El teniente coronel, su ministro
de Planificación, profesor Jorge Giordani, y el resto del
equipo económico del Gobierno, contraviniendo todas las
enseñanzas de la historia del colectivismo, siguen apostando
al crecimiento sostenido y sustentable de la economía dentro
del esquema que ellos denominan socialismo del siglo XXI. La
justificación ideológica y moral del modelo se nutre del
“humanismo marxista” por dos vertientes. De un lado, la
igualdad del hombre, la supresión de la explotación, la
eliminación del trabajo enajenado, la pulverización del
valor de cambio y, así por el estilo, la crítica de todos
los factores que, según esa visión pretendidamente
misericordiosa, convierten el trabajo en sumisión y
esclavitud. Del otro lado encontramos la exaltación de esos
valores morales que tanto y tan hipócritamente enfatizó el
Che Guevara: la emulación socialista, el trabajo voluntario,
la búsqueda del bienestar colectivo, en vez de la riqueza y
el beneficio personales. El joven Marx (de los Manuscritos
Económicos y Filosóficos) y el despelucado guerrillero
inspiran las beatíficas propuestas de los burócratas más
ingenuos del régimen.
Las ideas de Guevara arruinaron
en poco tiempo la robusta economía que Fidel Castro y sus
tropas habían encontrado en Cuba en enero de 1959, cuando
huye Fulgencio Batista. En pocos años las expropiaciones,
confiscaciones, nacionalizaciones, estatizaciones y el
“trabajo voluntario”, acabaron con la economía privada y
hundieron el aparato productivo de la isla, convirtiéndola
en un pesado fardo para la Unión Soviética, país que por
razones estrictamente geopolíticas tuvo que asumir el costo
de la revolución castrista. Ya a comienzos de los años 60
-al mismo tiempo que Mao Zedong intentaba el Gran salto
hacia delante (que terminó en un rotundo fracaso y en
millones de muertos)- la vía cubana había demostrado ser un
fiasco en el plano económico, y un ensayo que sólo podía
mantenerse a partir de una represión feroz contra toda forma
de oposición y disidencia.
Los burócratas bolivarianos
tratan de aplicar las mismas ideas utópicas, cargadas de
voluntarismo y tiranía, de Marx, Ernesto Guevara y Mao. Los
resultados de este nuevo experimento están a la vista. Ni
siquiera organismos tan complacientes como el Banco Central
de Venezuela y el Instituto Nacional de Estadísticas pueden
ocultar el deterioro de la actividad económica, a pesar del
prolongado ciclo de bonanza vivido por los precios del
crudo. El desempleo y la informalidad afectan a 6.343.196
personas, 49.2% de la población económicamente activa. De
las 12.500 industrias con las que contaba el país en 1999,
apenas quedan 7.200. El petróleo representa más de 90% de
los ingresos en divisas de la nación; la dependencia del
crudo es mayor que nunca. La inflación es la más alta de
toda la región y una de las más elevadas del planeta,
superado sólo por países tan miserables como Zimbawe. En
diez años el Gobierno ha construido apenas 220.000
viviendas, un promedio raquítico de 22.000 por año. Muchos
hospitales carecen de los equipos y dotaciones básicas. En
las escuelas se imparte mucha ideología comunista y mucho
culto a la personalidad del gran líder vernáculo, pero no se
proporcionan conocimiento de acuerdo con técnicas
pedagógicas modernas que eleven el potencial creativo de los
niños y jóvenes.
En diez años, 450 mil millones
de dólares por concepto de ingresos petroleros, más una
cifra equivalente por otros rubros (entre ellos el IVA, el
IDB, los impuestos aduanales), han sido insuficientes para
el Gobierno. Con este volumen de ingresos tan colosales
otras naciones se han desarrollado vigorosamente. Han
construido una infraestructura moderna con autopistas,
puertos, aeropuertos, vías de penetración agrícola,
hospitales, universidades y centros de investigación bien
equipados, redes ferroviarias, planteles educativos con
niveles de tecnología avanzados. A Chávez le ha servido para
financiar a sus amigotes en América Latina.
El comandante Chávez Frías, con
las rancias y autoritarias tesis de Marx, Guevara y Mao en
la cabeza, emprendió el camino más empedrado que consiguió
en el mapa mundial: ataque a la propiedad privada,
estatizaciones, énfasis en la propiedad colectiva, acoso a
los sindicatos, eliminación de las reuniones tripartitas
entre el Gobierno, los empresarios y los trabajadores,
economía centralizada y planificada. Por un flanco avanza
contra la iniciativa privada y por el otro para enfrentar
las organizaciones independientes de los trabajadores. Esta
tijera está cortando todas las guayas que pueden tensar el
crecimiento sostenido, sin el cual no es posible la equidad
social, el reparto equilibrado de la riqueza y la superación
de la pobreza.
Los burócratas comunistas
siempre confunden el lenguaje de la igualdad y la justicia
social, con realidades donde prevalezcan estos principios.
Creen, los más honestos, que las palabras tienen poderes
taumatúrgicos, y que basta hablar de igualdad para que de
repente esta se materialice. Cuando constatan que la equidad
requiere una elevada dosis de esa eficiencia que va ligada a
la iniciativa privada, al riesgo personal, a la gerencia
profesional y a la administración técnica de las empresas,
intentan imponer su visión sacrosanta a punta de
mandarriazos. De allí que las utopías colectivistas sean tan
autoritarias: debido a que desconocen la naturaleza humana y
el origen del funcionamiento social, sólo les queda el
camino de la represión para implantar el sueño que
proyectan.
En la medida en que el
socialismo del siglo XXI fracase de manera más ruidosa, más
le oiremos hablar al comandante de justicia social y
equidad, valores de los cuales el comunismo se apropió
indebidamente, y a los que siempre traiciona sin vergüenza.
tmarquez@cantv.net