Un país desgarrado
por María Sáenz Quesada

La información cotidiana presenta a la República de Bolivia desgarrada por fuerzas opuestas. ¿Qué se disputan? ¿Un gobierno o una nación? Cada grupo habla en su nombre y en su lengua desde posturas inconciliables: jefaturas étnicas contra jefaturas institucionales, tierras altas contra tierras bajas. En suma: cuestiones concretas y problemas candentes que atentan contra la idea racional de una ciudadanía y de una nación en busca de soluciones y de consensos.

El no improbable desmembramiento de la nación andina remite a la imagen histórica del suplicio de Andrés Apasa Túpac Catari, el jefe de la rebelión indígena del altiplano que asedió durante 109 días a la ciudad de La Paz con cuarenta mil hombres. Tropas venidas del virreinato de Buenos Aires derrotaron a Catari. Este fue condenado a ser descuartizado por cuatro caballos. Seis mil muertos, muchos de ellos vecinos del Tucumán, fue el doloroso saldo del levantamiento ocurrido en 1781.

En los tiempos en que el Alto Perú era una de las regiones más ricas y pobladas del imperio español, gracias a los yacimientos de plata, hubo otras sublevaciones. Hacia 1650, se enfrentaron en guerras civiles los europeos del Potosí, divididos en “naciones”: vascos contra andaluces, extremeños y criollos.

Más atrás en la historia, pueden rastrearse las luchas entre los pueblos indígenas que explican el mosaico de lenguas aborígenes que se hablan en la actualidad. El altiplano, un territorio con desarrollos culturales propios, fue conquistado por el ejército del inca Huayna Cápac, que ocupó las regiones de La Paz, Cochabamba y Oruro. Los incas sometieron a las naciones de lengua aymara y aplicaron su política de trasladar al territorio dominado a los pueblos quechuas pacificados y a los rebeldes guaraníes de las zonas tropicales.

Tales antecedentes demoraron la construcción de la Bolivia moderna. La emancipación de España se concretó sólo en 1825, pese a que en la Universidad de San Francisco Javier (Charcas) se difundieron las ideas de la Independencia y a que hubo un 25 de mayo de 1809 de carácter revolucionario en la ciudad de La Plata (Sucre).

Asimismo, resultó difícil implantar las nuevas doctrinas liberales que exaltaban al individuo. Este es el caso de la supresión del tributo, un impuesto particular que afectaba a los indígenas y que fue abolido por el delegado de la Junta de Buenos Aires, Juan José Castelli ( 1811), y por el libertador Bolívar (1825). Pero el tributo se reimplantó y duró sesenta años más, porque el Estado no encontraba mejor solución para sus maltrechas finanzas que la de hacer pagar más a los más pobres.

En las comunidades indígenas de campesinos, descendientes de los ayllus prehispánicos, se procedía de acuerdo con pautas ancestrales. Sobrevivía la autoridad del curaca, jefe étnico reconocido por los conquistadores incas tanto como por los españoles y, después, por la República. Todavía en 1950, el censo agrícola señaló la existencia de 3779 comunidades que trabajaban el 26% de las tierras cultivadas.

Entre tanto, el poder pasaba de un caudillo a otro caudillo, en un proceso similar al que atravesaban las otras repúblicas sudamericanas, pero con mayores inconvenientes para encontrar consensos mínimos que permitieran construir la nación. En ese sentido, la derrota sufrida por Bolivia a manos de Chile en la Guerra del Pacífico (1879), que le significó la pérdida de su litoral marítimo, y otra pérdida significativa que benefició a Brasil (la campaña del Acre, 1902), llevarían a la formación de partidos liberales y conservadores que expresaron los intereses de los grandes hacendados y de los nuevos empresarios mineros. Por esa época, los problemas crónicos de la sociedad fueron atribuidos a la escasez de descendientes de europeos. Ese es el argumento de Pueblo enfermo (1909), obra en la que Alcides Arguedas expresó el prejuicio racial del blanco contra el mestizo.

Cuando la plata dejó de ser rentable, comenzó el ciclo del estaño, “el metal del diablo”, como lo denominó Augusto Céspedes en una novela en la que denunció una masacre ocurrida en las minas de Simón Patiño. Por entonces, los millonarios exportadores de dicho metal, Aramayo, Patiño y Hochschild, eran también los referentes de la clase política.

Esa etapa concluyó cuando la derrota de Bolivia en la Guerra del Chaco (1932-1935) conmovió al país. La reacción no se hizo esperar. Hubo un resurgimiento del sentimiento nacionalista, mezclado con ideologías internacionales, el fascismo en el Movimiento Nacionalista Revolucionario –fundado, entre otros, por Víctor Paz Estenssoro– y el marxismo en otras corrientes. Se nacionalizó el petróleo y la nueva consigna fue “Tierra al indio, minas al Estado”.

En la posguerra mundial, en Bolivia se sucedieron las luchas cada vez más dramáticas, en las que el factor militar inclinaba la balanza. Pero ya existía un nuevo factor, los sindicatos mineros, entre ellos los muy combativos de Catavi y Siglo XX. El legendario líder de la Central Obrera Boliviana, Juan Lechín Oquendo, comenzó a practicar acciones de movilización directa de las masas.

En 1946, una pueblada sin precedentes terminó con la vida del presidente militar Gualberto Villarroel, asesinado y colgado en la plaza Murillo (en el mismo escenario de las actuales protestas). Seis años más tarde, el ejército profesional fue derrotado por las milicias de mineros armados y el presidente Paz Estenssoro pudo sancionar una serie de innovaciones revolucionarias: el voto universal, que reemplazó al voto calificado, vigente hasta entonces; la estatización del estaño (no la del petróleo, que volvió ser explotado por compañías privadas) y la reforma agraria, impulsada desde las mismas comunidades indígenas. Por fin desaparecía la arcaica institución del pongo, que obligaba al campesino a servir periódicamente en la casa del dueño de la hacienda.

¿Había ocurrido en Bolivia la primera revolución proletaria de América? Sin embargo, dicha revolución perdió combatividad y los gobiernos terminaron recibiendo el apoyo financiero y técnico de Estados Unidos. Asimismo, las fuerzas armadas más conservadoras recuperaron espacio y poder. El relato de este proceso lo hizo Liborio Justo (Quebracho) en su obra Bolivia, la revolución derrotada (1971). En este país, el más politizado del continente, se dan más violentamente también las contradicciones que agitan a todos los demás, observó Justo.

De hecho, más de un centenar de golpes de Estado y varias revoluciones no han logrado todavía asegurar la estabilidad y el bienestar en Bolivia. Ni las privatizaciones ni la apertura al capital extranjero de las empresas estatales en la década de 1990, cuando el MNR volvió al poder, impidieron que los reclamos fueran cada vez más violentos. Sin duda que hay muchas, demasiadas cuestiones urgentes para resolver. Principalmente, problemas sociales, como el analfabetismo y la extrema pobreza. A esto se suman las presiones de Estados Unidos para suprimir los cultivos de coca y la dificultad de aplicar una política económica y de distribución en torno de la explotación de los hidrocarburos. Por otra parte, la desaparición de dirigentes históricos, como Paz Estenssoro, Lechín y Hugo Banzer, fallecidos hacia 2001, ha dado lugar a nuevos liderazgos.

Por todo eso, lo que está ocurriendo en ese corazón áspero del continente preocupa, angustia, conmueve. Un país cada vez más aislado y desgarrado, enfrentado todavía en términos pacíficos, y en el que probablemente, si no se logran soluciones mínimas en el corto plazo, la violencia ocupe finalmente todo el escenario.

 

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Artículo publicado en el diario La Nación, 8 junio 2005
Historiadora. Su último libro se titula:
"Isabel Perón. La Argentina en los años de María Estela Martínez"

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