Cobijada
bajo los bigotes de siempre, parecidos a unos mechones de algodón
cenizo, brillaba la misma sonrisa que podía recordar en las
fiestas navideñas, cuando enfundado en un traje tan rojo como
aterciopelado, mi amigo se acercaba a los niños para entregarles
algún regalo guardado en su saco. Ahora, con esa misma dulzura de
oreja a oreja, la sonrisa servía de punto final a su contundente
explicación de cómo solucionar los problemas del país.
-¿Te lo explico más fácil? –
me decía mientras agregaba azúcar al café- Es igual a que si
tienes bachacos en el jardín. ¿cómo te deshaces de ellos? Pues
metes un palo en el hormiguero, y cuando salgan como locos a ver
qué está pasando, les vacías una lata de Baygón y ¡zas¡ se acabó
el problema.
Le dió un sorbito
a su marrón y la sonrisa seguía igual, como de tarjeta Hallmark.
Yo estaba atragantado con un bocado de cachapa. No quise indagar
más, solo por evitar que ese almuerzo se descarrilara. De todas
maneras, quizás para quitarse el sabor amargo de la boca, remató:
-Lo que hace falta es un
gobierno fuerte, porque esto llegó al punto donde solo se puede
hablar con un idioma: el del plan de machete.
Por un instante estuve
tentado a sugerirle que pensar en eliminar al otro como única
alternativa, simplemente demostraba falta de cabeza para pensar.
De nuevo me fijé en su venerable sonrisa y preferí quedarme con la
imagen decembrina de Santa. Lo de los bachacos, traté de
convencerme, fue un hormigueo menor.
Pero no. La invocación del
spray es algo que sale a la luz en muchas conversaciones, como un
eco desesperado que no tiene noción de sus consecuencias. En el
fondo de esa caverna donde refugian sus argumentos persiste la
idea, tan vieja como letal, de que todo aquel con un pensamiento
distinto no tiene derechos ni dignidad, y más aún, no tiene razón
de ser. Ven a El Otro como un accidente reparable, y llegado el
caso, prescindible.
La polarización es un imán
que atrae ideas de feroz metal. Ante su carga magnética, la
brújula del pensamiento propio y la razón se fija en un solo
rumbo, convirtiendo todo lo demás en vano desvío. A partir de allí
no importa hacía donde se muevan las posiciones, porque con la
convicción de tener al norte agarrado por la estrella todo cálculo
es pérdida de tiempo. Basta una rociadita y muerto el perro, se
acabó la rabia.
¿Significarán los próximos
meses la oportunidad de acabar con el chavismo o fulminar a la
oposición?
Si la convicción es que solo
eliminando al otro se puede optar a algún futuro, entonces solo es
cuestión de meter el palo y esperar a los bachacos con el dedo en
la válvula. El efecto residual puede acabar con todos.
Si piensa que más allá de una
fecha, el otro seguirá existiendo y que el reto es tender puentes
para un verdadero ejercicio de democracia, entonces lo que viene
es trabajo de hormiga.
Por fortuna la filosofía del
insecticida no ha rociado todos los pasillos de la casa. En la
medida que la gente sea capaz de pensar más allá del discurso
enlatado de los líderes y evite ser rehén de sus estrategias de
aerosol, los próximos meses podrán convertirse en el laboratorio
de la sociedad que vendrá. Una que se muestra tan contradictoria
como humana. Una donde cabemos todos.