la dádiva, la corrupción, el clientelismo y la mediocridad que llevarán al país al desastre más temprano que tarde.

Algunos electores se abstendrán por la frustración y desilusión del pasado referendo, otros lo harán para no pasar otra vez varias horas en una cola frente a los centros electorales, y todavía otros no acudirán por la misma apatía y flojera de siempre, creyendo que la política es para otros y no les compete a ellos, máxime cuando la misma oposición anuncia en los medios que habrá otro fraude. No importa el motivo de la abstención, pues el resultado será el mismo: al hacer los escrutinios saldrán electos casi todos los candidatos oficialistas, sin importar su experiencia o competencia para los cargos. Pareciera que esta aplanadora electoral estaba planeada en forma maquiavélica, ya que se contaba justamente el efecto anestésico del RRP sobre el votante opositor, de ahí la insistencia en no dejar pasar mucho tiempo, antes que la anestesia se disipara. Todo muy astutamente calculado, como en un folletín policial. Y, como la otra vez, la oposición no tendrá ni recursos ni voluntad para reclamar, ya que se sentirá impotente y sin instancia jurídica ante la cual recurrir. Nuevamente, los grupos opositores se dejaron conducir mansamente al matadero, al participar activamente en esas elecciones, sin protestar mucho por la fecha ilegal y otras trasgresiones mayores a la Ley del Sufragio, como el REP abultado con votantes fantasmas, las migraciones, etc.  Al no usar unidad y la abstención como armas efectivas para presionar hacia el cumplimiento de la Ley, con plena garantía de escrutinios públicos, la oposición perdió la oportunidad para exigir enérgicamente sus derechos ante un CNE, ahora más arrogante que nunca después de la debacle del 15-A.

Aunque seguramente estas trampas y argucias bastarán para asegurar el resultado deseado por el oficialismo, por si las moscas los genios informáticos del CNE, con sus eficientes máquinas bidireccionales,  están listos para repetir la “hazaña” del RRP, o sea hacer escrutinios acomodaticios que resulten con una mayoría de “victorias oficialistas” pero dejando en sitios poco importantes unos pocos cargos para los opositores, mendrugos sólo para que no digan y para preservar una apariencia de legalidad democrática. Se vería feo que en Venezuela la victoria fuera a la manera cubana o iraquí, con 100% de votos a favor del gobierno. Y el concurso de varios candidatos opositores facilitará las cosas, pues bastará una simple mayoría relativa contra el contendor principal, pudiéndole las máquinas regalarle votos generosamente a varios candidatos perdedores, con tal que no superen el porcentaje del oficialista. Por algo se impidió la revisión de los programas y el examen de las máquinas, además de la apertura de las cajas al final del evento. No se necesita ser un genio ni muy desconfiado para sospechar este desenlace fabricado a la medida para lograr –democráticamente, por supuesto- un dominio hegemónico del poder a todos los niveles. Y lo que más duele es que nos buscamos esa “derrota”, por cobardía, flojera, mala planificación y falta de unidad. Eso explica la lapidaria frase de un columnista opositor: “para un nuevo gobierno se necesitará una nueva oposición”, frase que ya no parece muy cínica ni excesivamente pesimista.

En suma, y siendo realistas, todo indica que a estas alturas ya no se puede hacer nada para evitar una victoria aplastante de candidatos oficialistas. Y aunque no puedan considerarse realmente “victorias legítimas”, legalmente lo son según las reglas del juego, pues en otras ocasiones de la llamada 4° república también hubo victorias con un 30% o menos de votos válidos, con tal de superar al siguiente contendor. Nuestra imperfecta constitución lo permite, aunque desde hace tiempo debería haberse reformado para exigir que un candidato victorioso tuviera un mínimo razonable de votos del electorado total, de otro modo los comicios no serían válidos. Esto impediría que un pequeño grupo organizado pudiera prevalecer sobre los demás partidos pequeños por simple mayoría numérica, lo que no refleja el sentir de las mayorías ciudadanas.

Ahora, la única forma de poner en evidencia este fraude anunciado, sería que se unificaran los candidatos opositores escogiendo rápidamente el de mayor chance, dejando de lado intereses mezquinos de partidos y de los mismos candidatos, algunos de ellos ilusos personajes en busca de lo que se ha dado en llamar “protagonismo curricular”. Pero esto sólo sería  efectivo junto con un enérgico llamado a votar, si se lograra persuadir a los electores de la conveniencia de asistir a los centros a como dé lugar, aunque sea para poner en evidencia su fuerza electoral, pues sería más difícil dispersar electrónicamente los votos entre varios candidatos derrotados, para no aparentar una grosera ventaja. Sin embargo, sería difícil hacer ahora un llamado a votar masivamente, por el poco tiempo que queda, pues la mayoría de los “abstemios” ya tiene decidido no participar en los comicios, sea por la resaca del RRP, sea para “castigar” al liderazgo opositor.

Al final, si no se diera la unidad opositora, parece que la única respuesta medianamente digna a la debacle política que se avecina, es una verdadera  abstención en masa, si ésta es anunciada oportunamente por todos los líderes opositores, de manera unánime y convincente. Así, por lo menos podemos argumentar que no fuimos a las elecciones para no convalidar un fraude o porque no se cumplieron las reglas del juego, de modo de quedar bien ante la comunidad internacional, al ganar todos los candidatos oficialistas. Para lo que pueda valer, pues eso poco importaría de todos modos, ya que en esos mismos días tendrá lugar las elecciones que realmente importan al mundo, el match Bush-Kerry, y todo lo demás pasará a segundo o tercer plano, acorde con la triste realidad geopolítica.

Pero como ni la unidad de candidaturas ni esa deseable “abstención masiva” difícilmente llegará a darse, entonces sólo nos quedará lamernos  las heridas en noviembre, tratando de olvidar etílicamente o con antidepresivos una pesadilla largamente previsible. Y de nada valdrá quejarse luego, buscar excusas y chivos expiatorios, pues no hicimos mucho por evitar ese desenlace durante el difícil período previo. Lo único que podemos sacar de positivo del eventual desastre político, es aprender de la lección que significa la falta de unidad, el oportunismo político y la ingenuidad de un liderazgo anacrónico. En suma, a esta etapa tardía del juego, las únicas dos acciones efectivas que le quedan a la oposición son  lograr la sinceración de las reglas del juego e ir con candidaturas unitarias, pero si no fuera posible, entonces no queda sino organizar una abstención masiva para poner en evidencia el fraude planificado. Así de simple.

      

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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