A
pocas semanas del referéndum consultivo para modificar la
Constitución de Venezuela, las cosas no podrían ir peor en
ese país. Frente a la estrategia del gobierno de utilizar
todos los recursos del Estado para disfrazar a dicho
proyecto como un triunfo del pueblo, haciendo abstracción de
mencionar cualquier circunstancia que estimule a la sociedad
a la abstención, cierto sector de la oposición persiste en
su suicida labor de incitar a los venezolanos a votar a como
de lugar, acusando a la población con toda serie de
epítetos, para el caso de no lograr sus objetivos.
No importa que exista un Consejo
Nacional Electoral (CNE) totalmente parcializado a los
deseos del jefe del Estado. Tampoco interesa que tengamos un
Registro Electoral Permanente (REP) abultado a tal extremo
que ya ni siquiera podamos saber con propiedad cuántos
venezolanos existen en Venezuela. Como muestra basta mirar
los patrones de natalidad y mortalidad de Venezuela para
verificar cómo la tasa de natalidad en lo que va del
gobierno bolivariano ha sufrido un incremento muy superior a
lo que en el mismo periodo lo había venido haciendo en el
pasado. En proporción inversa funciona nuestro índice de
mortalidad; de manera tal que pese a la infinidad de
crímenes; desnutrición materno infantil y el lógico declinar
de los seres humanos, la misma ha decrecido en una forma tan
desproporcionada, que según lo que puede uno evaluar de los
poquísimos datos que han podido hacerse públicos del REP,
los venezolanos nos hemos convertido en una de las
sociedades más longevas de la América del Sur, así como en
un caso a ser incluido en el libro de record Guinness. Por
lo menos así lo aseguran la cantidad de muertos vivientes
que se han levantado de sus tumbas, con acta de defunción en
mano, para acudir a votar en la variedad de procesos
electorales convocados durante este gobierno; así como
aquellas personas que superando los 100 años de edad gozan
de tan buena salud que no se han perdido la participación en
alguno de dichos procesos.
Esto sin contar lo que ya hemos
denunciado hasta la saciedad: y es que el sistema de
votación venezolano es tan, pero tan tecnificado, que ni las
autoridades electorales poseen la
capacidad de supervisarlo. Deducimos esto en base a la
persistente negativa que el CNE ha
manifestado durante todos los eventos eleccionarios respecto
a la realización de las necesarias auditorias a la cual todo
elector tiene derecho a los fines de verificar, antes,
durante y después del proceso, que efectivamente las fulanas
máquinas de votación están en perfecto estado; que nadie las
ha manipulado de una manera inconveniente; que no hay duda
que los únicos datos que han sido emitidos por éstas
proceden del acto de votación; que el software utilizado
obedece a los parámetros legales; y en fin, todo aquello que
un buen técnico debe conocer para poder afirmar con
propiedad que la votación ha sido un proceso transparente,
sobre todo ahora en que la empresa encargada de transmitir
la data
(CANTV) es propiedad absoluta del gobierno de Venezuela.
En Venezuela se habla de todo, a
pesar que uno tenga la impresión que tarde o temprano
vendrán las represalias de rigor por tamaño abuso de opinar.
Curiosamente en el caso de las condiciones para participar
en dicha reforma, siendo que ésta de un plumazo y por la
voluntad de un solo hombre elimina en nuestras narices el
régimen de libertades que veníamos disfrutado desde hace más
de cincuenta años, ninguna de las partes que se ha atribuido
el derecho omnipotente de opinar por los demás, se ha
atrevido de manera frontal y como punto previo a
mencionarlas.
Es como si un pacto de silencio
se hubiera celebrado entre ambas. Paralelamente frente a
estos dos bandos, ha crecido un grupo más heterogéneo. Aquí
están comprendidos desde los que llaman simplemente a no
votar; hasta aquellos que incluyen la posibilidad de evitar
el referéndum bajo acciones de calle de distinta naturaleza.
De igual forma hay quienes, amparados en la necesidad de
cubrir ciertos porcentajes de votos exigidos por la
Constitución de la República, (que oscilan entre el 25 % o
el 50% de los votos, dependiendo de la tesis jurídica a
aplicar para lograr la legitimidad del proceso refrendario)
piensan que lograrán evitar la aprobación de la reforma si
convidan a la gente a no votar para impedir que se llegue al
porcentaje exigido. Olvidan los miembros de estos grupos que
quien alega un hecho debe probarlo; y que de nada servirá el
abstenerse de votar sin denunciar previamente, para que el
mundo lo sepa, el cúmulo de irregularidades procedimentales
establecidas por el CNE, por cuanto que en vez de servir de
catalizadores de la verdad, correremos el riesgo de resultar
saboteadores de oficio, toda vez que en base a las
discusiones anteriores, la matriz de opinión fuera de
territorio venezolano oscila entre un presidente con ideas
extravagantes,
y un país, en donde pese a las denuncias, se discute una
Constitución en democracia.
Recordemos que hay quien no
conoce los procedimientos abusivos a los cuales el ente
electoral nos ha obligado a actuar. Esto último es tan
cierto, que ya hemos empezado a palpar, que reconocidas
personalidades internacionales, amparadas en sus
experiencias nacionales, y bajo un sólido concepto del deber
ser, nos aconsejan públicamente respecto a la necesidad de
acudir a las urnas de votación a ejercer nuestro derecho;
desconociendo que
en Venezuela, a diferencia de lo que ocurre en sus
respectivos países, el único poder que existe es el del jefe
del Estado, y que esa garantía del respeto al voto a la cual
aluden dichos expositores, es absolutamente invisible en ese
país.
Pero así como algunos hacen caso
omiso a la realidad venezolana respecto a la imposibilidad
de alegar nada; otros parecen obviar lo que por estar tan a
la vista a veces no se aprecia, y es que quienes instigan a
la población a no participar a los fines de evitar la
acumulación del porcentaje antes mencionado para que se
convalide dicho proceso, olvidan igualmente que quien se
encargará del conteo del aludido porcentaje no será ni
Benedicto XVI, ni la reencarnación de la Madre Teresa, sino
nuevamente el inefable CNE. Lo que quiere
decir que mientras tengamos un árbitro como éste, no habrá
quien cante un out. Y así transcurren los días que nos
llevarán al 2 de diciembre, fecha escogida para el
lanzamiento de nuestra democracia al vacío. El tiempo se
pasa en Venezuela entre alabanzas y críticas al proyecto de
Constitución; la escasez de alimentos; la discusión por la
inseguridad; las agresiones físicas a los disidentes del
régimen; la mediación del presidente Chávez con la guerrilla
colombiana; sus consabidas amenazas del uso de la violencia
para quienes atenten contra su revolución o la de sus
amigos; y ahora las nuevas discusiones de otro lote de
artículos constitucionales que la Asamblea Nacional ha
presentado, haciéndolas pasar como suyas, cuando en
Venezuela todos sabemos que sin la autorización del supremo
no se mueve ni la hoja de un árbol.
No bastará ¡alegar hipnosis por
haber callado la existencia de tan graves vicios
electorales. Tampoco será aceptable el apelar al libre
albedrío para justificar la decisión de mantenernos
en silencio. Ni siquiera será suficiente el motivar nuestra
actitud basados en el engaño de algunos partidos políticos
para justificar que los venezolanos hayamos entregado la
República a cambio de nada. Todavía hay tiempo de denunciar
lo que todos conocemos como un secreto a voces. Por ahora
tenemos un mañana; pero cuando el mañana sea hoy,
de nada servirá que todos nos declaremos culpables.