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Miedo a la nada
por Trino Márquez
domingo, 24 junio 2012


       La desesperación y el desconcierto ante al auge sostenido de la candidatura de Henrique Capriles en todo el país, mantienen muy intranquilos al comandante y su séquito. La apoteósica marcha de Caracas, seguida por las multitudinarias concentraciones en Maracaibo, Mérida, San Félix y San Cristóbal, terminaron de desajustar el precario equilibrio emocional del caudillo. Antes él se movía como un peso pluma por el territorio nacional. Aunque estuviese rodeado por los anillos de seguridad cubanos, podía desplazarse por la geografía venezolana besando viejitas, alzando niños, coqueteando con bellas jóvenes. Ahora esa historia pertenece al pasado. Con envidia y rabia ve cómo Capriles no cesa de ejercer su papel de aspirante a la presidencia. En la mañana temprano recorre Bolívar y en la tarde se pasea por el Zulia. Se mueve por los novecientos mil kilómetros cuadrados del territorio nacional como si estuviese en su casa.

         Desde luego que esa marcha incansable y permanente se ha reflejado en los números. El candidato de las primarias está colocándose por encima de las preferencias del electorado a pesar de lo que dicen los mercaderes de las encuestas.

         ¿Adonde ha conducido la angustia al enfermo de Miraflores?  A afincarse en el control de los medios de comunicación y abusar de la propaganda gratuita y obligatoria que impone la ley Resorte, a utilizar las encuestas de opinión compradas y fraudulentas para crear la imagen de invencibilidad del aspirante al continuismo y desmoralizar los votantes de la oposición, y, finalmente, a descalificar a Henrique Capriles con toda clase de ultrajes.

         La última cosecha que salió de su viñedo de odio fue llamarlo “la Nada”. Él, dios del Olimpo, se vería degradado al mundo de los simples mortales si discutiese con un caballero de triste figura que apenas fue elegido por dos –en realidad tres- millones de venezolanos que retaron, con sus rostros descubiertos, a un régimen que trata de controlar todo, empezando por la manera de pensar de los venezolanos. Con este humilde caballero, armado con la fuerza que le comunican todos los amantes de la libertad y la democracia, el autócrata decimonónico se niega a debatir. Preferiría hacerlo con Rómulo Betancourt, Rafael Caldera o Carlos Andrés Pérez, las grandes figuras históricas de la política nacional del siglo XX. Estos tres líderes nacionales y continentales lo derrotaron directamente a él o a las ideas caducas que encarna. Betancourt le dio una felpa a Fidel Castro, su mentor, y lo expulsó del país y de la OEA. Caldera, con la Pacificación, le dio el puntillazo a la insurgencia de la extrema izquierda con la cual Chávez se identifica. Pérez, ¡ni qué decir! Sin disparar un tiro acabó con una conjura fraguada a lo largo de más de una década.

         Cualquiera de esos líderes lo habría revolcado, lo mismo que haría Henrique Capriles en un debate con reglas pautadas. El jefe del PSUV, al igual que los maratonistas, es bueno en las carreras largas, cuando se encuentra rodeado de adulantes, su interlocutor es un periodista complaciente y frente a sí no tiene un cronómetro ni un reloj de arena que lo presione. Se luce cuando carece de contrapesos y las condiciones le resultan favorables para desplegar el arsenal atómico que su lengua almacena. Relumbra cuando, sin locus de control externo, puede conjugar los verbos en futuro y prometer villas y castillas, sin rendir cuentas después de catorce años en el Gobierno. Es un as en atmósferas que le permiten aprovechar sus ventajas competitivas, que residen en hablar durante horas sin decir nada significativo.

         El panorama cambia radicalmente cuando está obligado a sujetarse a lapsos inflexibles. Los veinte minutos que le han concedido en la ONU cada vez que comparece en ese foro mundial no le alcanzan ni para el saludo. En la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado en Chile hace algunos años, el rey Juan Carlos de España, atormentado por sus impertinencias le gritó en su cara: “¡y por qué no te callas!”. En ese encuentro tan solemne no hacía más que hablar necedades a destiempo.

         En un debate programático con Capriles en torno de los problemas nacionales e internacionales, con tiempo restringido normas acotadas y un moderador con autoridad e imparcial, Chávez estaría perdido. No sabría de qué manera comportarse. Su verbo encendido, agresivo e inútil, no le serviría para nada. No tendría cómo defender catorce años de despilfarro, corrupción e incompetencia. Esta es la verdad que él conoce, de allí su insondable miedo.

@tmarquezc
tmarquez@cantv.net


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