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Bolivia opta por el populismo
revolucionario
por Andrés Benavente
Urbina
El
triunfo de Evo Morales en las elecciones
presidenciales por una contundente mayoría
plantea varias derivaciones.
En primer lugar, la culminación de un proceso de
ascenso del populismo revolucionario que comenzó
junto con la década en medio de las protestas en
Cochabamba por la privatización del servicio de
agua potable, que prosiguió con el segundo lugar
que ocupó Morales en las elecciones
presidenciales de 2002 y su llamado a hacer
ingobernable la administración de Sánchez de
Lozada elegido por el Congreso Nacional, que
siguió con el estallido social de octubre de
2003 que pone fin a ese gobierno y que culminó
con la movilización rupturista que fuerza la
renuncia del Presidente Carlos Mesa en junio de
2005. Morales y el MAS terminan planteándose
como la única alternativa viable de
gobernabilidad porque si eran oposición
aseguraban generar climas de inestabilidad.
De la amenaza de que el populismo revolucionario
llegara al gobierno con mi colega, el politólogo
argentino, Julio Cirino habíamos escrito en
nuestro libro “La Democracia Defraudada.
Populismo Revolucionario en América Latina”,
publicado en Buenos aires a mediado del 2005. Lo
que en ese entonces era una posibilidad, dentro
de poco será una realidad que no afectará
solamente a Bolivia.
En segundo lugar, el agotamiento definitivo del
sistema de partidos políticos tradicional que si
bien dio una inédita estabilidad a Bolivia a
partir de la década de los ochenta, luego fue
perdiendo legitimidad en la población, la que
terminó viendo en ellos a actores de acuerdos
meramente cupulares. Los pactos políticos eran
tan heterogéneos que se expresaban en mega
coaliciones que, por lo mismo, resultaron ser
inmóviles precisamente para mantener la unidad
de alianzas híbridas. A ello deben agregarse las
imputaciones permanentes de corrupción a los
gobiernos y a la clase política, tal como había
acontecido en la Venezuela anterior a Chávez. En
una y otra experiencia las acusaciones eran
verdaderas, lo que fue aumentando el descrédito
de los partidos tradicionales ante la opinión
pública.
En tercer lugar, porque el modelo de desarrollo
impulsado por los más diversos gobiernos desde
1985, si bien resultó exitoso para terminar con
los escenarios de hiperinflación, impulsar el
crecimiento económico y atraer inversión
extranjera, especialmente en el sector minero,
no fue capaz de generar ventajas para la
población, donde siguió reflejándose una clara
inequidad en la distribución del ingreso. Esto
se transformó en una dificultad insuperable
cuando llegaron los vientos recesivos en el
comienzo de la actual década.
En otras palabras, el triunfo de Morales no es
algo circunstancial sino el fruto de un proceso
de acumulación de fuertes tensiones sociales que
no pudieron ser canalizadas y absorbidas por los
últimos gobiernos.
Por lo mismo, el gobierno de Evo Morales tiene
varias proyecciones en Bolivia.
De una parte, importa la clausura definitiva de
una estrategia de desarrollo que ya había sido
sacada de la agenda pública a la caída de
Sánchez de Lozada. El programa de gobierno del
MAS habla de extirpar el “Estado neoliberal
excluyente” que será reemplazado, en una nueva
Constitución, tal cual en Venezuela, por un
“Estado comunitario y productivo”. En la
aplicación del nuevo esquema económico “se
revisará la ley de inversiones” para crear una
nueva “matriz de desarrollo productivo” que
contempla la industrialización por el Estado de
los recursos naturales. La matriz estará
integrada por los hidrocarburos, la minería, la
agricultura, la agroindustria, la industria
manufactura, la explotación forestal, el turismo
y la industrialización de la hoja de coca. En
otras palabras, el Estado lo va a cruzar todo,
donde la libertad económica simplemente dejará
de existir.
De otra parte, se entrará a una etapa de mayor
confrontación política puesto que implicará una
divergencia con el Senado donde el futuro
gobierno no tendrá una mayoría asegurada y se
recurrirá, como en Venezuela, al terreno del
hostigamiento de quienes se opongan a este
intento fundacional con que llega Evo Morales.
Como en otras experiencias, el maniqueísmo
político tendrá un fuerte protagonismo.
Una tercera dimensión, por último, es que la
elección de Morales significa una expansión del
chavismo en América del Sur convirtiendo el eje
Caracas-La Habana-La Paz en un factor
desestabilizador de los regímenes políticos que
sean calificados de “neoliberales”. Morales ya
ha invocado al efecto el híbrido entre
pensamiento bolivariano y el legado del Che
Guevara.
En definitiva, lo que si ha asegurado Bolivia en
esta elección es la profundización de la pobreza
al retornar a esquemas económicos fracasados,
como suele ocurrir en los ensayos populistas.
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Politólogo. Investigador del Área de Análisis del Entorno
Latinoamericano de la Escuela de Postgrado, Facultad de Economía
y Empresa, Universidad Diego Portales. |
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