De acuerdo con lo que nos enseñan la teoría y la práctica,
el proceso político transcurre en medio de un complejo
proceso de acumulación de fuerzas donde hay victorias,
derrotas, avances, retrocesos, unidad y fracturas. El
teniente coronel Chávez Frías y el grupo, por cierto muy
heterogéneo en su origen y en su composición, que lo
acompañan, representan un claro ejemplo de lo que significa
ir armando peldaño a peldaño una fuerza que en el transcurso
del tiempo fue convirtiéndose en la organización más
extendida y fuerte del país.
El
hoy comandante supremo de la revolución bolivariana -amo y
señor de PDVSA y el SENIAT, dos poderosas palancas
económicas que le financian todos sus caprichos- fue durante
mucho tiempo la viva representación de una minoría famélica
y, en apariencia, sin futuro. El militarismo izquierdista
procubano fue derrotado por Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y
Rafael Caldera en la década de los sesenta. De esa opción
sólo quedaron despojos que sobrevivieron militando en
minúsculos grupitos radicales desconectados del país.
Después de décadas de reptar en las catacumbas mostraron la
cara cuando los sucesos del “Caracazo” y de su hijo bastardo,
el fallido golpe del 4-F. El izquierdismo profidelista
consideró que la intentona de febrero había sido una derrota
militar, pero una inmensa victoria en el plano político: su
máximo jefe se había dado a conocer de forma instantánea en
todo el país, y junto al resto de los conjurados había
alcanzado el estatus de héroe para las masas empobrecidas.
Hugo Chávez había convertido la derrota militar en un
resonante triunfo político que arrastró al entonces
presidente de la República, Carlos Andrés Pérez, y propició
el giro hacia la izquierda estatista representada por Rafael
Caldera II. Luego de salir de Yare, el hombre de Sabaneta
estuvo a punto de votar el capital acumulado, cuando comenzó
a cuestionar las elecciones como instrumento para conquistar
el poder. Solo la experiencia y el buen juicio de José
Vicente Rangel y Luis Miquilena lo salvaron de lanzarse por
el despeñadero.
El
largo camino recorrido por Hugo Chávez desde su época de
alférez hasta la actualidad, constituye un claro ejemplo de
la importancia de la tenacidad: jamás cejó en su ambición de
alzarse con el mando. Movido por esa llama incandescente,
pasó de representar una micropartícula a liderar con mano de
hierro un movimiento que controla el Gobierno y el Estado.
Las derrotas las muta en victorias.
El
mismo camino, pero esta vez en sentido inverso, es el que
proponen ciertos políticos y analistas que siga la
oposición. Cada traspié pretenden transformarlo en un
ejercicio interminable de autoflagelación. Sin detenerse a
examinar lo acontecido en los estados y municipios donde
obtuvimos importantes logros, señalan con el dedo acusador a
la dirigencia por no haber logrado la victoria global. Por
cierto que muchos de ellos son los mismos que le propusieron
al país democrático abstenerse en las elecciones regionales
de 2004 y en las legislativas de 2005, sin que a esta altura
-luego de que todas las evidencias confirman que esa
decisión fue un haraquiri inútil y, peor aún, calamitoso-
hayan hecho ningún acto de contrición, ni la menor
autocrítica. Para estos opinadores la dirigencia de la
oposición tiene que hacerse una autocrítica “a fondo”, no
debe “maquillar” la derrota del 15-F apelando al ventajismo
obsceno del régimen e, incluso, debe renunciar para darle
paso a un liderazgo nuevo y renovado. ¿Estarán pensando en
ellos mismos?
En
el caso de algunos dirigentes políticos hipercríticos,
cuando hacen sus análisis de los resultados electorales,
piensan más en el académico que puede estar escuchándolos
que en ese militante de base que, pongamos por caso, pasó
muchas horas en Las Adjuntas aguantando la presión
inmisericorde de los motorizados chavistas, o en ese modesto
miembro del voluntariado que acudió a los cursos de
formación electoral y regaló su trabajo durante días para
contribuir a preservar la democracia.
El
15-F una oposición peso pluma subió al ring con las
manos atadas y el árbitro vendido, a pelear con un
contrincante peso completo. En medio de ese cuadro, de los
11 millones de espectadores que presenciaban el careo, cinco
apostaron a que la oposición podía ganar. El punto de
partida para analizar y comprender lo ocurrido ese día,
tendría que afincarse en reconocer y alabar el inmenso
esfuerzo realizado por los sectores democráticos, incluida
en primer lugar la dirigencia, para no dejarse arrollar por
la banda de tunantes que detentan el poder y lo utilizan con
lujuria y descaro para perpetuarse en él. A partir de este
reconocimiento pueden formularse las invectivas que
quieran.
Considero que la crítica en política no constituye un
ejercicio intelectual para destruir lo que se tiene, sino
una herramienta para diagnosticar, construir y consolidar lo
que se ha alcanzado. La oposición obtuvo logros notables el
15-D. Más de cinco millones de venezolanos se pronunciaron
por el NO, una nueva generación de estudiantes se catapultó,
los partidos continuaron su proceso de revisión y
reconstrucción, y vimos que la mitad del país sigue luchando
por la democracia. Estas no son minucias, sino avances en
medio de un campo minado y bajo el fuego intenso de la
artillería enemiga.
Los
errores y las fallas persisten, pero estamos mucho mejor que
como quedamos en diciembre de 2005, cuando se impuso la
tesis de los abstencionistas, los mismos que nuevamente
buscan notoriedad con el arma de la crítica. Los
hipercríticos podrían comenzar por leerse el editorial de
Teodoro en Tal Cual el 25 de febrero.
tmarquez@cantv.net