En varias de sus numerosas e interminables cadenas de
diciembre y en ese bodrio que fue la presentación de la
Memoria y Cuenta, salvado por la brillante intervención de
María Corina Machado, además de señalar que –¡por
Dios!- no está en campaña electoral, el Presidente de la
República ha insistido en que, en el caso de perder las
elecciones del 7 de octubre de 2012, él reconocería sin
chistar los resultados. Sin embargo, agrega, esta actitud
digna y este valiente compromiso con la democracia, no han
sido correspondidos por la oposición, que se mantiene
callada sin comprometerse a jurar que acatará la voluntad
popular, en el caso de que sea ella la que salga derrotada.
¿Será que está pensando en desconocer la voluntad del
pueblo?, se pregunta.
Las
declaraciones del Presiente sobran, ¿o se trata de una
amenaza velada? El primer mandatario está obligado a cumplir
y hacer cumplir la Constitución Nacional, “norma suprema y
fundamento del ordenamiento jurídico. Todas las personas y
los órganos que ejercen el Poder Público están sujetos a
esta Constitución”. Además, “la soberanía reside
intransferiblemente en el pueblo quien la ejerce (…),
indirectamente, mediante el sufragio…” (Art.5); “El gobierno
de la República Bolivariana de Venezuela (…) es y será
siempre democrático, participativo, electivo,
descentralizado, alternativo…”
No
hay nada extraordinario ni heroico en que el Presidente
proclame que obedecerá la opinión que se exprese el 7-O en
las urnas comiciales. Ese es su compromiso ineludible, solo
que hasta ahora nunca lo ha honrado. Siempre lo ha violado
de forma impúdica.
Al
estilo empleado por Putin o por Bouteflika, todas las
elecciones posteriores a 1999 se han efectuado en un
ambiente en el que campea el ventajismo oficialista más
desconsiderado; el marcado desequilibrio entre el Presidente
y su contendor. La maquinaria del Gobierno y del Estado ha
sido colocada sin ningún pudor al servicio del aspirante del
oficialismo. La oposición se ha visto obligada a participar
en un ambiente hostil en el plano institucional y precario
en el ámbito financiero. El cuadro para 2012 luce aún peor
que en las oportunidades anteriores. El nombramiento del
general Rangel Silva como ministro de la Defensa es un signo
inconfundible de que el primer mandatario quiere proyectar
la señal de que la FAN le es incondicional. Diosdado Cabello
al frente de la Asamblea Nacional y como primer
vicepresidente del PSUV, segundo de abordo, representa otro
indicador de que el jefe de Miraflores no tendrá
contemplaciones de ninguna naturaleza.
En
el marco de esta trayectoria tan desventajosa, lo que sí
sería una prueba irrefutable de talante democrático es que
el Presidente de la República se comprometa a garantizar
unos comicios equitativos y transparentes, y a impedir que
el proceso se convierta en un fraude continuado, como han
sido en el pasado reciente.
El
Presidente tendría que declarar: que apoyará un proyecto de
ley en la Asamblea Nacional en el cual se limite severamente
el uso, por parte de la Presidencia de la República, de los
recursos públicos con fines proselitistas y electorales, que
no ejercerá ningún tipo de presiones sobre el CNE para verse
favorecido durante los meses que dure la contienda; que no
abusará del poder que le confiere la primera magistratura
para llevar adelante su campaña; que quedan suspendidas las
cadenas de radio y televisión a partir del primer trimestre
de 2012; que ningún organismo que dependiente del Ejecutivo
Nacional –ministerio, empresa pública, ente
descentralizado-, hará campaña a favor de su candidatura;
que los recursos de PDVSA no serán manejados para
favorecerlo; que los numerosos canales de radio y televisión
oficiales estarán a disposición del candidato opositor, así
como lo están para él; que VTV y las otras estaciones de
televisión mantendrán un trato respetuoso con su rival; que
los funcionarios públicos no serán obligados a asistir a los
mítines y marchas convocadas por el Presidente-candidato;
que la Fuerza Armada no continuará siendo politizada, ni
será utilizada para amedrentar y chantajear a los
descontentos con la política del Gobierno.
Este
es el tipo de compromisos que debería contraer el Jefe del
Estado. Las elecciones no pueden convertirse en una
pantalla para maquillar la naturaleza autoritaria de un
régimen que –presionado por las circunstancias
internacionales- se ve obligado a cumplir cada cierto tiempo
con un rito democrático. El voto encarna una de las
expresiones básicas de la ciudadanía y de la libertad. Esta
esencia hay que recuperarla.
@tmarquezc
tmarquez@cantv.net