La
crisis de los partidos políticos en este país configura una
tragedia de insondable profundidad. El número de venezolanos
que se autoidentifica con algún partido político es
irrisorio.
Todos los partidos de oposición, juntos, constituyen una
referencia válida, de acuerdo con encuestas realizadas, para
apenas un 10% de la población mayor de 18 años. El PSUV, que
hasta hace un año constituía una seña de identidad política
para un poco más del 30% de la población, se ha desplomado a
un 17%. En otras palabras, apenas una cuarta parte de la
población electoral del país, tanto de partidarios como de
adversarios del Gobierno, cree en los partidos políticos. El
75% de la gente adulta realiza sus opciones políticas sin
apelar al ancla partidista. Los tiempos en que las posturas
de los partidos políticos proporcionaban alguna orientación
para las decisiones políticoelectorales de la gran mayoría
de los venezolanos, están atrás.
Esto no significa que el país esté despolitizado. Al
contrario, la gran paradoja es que en una época de
hiperpolitización, como la que vivimos desde hace más de
nueve años, las organizaciones políticas por excelencia de
una sociedad democrática, que son los partidos políticos,
tienen la credibilidad seriamente averiada. Pero, como en
toda crisis, esta plantea problemas y crea oportunidades.
La reconstrucción de un sistema de partidos políticos
demandará, muy seguramente, una comprensión profunda de las
características actuales de nuestra sociedad y de sus modos
de relacionarse con la política, así como también un
reconocimiento de la influencia que internet está teniendo
en la compleja red de comunicaciones interpersonales y en
las nuevas modalidades organizacionales que deben ser
pensadas a partir de la irrupción masiva de las maravillas
tecnológicas.
Pero, para no ponernos demasiado densos, registremos, por lo
pronto, una de las consecuencias más negativas de esta
crisis partidista, en particular en los actuales partidos
que están colocados en la oposición (aunque en los del
gobierno también se dan, y mucho): el florecimiento de los
personalismos, de las actitudes individuales privando sobre
los intereses de conjunto, el peso desmesurado de los egos y
la pérdida de sentido de equipo y de team work.
Esta epidemia nepótica, de dirigentes políticos que proponen
a familiares, como candidatos para cargos públicos, así como
la pandemia de deslealtades de dirigentes y militantes
frente a decisiones de sus partidos, que ellos mismos
contribuyeron a formular, y el irrespeto a reglas de juego
establecidas en común, son consecuencias visibles de la
crisis que comentamos. Se comprenderá que, en el caso de los
partidos de la oposición, articular una política unitaria
sin hacer frente con determinación a estas negatividades,
hace todo más difícil.
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Artículo
publicado originalmente en el vespertino
Tal Cual |