Los regímenes autoritarios suelen diseñar estrategias
publicitarias que desbordan los cánones convencionales. En
algunos casos, apelan al cinismo; en otros, mienten
descaradamente. En la antigua Unión Soviética, la única
línea aérea -por supuesto, estatal- que cubría la ruta entre
Moscú y Liningrado –ahora, San Petesburgo- terminaba los
vuelos con la voz melodiosa de una dama que decía algo así
como: esperamos que el vuelo haya sido de su completo
agrado y que la próxima vez que viaje escoja de nuevo
nuestros servicios. El martirizado pasajero había pasado
meses esperando un cupo, había aguantado interminables horas
en el aeropuerto y, finalmente, durante la travesía lo único
que había recibido era la sonrisa amable de una aeromoza.
El
diseño de la campaña electoral del teniente coronel tiene el
epicentro en un punto nada convencional: su enfermedad. Su
padecimiento evoluciona en el reino de la incertidumbre.
Siembra la duda y crea expectativas difusas con la finalidad
de que la situación personal del caudillo sea la comidilla
cotidiana de los venezolanos. La última jugarreta consistió
en poner a Diosdado Cabello a sugerir que Chávez no se
inscribiría personalmente ante el CNE, sino que lo haría a
través de Internet Ocurrió que la noticia fue tan
desconcertante que confundió hasta a sus propios seguidores.
El hombre está en cámara de oxígeno, se nos muere antes de
tiempo, fue el temor que invadió a los devotos. Era
necesario corregir inmediatamente. La presentación del Plan
de Seguridad de Henrique Capriles y el extraordinario
discurso de Antonio Ledezma a favor de la tarjeta unitaria y
la unidad, obligaron al teniente coronel a disipar las
angustias. Apareció al día siguiente en un Consejo de
Ministros bufo, contando las mismas historias insípidas de
siempre y formulando las mismas promesas después de catorce
años gobernando. Aprovechó de desmentir a Diosdado y
dejarlo, otra vez, guindado de la brocha. Afirmó que irá con
sus propios pies a dar la cara ante el organismo electoral.
El juego macabro mostró sus límites. No debe abusarse de él.
Dentro de la campaña engañosa y fraudulenta del oficialismo,
las encuestas ocupan un lugar especial. Para un candidato
que ha perdido todo contacto directo con su electorado desde
hace muchos años, y que solo se comunica con las masas a
través de la televisión, la radio y los twitst,
por supuesto que las encuestas constituyen un mecanismo
fundamental de propaganda. ¿De qué otra manera puede medirse
la “popularidad” de un aspirante que no recorre los pueblos
del país, no convoca mitines, marchas ni concentraciones,
que no besa viejitas ni carga niños, que no se toma un
cafecito en casa de doña Petra, ni juega una partidita de
bolas criollas con los hombres del barrio? La única forma de
mantener la imagen del héroe es simulando proezas e
inventando encuestas ficticias, cuyos trabajos de campo y
muestras no se conocen. Sacar de la manga porcentajes
extravagantes que exhiben diferencias insalvables, forma
parte de una estrategia electoral que adolece de una falla
estructural: la salud del abanderado.
El
artificio oficialista ha sido ineficaz, luego de haber
creado una tormenta pasajera. El mandatario se dio cuenta.
Sabe que los efectos favorables de la “misión lástima” se
desvanecen. La gente quiere tocar al candidato y ver
resultados concretos. Espera que sus problemas reales se
resuelvan pronto. La preocupación llevó a Chávez a ordenar
estar alerta frente al triunfalismo y llamó a redoblar
esfuerzos para tratar de ganar los comicios del 7-O. Las
páginas electrónicas del oficialismo muestran esta
inquietud. Aporrea, una de las más conocidas,
evidencia esta inquietud. Los mercaderes de los sondeos de
opinión se habrán embolsillado una fortuna gracias a la
generosidad del Gobierno con los reales de todos los
venezolanos, pero no lograron convencer a nadie con sus
trampas. Los números verdaderos del Gobierno revelan una
batalla muy reñida entre Capriles y Chávez, con una
tendencia del primero a subir y desprenderse, y del segundo
a bajar y desplomarse.
Esta
es la propensión que muestran los números de Varianza,
la encuestadora de Rafael Delgado, y los de Consultores 21,
firma caracterizada por su seriedad. Ahora la obligación de
la alternativa democrática consiste en lograr que esa
inclinación se desarrolle y consolide. La mentira está
mostrando sus límites.
@tmarquezc
tmarquez@cantv.net