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RESEÑA DEL LIBRO:
Ignacio Ramonet, Fidel Castro. Biografía a dos voces, Debate, Barcelona, 2006, 654 p.

Sobre versiones, secretos y silencios

por Elizabeth Burgos
martes, 30 enero 2007


Pese a su género periodístico y a los fallos formales que podrían impedir catalogarla como fuente historiográfica en el sentido pleno de la palabra, es indudable que Fidel Castro. Biografía a dos voces formará parte del legado documental del castrismo. Y no porque ofrezca versiones inéditas, o haga revelaciones excepcionales, sino por el material de índole psicológico que el entrevistado arroja acerca de su visión del mundo, su manera de ejercer el poder, su capacidad de instrumentalizar el estallido de las crisis y la resolución de las mismas; sus omisiones y silencios; su capacidad de disimulo, o de fingir ingenuidad cuando lo cree necesario. Rasgos de carácter que aparecen ilustrados a todo lo largo de la serie de entrevistas que constituyen un “testamento político”, un “balance de su vida” según palabras del entrevistador, resultado de cien horas de grabación, habiéndolas comenzado en el año 2003 y finalizado en el 2005.

En la “biografía a dos voces”, - lo de las dos voces tiende a exagerar el papel del periodista el cual se limita simplemente a plantear las preguntas -, el entrevistado toma el partido de actuar un personaje, a veces ingenuo, otras, víctima del destino. En lugar de acontecimientos signados por el espesor de la historia, lo que aparece es un personaje sorprendido por las circunstancias cual un Fabricio del Dongo en Waterloo. Al igual que el héroe standhaliano de la Cartuja de Parma, todo cuanto le sucedió fue producto del azar, de las circunstancias y de fuerzas exteriores: nunca la incidencia de su voluntad aparece como móvil, o es cuestionada.

La temporalidad que abarca, y el momento escogido para su publicación en Cuba, coincidiendo con el cincuenta aniversario del desembarco del Granma, y el ochenta aniversario del biografiado, sitúan la obra dentro de la estrategia a la cual Fidel Castro nunca ha fallado: su dedicación a la tarea de esculpir su propia imagen y de la cual la opinión pública mundial ha recibido múltiples ejemplos en los últimos meses.

No es la primera vez que Fidel Castro se libra al ejercicio de la entrevista: ya lo había hecho en varias ocasiones. Las más emblemáticas, publicadas en forma de libros, son las del brasileño Frei Betto, Fidel y la Religión y la de Gianni Miná, Un encuentro con Fidel. El hecho de haber sido publicadas por la Oficina de Publicaciones del consejo de Estado, le imprimen un carácter de versión oficial.

Pero de lejos, la más extensa y la que cubre mayor espacio biográfico, es la que hoy nos ocupa y cuenta también con una edición cubana que el propio Fidel Castro, según declaraciones suyas, revisó y corrigió durante las primeras semanas de su larga convalecencia, cuando cedió “provisionalmente” el poder a su hermano Raúl el 31 de julio pasado.

El propósito de la Biografía a dos voces es sentar la versión oficial del papel protagónico de la figura de Fidel Castro en Cuba, e igualmente en las regiones del mundo en donde su influencia también se ha ejercido principalmente en el África. No fue casual pues, el hecho de que se le ofreciera un ejemplar en edición de lujo de la versión corregida por el propio Fidel Castro, como regalo oficial a los representantes de los Países No Alineados que acudieron a la reunión que tuvo lugar en septiembre pasado en La Habana.

Un análisis comparativo de ambas versiones, incluyendo cotejarlas con las siete horas de grabaciones de las entrevistas, subtituladas en francés, transmitidas por el canal “Histoire” de la TV francesa, será una tarea indispensable que deberán emprender los historiadores, por tratarse de una obra que somete la historia de Cuba a una relectura con el propósito de alimentar el corpus mítico del castrismo.

Cabe señalar que en la versión filmada, Fidel Castro tutea a Ignacio Ramonet y en la edición impresa, el tuteo es sustituido por el Usted.

La obra está organizada en 26 capítulos; la tela de fondo es la vida de Fidel Castro en simbiosis con la historia de Cuba, siendo ésta la clave mayor de la obra.

Como no es imaginable que tratándose del “Comándate en Jefe” y de una operación mediática de proyección internacional, se le de cabida a la espontaneidad, es de suponer que el contenido de las preguntas fue sometido a un escenario establecido minuciosamente y pasado por los filtros pertinentes del entorno y del propio Fidel Castro.

La primera pregunta del periodista, en lugar de introducir, como era de esperarse, al personaje y su vida, se refiere a la historia de Cuba. Mencionando el 150 aniversario del nacimiento de Martí, y prosigue con el 50 aniversario del asalto al Moncada y pregunta, de manera aparentemente inocente, si a esta última fecha se le puede considerar como el comienzo de la Revolución. El entrevistado corrige: por supuesto que no, la Revolución, qué duda cabe, comienza con la primera guerra de Independencia en 1868 y se prolonga hasta hoy con la Revolución. Dicho de otro modo, puesto que la Revolución cubana la personifica Fidel Castro, y si ésta comienza con la guerra de Independencia; ergo, el origen de Cuba como nación, se confunde con la biografía de Fidel Castro : ambas aparecen formando una entidad única.

Fiel a la lógica de la proyección continental de la Revolución, un desvío por la historia de la guerra de independencia de Venezuela se imponía.

Según la visión de líder cubano, se deduce que el origen de esta guerra radica en la admiración que Bolívar le profesaba a Napoleón del cual tomó la inspiración: “de sus glorias, su grandeza, sus batallas y su papel de libertador porque Napoleón era el trasmisor de la ideas de la Revolución francesa”. Versión, seguramente muy cercana a la verdad, pero reñida con la versión oficial venezolana que reivindica el sentimiento patriótico que motivó a Bolívar para realizar su obra independentista. La versión castrista privilegia el papel del héroe romántico sediento de gloria, y Castro lo recalca: contrariamente a Bolívar, a él (Fidel Castro) nunca le ha interesado la gloria. Sin embargo, Fidel Castro ha manifestado en otras ocasiones su admiración por Napoleón que “contrariamente a otros grandes de la historia, no heredó sus título y se forjó a sí mismo”. Es muy probable que la alusión a Napoleón sea también un guiño de ojo con el propósito de suscitar una edición en Francia, motivado por una falsa creencia muy en acorde con la propensión del continente, de un culto de la personalidad que se le profesaría en Francia a Napoleón. Ignorando que en Francia, Napoleón no goza de una simpatía particular, incluso es menos popular que muchas figuras menores de la historia de Francia. Aunque en algún momento comenta que Napoleón se ha convertido en una marca de coñac, como queriendo tomar distancia con su propio papel, haciendo gala de lucidez.

Pero en donde la voluntad de forjar una versión de la historia que se amolde a la imagen preestablecida aparece nítidamente es cuando Fidel Castro narra como si se tratara de un gesto anodino el oscuro capítulo de la trayectoria política de Simón Bolívar : la captura y entrega a las autoridades españolas del “Precursor de la Independencia”, general Francisco de Miranda, su compañero de lucha, porque “ tras la derrota Miranda pactó con los españoles, lo que fue visto como un acto de traición por Bolívar y sus seguidores”. Capítulo de la historia de Bolívar sobre el cual se guarda silencio por estar reñido con la idea de perfección exigida por la idealización del héroe, por lo que no es gratuita la alusión. Subliminalmente el mensaje que contiene es dar a conocer que hasta Bolívar ha incurrido en acciones fratricidas, dando por sentado que la entrega de Miranda al enemigo común, no significó un gesto aún más reprochable que el de haber pactado cuando Miranda consideró la situación como perdida. Enviado preso a Cádiz, Miranda muere en la mazmorra de la Carraca. Fidel Castro por su lado, exculpa a Bolívar, adjudicándole al propio Miranda la culpa de su suerte: a su afrancesamiento, a su gusto por el confort que lo indujo a dormir en tierra en lugar de hacerlo en el barco inglés en el que pensaba zarpar a la mañana siguiente, hecho que hizo posible su captura.

Esa propensión por adjudicarle a las contingencias y a detalles nimios el desenlace de hechos trágicos e irreversibles que lo eximan de toda responsabilidad, es una de los rasgos más constantes de la psicología de Fidel Castro y aparece muy bien delineado en esta obra. Se trata de una estrategia discursiva, que en él alcanza la cualidad de estructura psíquica.

El detalle, la contingencia se imponen por sobre lo ético. Igual justifica una derrota, que un fusilamiento, o una maniobra diplomática. Elevar el detalle contingente a la calidad de elemento decisivo, bien sea en el marco de la diplomacia o de la gestión del Estado o de una crisis, revela su preferencia por la aplicación de las técnicas de la guerra de guerrillas como modelo de acción, a lo cual se debe agregar su sagacidad política y su capacidad de duplicidad, su necesidad narcisista de seducir a su interlocutor, y su inclinación desmedida por el ejercicio del control absoluto del poder. Su capacidad de no distinguir entre lo que es éticamente permisible o no, por ejemplo, los fusilamientos de los tres jóvenes que intentaron capturar un barco para fugarse a la Florida en 2003: hubo que fusilarlos, no porque el delito revistiera una gravedad tal que mereciera la pena capital, sino “(…) porque en determinadas circunstancias en que una pena drástica de esa naturaleza sí tienen un efecto y puede tener un efecto duradero”. * Es lo que le hace afirmar a unos de sus biógrafos más incisivos, Brian Latell, *que esa capacidad de admitir la posibilidad del asesinato como un medio justificable para alcanzar un fin, sitúan su caso en la clasificación de las personalidades que sufren de sociopatía.

Es por ello que la estrategia discursiva constituye el rasgo de mayor interés de esta Biografía a dos voces. Ilustra de manera transparente el uso de la muy peculiar dialéctica de servirse del detalle, de ir minuciosamente desgranando los meandros de un relato, pormenorizando situaciones, con el fin, no de explicar, sino de convencer al interlocutor de la versión que ha forjada de antemano que le permite explicar un hecho, y a la vez culpar a aquel que él ha seleccionado para jugar ese papel, y a exculpar a su persona, en caso de estar involucrado. Ingentes son los ejemplos de ese proceder a lo largo del relato; las versiones de las diferentes facetas del ataque al Cuartel Moncada que significó, a todas luces, un garrafal error militar; sin embargo según su versión, el acontecimiento aparece envuelto en un aura épica.

Procede a la manera del realizador de cine en el momento del montaje cuando, ciñéndose a un guión, debe narrar una historia que sea creíble. Con la diferencia que aquí se trata de hechos reales que pueden significar la muerte de decenas de personas, la aplicación de la pena de muerte, el hundimiento de un remolcador, acusar a alguien de ser agente de la CIA, incitar los secuestros de avión desde Estados-Unidos, para luego negociar con Washington en condiciones ventajosas, etc., etc.

Sin embargo, en el caso de la historia de Venezuela existe un punto de divergencia con el presidente de ese país. Fidel Castro considera a José Antonio Páez como “un llanero patriota que arrastró tras sí a los llaneros, indios y mestizos, que habían luchado del lado español al mando del asturiano Tomás Boves”; reconociéndole éste el mérito de haber desatado “unas de las primeras guerras de clase en este hemisferio” al decretar una reforma agraria que favorecía a indios y mestizos con las tierras de los criollos sublevados contra España. El cubano tiene una visión de la historia venezolana un tanto más racional que la del actual presidente de la muy bolivariana república de Venezuela que no escatima en manifestaciones de antipatía hacia José Antonio Páez, por haberse enfrentado a Bolívar y causado la ruptura de la Gran Colombia.

Un rasgo dominante: su inclinación por la guerra. Su infancia transcurrió durante el estallido de las guerras que marcaron la época lo que contribuyó a alimentar en él un imaginario de la guerra al cual era de por sí propenso y que ha determinado su manera de actuar en todos los actos de su vida. Todo lo ve bajo el prisma del enfrentamiento, de la táctica militar. Primero fue la guerra de Italia en Etiopia, - de Abisinia- siendo aún muy niño y de la cual se hizo “experto” coleccionando las postales que venían en unos “paquetes de galleticas” que narraban las peripecias de esa guerra. Imaginario que debe haberle acompañado, años más tarde, al enviar tropas cubanas a colaborar con el ejército soviético en la guerra de Etiopia. Esas guerras africanas que culminaron con los acuerdos de paz en 1988 en la sede de la ONU en los que Cuba tomó parte, pues “esta vez Estados Unidos no pudo impedir que Cuba participara como en 1898”, aludiendo al momento en que el ejército mambí fue excluido de la conferencia de París en 1898 cuando se firmó el cese de la guerra y la independencia de Cuba, entre España y Estados Unidos. Palabras que ilustran el móvil que siempre lo ha animado: la revancha ante Estados Unidos por la humillación de 1898.

Las decepciones de Cuba en sus relaciones con los imperios no se limitan a Estados Unidos. El comandante cubano expresa la desazón que sufrió también en su relación con los soviéticos cuando estos negociaron con Kennedy la retirada de los misiles nucleares de Cuba sin consultarlo con La Habana. Más tarde Putín, también actuó de manera unilateral cuando decidió en 2001 cerrar el Centro de Exploraciones Electrónicas de Lourdes (Centro de control y de intercepción de comunicaciones escuchas electrónicas, en particular emitidas desde Estados Unidos).

Otro álbum de “postalitas” que también marcó su infancia fue el que narraba la vida de Napoleón, el gran guerrero, el personaje histórico que tanto ha admirado. La rutina en el manejo de las armas que emprendió desde niño. Luego la guerra civil española, que al ser su padre español le tocaba de muy cerca. Luego estalla la segunda guerra mundial: hechos que concurrieron para que su infancia y adolescencia transcurrieran inmersas en el tema guerrero. A ello se agrega su avidez precoz por la lectura, y su preferencia por las historias de los grandes jefes guerreros, todo fue propicio para que se convirtiera en un experto precoz de la guerra. En múltiples momentos demuestra su gran conocimiento de la historia militar: “hemos estudiado todas las guerras”, declara, según su costumbre, empleando el “nosotros” mayestático. Desde 1947 cuando la aventura de Cayo Confites ya “albergaba la idea de la lucha irregular” en la cual “creía por instinto, por haber nacido en el campo, porque conocía las montañas”. Alberto Bayo cuando los entrenó en la técnica de la guerra de guerrillas no “rebasaba las enseñanzas de romper un cerco,” “no se le ocurría la existencia de una estrategia que transformara le guerrilla en un ejército que pudiera derrotar a otro”, como él, Fidel Castro, lo percibió desde el principio. Por no perderse reportar en su haber una victoria militar, admite, tal vez por primera vez públicamente, la existencia de una guerra anti-castrista que se desarrolló durante los años 1959 al 1966. Una “guerra sucia” que tuvo “hasta quince mil hombres en armas” y que llegó a desarrollarse en todas las provincias del país, hasta en La Habana. Fidel Castro la califica de “guerra sucia” pese a admitir que los combatientes utilizaron, igual que ellos en la Sierra Maestra, la guerra de guerrillas. (Dicho sea de paso, dejando de lado el caso aparte de Colombia, la guerra anti-castrista fue la única guerrilla verdaderamente campesina que tuvo lugar durante los años 1960 en el continente). Según él, “Cuba es el único país que ha ganado una guerra sucia”. Y admite que esa guerra les costó más vida que la guerra contra Batista.

Su familiaridad con la guerra y el hecho de haber practicado todas las técnicas de ese arte: la guerrilla, la guerra regular, la contra-insurgencia, el terrorismo, ha hecho de él un experto: experiencia que lo ha llevado a preferir la guerra asimétrica que es una síntesis de todas ellas. Opina de manera despectiva de esos “políticos que dan ordenes estúpidas por no saber nada de guerra como el caso de Bush o de Aznar”; este último que no es “ni la chancleta de Franco”.

Menciona el golpe de Estado como una técnica que desecha, y seguramente se debe a su rechazo por los ejércitos regulares que no han surgido de una confrontación revolucionaria. Nunca los menciona, jamás ha concedido el menor mérito a los ejércitos regulares: es uno de los puntos en el que, precisamente, divergía del castrismo uno de los ideólogos de Hugo Chávez, el argentino Norberto Ceresole que consideraba que Castro pretendía convertir a los ejércitos profesionales en guerrilleros.

En varias ocasiones Fidel Castro ha aludido a la célebre obra de Curzio Malaparte, Técnica del golpe de Estado, calificándola de fantasía o de novela, pero, pese a su rechazo, sus palabras dejan translucir que no le ha sido indiferente. En el discurso que pronunció en Caracas el 24 de Enero de 1959 en la cámara de diputados, contó que las autoridades carcelarias le habían prohibido la entrada de dicho libro. Luego, en la obra aquí reseñada, admite que leyó la obra en la cárcel. Gracias a su correspondencia, sabemos que durante ese período organizó un metódico ciclo de lecturas que observó de manera disciplinada y sistemática, de obras políticas, militares y literarias, para completar su formación política e intelectual. No obstante, no hay un texto que se aproxime más de la manera en que Fidel Castro ha procedido en política, tanto en Cuba como en América Latina, que las técnicas analizadas por Malaparte en esa obra. Su actitud hacia esa obra emblemática de las técnicas revolucionarias, se asemeja al mecanismo de la negación, rasgo por cierto muy común de su manera de actuar: la negación de la existencia de un hecho que en el fondo se sabe cierto y que al final termina imponiéndose. En él la negación corresponde a disimular el uso del ardid, la triquiñuela, la acción de tomar por sorpresa para llegar a sus fines. Admitir haberse inspirado por las técnicas expensas por Malaparte, significaría desvelar su estrategia de aplicación del golpe de Estado revolucionario, lo que disminuiría el aura del guerrillero heroico.

Y justamente : ¿Acaso la Biblia no es el mayor libro sobre la guerra’ dice a manera de explicación ¿justificación? de su fascinación por la guerra. De Martí admira, su ética cristiana, presente en “todo el pensamiento humanista occidental” y porque también era partidario de la “guerra necesaria”. Él mismo se siente cristiano desde el punto de vista social, pues ha tratado de hacer lo mismo que Cristo: multiplicar los panes y los peces.

Entre los jefes de Estado con los que ha tenido que lidiar en su larga carrera de ejercicio del poder, el único hacia el cual no expresa reticencia alguna, es el general Franco, pues pese al “antifranquismo rabioso de los revolucionarios cubanos”, Franco “nunca cedió a la presión norteamericana”. “Actuó con testarudez gallega. No rompió relaciones con Cuba. Su actitud fue firmísima”. Él lo adjudica al hecho de que Franco era oriundo de Ferrol de donde procedían también los integrantes de la escuadra del almirante Cervera, la flota de la marina española vencida por los Marins americanos en la guerra de 1898. Según Fidel Castro, esos hechos ocurrieron cuando Franco era niño y seguramente fue testigo del regreso de las tropas vencidas, y Franco debe haber considerado la actitud de la revolución cubana ante Estados Unidos como una revancha: “ en definitiva, los cubanos (…) hemos reivindicado el sentimiento y el honor de los españoles”. Esa misma condescendencia hacia jefes de Estado extranjero la expresa hacia Carter, un hombre poco “culto pero bueno”, y decidió, él, Castro,“detener aquello del Mariel” (el éxodo de cubanos hacia la Florida incitado por el propio Fidel Castro) para no “hacerle daño” a Carter en su campaña de reelección. Incluso admite: “resolvimos” lo de los secuestros de avión desde Estados Unidos y Cuba decide entregar a los secuestradores a las autoridades americanas. Lo que no lo exime de haber considerado en privado a Carter como un “pobre vendedor de cacahuetes”. Por su lado, Carter le ha demostrado al presidente cubano en innumerables ocasiones su agradecimiento.

Agradecimientos son también los que le debe Hugo Chávez a Carter por haberlo ayudado a enfrentar las circunstancias durante los sucesos de abril 2002.

Fidel Castro narra los detalles de cómo tomó la iniciativa de los hechos que sucedían entonces en Caracas, aconsejándole a Chávez de no inmolarse como Allende: “rendirse pero de no dimitir ni de renunciar”. (Allende que por cierto se suicidó con el arma que le había regalado Fidel Castro para que se defendiera en caso de ser atacado) Por otro lado, convocó al cuerpo diplomático acreditado en La Habana para que se trasladara a Caracas en una operación comando para rescatar al “presidente legítimo de Venezuela”: la operación debía ser comandada por Pérez Roque, su Ministro cubano de Relaciones Exteriores.

Es muy posible que muchos diplomáticos hubieran accedido a la aventura propuesta por el Comandante que les deparaba una ocasión de romper con el tedio de la rutina de una embajada en donde se observan los acontecimientos desde lejos.

No fue necesaria tan osada iniciativa pues logró hablar desde La Habana por teléfono y convencer a un alto oficial venezolano, empleando el argumento decisivo ante un militar venezolano: el respeto a Bolívar y a la historia de Venezuela, para que regresara de nuevo a Hugo Chávez al poder.

Del presidente venezolano dice que es el jefe de estado contemporáneo que más admira por su “talento excepcional”. (Una versión diferente del capítulo 24 de esta obra, que forma parte de la versión cubana de la Biografía a dos voces, está puesta en línea en el sitio Internet del diario Granma, órgano oficial del PCC, que arroja ingentes pormenores acerca de este oscuro episodio, en donde Fidel Castro aparece asumiendo un papel más relevante en los acontecimientos de Caracas, cuando Hugo Chávez fue depuesto y puesto de nuevo en el poder. Según esta versión, responsables del alto mando militar venezolanos, cuyos nombres revela, obedecieron las instrucciones que Fidel Castro les impartió por teléfono, para la resolución de la crisis a favor de Chávez).

Y como bien lo afirma “nosotros siempre hemos sabido adaptarnos a la época”, también hace suyo el discurso etnicista tan a la moda hoy en Europa y Estados Unidos, y se demuestra emocionado por los rasgos étnicos del presidente venezolano, por su “mezcla en donde hay de todo un poco”; de indio y de esclavo traídos del África. “Puede que tenga algunos genes blancos, y no es malo, la combinación siempre es buena, enriquece a la humanidad, la combinación de las llamadas etnias”. No se puede negar el tono condescendiente hacia el mestizo venezolano que recuerda a los sectores “progresistas” de las elites oligarcas y decimonónicas de las plantaciones, y a muchos sectores de la izquierda europea de hoy.

En lo que respecta a ciertos aspectos controvertidos de su biografía: el asalto al cuartel Moncada, y el desembarco del Granma, innegables fracasos, que él no los considera como fracasos, pues los ha dotado de un excepcional alcance épico y simbólico.

Acerca de la controvertida decisión de publicar la carta de despedida del Che Guevara, gesto que le cancelaba definitivamente a éste la posibilidad de reaparecer en público, dice que no podía proceder de otra manera debido a la campaña de rumores que trajo consigo la desaparición de Guevara de la escena pública. Pero no alude al hecho de que hubiera podido pedirle autorización, o por lo menos, prevenirlo de esa decisión. (En su diario del Congo, el Che alude a este hecho como a una deslegitimación ante los combatientes cubanos que lo acompañaban). Se extiende en su admiración por el Che, por su valentía, pero deja caer al pasar que él, Castro “antes de caer prisionero me hubiera inmolado”.

En el ámbito cubano, sólo son depositarios de su aprecio los guerreros, en particular, los pertenecientes a la elite de los históricos. Por ello considera no haber sido traicionado puesto que los desertores, fuera del general Rafael Del Pino que por haber sido un buen combatiente y por haber accedido a la dignidad de héroe de Playa Girón si se le puede catalogar como tal, los exiliados provenientes del campo revolucionario como Huber Matos, Carlos Franqui, son inexistentes pues no poseen una verdadera alcurnia de héroes históricos. ¿Urrutia?, “un tipo que era un buen juez” que lo propuso de presidente en un momento en que se iba a realizar un pacto con el 26 de julio. Es decir, nada trascendental. Al referirse al caso del fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, da una demostración del juego de la memoria y de las estrategias para aplicar el mecanismo al que alude Paul Ricoeur de “mise en intrigue”, mediante el cual se teje la intriga que da lugar al forjamiento de la versión de un relato. La adaptación del relato a las circunstancias y la reescritura de la historia son rasgos comunes en él. Pese a haberlo acusado de traición a la patria en su discurso de clausura del juicio que lo condenó al fusilamiento en 1989, y de haberle negado sus méritos militares en la guerra de Angola y de Eritrea y el papel decisivo en Nicaragua, hoy dice que lo de Ochoa no fue por traición sino por corrupción el delito por el que fue condenado y admite su calidad de hombre valiente y sus méritos de combatiente, que los niega tajantemente en el discurso de justificación de la condena que pronunció ante el tribunal militar que juzgó a Ochoa. Y como si se tratara de un hecho nimio concluye al respecto: “Lo que ha habido, Ramonet, es mucha explotación del menor incidente”. Ese menor incidente que condujo a la ejecución por corrupción a un “Héroe de la República de Cuba”: es como para sembrar la preocupación en donde se ha firmado un acuerdo de cooperación con Cuba para combatir la corrupción, como es el caso hoy de Venezuela.

El tono discurre a la manera de una narración de aventuras, con rasgos de inocencia, demuestra su maestría en el relato oral, es siempre ameno, y logra pasar el mensaje, presente entre las líneas: la historia lo absolverá, pues “si ha cometido errores han sido de orden táctico, nunca estratégicos”, entre ellos “haber creído que alguien sabía cómo construir el socialismo”, seguramente, pensando en los viejos comunistas cubanos con los que se alió al principio de la Revolución.

Al abordar el tema de su desaparición, predice que no se deban hacer ilusiones quienes desean verlo desaparecer, porque al morir su influencia puede crecer, y trae a colación la figura del “Cid Campeador que después de muerto seguía ganando batallas”.

En relación a los fallos de orden formal, aún dando por sentado el hecho de que el autor no gozó de una libertad plena en la formulación y tratamiento de las preguntas, y menos aún de las respuestas, se puede deplorar una falta de conocimiento o de preparación que se percibe en la falta de soltura al formular algunas preguntas o al tratar de relanzar algunos temas. Incluso el propio entrevistado, en variadas ocasiones, se vio obligado a hacerle aclaratorias elementales al periodista que hubieran sido innecesarias de no haber habido esa falta de preparación aludida. Por ejemplo: ¿Cómo puede ignorar un especialista, la importancia del Diario de la Marina, decano de la prensa cubana, fundado en el siglo XIX y representante de la corriente demócrata cristiana? Esa misma falta de conocimiento impidió, que en determinados momentos, cuando el propio Castro tenía la intención de proseguir ahondando en ciertos temas, el entrevistador no dio continuidad, pasando al tema siguiente.

En un momento dado, hasta llegó a confundir la guerra de Independencia en la que el padre de Castro participó del lado español, con la guerra de España en 1936 : este hecho se hace más visible en la versión video.

Pero en donde aparecen de manera transparente errores graves de orden histórico, es en las notas explicativas correspondientes a los diferentes capítulos. Recurro a tres ejemplos que ilustran este hecho. El general venezolano Isaías Medina Angarita, presidente de 1941-1945 es catalogado por el autor de “dictador”, cuando, tras la dictadura de Juan Vicente Gómez, (1908-1935) y la presidencia del general Eleazar López Contreras (1935-1941), fue Medina Angarita quien encaminó al país de manera decisiva hacia la democrática, al punto que fue bajo su mandato que se legalizó el Partido Comunista. Otro ejemplo, esta vez relativo a Rómulo Betancourt, y éste es un error grave, puesto que de haber sucedido lo que afirma el autor, la historia de Venezuela hubiese tomado un rumbo absolutamente contrario a lo que realmente sucedió: según reza la nota, Betancourt gobernó de 1959 a 1964 cuando fue “derrocado” (sic). El término de la presidencia de Rómulo Betancourt, constituye el momento más emblemático de la historia de la democracia en Venezuela, porque fue precisamente cuando se realizó una transmisión de mando según las normas rigurosas de la democracia, cuyos únicos sobresaltos entonces en Venezuela, fueron los de la guerrilla, precisamente auspiciadas por La Habana. Si Betancourt hubiese sido derrocado en 1964, el régimen pretoriano que impera hoy en Venezuela no hubiese comenzado en 1998 con la presidencia de Hugo Chávez, sino desde 1964. El lapso de cuarenta años (1958-1998) es considerado como los “cuarenta años de democracia”, precisamente, porque los militares permanecieron durante ese tiempo alejados del ejercicio del poder gubernamental.

Otro error es cuando afirma que la revolución de 1952 en Bolivia fue dirigida por el Movimiento Nacionalista Revolucionario y por la Central Obrera Boliviana (COB). La COB no pudo haber participado en ese acontecimiento, por la simple razón de que la COB fue, precisamente, fundada después de la revolución de 1952. La que si tuvo una participación decisiva fue la Federación sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) dirigida por Juan Lechín.

Errores incomprensibles, sobre todo, cuando provienen de alguien considerado a nivel global como especialista de América Latina y en particular, del tema venezolano.

La percepción improvisada de la historia de América Latina, ha contribuido a distorsionar y a simplificar procesos que revisten una complejidad que exige ser analizados mediante una contextualización y conocimientos más rigurosos.

Se puede deplorar que un proyecto de tal alcance histórico no hubiese sido realizado con la colaboración de un historiador profesional, que por cierto los hay muy competentes en Cuba, incluso entre los incondicionales del régimen.


« Ignacio Ramonet, Fidel Castro. Biografía a dos voces, Barcelona, Debate, 2006, 655 p. »

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 Especializada en etnopsicoanálisis e historia, consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia" (1982).
- Artículo publicado originalmente en:
http://nuevomundo.revues.org/document3299.html


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