El triunfo de Hugo Chávez
por Alvaro Vargas Llosa

Aun si no existiera conexión alguna entre Evo Morales y Hugo Chávez, el triunfo impresionante del primero en los comicios bolivianos otorga al mandatario venezolano una victoria sicológica, pues en el imaginario político latinoamericano esa conexión existe y en política lo que importa son las percepciones. Pero esa conexión no es imaginaria sino real, de modo que puede hablarse, no sólo desde el punto de vista de las percepciones sino también de la orientación que adopta Bolivia desde este momento, del primer gran éxito en la estrategia multiplicadora de Hugo Chávez en América Latina. Las otras naciones gobernadas por la izquierda -como Brasil, Argentina y Uruguay- coquetean con Caracas, pero no acaban de alinearse por completo y tienen, sobre todo las dos primeras, un peso que les permite mantener distancia.
En el caso de Bolivia, a menos que Morales haga un giro increíble desde el poder, estamos ante un líder que, además de situarse ideológicamente más cerca de Venezuela que sus pares antes mencionados, necesitará del apoyo económico y político de Venezuela para consolidarse, dada la precariedad del Estado que asume, la impaciencia de una población indígena que exigirá resultados rápidos y el aislamiento regional que enfrentará si se radicaliza de inmediato.
El mandato de Morales es abrumador y cabe esperar que lo utilice para dar el primer zarpazo político: el copamiento de la futura Asamblea Constituyente con delegados suyos. Ya había anunciado la convocatoria, pero hasta ayer existía la perspectiva de un mandato muy limitado, con minoría exigua en el Congreso y, fragmentación en la sociedad. Los resultados de los comicios de ayer le permitirán avanzar con mucha más seguridad hacia el objetivo de acumular el poder necesario para su proyecto. Le basta con tener en cuenta la experiencia de Chávez para saber cómo se hacen las cosas. Desde el instante mismo de su triunfo a finales de 1998, Chávez inició la captura de las instituciones mediante una serie de convocatorias electorales que pasaron, primero, por una Asamblea Constituyente y, luego, por la elección de un nuevo Congreso, todo ello refrendado con referéndums calculados para dejar las cosas bien atadas. Morales no ha escondido su deseo de ir por una senda parecida y la montaña de votos que ha obtenido en un país de instituciones precarias donde dos gobiernos fueron arrasados en los últimos dos años en base a asonadas callejeras organizadas por Morales le ponen en bandeja al líder boliviano la posibilidad de recomponer el escenario para concentrar poder con relativa facilidad y velocidad.
Para Chávez, que se volcará con Bolivia, la victoria de Morales es también un incentivo adicional para dedicar energías a Perú, donde el fenómeno Humala abre perspectivas interesantes para la multiplicación de la causa nacional populista. Ya en los últimos años se han notado vasos comunicantes entre el fenómeno Morales y el activismo indígena de zonas aimaras en Puno, departamento fronterizo con Bolivia, pero todo indica que el triunfo de Morales tiene un potencial para crecer más allá de ese círculo en el sur andino de Perú, que es el bastión de Humala.
Ninguno de los gobiernos de la región, incluido Chile, podrá expresar temores públicos por todo esto. Deberán hilar fino, pues el mandato de Morales es indiscutible y cualquier acción que parezca hostil tendrá el efecto de soliviantar al líder boliviano. Pero las cancillerías latinoamericanas están preocupadas, como lo está el gobierno de EE.UU., y tratarán de prevenir el peligro de un nuevo Chávez en la región mediante una combinación de gestos amistosos tendientes a evitar la radicalización de La Paz. No está claro cuán efectiva pueda resultar esa estrategia. Lo que sí está claro es que el grado de radicalización de Bolivia dependerá muy poco de la actitud que asuman los chilenos o los brasileños frente a Morales. El grado de radicalización de Morales dependerá de él mismo y de cuán dispuestos estén los bolivianos, que le dieron un triunfo contundente, a soportar una eventual desfiguración del sistema democrático que lo coloca en Palacio Quemado.
 

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 Escritor y periodista peruano y corresponsal de La Tercera en Washington.

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