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Autoflagelación
por Trino Márquez
viernes, 27 febrero 2009


       De acuerdo con lo que nos enseñan la teoría y la práctica, el proceso político transcurre en medio de un complejo proceso de acumulación de fuerzas donde hay victorias, derrotas, avances, retrocesos, unidad y fracturas. El teniente coronel Chávez Frías y el grupo, por cierto muy heterogéneo en su origen y en su composición, que lo acompañan, representan un claro ejemplo de lo que significa  ir armando peldaño a peldaño una fuerza que en el transcurso del tiempo fue convirtiéndose en la organización más extendida y fuerte del país.

         El hoy comandante supremo de la revolución bolivariana -amo y señor de PDVSA y el SENIAT, dos poderosas palancas económicas que le financian todos sus caprichos- fue durante mucho tiempo la viva representación de una minoría famélica y, en apariencia, sin futuro. El militarismo izquierdista procubano  fue derrotado por Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Rafael Caldera en la década de los sesenta. De esa opción sólo quedaron despojos que sobrevivieron militando en minúsculos grupitos radicales desconectados del país. Después de décadas de reptar en las catacumbas mostraron la cara cuando los sucesos del “Caracazo” y de su hijo bastardo, el fallido golpe del 4-F. El izquierdismo profidelista consideró que la intentona de febrero había sido una derrota militar, pero una inmensa victoria en el plano político: su máximo jefe se había dado a conocer de forma instantánea en todo el país, y junto al resto de los conjurados había alcanzado el estatus de héroe para las masas empobrecidas. Hugo Chávez había convertido la derrota militar en un resonante triunfo político que arrastró al entonces presidente de la República, Carlos Andrés Pérez, y propició el giro hacia la izquierda estatista representada por Rafael Caldera II. Luego de salir de Yare, el hombre de Sabaneta estuvo a punto de votar el capital acumulado, cuando comenzó a cuestionar las elecciones como instrumento para conquistar el poder. Solo la experiencia y el buen juicio de José Vicente Rangel y Luis Miquilena lo salvaron de lanzarse por el despeñadero.

         El largo camino recorrido por Hugo Chávez desde su época de alférez hasta la actualidad, constituye un claro ejemplo de la importancia de la tenacidad: jamás cejó en su ambición de alzarse con el mando.  Movido por esa llama incandescente, pasó de representar una micropartícula a liderar con mano de hierro un movimiento que controla el Gobierno y el Estado. Las derrotas las muta en victorias.   

         El mismo camino, pero esta vez en sentido inverso, es el que proponen ciertos políticos y analistas que siga la oposición. Cada traspié pretenden transformarlo en un ejercicio interminable de autoflagelación. Sin detenerse a examinar lo acontecido en los estados y municipios donde obtuvimos importantes logros, señalan con el dedo acusador a la dirigencia por no haber logrado la victoria global. Por cierto que muchos de ellos son los mismos que le propusieron al país democrático abstenerse en las elecciones regionales de 2004 y en las legislativas de 2005, sin que a esta altura -luego de que todas las evidencias confirman que  esa decisión fue un haraquiri inútil y, peor aún, calamitoso- hayan hecho ningún acto de contrición, ni la menor autocrítica. Para estos opinadores la dirigencia de la oposición tiene que hacerse una autocrítica “a fondo”, no debe “maquillar” la derrota del 15-F apelando al ventajismo obsceno del régimen e, incluso, debe renunciar para darle paso a un liderazgo nuevo y renovado. ¿Estarán pensando en ellos mismos?

         En el caso de algunos dirigentes políticos hipercríticos, cuando hacen sus análisis de los resultados electorales, piensan más en el académico que puede estar escuchándolos que en ese militante de base que, pongamos por caso, pasó muchas horas en Las Adjuntas aguantando la presión inmisericorde de los motorizados chavistas, o en ese modesto miembro del voluntariado que acudió a los cursos de formación electoral y regaló su trabajo durante días para contribuir a preservar la democracia.

         El 15-F una oposición peso pluma subió al ring con las manos atadas y el árbitro vendido, a pelear con un contrincante peso completo. En medio de ese cuadro, de los 11 millones de espectadores que presenciaban el careo, cinco apostaron a que la oposición podía ganar. El punto de partida para analizar y comprender lo ocurrido ese día, tendría que afincarse en reconocer y alabar el inmenso esfuerzo realizado por los sectores democráticos, incluida en primer lugar la dirigencia, para no dejarse arrollar por la banda de tunantes que detentan el poder y lo utilizan con lujuria y descaro para perpetuarse en él. A partir de este reconocimiento  pueden formularse las invectivas que quieran.

         Considero que la crítica en política no constituye un ejercicio intelectual para destruir lo que se tiene, sino una herramienta para diagnosticar, construir y consolidar lo que se ha alcanzado. La oposición obtuvo logros notables el 15-D. Más de cinco millones de venezolanos se pronunciaron por el NO, una nueva generación de estudiantes se catapultó, los partidos continuaron su proceso de revisión y reconstrucción, y vimos que la mitad del país sigue luchando por la democracia. Estas no son minucias, sino avances en medio de un campo minado y bajo el fuego intenso de la artillería enemiga.

         Los errores y las fallas persisten, pero estamos mucho mejor que como quedamos en diciembre de 2005, cuando se impuso la tesis de los abstencionistas,  los mismos que nuevamente buscan notoriedad con el arma de la crítica. Los hipercríticos podrían comenzar por leerse el editorial de Teodoro en Tal Cual el 25 de febrero.

tmarquez@cantv.net


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