Las últimas semanas han sido
tiempos de elección para algunos países del continente
americano. Aparte de la elección presidencial de los Estados
Unidos, se han producido otros procesos electorales no tan
resaltantes como éste, pero sí de importancia para sus
habitantes. El pasado 26 de octubre se produjeron elecciones
municipales en Brasil y el 9 de noviembre en Nicaragua.
Junto a estos dos procesos, el próximo 23 de noviembre se
celebrarán en Venezuela elecciones regionales para la
escogencia de los gobernadores, alcaldes y otras autoridades
locales. La importancia fundamental de este tipo de
elecciones, radica en la inmediatez de la relación entre los
gobernantes y los administrados, hecho que facilita la
solución de sus problemas locales. Adicionalmente dichos
resultados pueden servir de termómetro para medir la
proyección de algún partido político, o el liderazgo de
algunos particulares con miras a participar en la vida
política nacional.
En relación con Brasil, en esta
segunda vuelta electoral del 26 de octubre el partido de
gobierno (Partido de los Trabajadores-PT) no consiguió el
triunfo en ninguna capital; y lo más grave aún, fue
derrotado en ciudades emblemáticas como São Paul, Porto
Alegre y Salvador de Bahía. Quedó así el PT fuera del
escenario principal del poder político y económico de
Brasil, pasando a un papel secundario. Con tales resultados
supondremos el sentimiento de derrota para el presidente
Lula y su equipo de gobierno; circunstancia que hace pensar
que para las elecciones presidenciales de 2010, le costará
mucho revertir este revés político. No obstante, a pesar de
esta situación, los resultados electorales fueron aceptados
sin mayor manifestación que las caras largas de quienes
resultados derrotados. En el caso de Nicaragua resultó todo
lo contrario. Las irregularidades comenzaron cuando días
antes el Consejo Supremo Electoral de ese país se negó
acreditar como observadores electorales a cantidad de
organizaciones, como la Organización de los Estados
Americanos, alegando su “falta de neutralidad”. El día de
las elecciones las autoridades gubernamentales ejecutaron
todo tipo de actos con el fin de enervar la soberanía
popular; desde el cierre en horas del medio día de aquellos
centros de votación ubicados en lugares en donde se suponía
mayor afluencia opositora, hasta la realización de actos de
violencia por parte de los afectos al partido de gobierno,
el Frente Sandinista de Liberación Nacional. En este clima
de perturbación votaron los nicaragüenses. Para tener una
idea de la atmósfera reinante en Nicaragua, debemos recordar
la situación económica cada vez más caótica (no en vano
Nicaragua es considerado el país más pobre del continente
después de Haití), la infinidad de denuncias de corrupción
en contra del presidente Daniel Ortega, su familia y los
miembros del equipo de gobierno, así como la cada vez mayor
intolerancia existente hacia la disidencia nicaragüense.
Debido a esto es entendible entonces el amplio rechazo que
había venido existiendo en contra del gobierno de ese país,
el cual se reflejaba en todas las encuestas.
Es por estas razones que llegado
el momento de los resultados oficiales, la sorpresa fue
grande cuando la oposición pudo constatar cómo enfrente de
sus ojos aparecían resultados totalmente distintos no sólo a
los que ya detectaban las encuestas, sino a los existentes
en las respectivas copias de las actas de escrutinios. La
situación ha sido tan descarada, que el partido de gobierno
no sólo triunfó en lugares como Managua, su capital, (ciudad
en donde al parecer el rechazo era mayor que en la
periferia), sino que triplicó en muchos casos la votación
obtenida en las pasadas elecciones municipales. Como
consecuencia de esto se ha creado un profundo malestar en la
población, hecho que ha ocasionado graves acciones de
violencia. Como corolario de esto debemos señalar que en
Nicaragua es vox populi la existencia de un proyecto de
Constitución a ser presentado por el presidente Ortega el
próximo año a fin de transformar el régimen presidencialista
actualmente existente en ese país, al sistema parlamentario
con la figura de un Primer Ministro (en donde sería él el
primer voluntario a ocupar dicho cargo). Esto sin contar con
su idea, recogida del presidente de Venezuela Hugo Chávez,
de incluir la reelección presidencial indefinida, si la
anterior propuesta no prosperare.
Y así llegamos a Venezuela, un
país que desde hace 10 años ha vivido de elección en
elección. Todas ganadas por el partido de gobierno, menos el
pasado referéndum constitucional del 2 de diciembre, cuyas
reformas rechazadas por la oposición han sido impuestas en
su mayoría mediante el subterfugio de decretos leyes
dictados por el presidente de la República. El caso de
Venezuela es digno de estudiarse a la luz de una nueva
manera de ejercer el poder. El jefe de estado en ese país
suramericano ocupa el eje central de la vida nacional. No
sólo por su personalidad intimidatoria, sino por el inmenso
poder que detenta. No exageramos al afirmar que en Venezuela
a pesar de existir cinco poderes públicos, el jefe del
estado los domina todos. En base a ese poder absoluto se han
movido los procesos electorales venezolano: desde el
referéndum revocatorio, ganado por el presidente de la
República, hasta las elecciones legislativas y municipales.
El jefe de estado, mediante un parlamento constituido
exclusivamente por miembros de los partidos afines al
gobierno, logra designar a los miembros del Consejo Nacional
Electoral (CNE), órgano supremo en materia electoral. El
presidente de la República por intermedio de la Dirección
Nacional de Identificación y Extranjería, (órgano auxiliar
del CNE y dependiente del Ministerio del Poder Popular para
Relaciones Interiores y Justicia), domina todo el sistema
nacional de registro civil. El presidente de Venezuela, por
intermedio del CNE domina también todo lo relativo al
registro electoral permanente (REP) y al sistema electoral
actualmente computarizado. En fin, que el presidente de la
República se encuentra en capacidad de decidir en Venezuela
quién gana y quién pierde las elecciones en las cuales el
candidato pretenda competir.
Pero si bien la situación de
Venezuela pudiera asimilarse en algunos aspectos a la vivida
hace unas semanas en Nicaragua, existen notables diferencias
de estilo respecto al modus operandi de cada jefe de estado.
En el caso de Nicaragua la actitud de las autoridades
gubernamentales resultó totalmente brusca y descarada, sin
el más mínimo interés de mantener las apariencias. En
Venezuela las cosas no funcionan así. Bien es cierto que
meses antes del proceso eleccionario, el Contralor General
venezolano pidió la inhabilitación como candidatos de
ciertos líderes opositores; pero aquí se ha cuidado
perfectamente la imagen del jefe de estado tratando de
mantener la impresión de independencia total de los poderes
públicos. Paralelamente el presidente de la República ha
amenazado con no enviar fondos públicos del situado
constitucional a aquellos estados en donde ganaran
candidatos opositores. Todo esto durante interminables
mítines y actividades de proselitismo político, que si bien
están prohibidas legalmente para éste, demuestran al mundo
entero el clima absolutamente democrático de la campaña
electoral. Hace pocos días incluso amenazó con enviar
tanques de guerra a aquellos estados en donde hubiera
ganadores opositores, pero todo esto justificado bajo el
ardor de una abierta contienda electoral.
Con unos medios de comunicación
totalmente supervisados por la mano férrea del gobierno, de
los cuales se han valido sus autoridades para el uso y abuso
de todos los espacios necesarios para transmitir su
propaganda electoral. Bajo la mirada lánguida de un CNE
sordo, ciego y mudo, incapaz de apreciar el abuso
presidencial. Con un registro electoral totalmente viciado,
de donde los datos más conservadores lo encuadran en más o
menos 3 millones de ciudadanos legalmente inscritos pero
físicamente inexistentes. Con un sistema electoral
computarizado cuyos orígenes provienen de sospechosos
contratos celebrados entre la compañía facilitadora del
servicio -SMARTMATIC- y el anterior presidente del CNE, el
cual en la actualidad funge como candidato del partido de
gobierno a ocupar un escaño municipal. Con un sistema de
auditoría impuesto y ejecutado por el mismo organismo que
debe ser auditado (CNE); y con un proceso electoral
supervisado por una fuerza militar, según su Comandante en
jefe, “armada para la defensa de la revolución”, es difícil
suponer un resultado distinto que todos los anteriores.
En el caso de Venezuela la
suerte está echada. Sea lo que sea que tenga que pasar ya
muchos afirman que el guión está escrito. Estos analistas
entienden que bajo un sistema electoral como el
anteriormente señalado y en donde la oposición, hasta hace
muy poco tiempo dividida, en ningún momento ha planteado
como requisito para participar en dichos procesos, la
obligación de depurar el registro electoral y de corregir
todos los demás vicios, resulta muy difícil el no esperar en
la mayoría de los casos el triunfo de los candidatos
oficialistas. A juicio de los entendidos ninguna
justificación existe para no haber invertido ni un solo
dólar en una campaña internacional a favor de la necesidad
de “dignificar” el sistema electoral, pero sí por ejemplo en
millonarias campañas para denunciar inhabilitaciones
políticas de candidatos regionales.
Faltan pocas horas para que se
devele el misterio. El presidente de Venezuela ha aprendido
lo suficiente para no forzar triunfos innecesarios en
lugares considerados territorio opositor. De igual forma
reconoce la importancia de aparentar ante el mundo un
régimen de libertades, aunque no exista. De allí que tan
importantes son los actos públicos transmitidos en todos los
medios de comunicación y exportados al mundo, como la
afluencia de decenas de observadores internacionales que
corroboren su triunfo. Esperemos que pueda más la fe del
pueblo venezolano en un futuro democrático, que la fuerza de
los mecanismos perversos de su presidente. De cualquier
manera la historia no perdona a sus dictadores;
paradójicamente así como cada paso lo acerca más a su
perpetuación en el poder, así mismo cada error lo acerca más
al vacío.