El domingo 10
de junio y el lunes 11 se inscribieron en el CNE Henrique
Capriles y Hugo Chávez. Fue una medición de fuerzas en la
que el candidato elegido en las primarias logró despertar el
entusiasmo de un volumen mayor de simpatizantes. Sin
coacción, sin presión compulsiva, Capriles consiguió que las
calles de Caracas se desbordaran. El comandante atrajo a los
seguidores de siempre. A los mismos que durante catorce años
le han seguido ciegamente. Ahora se han formalizado dos
opciones para los próximos comicios presidenciales.
El 7 de
octubre Venezuela se verá obligada a optar entre la vida y
muerte. No lo digo porque estará comprometida a escoger
entre un candidato vital, capaz de recorrer caminando más de
diez kilómetros a pleno sol en medio de las expresiones de
afecto de un pueblo que reclama cambios urgentes y un
aspirante a reelegirse, a pesar de la grave enfermedad que
padece, sino porque –además- el país enfrentará la
disyuntiva de elegir entre un proyecto que propone
profundizar el morbo del colectivismo e intervencionismo
estatal y otro que plantea estrechar la colaboración entre
el Estado y la sociedad.
El régimen
bolivariano, desde 1999, ha intentando imponer un esquema
decadente que fracasó en todo el planeta. La presencia
desmedida del Estado en la economía, el cerco a la propiedad
privada, los controles exacerbados, el autoritarismo y la
socialización de los medios de producción, provocaron la
ruina de las naciones donde tales medidas se aplicaron. El
imperio soviético fue una farsa. El gigante estaba
construido con plastilina. Bastó el pavor provocado por la
Guerra de las Galaxias, estratagema diseñada por Ronald
Regan, el magnetismo de Juan Pablo II y la globalización de
las comunicaciones impulsada por los satélites espaciales,
para que el endeble edificio se derrumbara. Los comunistas,
después de más de setenta años en el poder, lo único que
lograron fue sustituir la autocracia zarista por un sistema
aún más despótico, corrupto e inepto. El comunismo soviético
no corrigió las injusticias ancestrales de Rusia, solo las
profundizó.
El caduco
esquema leninista y stalinista, que Francis Fukuyama creyó
desparecido luego de la caída del Muro de Berlín y la
implosión de la URSS, intentó renacer en Venezuela una
década después, impulsado por la fuerza de los petrodólares.
Desde hace catorce años Hugo Chávez ha tratado de reeditar
la fracasada experiencia socialista y mantener viva la llama
del comunismo. En Venezuela debía ensayarse de nuevo el
modelo. Esa antigualla que es el chavismo se resiste a
aceptar que el sueño de Marx y sus seguidores fue derrotado
por la historia. La izquierda nostálgica mundial, agrupada
en el Foro de Sao Paulo, continúa pensando que el comunismo
puede triunfar. Que los descalabros de Rusia, Europa
Oriental, China, Vietnam y Cuba –el socialismo real-
únicamente representan obstáculos en la larga marcha hacia
la Tierra Prometida.
La nueva
búsqueda de la utopía comunista emprendida por el autócrata
crioolo nos ha costado enormes dosis de frustración y
sufrimiento. Millones de empleos han dejado de crearse,
miles de fábricas han cerrado, la pobreza no ha retrocedido,
las empresas estatizadas han fracasado, la inflación se ha
disparado, en medio de la abundancia de dólares han
aparecido la escasez y el desabastecimiento de productos
básicos, los capitales han emigrado o no han venido.
Simultáneamente, la espiral de violencia no ha dejado de
aumentar, miles de talentos han huido del país y la
infraestructura parece haber sufrido los efectos de un
terremoto de grandes proporciones. Hemos vivido en carne
propia lo que hace algunas décadas veíamos por televisión o
leíamos a través de la prensa. El comunismo, que antes nos
era tan ajeno y distante, ahora lo padecemos a diario.
Esta muerte,
algunas veces lenta y otras acelerada, que provoca el
socialismo, fue lo que el candidato-Presidente ofreció
mantener en su discurso de proclamación para reelegirse una
vez más. No le basta con la destrucción hasta ahora
desatada. Quiere seis años más para que la nación continúe
retrocediendo y arruinándose. Desea seguir con las
expropiaciones, las confiscaciones, los despojos, mientras
fortalece -mediante las importaciones- el empleo y las
economías de los países a los cuales les transfiere las
divisas.
Ante este
afán por reeditar el esquema anacrónico y fracasado del
comunismo, el país democrático reclama un cambio de modelo
basado en un proyecto incluyente y ampliamente compartido,
alejado del sectarismo y la hegemonía prepotente. Ninguna
sociedad progresa con las divisiones, lucha de clases y
confrontaciones que fomenta el chavismo.
Henrique
Capriles está asumiendo la reconstrucción del país a partir
de la recuperación de la democracia, con economía de
mercado, protección a la propiedad privada, reconciliación
nacional, Estado de Derecho, descentralización, equidad e
inclusión social. Será el progreso frente al atraso. La paz
frente violencia La vida frente a la muerte.
@tmarquezc
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