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Arafat, el patriarca - por Luis DE LION
jueves, 11 noviembre 2004


 
         

El ingeniero, intelectual, terrorista, empresario, hombre de Estado, premio Nóbel de la paz, deja tras de si una nación en estado embrionario, con muchas ruinas, pero muy presente la imagen de un hombre a quien le costó darle la espalda a la violencia y a la guerra. ¿Qué es hoy Palestina? ¿Un sueño abortado o inconcluso? ¿Fracaso personal o tragedia colectiva?

 

Sin duda que Arafat fue un gran camaleón político, que se vestía de fiel musulmán cuando visitaba Arabia Saudita, de revolucionario cuando iba a la China o de nacionalista árabe cuando visitaba al depuesto Saddam Hussein. 40 años de un habilidoso ejercicio político, que le permitió en diversas ocasiones resucitar justo cuando sus adversarios le preparaban las respectivas obsequias fúnebres.

 

Pero su principal logro se reduce a un hecho simple. Borrados del mapa en 1948, condenados al éxodo, sin territorio, los palestinos hoy existen nuevamente, disponen de un territorio, y Arafat les dio una identidad la cual constituye hoy la única garantía de subsistencia.

 

Arafat la leyenda, una personalidad, un hombre que buscó ser amado por todos y todo el tiempo, algo que en política es imposible. Nacido a orillas del Nilo, al norte de El Cairo, en el seno de una familia humilde, el Rais a través de sus biógrafos oficiales siempre pretendió hacer creer que había nacido y crecido en Jerusalén, sin duda el lugar propicio para lo que sería su lucha y su destino. Sin embargo, es en las arenas de Kuwait donde va a nacer el movimiento de liberación nacional, Fatah, y desde donde Arafat adopta a Abou Ammar como nombre de guerra.

 

Mas tarde se convertiría Arafat en jefe de la OLP, secuestro de aviones mediante, y del tristemente célebre Septiembre Negro de 1972 en Munich. El hábil político sabe distanciarse de estos hechos de sangre y en la búsqueda de un reconocimiento internacional ante la Asamblea General de la ONU en 1974 declara: “traigo en una mano el fusil y en la otra una rama de olivo”.

 

El Líbano en 1975, es el escenario de un nuevo capítulo sangriento, Beirut dividido en dos facciones, Arafat se funde muy bien entre el caos, y con la ayuda proveniente de los petrodólares del Golfo, se estrena como exitoso hombre de negocios.  El emergente poder de Arafat, comenzaba a inquietar a Israel, al punto que el ejército israelí bajo el comando de Ariel Sharon entra en territorio libanés, y Arafat el hombre de las siete vidas encuentra refugio en Túnez.

 

Hasta que en 1987 la primera intifada toma al mundo por sorpresa, incluido el propio Arafat. La guerra de las piedras trae consigo a nuevos líderes palestinos, con los que Arafat rápidamente establece contacto, para así sacarle un provecho político a la situación, ágil maniobra ésta que le permitió a Arafat obtener el reconocimiento en 1988, de poder compartir la Tierra Santa entre dos Estados.

 

Pero las contradicciones, salen nuevamente a flote y Arafat en 1991 apoya a Hussein en la primera guerra del Golfo, en consecuencia la OLP perdía el valioso financiamiento proveniente de las monarquías del golfo pérsico. Saddam derrotado, la OLP en bancarrota y Arafat políticamente desterrado, queda aislado de las conversaciones de paz iniciadas en Madrid, pero nuevamente el contradictorio pero virtuoso político que es Arafat, torpedea dichas reuniones, y se erige como el único interlocutor ante Israel, a través de las para aquél entonces secretas reuniones de Oslo, que culminarían en 1993 en Washington con la firma del acuerdo de paz con Israel. Arafat se consagra internacionalmente, deja de ser el jefe de una tribu nómada, para convertirse en el presidente de la Autoridad Palestina, y el terrorista jubilado hasta el premio Nóbel de la paz obtiene.

 

Los extremistas consideran que Arafat cometió muchos errores al negociar con Israel, Hamas y la Jihad islámica desencadenan una serie de sangrientos atentados, seguidos de un hermético bloqueo impuesto por las fuerzas militares israelíes sobre Gaza y Cisjordania. En consecuencia se instalan la miseria y el desempleo en Palestina. Es asesinado Rabin y Netanyahou acelera la colonización y el territorio y la autonomía palestina quedan en entredicho.

 

Arafat el patriarca divide, para así reinar sin compartir el poder, múltiples servicios de seguridad, sin atribuciones definidas y los inversores extranjeros salen huyendo. Así llega Arafat a Camp David, ante un Clinton que se despide del poder y Barak dispuesto a concederle a los palestinos mucho más que cualquier otro líder israelí en el pasado. Sin embargo, no sale humo blanco.

 

Se le hacía tarde a Arafat, una nueva intifada y la llegada al poder de su eterno enemigo Sharon, junto a una serie de atentados suicidas, así como las represalias israelíes, alejaban la paz del horizonte y Arafat terminaba sitiado en Ramallah. Ya en 2002 muchos lo consideraban muerto políticamente, pero Arafat se niega a ceder el poder, y sigue manejando a su antojo las fichas del juego político palestino, Fatah, OLP y Autoridad Palestina, son todas creaciones de Yasser Arafat.

 

Fiel a sí mismo, hasta el final de sus días, Arafat cultivó con maestría el gusto y el arte del secreto, el mundo entero ha seguido su agonía y su muerte, sin saber a ciencia cierta cual enfermedad le aquejaba. Y como buen político carismático, descuidó de manera expresa su sucesión, y la tragicomedia de ésta últimas semanas en los pasillos del hospital militar de Percy en las afueras de París, entre su esposa y los líderes de la Autoridad Palestina, así lo confirman.

 

Un líder poseedor de una compleja psicología, fiel a aquélla frase que reza; toma todo lo que te den y reclama con fuerza que te den el resto. Pero a pesar de su estilo patriarcal, mesiánico y populista, felizmente hoy podríamos decir que los candidatos a la sucesión política de Arafat, aún siendo rivales políticos entre ellos mismos, todos comparten una visión moderna, pragmática y civil de la cruda realidad Palestina, y en ese sentido no podemos concluir sino con una nota optimista, en vías de un hipotético relanzamiento del proceso de paz, que sin duda será precedido por tres fases; una previa de desordenes, seguida de la instalación de un nuevo aparato político y finalmente por la entrada en funciones del verdadero post-Arafat.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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