Saddam
Hussein, finalmente no se convirtió en el Ché Guevara del desierto; las
imágenes mostrándonos un barbudo Saddam, encuevado, demacrado, en aparente
buena salud y especialmente dócil y entregado, le conceden un final nada
glorioso, al depuesto dictador iraquí. El guerrero beduino que nunca se
entregaría, primero muerto antes que caer en manos del enemigo, actitud que
muchos de sus acólitos, repartidos en el mundo entero esperaban. Sin embargo,
el sueño del Che Guevara Arabe, se esfumó y hoy la imagen del prisionero
Hussein, se parece mucho mas a la del tropical y cobarde Manuel Antonio Noriega.
Sin
oponer resistencia, para no vivir la misma suerte de sus hijos, sumiso y
cooperador, desde los primeros instantes de su captura; el sobreviviente,
negociador y hábil político que históricamente ha sido Saddam, deja entrever
que buscará a cualquier precio ser sometido a un juicio los mas mediatizado
posible, a través del cual utilizaría el banco de los acusados, como tribuna
de reivindicación de sus ideas y sus posiciones.
Así
las cosas, la opción más lógica sería la de entregar a Saddam a la justicia
iraquí; pero para ello habrá que esperar por las venideras elecciones
iraquíes a celebrarse en el transcurso del 2004 y la posterior instauración de
un nuevo gobierno y del establecimiento de las respectivas instituciones
democráticas en Iraq. En todo caso, Hussein no será llevado a La Haya, por
cuanto dicho Tribunal no tiene jurisdicción para conocer de su caso, como
tampoco debería ir a Guantánamo.
Así
mismo, el despliegue de logística, comunicación e inteligencia que pusieron en
practica los Estados Unidos para la captura de Saddam, dio sus frutos. Pero sin
duda, el arma principalmente utilizada para su captura fue la delación. Si
bien, Tikrit era el terruño de Hussein, igualmente era un territorio infectado
de potenciales delatores, debido a que durante el tenebroso reinado de Saddam,
éste se hizo de unos cuantos enemigos a través de sus constantes atropellos
expropiando tierras, edificios y empresas, en éste región del norte de Bagdad.
Por
todo lo que le ha sucedido hasta hoy a Hussein, y viendo la suerte que terminan
corriendo personajes de su calaña; la ocasión es propicia para aquéllos
presidentes y demás dictadores, que tanto detestan la vida en democracia, y que
son, a su vez admiradores y otrora peregrinos visitantes de Saddam, el momento
ha llegado, para que pongan sus barbas en remojo; y los que son lampiños, pues
que vayan poniendo sus hallacas en remojo, si no quieren correr la misma suerte
que Saddam.
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