uando
la diputada Desirée Santos Amaral pide que se encarcele a
la abogada
Mónica Fernández, representante del Foro Penal, por sus
actividades legales en defensa de cuatro estudiantes
universitarios detenidos por repartir panfletos a las
puertas del Estadio Olímpico, parece creer,
verdaderamente, que la asamblea de diputados a la que se
dirige expresa de verdad a la totalidad del país. Y que
ella, la vicepresidenta de ese cuerpo legislativo, se halla
investida de tan alto magisterio por voluntad de los 16
millones de venezolanos con derechos ciudadanos.
Olvida, o pretende olvidar, que esa asamblea fue electa
por el 16% de esa ciudadanía. Y que prorrateado ese 16%
por el número de diputados que hacen vida en ese foro da
cifras de electores verdaderamente patéticas. Ni ella
representa al país, ni esa asamblea descansa sobre la
unanimidad política de la nación. Es la construcción
política más frágil, arbitraria e írrita que la república
haya tenido en toda su historia. Asunto que de estar
grabado en algún frontispicio de la sala de sesiones
podría iluminar a sus miembros con una elemental cordura y
una mínima discreción.
Lo
mismo puede decirse, sin excepción alguna, de todos los
actuales poderes del Estado. La honda, la profunda y
terrible crisis porque atraviesa el país reposa en ese
hecho: la nación está dramáticamente dividida. Y de todas
sus instituciones públicas, sólo la presidencia de la
república cuenta con legitimidad electoral, si bien
gravemente cuestionada ella misma por manejos dolosos en
que se encontraría incurso el propio organismo encargado
de cautelar la limpieza de nuestros procesos electorales.
La sombra del fraude ronda sobre Miraflores.
De
manera que tanto la diputada Desirée Santos Amaral, como
la Sra. Cilia Flores, y todos los diputados que hacen vida
en ese foro, penden de la legitimidad presidencial. No fue
por mera camaradería que Fidel Castro le aseguró a Hugo
Chávez lo que éste hiciera público en la asamblea que
sostuviera en el Poliedro de Caracas con los miembros de
su recién inaugurado partido político, el PSUV. Según el
presidente, Castro le habría asegurado que desaparecido
del panorama nacional, la revolución bolivariana
desaparecería como por arte de encantamiento. “Sin ti, a
esa revolución se la lleva el viento”, cuenta que le dijo.
Y si lo contó tal cual es no sólo porque él mismo lo sabe
mejor que nadie y está completamente de acuerdo. Es
porque, además, lo teme. Y lo que es infinitamente peor:
porque posiblemente no encuentre remedio.
Como
bien lo sabemos todos por su historia, no es el presidente
de la república hombre de acero templado como para
enfrentar con entereza y estoicismo grandes adversidades.
Ha tenido siempre la fortuna a su favor, a sus enemigos
postrados por genética minusvalía y el campo abierto y
como dispuesto a complacerle todos sus caprichos. Esa
situación ha cambiado dramáticamente. Hoy se encuentra en
el centro de un huracán. Como para no alquilarle las
ganancias.
2
No
es necesario disponer de la información altamente secreta
y confidencial de que dispone el agonizante líder cubano
acerca de lo que sucede en las alturas del poder de este
frágil y caprichoso edificio que es el chavismo gobernante
para deducir la absoluta pertinencia y veracidad del
apodíctico señalamiento. Esta revolución se sostiene con
pinzas y su estabilidad y supervivencia depende más de la
incapacidad de la élite política opositora en dotar de un
convincente liderazgo al poderoso y mayoritario movimiento
opositor de la sociedad civil - más viva que nunca - que
de las propias fuerzas del régimen. Y en cuanto al régimen
mismo, se sostiene en lo esencial sobre la suculenta
chequera de su líder, no sobre alguna construcción
ideológica, un partido político o una gestión admirable.
Tal cual dijo Castro: desaparecido el líder, se evapora su
revolución.
Basta imaginar tal desaparición para concluir en la más
espantosa de las pesadillas: al término de este gobierno
el país despertará de un macabro sueño de verano.
Infinitamente más pobre que antes de que subiera al poder
el Primerísimo. Muchísimo más destartalado, quebrado y
arruinado que antes de los golpes de Estado que iniciaran
su andadura en 1992. Bastante más fracturado en su
arboladura moral y con los tradicionales poderes del
Estado hundidos en la mayor de las debacles.
Su
única obra: haber situado a los sectores populares y más
desvalidos en el primer plano de las preocupaciones
presidenciales y haberles asistido tanto y en tan gran
medida como lo creyó posible, no habrá dejado tras de si
nada que no sea un amargo despertar de una fenomenal
borrachera sin final feliz. Esos sectores no se han
superado cultural, educacional, profesionalmente. No han
ascendido en la escala social. Despertarán sobre los
mismos lechos de las mismas viviendas en que se
encontraban cuando salieron hace ocho años tras el delirio
del caudillo. Tendrán las manos vacías. Y una frustración
tan gigantesca, que puede dar lugar a los peores desmanes
y tropelías. Tan legítimas y justificadas como las
cometidas el 27 de febrero. Pero infinitamente más graves
y mayores.
Entonces querría escuchar a la rencorosa y vengativa
periodista in partibus clamar por justicia. Cuando tenga
que dar cuenta de las acciones de una asamblea de la que
cabe escribir lo que Rómulo Gallegos escribiera en la
revista Alborada
en 1909, refiriéndose al parlamento que acompañaba a
Cipriano Castro:
“Harto es sabido que este
Alto Cuerpo en quien reside, según el espíritu de la Ley,
el Supremo Poder, ha sido de muchos años a esta parte un
personaje de farsa, un instrumento dócil a los desmanes
del gobernante que por sí solo, convoca o nombra los que
han de formarlo, como si se tratara de una oficina pública
dependiente del Ejecutivo y cuyas atribuciones están de un
todo subordinadas a la iniciativa particular del
Presidente. Naturalmente éste escoge aquellos delegados
entre los más fervorosos de sus sectarios, seleccionando,
para la menor complicación, aquellos partidarios
incondicionales cuyo más alto orgullo cifran en posponer
todo deber ante las más arbitrarias ocurrencias del Jefe.
Estos son los hombres propios para el caso y como además,
en la mayoría de las veces, adunan a esta meritoria
depravación moral, una casi absoluta incapacidad mental,
la iniciativa del Presidente, después de ser posible llega
a convertirse en necesaria”.
3
Basta reseñar la fría secuencia de los hechos ocurridos
desde el pasado 3 de diciembre para destapar el muy
conflictivo mar de fondo que sacude al chavismo en este su
anno horribilis y
tiene al presidente de la república al borde de la
desesperación. En términos generales, el desastre
económico de su gestión sólo puede ser ocultada por la
pertinaz y tozuda alza en los precios del petróleo. Alzas
que incluso compensan la sistemática pérdida de la
capacidad productiva de PDVSA, al parecer al borde de un
terrible colapso. La que fuera una de las más grandes
empresas del planeta, es hoy pasto de la iniquidad, la
irresponsabilidad y la impericia. Siguiendo la tónica
presidencial, en vez de afincarse sobre si misma y
resolver sus problemas estructurales y de gestión, decide
diversificarse convirtiéndose en una suerte de mercadillo
de recetas universales para atacar todos los males y
problemas del país.
PDVSA pretende reparar lo que ha sido causado por el
desastre del propio gobierno: el país depende de la
importación de alimentos más que nunca antes en su
historia. Reproduciendo lo que para Uslar Pietri fuera la
peor pesadilla venezolana imaginable, nos hemos convertido
en parásitos de los ingresos petroleros. Hemos vuelto a
ser un país de mercachifles, de comerciantes, de
importadores. Una floreciente economía de negociantes
reparte el dinero más fácil habido por la república. La
producción, en todos sus rubros, se encuentra al borde del
colapso para satisfacer una demanda sin otra base que la
renta petrolera. La relación entre el dólar libre y el
oficial superó el 100%. Podemos estar ante las puertas de
una grave crisis financiera y fiscal, mayor que las que
nos sacudieran en el pasado y crearan las condiciones para
esta multiplicación del desastre.
A
esa situación objetiva, sin remedio aparente de persistir
el gobierno por su actual cauce – y nada hace prever un
cambio de timón – se suman los delirios de un proyecto
socialista - marxista - absolutamente ajeno a la realidad
del país, de la región y del mundo. Los resultados no
pueden ser más catastróficos para las pretensiones
presidenciales. Pretender imponer el socialismo del siglo
XXI, reformar la constitución y cerrar medios de
comunicación se ha traducido en el rechazo de la opinión
pública mundial, el despertar del movimiento estudiantil y
la rebelión de periodistas y comunicadores. Apenas la
punta de un iceberg que puede aflorar en cualquier
momento.
Y
como si con toda esa larga lista de problemas no fuera
suficiente, ahora nos enteramos de que en el interior de
la Fuerza Armada existe una fractura de extrema gravedad.
Que se traduce en el rechazo, expresado de manera
consistente y muy bien razonada por el saliente ministro
de la defensa general Raúl Isaías Baduel, del llamado
socialismo del siglo XXI. Al que acompañó, sin medias
tintas ni subterfugios, de un panegírico al capitalismo
democrático, a la generación de riqueza y al respeto al
consenso como forma de dirimir los conflictos que nos
aquejan. Si su posición expresa el sentir mayoritario de
la Fuerza Armada, estamos ante un muy grave desacuerdo de
consecuencias imponderables.
4
De
pronto nadie quiere retratarse con el presidente de la
república. Lula no coge el teléfono cuando recibe sus
llamadas. La posible futura presidenta de Argentina no
parece desmayar de simpatías y comparte las aprehensiones
de la comunidad judía mundial ante el talibanismo del
presidente Hugo Chávez. Recomiendo al lector la lectura de
la
última declaración de Gustavo Cisneros, un muy
pormenorizado y prolijo protocolo de la conversación que
sostuviera con Jimmy Carter y Hugo Chávez en Fuerte Tiuna.
Un intento muy serio y responsable por deslindar
responsabilidades. Lo menos que se puede imaginar un
simple observador, es que el proyecto del presidente de la
república se encuentra ante una grave encrucijada. Tan
complejo y difícil parece el panorama internacional y
nacional para los afanes expansionistas del Sr.
Presidente, que ha debido conformarse con correr a
auxiliarse en Irán y ofrecerle regalos imposibles al más
desprestigiado y corrompido de sus aliados, Daniel Ortega.
En el colmo de la irresponsabilidad le ha ofrecido ciento
cincuenta mil barriles de petróleo gratis. De los cuales
cien mil para que, refinados en una refinería financiada y
construida por Venezuela, los negocie a su gusto,
beneficio y discreción. Otra locura de graves
consecuencias futuras.
Sin
duda: el chavismo vive ante una grave encrucijada. El
problema es que a esa encrucijada ha sido empujado el
país. Y frente a ella estamos todos. Que Dios nos asista
en este grave trance.