“Si buscas resultados
distintos, no hagas siempre lo mismo”.
Albert Einstein
De
ser ciertas las mediciones que de su gestión ha venido
analizando meticulosamente el presidente de la República,
hecho que lo ha llevado hasta al maltrato verbal a sus
seguidores frente a las pantallas de televisión, lo último
que podría ocurrírsele sería el proponernos una reforma
constitucional. De más está decir que esos mismos números le
han advertido respecto al rechazo mayoritario, incluyendo de
su propia gente, respecto a conceptos tan importantes como
la reelección indefinida o el cambio al sistema de gobierno
socialista. ¿Pero qué misterio existirá para que Hugo Chávez
se atreva a correr tamaño riesgo, a despecho de que su
propuesta fuere contundentemente rechazada? Uno muy
sencillo: el perverso mecanismo electoral.
En efecto; tal y como quedó establecido por nuestro máximo
Tribunal del país con ocasión de la convocatoria a la
Asamblea Nacional Constituyente de 1999 realizada por el
mismo Hugo Chávez, las condiciones a aplicar para las
Asambleas Constituyentes y los referenda, son las mismas que
para los procesos eleccionarios. Esto es, un Consejo
Nacional Electoral rojo-rojito; un Registro Electoral
Permanente cuyo contenido nadie conoce, engrosado con
dudosos ciudadanos cuyos documentos de identidad han sido
obtenidos en procedimientos nada ortodoxos; un sistema de
votación tan sofisticado que ni en los países más
desarrollados ha sido adoptado oficialmente; ausencia de
auditorias antes, durante y después del proceso; y todo esto
con la participación de una empresa de computación escogida
sin mayor procedimiento que el estiramiento del dedo que
propició su contratación. Esto sin contar con que dada la
avanzada tecnología aplicada, hasta el presente no existe
Observador Electoral en el planeta capaz de supervisar
medianamente dicho proceso; entre otras cosas porque su
formación se basa en la verificación de los mecanismos
tradicionales de las votaciones manuales. Esto último es lo
que nos ha hecho ver por la OEA como unos locos de carretera
cada vez que hemos denunciado a voz en cuello la existencia
de un fraude, idea que evidentemente no comparten quienes se
limitan a verificar que los Centros de Votación abrieron a
las seis de la mañana y cerraron a las cuatro de la tarde; o
que había mujeres embarazadas en las colas.
Por si esto fuera poco, hoy en día el proceso electoral
posee un elemento contundente que garantiza “la eficiencia
del sistema”: el manejo absoluto por parte del gobierno
venezolano de la CANTV, empresa de telecomunicaciones del
Estado encargada de la transmisión de los datos de las
votaciones.
Bajo estos parámetros, y con los antecedentes por todos
conocidos, todavía hay personas en Venezuela que estimulan a
nuestros compatriotas a votar…
No somos psiquiatras para entender las razones del interés
suicida de unos cuantos. Pero así como señala el adagio
respecto a que “el camino del infierno está lleno de buenas
intenciones”, las consecuencias de participar en dicho
proceso son tan graves para todos los venezolanos, que a
despecho de ser maldecidos por algunos detractores,
preferimos el convertirnos en víctimas de tales sentimientos
de una sola vez, que pasar toda la vida maldiciendo
individualmente a quienes intentaron convencernos de lo
inconvencible.
Es obvio que el no acudir a las urnas electorales sin
chistar, podría ocasionar un efecto similar al de aceptar
dicha reforma. Esto en virtud de que muy seguramente el
gobierno se encargará de buscar bajo las piedras a cuanto
eventual votante esté disponible, a cambio probablemente de
alguna prebenda. De allí que, en ejercicio de esa
“soberanía”, la cual reside intransferiblemente en el
pueblo, quien la ejerce mediante el sufragio (Artículo 5.-
Constitución Bolivariana) estemos obligados
indefectiblemente a exigir a todos los poderes públicos,
actualmente en manos del presidente de la República, el
mínimo respeto a aquella. Este respeto se traduce en el
restablecimiento de las condiciones indispensables que
garanticen la voluntad popular, cualquiera que esta fuera.
Si bien es cierto que dicha labor es algo más que Titánica;
no es menos cierto que resulta vital, si consideramos que
somos los ciudadanos los poseedores del poder originario.
Somos nosotros quienes estamos en capacidad de regular y
dirigir nuestro destino político como Nación y crear o vetar
Constituciones; y en ningún caso nuestros gobernantes como
lo pretende hacer ver el presidente de la República y su
genuflexa Asamblea Nacional. Recuperadas esas condiciones,
no habría excusa alguna para no participar en cualesquiera
procesos electorales, por muy absurdos que éstos parecieran.
Ese es el juego de la democracia; y ese es el riesgo de la
libertad.
Toda acción o inacción produce consecuencias. Lo que hagamos
o dejemos de hacer hoy será trascendental para nuestro
futuro como Estado democrático y Nación soberana. Si las
condiciones electorales son las actuales, violando con ello
la Constitución y leyes electorales, podrán tener claro los
venezolanos, que de insistir el gobierno nacional en
imponernos su voluntad, nunca será igual dicha Constitución,
adoptada bajo los gravísimos vicios señalados y en contra de
un pueblo que se negó a convalidarlos, que una en donde
todos confluyéramos en un único objetivo, como lo es el
afianzar los valores democráticos hoy en extinción en
Venezuela.
No es un problema de dedicarle largas horas de audiencia a
discutir si nos gusta o no la propiedad comunitaria; o si
nos encantaría salir del trabajo dos horas antes, o dormir
una hora más. Ni siquiera el fondo del asunto es la
reelección indefinida, abominable elemento que solo de
pensar en la presencia de una misma persona en el poder
hasta su muerte es suficientemente aterrador. Resulta
incomprensible que gente de bien; importantes juristas y
organizaciones políticas presenten a la consideración del
público larguísimos análisis del contenido de una reforma,
sin tomar en consideración como único punto el requisito
fundamental de toda acción de gobierno, como lo es la
necesidad ineludible de un organismo electoral competente
para ello, sin vicios de ninguna naturaleza, y en base a un
procedimiento estrictamente legal. Y se pregunta uno; ¿Será
que la constitución del organismo electoral y todo el
proceso antes señalado son poca cosa? ¿O es que los grandes
analistas del país no son capaces de apreciar lo que el
común de la gente si puede?
Desde el referéndum revocatorio para acá la oposición
venezolana ha estado dando tumbos; entre otras cosas porque
frente a la diversidad de opiniones, siempre triunfó la
tesis de participar a toda costa en todos los procesos
electorales, aún sin chance de ninguna especie. Todo esto
basado en el principio de que “aún cuando el gobierno no es
demócrata, nosotros si!”. Hubo quien creyó ingenuamente que
frente a toda una política dirigida al fraude por el
gobierno nacional, bastaba ir a votar en masa, para eliminar
lo que ya estaba anunciado por decreto, como lo era el
triunfo del presidente Chávez. Esto lo pudimos palpar
fielmente en las pasadas elecciones de diciembre. Hoy en día
vuelven a la carga las mismas personas, con los mismos
argumentos, pretendiendo con esto confundir a la sociedad en
su conjunto respecto a cuál es el punto más álgido de toda
esta reforma, cuando ellos saben perfectamente que el
aspecto vital, que le daría vida o mataría antes de nacer al
proyecto presentado por el presidente de la República, no es
el qué, sino el ¡QUIÉN Y EL CÓMO!
Por si esto fuera poco, algunos venezolanos de bien, dirigen
el debate hacia todos los sectores de la población,
incluyendo hacia hasta ahora nuestros impolutos estudiantes,
al estudio de cada una de las propuestas, dejando a un
traste a la única opción disponible que permitiría, o evitar
la reforma, o negarle todo viso de juridicidad; como lo es
el demostrar que bajo el proceso actual es imposible el
respeto a la soberanía popular.
El dilema no puede plantearse sino en los términos en los
cuales los venezolanos entiendan que hay un solo objetivo, y
no muchas y diversas metas, como lo sería el estar
analizando una a una cada una de las propuestas, de la misma
manera como si nos diéramos a la tarea de discutir si
preferiríamos morir en la ahorca o en la cámara de gas, o si
la inyección de Cianuro es menos dolorosa.
La única arma que tenemos es pararnos en seco frente a
quienes propugnan la reforma, no para discutirla, sino para
vetarla hasta que las condiciones electorales cumplan con el
mandato constitucional. ¿Que si esto es muy difícil de
lograr a estas alturas? Puede ser; pero de darse esta
batalla, y puede darse porque los venezolanos no somos
peores que los Ecuatorianos; los Bolivianos; los Argentinos;
o incluso los Centro Americanos, producto de cruentas
guerras civiles, a pesar de que esa Constitución fuese
aprobada por un puñado de incondicionales, pueden tener la
seguridad que si es desenmascarada a tiempo, el mañana
estará cerca. No dudemos de un pueblo que lucha, dudemos de
un pueblo que se entrega.
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Articulo
publicado originalmente en el semanario: SieteDías
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