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Trabajo de hormiga
por Eli Bravo

viernes, 25 junio 2004


Cobijada bajo los bigotes de siempre, parecidos a unos mechones de algodón cenizo, brillaba la misma sonrisa que podía recordar en las fiestas navideñas, cuando enfundado en un traje tan rojo como aterciopelado, mi amigo se acercaba a los niños para entregarles algún regalo guardado en su  saco. Ahora, con esa misma dulzura de oreja a oreja, la sonrisa servía de punto final a su contundente explicación de cómo solucionar los problemas del país.

-¿Te lo explico más fácil? – me decía mientras agregaba azúcar al café- Es igual a que si tienes bachacos en el jardín. ¿cómo te deshaces de ellos? Pues metes un palo en el hormiguero, y cuando salgan como locos a ver qué está pasando, les vacías una lata de Baygón y ¡zas¡ se acabó el problema.

            Le dió un sorbito a su marrón y la sonrisa seguía igual, como de tarjeta Hallmark. Yo estaba atragantado con un bocado de cachapa. No quise indagar más, solo por evitar que ese almuerzo se descarrilara. De todas maneras, quizás para quitarse el sabor amargo de la boca, remató:

-Lo que hace falta es un gobierno fuerte, porque esto llegó al punto donde solo se puede hablar con un idioma: el del plan de machete.

Por un instante estuve tentado a sugerirle que pensar en eliminar al otro como única alternativa, simplemente demostraba falta de cabeza para pensar. De nuevo me fijé en su venerable sonrisa y preferí quedarme con la imagen decembrina de Santa. Lo de los bachacos, traté de convencerme, fue un hormigueo menor.

Pero no. La invocación del spray es algo que sale a la luz en muchas conversaciones, como un eco desesperado que no tiene noción de sus consecuencias. En el fondo de esa caverna donde refugian sus argumentos persiste la idea, tan vieja como letal, de que todo aquel con un pensamiento distinto no tiene derechos ni dignidad, y más aún, no tiene razón de ser. Ven a El Otro como un accidente reparable, y llegado el caso, prescindible.

La polarización es un imán que atrae ideas de feroz metal. Ante su carga magnética, la brújula del pensamiento propio y la razón se fija en un solo rumbo, convirtiendo todo lo demás en vano desvío. A partir de allí no importa hacía donde se muevan las posiciones, porque con la convicción de tener al norte agarrado por la estrella todo cálculo es pérdida de tiempo. Basta una rociadita y muerto el perro, se acabó la rabia.

¿Significarán los próximos meses la oportunidad de acabar con el chavismo o fulminar a la oposición?

 Si la convicción es que solo eliminando al otro se puede optar a algún futuro, entonces solo es cuestión de meter el palo y esperar a los bachacos con el dedo en la válvula. El efecto residual puede acabar con todos.

Si piensa que más allá de una fecha, el otro seguirá existiendo y que el reto es tender puentes para un verdadero ejercicio de democracia, entonces lo que viene es trabajo de hormiga.

Por fortuna la filosofía del insecticida no ha rociado todos los pasillos de la casa. En la medida que la gente sea capaz de pensar más allá del discurso enlatado de los líderes y evite ser rehén de sus estrategias de aerosol, los próximos meses podrán convertirse en el laboratorio de la sociedad que vendrá. Una que se muestra tan contradictoria como humana. Una donde cabemos todos.   Imprima el artículo Subir Página