La desesperación y el desconcierto ante al auge sostenido de
la candidatura de Henrique Capriles en todo el país,
mantienen muy intranquilos al comandante y su séquito. La
apoteósica marcha de Caracas, seguida por las
multitudinarias concentraciones en Maracaibo, Mérida, San
Félix y San Cristóbal, terminaron de desajustar el precario
equilibrio emocional del caudillo. Antes él se movía como un
peso pluma por el territorio nacional. Aunque estuviese
rodeado por los anillos de seguridad cubanos, podía
desplazarse por la geografía venezolana besando viejitas,
alzando niños, coqueteando con bellas jóvenes. Ahora esa
historia pertenece al pasado. Con envidia y rabia ve cómo
Capriles no cesa de ejercer su papel de aspirante a la
presidencia. En la mañana temprano recorre Bolívar y en la
tarde se pasea por el Zulia. Se mueve por los novecientos
mil kilómetros cuadrados del territorio nacional como si
estuviese en su casa.
Desde luego que esa marcha incansable y permanente se ha
reflejado en los números. El candidato de las primarias está
colocándose por encima de las preferencias del electorado a
pesar de lo que dicen los mercaderes de las encuestas.
¿Adonde ha conducido la angustia al enfermo de Miraflores?
A afincarse en el control de los medios de comunicación y
abusar de la propaganda gratuita y obligatoria que impone la
ley Resorte, a utilizar las encuestas de opinión compradas y
fraudulentas para crear la imagen de invencibilidad del
aspirante al continuismo y desmoralizar los votantes de la
oposición, y, finalmente, a descalificar a Henrique Capriles
con toda clase de ultrajes.
La
última cosecha que salió de su viñedo de odio fue llamarlo
“la Nada”. Él, dios del Olimpo, se vería degradado al mundo
de los simples mortales si discutiese con un caballero de
triste figura que apenas fue elegido por dos –en realidad
tres- millones de venezolanos que retaron, con sus rostros
descubiertos, a un régimen que trata de controlar todo,
empezando por la manera de pensar de los venezolanos. Con
este humilde caballero, armado con la fuerza que le
comunican todos los amantes de la libertad y la democracia,
el autócrata decimonónico se niega a debatir. Preferiría
hacerlo con Rómulo Betancourt, Rafael Caldera o Carlos
Andrés Pérez, las grandes figuras históricas de la política
nacional del siglo XX. Estos tres líderes nacionales y
continentales lo derrotaron directamente a él o a las ideas
caducas que encarna. Betancourt le dio una felpa a Fidel
Castro, su mentor, y lo expulsó del país y de la OEA.
Caldera, con la Pacificación, le dio el puntillazo a la
insurgencia de la extrema izquierda con la cual Chávez se
identifica. Pérez, ¡ni qué decir! Sin disparar un tiro acabó
con una conjura fraguada a lo largo de más de una década.
Cualquiera de esos líderes lo habría revolcado, lo mismo que
haría Henrique Capriles en un debate con reglas pautadas. El
jefe del PSUV, al igual que los maratonistas, es bueno en
las carreras largas, cuando se encuentra rodeado de
adulantes, su interlocutor es un periodista complaciente y
frente a sí no tiene un cronómetro ni un reloj de arena que
lo presione. Se luce cuando carece de contrapesos y las
condiciones le resultan favorables para desplegar el arsenal
atómico que su lengua almacena. Relumbra cuando, sin locus
de control externo, puede conjugar los verbos en futuro y
prometer villas y castillas, sin rendir cuentas después de
catorce años en el Gobierno. Es un as en atmósferas que le
permiten aprovechar sus ventajas competitivas, que residen
en hablar durante horas sin decir nada significativo.
El
panorama cambia radicalmente cuando está obligado a
sujetarse a lapsos inflexibles. Los veinte minutos que le
han concedido en la ONU cada vez que comparece en ese foro
mundial no le alcanzan ni para el saludo. En la Cumbre
Iberoamericana de Jefes de Estado en Chile hace algunos
años, el rey Juan Carlos de España, atormentado por sus
impertinencias le gritó en su cara: “¡y por qué no te
callas!”. En ese encuentro tan solemne no hacía más que
hablar necedades a destiempo.
En
un debate programático con Capriles en torno de los
problemas nacionales e internacionales, con tiempo
restringido normas acotadas y un moderador con autoridad e
imparcial, Chávez estaría perdido. No sabría de qué manera
comportarse. Su verbo encendido, agresivo e inútil, no le
serviría para nada. No tendría cómo defender catorce años de
despilfarro, corrupción e incompetencia. Esta es la verdad
que él conoce, de allí su insondable miedo.
@tmarquezc
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