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Una sola guerra: Tres frentes de batalla 
por Antonio Sánchez García

jueves, 9 septiembre 2004


 

           “Todo gobierno que no se apoya en las leyes es

un gobierno despótico, llámese como se llame.”

Daniel Webster

 

1

 

            Ante la abrumadora e irrefutable contundencia de las pruebas presentadas al país por Enrique Mendoza, líder de la oposición democrática venezolana, y por el abogado Tulio Álvarez, quien preside el Comité Técnico de Sustanciación encargado de elaborar el dossier del fraude masivo, múltiple y continuado cometido por el régimen para torcer la voluntad popular el pasado 15 de agosto e impedir de manera criminal la revocación del mandato del presidente de la república, se hace evidente el carácter ilegítimo de su gobierno y la imperiosa necesidad, en honor a la integridad política y moral del pueblo venezolano, de continuar tenaz e irrevocablemente la lucha por exigir nacional e internacionalmente el fin inmediato de su mandato. La ilegitimidad consumada del régimen: he allí el problema puesto a la orden del día.

 

            Como lo destacara de manera irrefutable el constitucionalista Tulio Álvarez, estamos ante el crimen político de la mayor gravedad perpetrado en la historia de la república desde el 23 de enero de 1958, fecha de inicio de nuestra vida democrática. Trasciende en todos los sentidos a un mero asunto numérico o cuantitativo, incluso electoral: toca el nervio vital de nuestra vida civilizada, a nuestra existencia como nación moderna. Demuestra de manera irrevocable la putrefacción de nuestras instituciones democráticas bajo la acción disolvente y el influjo corrosivo de un gobierno intrínsecamente inescrupuloso, corrupto y totalitario.  E incide de manera brutal sobre nuestro futuro como nación moderna y democrática. De allí que la denuncia del fraude cometido el 15 de agosto revista un carácter definitorio y crucial de la ciudadanía venezolana e implique la necesidad de un enfrentamiento sin concesiones contra el gobierno ilegítimo de Hugo Chávez, so pena de acatar el establecimiento y consolidación de un régimen dictatorial en nuestra república.

 

            De allí que la lucha contra el fraude y la denuncia de la ilegitimidad del régimen se hayan convertido en un conflicto de vida o muerte para la democracia venezolana. Insistimos: el desenmascaramiento y la denuncia del fraude perpetrado el 15 de agosto por las autoridades rectorales del CNE, en connivencia con todas las instituciones del Estado y el avasallamiento y/o utilización de empresas públicas y privadas bajo la órdenes directas del presidente de la república Hugo Chávez, se constituyen en una obligación política, jurídica y moral del pueblo venezolano. Faltar a esa obligación es renunciar al más sagrado de los derechos civiles, consagrado en el artículo 350 de la Constitución Bolivariana de Venezuela:

 

            “El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticas o menoscabe los derechos humanos.”

 

2

 

            Ese es el marco político, jurídico y constitucional en el que ha comenzado a desenvolverse la vida ciudadana en Venezuela: el fraude del 15 de agosto se ha convertido en la piedra de tope de nuestra convivencia democrática. ¿Cabe cumplir con los compromisos electorales fijados por nuestra normativa constitucional, como las próximas elecciones regionales a celebrarse el 31 de octubre próximo,  bajo el imperio de un gobierno ilegítimo y el arbitrio de una institución criminal, gestora del fraude que fundamenta dicha ilegitimidad y cuya misión es terminar por someter la voluntad popular al arbitrio del déspota bajo el manto de una mascarada electoral?

 

            Es la respuesta que le corresponde dar a los millones y millones de ciudadanos venezolanos - por lo menos siete de cada 10 electores -, cuya voluntad fuera violentamente burlada y traicionada por el CNE y todas las instituciones del Estado venezolano, desde el Tribunal Supremo de Justicia hasta la Fuerza Armada Nacional. Pues en la preparación y consumación del colosal fraude manual y electrónico cometido en aquel aciago día, participaron, sin excepción, absolutamente todas las instituciones estatales y paraestatales sometidas al arbitrio del presidente de la república. Incluyendo centenas de miles de extranjeros ilegalmente nacionalizados y utilizados como carne de cañón electoral para inflar artificialmente el registro Electoral permanente violentando los lapsos y usar su identidad para multiplicar cédulas de ciudadanos inexistentes. Con lo cual el evento electoral mismo se convirtió, según las leyes vigentes, en un acto írrito por inconstitucional. Y lo que constituye un verdadero crimen de lesa humanidad: con la complacencia o respaldo de dos prestigiosas organizaciones internacionales, como lo son la organización de Estados Americanos y el Centro Carter, quienes faltando a su responsabilidad política, histórica y moral se precipitaron a convalidar un proceso manifiestamente irregular y fraudulento.

 

            La lucha contra el fraude y la ilegitimidad del régimen debe corresponderse, pues, y de manera indivisible con un rechazo a la actual composición del CNE y las arbitrarias normativas que lo avalan. Nos haríamos cómplices de un gobierno ilegítimo si no exigimos el fin de su mandato. Pero ahondamos dicha complicidad si aceptamos participar en un proceso electoral viciado en su principio y todas sus bases: desde el patrón electoral – irreal y fraudulento – hasta su sistema automatizado, diseñado para estafar al elector. E incluso en el caso de que la presión popular y el reclamo internacional permitieran una limpieza del registro electoral y de esa verdadera ratonera del Consejo Nacional Electoral, ¿debe la ciudadanía mantener la ficción de una democracia válida electoralmente luego de un golpe de Estado comicial como el cometido el 15 de agosto, bajo la presidencia de un presidente ilegitimo?

 

            Corresponderá a la oposición venezolana, representada unitariamente en la Coordinadora Democrática, resolver esa contradicción política manifiesta. Lo que sí es evidente, es que cualquier participación en futuros procesos electorales – incluso con la postergación de toda decisión respecto del fraude y la ilegitimidad de este gobierno – pasa necesariamente por la intervención del CNE, el cambio de sus miembros y la aceptación por la nueva directiva de las exigencias de la mayoritaria oposición democrática del país. Por cierto: según las recomendaciones propuestas por la comisión que preside Tulio Álvarez.

 

            ¿Será posible? La respuesta le corresponde a nuestro liderazgo. Será posible sólo en la medida en que partidos, ONG’s, gremios y sindicatos profesionales se unan en un solo frente con una misión histórica: la defensa de los valores inalienables de la nacionalidad. Es una sola guerra: son tres frentes de batalla.

 

3

           

            Si el primer frente de la batalla que estamos librando culmina en el exitoso develamiento del fraude y la demostración política y jurídica de la ilegitimidad sobre la que se asienta el poder del actual presidente de la república; y el segundo frente apunta a la depuración del REP y el saneamiento de ese auténtico nido de ratas  que es el CNE – incluidos Smartmatic y todas las empresas asociadas a la transmisión satelital de la manipulación y el fraude electrónico -, el tercer frente de la batalla que estamos librando para vencer el despotismo y restaurar la legitimidad de nuestra democracia ya tiene lugar y requiere de consolidar posiciones en los dos frentes anteriores: presentarse a la lucha por las elecciones regionales, impedir el más mínimo asomo de fraude, defender con nuestras vidas el sagrado derecho del voto y arrasar mayoritaria y limpiamente en las gobernaciones y alcaldías del país. ¿Es posible el triunfo en ese frente de batalla o seremos fácil víctima de la inescrupulosidad y podredumbre moral del régimen mediante la repetición del fraude?

 

            No estamos hablando de un problema de “técnica electoral”. No estamos hablando de comandos electorales duchos en el arte de la manipulación comicial. Estamos planteando un problema político y moral. ¿Libraremos esa batalla crucial, que definirá el destino del país en el que vivirán nuestros hijos y nietos, bajo un liderazgo único y/o unificado, conciente de su responsabilidad histórica y dotado de la suficiente grandeza como para posponer sus intereses personales y grupales ante los sagrados intereses de la patria, imponiendo las únicas condiciones que harían viable dichas elecciones regionales?

 

            Porque ese combate sólo tiene sentido en la medida en que se lo comprenda como parte de una guerra por la recuperación de nuestra institucionalidad democrática y la moral pública: poner las cosas en su sitio y servir de ejemplo para demostrarle al mundo cuántos somos los que defendemos la democracia y reclamamos el fin de un gobierno ilegitimo y usurpador, y cuántos aquellos que han alienado su voluntad bajo la seducción de un caudillo autocrático, corrupto e inmoral. Más aún: un combate por mantener y ampliar los espacios territoriales bajo nuestro control y acorralar el despotismo en las ratoneras que más por medios ilícitos que legítimos aún controla.

 

            Finalmente: esta próxima batalla no tendría ningún sentido si significa repetir las humillaciones, atropellos y ruindades sufridas por la mayoritaria ciudadanía democrática en aquel ignominioso día en que se consumó el más horrendo de los fraudes cometidos en nuestra historia. Todos los ciudadanos venezolanos legítimamente constituidos en tales – no aquellos empujados ilegal y arbitrariamente a los registros electorales -, sea cual sea su legítima preferencia electoral, merecen un trato decente e igualitario. Cada uno de ellos debiera constituirse en un combatiente por la justicia y la decencia electoral. A defender nuestros derechos y a reclamar la intangibilidad del mayor de ellos: el derecho a elegir de manera limpia y transparente a nuestras autoridades mediante un voto. Permitir aquel día – y los precedentes – el más mínimo abuso por parte de las autoridades del CNE, significa convertirse en cómplice del más horrendo de los crímenes: el de la  violación al sagrado derecho a la libertad.       Imprima el artículo Subir Página