Evo Morales y la balcanización de Bolivia
por Manuel Malaver

      No puede negarse que después de las elecciones bolivianas del domingo por lo menos una parte de América del Sur se ha instalado en una dimensión no conocida sino muy conocida  del pasado y que lo veremos a corto y mediano plazo será el regreso de los jinetes apocalípticos de caos, caudillismo, miseria y desigualdad que tanto daño provocaron y continúan provocando en el subcontinente.

Ahora reforzados con la amenaza de la secesión o guerra civil que advendría si el empeño bullente en la vetusta cabeza de Morales de imponer un modelo político y económico desfasado en por lo menos 500 años, el llamado etnocentrismo, se hace realidad y departamentos como Santa Cruz, Tarija, Beni y Pando no tienen más camino que recurrir a la fuerza y la separación  para escapar a las tinieblas.

Veríamos entonces una Bolivia fraccionada en dos, tres o cuatro republiquitas, con geografías, razas, culturas y tiempos diferentes, cada una con sus ejércitos, aliados, recursos y políticas y, por tanto, enfrentadas como enemigos feroces, decidida a borrar del mapa a las otras y dispuesta a ejecutar las más crueles iniquidades para lograrlo.

Conviene advertir que no estamos hablando de  la Sudamérica del siglo XIX -de aquella que tan magistralmente describe Joseph Conrad en la espeluznante “Nostromo”-, ni del África subsahariana de las décadas finales del siglo XX, sino de guerras y secesiones  que se suscitaron hace 15 años en la vecindad de Europa cuando las repúblicas que constituían la exYugoslavia se fragmentaron para regresar a la Edad Media.

En otras palabras, que estaríamos ante el fin del sueño más trascendente del Libertador Simón Bolívar, el de una Sudamérica como crisol de razas, con una sociedad donde indios, negros, blancos y mestizos se unieron en el ideal común de crear países, culturas e historias que trazaran la pauta de la humanidad del futuro.

Y que sobrevivió por casi 200 años, a pesar de las guerras, disputas y enfrentamientos y era la utopía de una América Latina donde se refugiaban los perseguidos y condenados de la tierra.

Ahora surgieron Hugo Chávez en Venezuela, Ollanta Humala en Perú y Evo Morales en Bolivia y proclaman que quieren retroceder las agujas del reloj en 500 años, y volver a los tiempos “prístinos, puros e igualitarios” de los emperadores incas, caribes y aztecas, de aquellos en que presuntamente no había guerras, esclavos, conquistas, pobres, ni explotados.

A la tierra de leche y miel donde todos eran felices, por lo que los habitantes originarios de América habían descubierto, milenios antes de Marx, las claves que conducen al socialismo de este y otros siglos.

Y a los cuales  debe  entregarse el poder en todo el continente, de modo que con su sabiduría y cultura ancestral logren el milagro en que se han estrellado los pueblos y líderes de todos los tiempos.

Lo increíble es que todas estas elucubraciones no se originan en la entraña de la culturas indígenas, sino en los estertores de una filosofía fracasada, eurocentrista y desarrollista, el marxismo-leninismo, que ya experimentó hasta el colapso con las viabilidades de la parusía que ahora resucita entre algunas élites militares de Venezuela, Perú y Bolivia.

O sea, que estamos hablando del encuentro de dos nostalgias, la del marxismo devaluado en trance de desaparecer como opción para cualquier evento y la del militarismo latinoamericano, enterrado  como fuerza política desde las gigantescas violaciones de los derechos humanos que promovió en el continente a lo largo de los años 60, 70 y 80 del siglo pasado.

Y que vuelve a buscar en un sector de los más  pobres, los indios bolivianos y peruanos, como antes entre los proletarios, la soldadesca para llevar a cabo una conflagración que la despertará entre las ruinas para entender que fueron incitados a la violencia por una inutilidad.

Pero que no será tal para los Chávez, Humala y Morales, que habrán saciado su hambre de caudillismo, mesianismo y anacronismo; los delirios de que son guerreros y revolucionarios que vinieron a este mundo para incrustarse como esquirlas en los huesos y nervios de la humanidad.

Para devorar oportunidades y las aspiraciones de los más pobres de Sudamérica de que el progreso no  signifique la resurrección de odios excluyentes que no por explicables dejan de ser criminales.
 

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 Artículo publicado en el portal webarticulista.net, 21 diciembre 2005.

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