Una
vez más la industria de la encuestología ha
demostrado su precariedad: contrariando sus
pronósticos de un cerrado resultado entre Evo
Morales y Jorge Quiroga, el líder cocalero ganó
las elecciones presidenciales bolivianas
adelantándosele al ex presidente con un zarpazo
de casi veinte puntos. Buena prueba del carácter
precientífico y manipulativo de una actividad
que, cuando mucho, sirve para demostrar que la
lluvia cae de arriba hacia abajo. Por más que
habitualmente trate de convencernos de lo
contrario. Ha culminado así un drama en varios
actos que incluyera capítulos golpistas y
desestabilizadores, huelgas, bloqueos y
defenestramientos seudo constitucionales
llevados a cabo porfiadamente por Evo Morales
con el concurso activo de Fidel Castro, Hugo
Chávez y Lula da Silva.
El triunfo
finalmente electoral – al Poder llegaría de
cualquier modo - de un criador de llamas
poseedor de un peculiar lenguaje que se quedó a
medio camino entre el español y el aymará,
demuestra el estado lamentable de la conciencia
política de un continente tan perdido en las
tinieblas de la incertidumbre como la Atlántida
– Moisés Naim dixit. Pues lo que el cocalero
Morales pone de manifiesto con esta arrolladora
victoria ya lo demostró en demasía el teniente
coronel Hugo Chávez: en América Latina más vale
ser brujo que estadista, predicador que hombre
de letras, profeta mediático que administrador
gerencial. Cambalache, el famoso tango de
Enrique Santos Discépolo, tiene la misma
vigencia para el siglo XXI que tuviera para el
XX, del que se pretendió anárquico presagio: “da
lo mismo que ser burro, colchonero, Rey de
Bastos, caradura o polizón”.
Ello no es
nuevo: las repúblicas que se hicieran a la
difícil aventura de su independencia
privilegiando las proezas armadas han venido
dando tumbos desde que prefirieran el sable a la
pluma, el bochinche al orden, Rosas y el Doctor
Francia a Bolívar y José María Vargas. Por
insólito que parezca, ya lo supo en medio de una
fulgurante y demoledora alucinación el propio
Bolívar al hacer el balance de la América
independiente. Salvó del desastre en que se
hundiría el continente exclusivamente a la
república chilena. Sin imaginar que la
responsabilidad principal por consolidar esa
ventura se debería a la acción de un venezolano
conservador que le enseñó las primeras letras y
por el que no sintió particular afecto: Andrés
Bello.
El diario más
prestigioso de Europa, el Neue Züricher Zeitung,
retrataba hace unos pocos días el panorama
general de este continente chavista,
kirchneriano, lulista y ahora cocalero con
rasgos tenebrosos y sombríos: “El atronador
colapso de gobiernos convertidos en tumulto es
una expresión llamativa y habitual de América
Latina. Se derrumban gobiernos democráticos y
despóticos, presidentes electos tanto como
sombríos generales. Salen de sus cargos a través
de rebeliones populares o golpes de estado.
Otros declararon sus países en bancarrota debido
a deudas impagables. Ejemplos recientes:
Argentina, Perú, Bolivia, Ecuador, Haití.
Intentos de golpes de estados fracasaron
recientemente en Paraguay y Venezuela. En todos
estos casos se hace manifiesta la escandalosa
inestabilidad de las instituciones estatales.” (NZZ,
17 de diciembre 2005)
El próximo año
se reanuda el ciclo electoral con elecciones
presidenciales en Haití el 8 y en Chile el 15 de
enero. Perú Colombia, México, Brasil, Ecuador,
Costa Rica y Nicaragua siguen en un
ininterrumpido proceso de renovación de máximas
autoridades. Sin olvidar Venezuela, diciembre de
2006. ¿Estaremos asistiendo en América Latina al
concatenado y retardado efecto dominó, esto es:
al copamiento del Poder por partidos situados al
extremo izquierdo del espectro político? ¿Se
estará cumpliendo el añorado sueño de Ché bajo
el influjo espiritual y, sobre todo, material de
la dupla Castro-Chávez?
La respuesta al
enigma no es de difícil resolución. Como los
géneros musicales que se ponen de moda – sea la
lambada brasileña o el merengue dominicano – las
masas suelen contagiarse al influjo viral de
subterráneas tendencias políticas sin que medie
necesariamente una “mano peluda” ni se atienda
con demasiada reflexión a los efectos
colaterales. La política, por lo menos en
América Latina, tiene muchísimo más que ver con
la emotividad irracional de los caprichos y
pandemias que con opciones sesudamente
meditadas. Seguimos entrampados en el nebuloso
estadio tribal de los orígenes. La pregunta es
otra: ¿caerán todos los países en una suerte de
estancamiento y regresión bajo sistemas de
permanente inestabilidad, como el venezolano, o
darán paso a reacciones encadenadas de signo
contrario, modernos, racionales y
estabilizadores, como lo hiciera Chile en el
pasado, sin que hoy sepamos si definitivamente?
¿Estamos ante el derrumbe de las fichas de un
juego de dominó o ante el cimbreante camino de
una serpiente?
Sólo Dios, el
supremo hacedor, tiene la respuesta.