
RESEÑA DEL LIBRO:
Ignacio Ramonet, Fidel Castro. Biografía a dos voces,
Debate, Barcelona, 2006, 654 p.
Sobre versiones, secretos y silencios
por
Elizabeth
Burgos
martes,
30 enero
2007
|
Pese
a su género periodístico y a los fallos formales que podrían
impedir catalogarla como fuente historiográfica en el
sentido pleno de la palabra, es indudable que Fidel Castro.
Biografía a dos voces formará parte del legado documental
del castrismo. Y no porque ofrezca versiones inéditas, o
haga revelaciones excepcionales, sino por el material de
índole psicológico que el entrevistado arroja acerca de su
visión del mundo, su manera de ejercer el poder, su
capacidad de instrumentalizar el estallido de las crisis y
la resolución de las mismas; sus omisiones y silencios; su
capacidad de disimulo, o de fingir ingenuidad cuando lo cree
necesario. Rasgos de carácter que aparecen ilustrados a todo
lo largo de la serie de entrevistas que constituyen un
“testamento político”, un “balance de su vida” según
palabras del entrevistador, resultado de cien horas de
grabación, habiéndolas comenzado en el año 2003 y finalizado
en el 2005.
En la “biografía a dos voces”, - lo de las dos voces tiende
a exagerar el papel del periodista el cual se limita
simplemente a plantear las preguntas -, el entrevistado toma
el partido de actuar un personaje, a veces ingenuo, otras,
víctima del destino. En lugar de acontecimientos signados
por el espesor de la historia, lo que aparece es un
personaje sorprendido por las circunstancias cual un
Fabricio del Dongo en Waterloo. Al igual que el héroe
standhaliano de la Cartuja de Parma, todo cuanto le sucedió
fue producto del azar, de las circunstancias y de fuerzas
exteriores: nunca la incidencia de su voluntad aparece como
móvil, o es cuestionada.
La temporalidad que abarca, y el momento escogido para su
publicación en Cuba, coincidiendo con el cincuenta
aniversario del desembarco del Granma, y el ochenta
aniversario del biografiado, sitúan la obra dentro de la
estrategia a la cual Fidel Castro nunca ha fallado: su
dedicación a la tarea de esculpir su propia imagen y de la
cual la opinión pública mundial ha recibido múltiples
ejemplos en los últimos meses.
No es la primera vez que Fidel Castro se libra al ejercicio
de la entrevista: ya lo había hecho en varias ocasiones. Las
más emblemáticas, publicadas en forma de libros, son las del
brasileño Frei Betto, Fidel y la Religión y la de Gianni
Miná, Un encuentro con Fidel. El hecho de haber sido
publicadas por la Oficina de Publicaciones del consejo de
Estado, le imprimen un carácter de versión oficial.
Pero de lejos, la más extensa y la que cubre mayor espacio
biográfico, es la que hoy nos ocupa y cuenta también con una
edición cubana que el propio Fidel Castro, según
declaraciones suyas, revisó y corrigió durante las primeras
semanas de su larga convalecencia, cuando cedió
“provisionalmente” el poder a su hermano Raúl el 31 de julio
pasado.
El propósito de la Biografía a dos voces es sentar la
versión oficial del papel protagónico de la figura de Fidel
Castro en Cuba, e igualmente en las regiones del mundo en
donde su influencia también se ha ejercido principalmente en
el África. No fue casual pues, el hecho de que se le
ofreciera un ejemplar en edición de lujo de la versión
corregida por el propio Fidel Castro, como regalo oficial a
los representantes de los Países No Alineados que acudieron
a la reunión que tuvo lugar en septiembre pasado en La
Habana.
Un análisis comparativo de ambas versiones, incluyendo
cotejarlas con las siete horas de grabaciones de las
entrevistas, subtituladas en francés, transmitidas por el
canal “Histoire” de la TV francesa, será una tarea
indispensable que deberán emprender los historiadores, por
tratarse de una obra que somete la historia de Cuba a una
relectura con el propósito de alimentar el corpus mítico del
castrismo.
Cabe señalar que en la versión filmada, Fidel Castro tutea a
Ignacio Ramonet y en la edición impresa, el tuteo es
sustituido por el Usted.
La obra está organizada en 26 capítulos; la tela de fondo es
la vida de Fidel Castro en simbiosis con la historia de
Cuba, siendo ésta la clave mayor de la obra.
Como no es imaginable que tratándose del “Comándate en Jefe”
y de una operación mediática de proyección internacional, se
le de cabida a la espontaneidad, es de suponer que el
contenido de las preguntas fue sometido a un escenario
establecido minuciosamente y pasado por los filtros
pertinentes del entorno y del propio Fidel Castro.
La primera pregunta del periodista, en lugar de introducir,
como era de esperarse, al personaje y su vida, se refiere a
la historia de Cuba. Mencionando el 150 aniversario del
nacimiento de Martí, y prosigue con el 50 aniversario del
asalto al Moncada y pregunta, de manera aparentemente
inocente, si a esta última fecha se le puede considerar como
el comienzo de la Revolución. El entrevistado corrige: por
supuesto que no, la Revolución, qué duda cabe, comienza con
la primera guerra de Independencia en 1868 y se prolonga
hasta hoy con la Revolución. Dicho de otro modo, puesto que
la Revolución cubana la personifica Fidel Castro, y si ésta
comienza con la guerra de Independencia; ergo, el origen de
Cuba como nación, se confunde con la biografía de Fidel
Castro : ambas aparecen formando una entidad única.
Fiel a la lógica de la proyección continental de la
Revolución, un desvío por la historia de la guerra de
independencia de Venezuela se imponía.
Según la visión de líder cubano, se deduce que el origen de
esta guerra radica en la admiración que Bolívar le profesaba
a Napoleón del cual tomó la inspiración: “de sus glorias, su
grandeza, sus batallas y su papel de libertador porque
Napoleón era el trasmisor de la ideas de la Revolución
francesa”. Versión, seguramente muy cercana a la verdad,
pero reñida con la versión oficial venezolana que reivindica
el sentimiento patriótico que motivó a Bolívar para realizar
su obra independentista. La versión castrista privilegia el
papel del héroe romántico sediento de gloria, y Castro lo
recalca: contrariamente a Bolívar, a él (Fidel Castro) nunca
le ha interesado la gloria. Sin embargo, Fidel Castro ha
manifestado en otras ocasiones su admiración por Napoleón
que “contrariamente a otros grandes de la historia, no
heredó sus título y se forjó a sí mismo”. Es muy probable
que la alusión a Napoleón sea también un guiño de ojo con el
propósito de suscitar una edición en Francia, motivado por
una falsa creencia muy en acorde con la propensión del
continente, de un culto de la personalidad que se le
profesaría en Francia a Napoleón. Ignorando que en Francia,
Napoleón no goza de una simpatía particular, incluso es
menos popular que muchas figuras menores de la historia de
Francia. Aunque en algún momento comenta que Napoleón se ha
convertido en una marca de coñac, como queriendo tomar
distancia con su propio papel, haciendo gala de lucidez.
Pero en donde la voluntad de forjar una versión de la
historia que se amolde a la imagen preestablecida aparece
nítidamente es cuando Fidel Castro narra como si se tratara
de un gesto anodino el oscuro capítulo de la trayectoria
política de Simón Bolívar : la captura y entrega a las
autoridades españolas del “Precursor de la Independencia”,
general Francisco de Miranda, su compañero de lucha, porque
“ tras la derrota Miranda pactó con los españoles, lo que
fue visto como un acto de traición por Bolívar y sus
seguidores”. Capítulo de la historia de Bolívar sobre el
cual se guarda silencio por estar reñido con la idea de
perfección exigida por la idealización del héroe, por lo que
no es gratuita la alusión. Subliminalmente el mensaje que
contiene es dar a conocer que hasta Bolívar ha incurrido en
acciones fratricidas, dando por sentado que la entrega de
Miranda al enemigo común, no significó un gesto aún más
reprochable que el de haber pactado cuando Miranda consideró
la situación como perdida. Enviado preso a Cádiz, Miranda
muere en la mazmorra de la Carraca. Fidel Castro por su
lado, exculpa a Bolívar, adjudicándole al propio Miranda la
culpa de su suerte: a su afrancesamiento, a su gusto por el
confort que lo indujo a dormir en tierra en lugar de hacerlo
en el barco inglés en el que pensaba zarpar a la mañana
siguiente, hecho que hizo posible su captura.
Esa propensión por adjudicarle a las contingencias y a
detalles nimios el desenlace de hechos trágicos e
irreversibles que lo eximan de toda responsabilidad, es una
de los rasgos más constantes de la psicología de Fidel
Castro y aparece muy bien delineado en esta obra. Se trata
de una estrategia discursiva, que en él alcanza la cualidad
de estructura psíquica.
El detalle, la contingencia se imponen por sobre lo ético.
Igual justifica una derrota, que un fusilamiento, o una
maniobra diplomática. Elevar el detalle contingente a la
calidad de elemento decisivo, bien sea en el marco de la
diplomacia o de la gestión del Estado o de una crisis,
revela su preferencia por la aplicación de las técnicas de
la guerra de guerrillas como modelo de acción, a lo cual se
debe agregar su sagacidad política y su capacidad de
duplicidad, su necesidad narcisista de seducir a su
interlocutor, y su inclinación desmedida por el ejercicio
del control absoluto del poder. Su capacidad de no
distinguir entre lo que es éticamente permisible o no, por
ejemplo, los fusilamientos de los tres jóvenes que
intentaron capturar un barco para fugarse a la Florida en
2003: hubo que fusilarlos, no porque el delito revistiera
una gravedad tal que mereciera la pena capital, sino “(…)
porque en determinadas circunstancias en que una pena
drástica de esa naturaleza sí tienen un efecto y puede tener
un efecto duradero”. * Es lo que le hace afirmar a unos de
sus biógrafos más incisivos, Brian Latell, *que esa
capacidad de admitir la posibilidad del asesinato como un
medio justificable para alcanzar un fin, sitúan su caso en
la clasificación de las personalidades que sufren de
sociopatía.
Es por ello que la estrategia discursiva constituye el rasgo
de mayor interés de esta Biografía a dos voces. Ilustra de
manera transparente el uso de la muy peculiar dialéctica de
servirse del detalle, de ir minuciosamente desgranando los
meandros de un relato, pormenorizando situaciones, con el
fin, no de explicar, sino de convencer al interlocutor de la
versión que ha forjada de antemano que le permite explicar
un hecho, y a la vez culpar a aquel que él ha seleccionado
para jugar ese papel, y a exculpar a su persona, en caso de
estar involucrado. Ingentes son los ejemplos de ese proceder
a lo largo del relato; las versiones de las diferentes
facetas del ataque al Cuartel Moncada que significó, a todas
luces, un garrafal error militar; sin embargo según su
versión, el acontecimiento aparece envuelto en un aura
épica.
Procede a la manera del realizador de cine en el momento del
montaje cuando, ciñéndose a un guión, debe narrar una
historia que sea creíble. Con la diferencia que aquí se
trata de hechos reales que pueden significar la muerte de
decenas de personas, la aplicación de la pena de muerte, el
hundimiento de un remolcador, acusar a alguien de ser agente
de la CIA, incitar los secuestros de avión desde
Estados-Unidos, para luego negociar con Washington en
condiciones ventajosas, etc., etc.
Sin embargo, en el caso de la historia de Venezuela existe
un punto de divergencia con el presidente de ese país. Fidel
Castro considera a José Antonio Páez como “un llanero
patriota que arrastró tras sí a los llaneros, indios y
mestizos, que habían luchado del lado español al mando del
asturiano Tomás Boves”; reconociéndole éste el mérito de
haber desatado “unas de las primeras guerras de clase en
este hemisferio” al decretar una reforma agraria que
favorecía a indios y mestizos con las tierras de los
criollos sublevados contra España. El cubano tiene una
visión de la historia venezolana un tanto más racional que
la del actual presidente de la muy bolivariana república de
Venezuela que no escatima en manifestaciones de antipatía
hacia José Antonio Páez, por haberse enfrentado a Bolívar y
causado la ruptura de la Gran Colombia.
Un rasgo dominante: su inclinación por la guerra. Su
infancia transcurrió durante el estallido de las guerras que
marcaron la época lo que contribuyó a alimentar en él un
imaginario de la guerra al cual era de por sí propenso y que
ha determinado su manera de actuar en todos los actos de su
vida. Todo lo ve bajo el prisma del enfrentamiento, de la
táctica militar. Primero fue la guerra de Italia en Etiopia,
- de Abisinia- siendo aún muy niño y de la cual se hizo
“experto” coleccionando las postales que venían en unos
“paquetes de galleticas” que narraban las peripecias de esa
guerra. Imaginario que debe haberle acompañado, años más
tarde, al enviar tropas cubanas a colaborar con el ejército
soviético en la guerra de Etiopia. Esas guerras africanas
que culminaron con los acuerdos de paz en 1988 en la sede de
la ONU en los que Cuba tomó parte, pues “esta vez Estados
Unidos no pudo impedir que Cuba participara como en 1898”,
aludiendo al momento en que el ejército mambí fue excluido
de la conferencia de París en 1898 cuando se firmó el cese
de la guerra y la independencia de Cuba, entre España y
Estados Unidos. Palabras que ilustran el móvil que siempre
lo ha animado: la revancha ante Estados Unidos por la
humillación de 1898.
Las decepciones de Cuba en sus relaciones con los imperios
no se limitan a Estados Unidos. El comandante cubano expresa
la desazón que sufrió también en su relación con los
soviéticos cuando estos negociaron con Kennedy la retirada
de los misiles nucleares de Cuba sin consultarlo con La
Habana. Más tarde Putín, también actuó de manera unilateral
cuando decidió en 2001 cerrar el Centro de Exploraciones
Electrónicas de Lourdes (Centro de control y de intercepción
de comunicaciones escuchas electrónicas, en particular
emitidas desde Estados Unidos).
Otro álbum de “postalitas” que también marcó su infancia fue
el que narraba la vida de Napoleón, el gran guerrero, el
personaje histórico que tanto ha admirado. La rutina en el
manejo de las armas que emprendió desde niño. Luego la
guerra civil española, que al ser su padre español le tocaba
de muy cerca. Luego estalla la segunda guerra mundial:
hechos que concurrieron para que su infancia y adolescencia
transcurrieran inmersas en el tema guerrero. A ello se
agrega su avidez precoz por la lectura, y su preferencia por
las historias de los grandes jefes guerreros, todo fue
propicio para que se convirtiera en un experto precoz de la
guerra. En múltiples momentos demuestra su gran conocimiento
de la historia militar: “hemos estudiado todas las guerras”,
declara, según su costumbre, empleando el “nosotros”
mayestático. Desde 1947 cuando la aventura de Cayo Confites
ya “albergaba la idea de la lucha irregular” en la cual
“creía por instinto, por haber nacido en el campo, porque
conocía las montañas”. Alberto Bayo cuando los entrenó en la
técnica de la guerra de guerrillas no “rebasaba las
enseñanzas de romper un cerco,” “no se le ocurría la
existencia de una estrategia que transformara le guerrilla
en un ejército que pudiera derrotar a otro”, como él, Fidel
Castro, lo percibió desde el principio. Por no perderse
reportar en su haber una victoria militar, admite, tal vez
por primera vez públicamente, la existencia de una guerra
anti-castrista que se desarrolló durante los años 1959 al
1966. Una “guerra sucia” que tuvo “hasta quince mil hombres
en armas” y que llegó a desarrollarse en todas las
provincias del país, hasta en La Habana. Fidel Castro la
califica de “guerra sucia” pese a admitir que los
combatientes utilizaron, igual que ellos en la Sierra
Maestra, la guerra de guerrillas. (Dicho sea de paso,
dejando de lado el caso aparte de Colombia, la guerra anti-castrista
fue la única guerrilla verdaderamente campesina que tuvo
lugar durante los años 1960 en el continente). Según él,
“Cuba es el único país que ha ganado una guerra sucia”. Y
admite que esa guerra les costó más vida que la guerra
contra Batista.
Su familiaridad con la guerra y el hecho de haber practicado
todas las técnicas de ese arte: la guerrilla, la guerra
regular, la contra-insurgencia, el terrorismo, ha hecho de
él un experto: experiencia que lo ha llevado a preferir la
guerra asimétrica que es una síntesis de todas ellas. Opina
de manera despectiva de esos “políticos que dan ordenes
estúpidas por no saber nada de guerra como el caso de Bush o
de Aznar”; este último que no es “ni la chancleta de
Franco”.
Menciona el golpe de Estado como una técnica que desecha, y
seguramente se debe a su rechazo por los ejércitos regulares
que no han surgido de una confrontación revolucionaria.
Nunca los menciona, jamás ha concedido el menor mérito a los
ejércitos regulares: es uno de los puntos en el que,
precisamente, divergía del castrismo uno de los ideólogos de
Hugo Chávez, el argentino Norberto Ceresole que consideraba
que Castro pretendía convertir a los ejércitos profesionales
en guerrilleros.
En varias ocasiones Fidel Castro ha aludido a la célebre
obra de Curzio Malaparte, Técnica del golpe de Estado,
calificándola de fantasía o de novela, pero, pese a su
rechazo, sus palabras dejan translucir que no le ha sido
indiferente. En el discurso que pronunció en Caracas el 24
de Enero de 1959 en la cámara de diputados, contó que las
autoridades carcelarias le habían prohibido la entrada de
dicho libro. Luego, en la obra aquí reseñada, admite que
leyó la obra en la cárcel. Gracias a su correspondencia,
sabemos que durante ese período organizó un metódico ciclo
de lecturas que observó de manera disciplinada y
sistemática, de obras políticas, militares y literarias,
para completar su formación política e intelectual. No
obstante, no hay un texto que se aproxime más de la manera
en que Fidel Castro ha procedido en política, tanto en Cuba
como en América Latina, que las técnicas analizadas por
Malaparte en esa obra. Su actitud hacia esa obra emblemática
de las técnicas revolucionarias, se asemeja al mecanismo de
la negación, rasgo por cierto muy común de su manera de
actuar: la negación de la existencia de un hecho que en el
fondo se sabe cierto y que al final termina imponiéndose. En
él la negación corresponde a disimular el uso del ardid, la
triquiñuela, la acción de tomar por sorpresa para llegar a
sus fines. Admitir haberse inspirado por las técnicas
expensas por Malaparte, significaría desvelar su estrategia
de aplicación del golpe de Estado revolucionario, lo que
disminuiría el aura del guerrillero heroico.
Y justamente : ¿Acaso la Biblia no es el mayor libro sobre
la guerra’ dice a manera de explicación ¿justificación? de
su fascinación por la guerra. De Martí admira, su ética
cristiana, presente en “todo el pensamiento humanista
occidental” y porque también era partidario de la “guerra
necesaria”. Él mismo se siente cristiano desde el punto de
vista social, pues ha tratado de hacer lo mismo que Cristo:
multiplicar los panes y los peces.
Entre los jefes de Estado con los que ha tenido que lidiar
en su larga carrera de ejercicio del poder, el único hacia
el cual no expresa reticencia alguna, es el general Franco,
pues pese al “antifranquismo rabioso de los revolucionarios
cubanos”, Franco “nunca cedió a la presión norteamericana”.
“Actuó con testarudez gallega. No rompió relaciones con
Cuba. Su actitud fue firmísima”. Él lo adjudica al hecho de
que Franco era oriundo de Ferrol de donde procedían también
los integrantes de la escuadra del almirante Cervera, la
flota de la marina española vencida por los Marins
americanos en la guerra de 1898. Según Fidel Castro, esos
hechos ocurrieron cuando Franco era niño y seguramente fue
testigo del regreso de las tropas vencidas, y Franco debe
haber considerado la actitud de la revolución cubana ante
Estados Unidos como una revancha: “ en definitiva, los
cubanos (…) hemos reivindicado el sentimiento y el honor de
los españoles”. Esa misma condescendencia hacia jefes de
Estado extranjero la expresa hacia Carter, un hombre poco
“culto pero bueno”, y decidió, él, Castro,“detener aquello
del Mariel” (el éxodo de cubanos hacia la Florida incitado
por el propio Fidel Castro) para no “hacerle daño” a Carter
en su campaña de reelección. Incluso admite: “resolvimos” lo
de los secuestros de avión desde Estados Unidos y Cuba
decide entregar a los secuestradores a las autoridades
americanas. Lo que no lo exime de haber considerado en
privado a Carter como un “pobre vendedor de cacahuetes”. Por
su lado, Carter le ha demostrado al presidente cubano en
innumerables ocasiones su agradecimiento.
Agradecimientos son también los que le debe Hugo Chávez a
Carter por haberlo ayudado a enfrentar las circunstancias
durante los sucesos de abril 2002.
Fidel Castro narra los detalles de cómo tomó la iniciativa
de los hechos que sucedían entonces en Caracas,
aconsejándole a Chávez de no inmolarse como Allende:
“rendirse pero de no dimitir ni de renunciar”. (Allende que
por cierto se suicidó con el arma que le había regalado
Fidel Castro para que se defendiera en caso de ser atacado)
Por otro lado, convocó al cuerpo diplomático acreditado en
La Habana para que se trasladara a Caracas en una operación
comando para rescatar al “presidente legítimo de Venezuela”:
la operación debía ser comandada por Pérez Roque, su
Ministro cubano de Relaciones Exteriores.
Es muy posible que muchos diplomáticos hubieran accedido a
la aventura propuesta por el Comandante que les deparaba una
ocasión de romper con el tedio de la rutina de una embajada
en donde se observan los acontecimientos desde lejos.
No fue necesaria tan osada iniciativa pues logró hablar
desde La Habana por teléfono y convencer a un alto oficial
venezolano, empleando el argumento decisivo ante un militar
venezolano: el respeto a Bolívar y a la historia de
Venezuela, para que regresara de nuevo a Hugo Chávez al
poder.
Del presidente venezolano dice que es el jefe de estado
contemporáneo que más admira por su “talento excepcional”.
(Una versión diferente del capítulo 24 de esta obra, que
forma parte de la versión cubana de la Biografía a dos
voces, está puesta en línea en el sitio Internet del diario
Granma, órgano oficial del PCC, que arroja ingentes
pormenores acerca de este oscuro episodio, en donde Fidel
Castro aparece asumiendo un papel más relevante en los
acontecimientos de Caracas, cuando Hugo Chávez fue depuesto
y puesto de nuevo en el poder. Según esta versión,
responsables del alto mando militar venezolanos, cuyos
nombres revela, obedecieron las instrucciones que Fidel
Castro les impartió por teléfono, para la resolución de la
crisis a favor de Chávez).
Y como bien lo afirma “nosotros siempre hemos sabido
adaptarnos a la época”, también hace suyo el discurso
etnicista tan a la moda hoy en Europa y Estados Unidos, y se
demuestra emocionado por los rasgos étnicos del presidente
venezolano, por su “mezcla en donde hay de todo un poco”; de
indio y de esclavo traídos del África. “Puede que tenga
algunos genes blancos, y no es malo, la combinación siempre
es buena, enriquece a la humanidad, la combinación de las
llamadas etnias”. No se puede negar el tono condescendiente
hacia el mestizo venezolano que recuerda a los sectores
“progresistas” de las elites oligarcas y decimonónicas de
las plantaciones, y a muchos sectores de la izquierda
europea de hoy.
En lo que respecta a ciertos aspectos controvertidos de su
biografía: el asalto al cuartel Moncada, y el desembarco del
Granma, innegables fracasos, que él no los considera como
fracasos, pues los ha dotado de un excepcional alcance épico
y simbólico.
Acerca de la controvertida decisión de publicar la carta de
despedida del Che Guevara, gesto que le cancelaba
definitivamente a éste la posibilidad de reaparecer en
público, dice que no podía proceder de otra manera debido a
la campaña de rumores que trajo consigo la desaparición de
Guevara de la escena pública. Pero no alude al hecho de que
hubiera podido pedirle autorización, o por lo menos,
prevenirlo de esa decisión. (En su diario del Congo, el Che
alude a este hecho como a una deslegitimación ante los
combatientes cubanos que lo acompañaban). Se extiende en su
admiración por el Che, por su valentía, pero deja caer al
pasar que él, Castro “antes de caer prisionero me hubiera
inmolado”.
En el ámbito cubano, sólo son depositarios de su aprecio los
guerreros, en particular, los pertenecientes a la elite de
los históricos. Por ello considera no haber sido traicionado
puesto que los desertores, fuera del general Rafael Del Pino
que por haber sido un buen combatiente y por haber accedido
a la dignidad de héroe de Playa Girón si se le puede
catalogar como tal, los exiliados provenientes del campo
revolucionario como Huber Matos, Carlos Franqui, son
inexistentes pues no poseen una verdadera alcurnia de héroes
históricos. ¿Urrutia?, “un tipo que era un buen juez” que lo
propuso de presidente en un momento en que se iba a realizar
un pacto con el 26 de julio. Es decir, nada trascendental.
Al referirse al caso del fusilamiento del general Arnaldo
Ochoa, da una demostración del juego de la memoria y de las
estrategias para aplicar el mecanismo al que alude Paul
Ricoeur de “mise en intrigue”, mediante el cual se teje la
intriga que da lugar al forjamiento de la versión de un
relato. La adaptación del relato a las circunstancias y la
reescritura de la historia son rasgos comunes en él. Pese a
haberlo acusado de traición a la patria en su discurso de
clausura del juicio que lo condenó al fusilamiento en 1989,
y de haberle negado sus méritos militares en la guerra de
Angola y de Eritrea y el papel decisivo en Nicaragua, hoy
dice que lo de Ochoa no fue por traición sino por corrupción
el delito por el que fue condenado y admite su calidad de
hombre valiente y sus méritos de combatiente, que los niega
tajantemente en el discurso de justificación de la condena
que pronunció ante el tribunal militar que juzgó a Ochoa. Y
como si se tratara de un hecho nimio concluye al respecto:
“Lo que ha habido, Ramonet, es mucha explotación del menor
incidente”. Ese menor incidente que condujo a la ejecución
por corrupción a un “Héroe de la República de Cuba”: es como
para sembrar la preocupación en donde se ha firmado un
acuerdo de cooperación con Cuba para combatir la corrupción,
como es el caso hoy de Venezuela.
El tono discurre a la manera de una narración de aventuras,
con rasgos de inocencia, demuestra su maestría en el relato
oral, es siempre ameno, y logra pasar el mensaje, presente
entre las líneas: la historia lo absolverá, pues “si ha
cometido errores han sido de orden táctico, nunca
estratégicos”, entre ellos “haber creído que alguien sabía
cómo construir el socialismo”, seguramente, pensando en los
viejos comunistas cubanos con los que se alió al principio
de la Revolución.
Al abordar el tema de su desaparición, predice que no se
deban hacer ilusiones quienes desean verlo desaparecer,
porque al morir su influencia puede crecer, y trae a
colación la figura del “Cid Campeador que después de muerto
seguía ganando batallas”.
En relación a los fallos de orden formal, aún dando por
sentado el hecho de que el autor no gozó de una libertad
plena en la formulación y tratamiento de las preguntas, y
menos aún de las respuestas, se puede deplorar una falta de
conocimiento o de preparación que se percibe en la falta de
soltura al formular algunas preguntas o al tratar de
relanzar algunos temas. Incluso el propio entrevistado, en
variadas ocasiones, se vio obligado a hacerle aclaratorias
elementales al periodista que hubieran sido innecesarias de
no haber habido esa falta de preparación aludida. Por
ejemplo: ¿Cómo puede ignorar un especialista, la importancia
del Diario de la Marina, decano de la prensa cubana, fundado
en el siglo XIX y representante de la corriente demócrata
cristiana? Esa misma falta de conocimiento impidió, que en
determinados momentos, cuando el propio Castro tenía la
intención de proseguir ahondando en ciertos temas, el
entrevistador no dio continuidad, pasando al tema siguiente.
En un momento dado, hasta llegó a confundir la guerra de
Independencia en la que el padre de Castro participó del
lado español, con la guerra de España en 1936 : este hecho
se hace más visible en la versión video.
Pero en donde aparecen de manera transparente errores graves
de orden histórico, es en las notas explicativas
correspondientes a los diferentes capítulos. Recurro a tres
ejemplos que ilustran este hecho. El general venezolano
Isaías Medina Angarita, presidente de 1941-1945 es
catalogado por el autor de “dictador”, cuando, tras la
dictadura de Juan Vicente Gómez, (1908-1935) y la
presidencia del general Eleazar López Contreras (1935-1941),
fue Medina Angarita quien encaminó al país de manera
decisiva hacia la democrática, al punto que fue bajo su
mandato que se legalizó el Partido Comunista. Otro ejemplo,
esta vez relativo a Rómulo Betancourt, y éste es un error
grave, puesto que de haber sucedido lo que afirma el autor,
la historia de Venezuela hubiese tomado un rumbo
absolutamente contrario a lo que realmente sucedió: según
reza la nota, Betancourt gobernó de 1959 a 1964 cuando fue
“derrocado” (sic). El término de la presidencia de Rómulo
Betancourt, constituye el momento más emblemático de la
historia de la democracia en Venezuela, porque fue
precisamente cuando se realizó una transmisión de mando
según las normas rigurosas de la democracia, cuyos únicos
sobresaltos entonces en Venezuela, fueron los de la
guerrilla, precisamente auspiciadas por La Habana. Si
Betancourt hubiese sido derrocado en 1964, el régimen
pretoriano que impera hoy en Venezuela no hubiese comenzado
en 1998 con la presidencia de Hugo Chávez, sino desde 1964.
El lapso de cuarenta años (1958-1998) es considerado como
los “cuarenta años de democracia”, precisamente, porque los
militares permanecieron durante ese tiempo alejados del
ejercicio del poder gubernamental.
Otro error es cuando afirma que la revolución de 1952 en
Bolivia fue dirigida por el Movimiento Nacionalista
Revolucionario y por la Central Obrera Boliviana (COB). La
COB no pudo haber participado en ese acontecimiento, por la
simple razón de que la COB fue, precisamente, fundada
después de la revolución de 1952. La que si tuvo una
participación decisiva fue la Federación sindical de
Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) dirigida por Juan
Lechín.
Errores incomprensibles, sobre todo, cuando provienen de
alguien considerado a nivel global como especialista de
América Latina y en particular, del tema venezolano.
La percepción improvisada de la historia de América Latina,
ha contribuido a distorsionar y a simplificar procesos que
revisten una complejidad que exige ser analizados mediante
una contextualización y conocimientos más rigurosos.
Se puede deplorar que un proyecto de tal alcance histórico
no hubiese sido realizado con la colaboración de un
historiador profesional, que por cierto los hay muy
competentes en Cuba, incluso entre los incondicionales del
régimen.
« Ignacio Ramonet, Fidel Castro. Biografía a dos voces,
Barcelona, Debate, 2006, 655 p. »
* |
Especializada en etnopsicoanálisis e historia,
consejera editorial de webarticulista.net,
autora de "Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia" (1982).
-
Artículo publicado originalmente en:
http://nuevomundo.revues.org/document3299.html |
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