Rafael Ramírez y Rodolfo Sanz
son los dos principales arietes en poder del teniente
coronel Chávez Frías para atacar a la clase obrera
organizada en sindicatos independientes. Al régimen les
gustan los trabajadores cuando forman parte del PSUV y, por
añadidura, permanecen calladitos frente a la corrupción, la
negligencia y la ineptitud del Gobierno. Entonces sí los
trabajadores son patriotas y revolucionarios; sí merecen el
respeto y los elogios del todopoderoso caudillo, pero cuando
se deciden a hacer valer sus derechos históricos,
conquistados a lo largo de siglos de luchas contra la
exclusión y la explotación, entonces se convierten en
apátridas y golpistas.
Lo que les está ocurriendo a los
trabajadores petroleros de todo el país, especialmente a los
que residen en el estado Zulia, y a los trabajadores de
Guayana, es lo que suele suceder en los países donde los
medios de producción se han estatizado, pasando a estar
controlados por una burocracia ignorante y soberbia, más
preocupada por mantener sus cargos y complacer al jefe, que
por administrar con eficiencia las empresas que les son
asignadas.
Rafael Ramírez era un empleado
de tercera categoría en aquella PDVSA donde prevalecía el
interés nacional, y gerentes y personal altamente calificado
se encargaba de gerenciar la primera industria nacional,
orgullo del país e isla de excelencia dentro de la
Administración Pública. De personaje oscuro se convirtió en
instrumento al servicio de Chávez para politizar la empresa
y destruirla, hasta llevarla a los niveles de endeudamiento
y deterioro actuales. Lo único que le perturba es lograr que
la empresa sea roja rojita; que sus gerentes, profesionales,
técnicos, empleados administrativos y obreros que laboran en
las distintas esferas de la empresa, compartan el credo
chavista. Sólo quiere discutir las condiciones contractuales
con los incondicionales del régimen. El resto de los
trabajadores, no importa cuán eficaces y productivos sean,
no existen para el Presidente de PDVSA y, además,
vicepresidente del PSUV para la región andina. Esta doble
condición de Ramírez revela cuál lugar ocupa para Hugo
Chávez la gerencia. El cargo de Presidente de PDVSA, al cual
hay que agregar el de Ministro de Energía y Petróleo,
requiere dedicación total. Ninguna otra reocupación
profesional podría distraer la atención de alguien que
detenta un cargo clave para la Nación y el Estado. Sin
embargo, en esta republiquita de quinta categoría comandada
por Chávez, el principal gerente del país se ocupa también
de organizar y dirigir el PSUV. Este delito debería ser
castigado por la Contraloría o por la Fiscalía, pero ambos
organismos son cómplices del desmadre en el que vivimos.
Rodolfo Sanz, ministro de
Empresas Básicas y Minería, probablemente no distingue con
claridad entre una tonelada de aluminio y una de acero, pero
Chávez lo tiene al frente de ese despacho y de la CVG. Su
experiencia se remonta a haber estado al frente de una
comisión que se encargaba de la formación ideológica de los
militantes del PSUV, y a su actividad como miembro de la
Comisión Nacional de Casinos creada por la Asamblea
Nacional. De las manos de Chávez brincó a gerenciar el
complejo industrial más exigente del país. La CVG es un
laberinto complicado, pues, por ejemplo, el acero, el
aluminio y la bauxita, son productos que exigen niveles de
administración muy sofisticados. Los competidores
internacionales, como Brasil, son países con una larga
tradición en el ramo, que han desarrollado técnicas
especiales para incrementar la productividad y ser altamente
competitivos. En la CVG la gerencia profesional fue relegada
ya desde los tiempos de Carlos Lanz, un comunista que
todavía cree que en China sigue gobernando Mao. Rodolfo Sanz
se interesa más por inculcar los valores del socialismo en
la CVG, que por establecer bajo cuáles parámetros es posible
mantener altas tasas de crecimiento industrial en un
contexto donde la competencia entre productores es cada vez
más cerrada. Desde luego que con esos criterios las empresas
de Guayana se han hundido. SIDOR, que luego de su
privatización estuvo dando pingües ganancias, ahora produce
pérdidas astronómicas. El costo de la producción de la
tonelada de aluminio se ha elevado exponencialmente; esto,
unido a la recesión mundial, tiene a esa industria yendo a
pique.
Los obreros del socialismo del
siglo XXI están experimentando en carne propia lo mismo que
en su momento padecieron los trabajadores rusos, chinos o
rumanos en la época del comunismo. Lo mismo que padecen los
cubanos. Están sufriendo las consecuencias de que un Estado
manejado por burócratas arrogantes e incompetentes, se haya
ido apropiando de los medios de producción. La “igualdad” y
“equidad” que esos comisarios políticos invocan sólo ha
servido para conculcar los derechos de los trabajadores,
para pagarles salarios miserables, desconocer los
sindicatos, quitarles el derecho a huelga y criminalizar
toda forma de protesta activa. Más de 400 dirigentes obreros
están en las cárceles de Chávez.
El socialismo del siglo XXI les
está arrebatando a los trabajadores el presente y el futuro.
Está acabando con su patrimonio: sus salarios, sus
prestaciones sociales, sus jubilaciones, sus acciones en las
empresas donde pudieron adquirir una participación
accionaria.
El lenguaje redentor y en
apariencia justiciero del socialismo del siglo XXI no puede
ocultar que en realidad es una fórmula para acabar con la
clase obrera.
tmarquez@cantv.net