La Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC)
fue concebida por el comandante Hugo Chávez como alternativa
frente a la Organización de Estados Americanos (OEA),
institución creada en 1948 supuestamente controlada y
dominada por los Estados Unidos. El caudillo –quien
desmanteló a la Cancillería y acabó con todo vestigio de
meritocracia y profesionalismo en el servicio exterior-,
como no pudo sepultar la OEA, ni lograr que Cuba se
incorporara a este foro multilateral, quiere pasar a la
posteridad auspiciando y financiando una estructura
paralela, que no hará más que reproducir en una escala menor
a la institución presidida por José Miguel Insulza (por
cierto, ¿qué pensará este señor de esa provocación artera al
organismo que él dirige?).
La
metodología ya la conocemos en Venezuela: a toda institución
u organización tradicional y legítima le levanta al lado su
equivalente, pero informal e ilegítima. Barrio Adentro, las
universidades bolivarianas, los sindicatos y gremios
chavistas, las autoridades metropolitanas, ejemplifican esta
práctica del torpedeo.
El
interés de los mandatarios presentes en el acto fundacional
de la CELAC reside en ver cómo pueden aprovechar el
petróleo venezolano y la generosidad del gobernante
venezolano con el dinero ajeno. Nadie quiere perderse el
festín del cual disfrutan los cubanos, los bolivianos, los
nicaragüenses y los chinos.
La
CELAC abre una nueva zona de fricción con Norteamérica. Se
excluyó también a Canadá para que el ataque a USA no fuese
tan evidente y grotesco. Representa una muestra más del
antinorteamericanismo verbal de Hugo Chávez. Subrayo lo de
verbal porque en la práctica, salvo algunos escarceos
diplomáticos intrascendentes, nunca el teniente coronel ha
pasado la raya amarilla. El millón de barriles de petróleo
que a diario coloca en el mercado norteamericano, cancelados
de forma inmediata por sus compradores, lo ha hecho desistir
de llevar los disparates verbales a los hechos. La paradoja
de esta incómoda situación es que los gringos, sin
proponérselo, financian la revolución bolivariana, su
proyecto de expansión continental y aquelarres como el de la
CELAC, que atentan contra la estrategia norteamericana en la
región.
El
antiiperialismo adolescente de Chávez solo en apariencia es
seguido por sus colegas latinoamericanos. Todos reconocen el
significado planetario de la primera potencia económica y
militar del orbe. Todos quisieran que los productos
manufacturados en sus países puedan entrar en un mercado tan
exigente y extenso como el norteamericano. El encuentro de
Caracas lo ven como una oportunidad de obtener algún
privilegio petrolero. Mientras tanto, las naciones que
pueden firmar sus tratados de libre comercio con EE.UU. lo
hacen, y con mucho entusiasmo. Para Brasil, México y
Argentina el futuro no hay que buscarlo en los sueños
bolivarianos de Chávez –para quien la cita de Caracas es una
especie de reedición de Congreso Anfictiónico de Panamá-,
sino en economías de mercado eficientes con capacidad para
elaborar productos de alta calidad que puedan colocarse en
mercados con alto poder adquisitivo, y con potencia para
sacar a amplios sectores de la pobreza en la que la han
hundido políticas intervencionistas, colectivistas y
demagógicas.
El
teniente coronel se “protege” del “imperialismo”
norteamericano, promoviendo organismos innecesarios y
costosos como la CELAC. Se imagina viviendo en tiempos de la
Guerra Fría. Sin embargo, le abre los brazos y otras cosas
al frío imperialismo chino, que crea enclaves coloniales
allí donde se instala. Chávez se enardece porque los
trabajadores de los países capitalistas supuestamente son
explotados por los empresas vernáculas y las
transnacionales, pero no dice ni pío ante la exacción
salvaje que padece la mano de obra en las ciudades
industriales chinas, donde la hora de trabajo no llega a un
dólar, ni existe nada parecido a un pliego conflictivo, a
una contratación colectiva o a una huelga para exigir o
defender derechos laborales Derechos que existen en las
sociedades occidentales desde hace más de un siglo. Frente a
este cuadro ominoso, que haría llorar a Charles Dickens y
estallar de ira al neurasténico Carlos Marx, el gobernante
venezolano enmudece.
La
Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), supuesta
opción ante el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas
(ALCA), no pasó de ser un amago sin alcance ni importancia
de ningún tipo. Lo mismo es muy probable que ocurra con la
CELAC, pues las motivaciones que la inspiran son análogas a
las del ALBA. Lo peor de estos sainetes es que somos los
venezolanos quienes los financiamos.
@tmarquezc
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