En vista de que los sondeos de
opinión muestran que su propuesta de reelección indefinida
saldrá derrotada el próximo 15 de febrero, el teniente
coronel decidió introducir el giro que permite que no sea
sólo él quien pueda optar a la elección perpetua, sino que
disfruten del mismo privilegio todos los demás funcionarios
y autoridades electas con el voto popular. En ese vuelco
espectacular dado por el hombre de Sabaneta, luego de haber
sostenido con vehemencia no estar dispuesto a promover el
surgimiento de reyezuelos en los estados y municipios, lo
acompañan ahora todos sus acólitos que salieron a
argumentar, también con pasión, por qué sólo convenía la
reelección continua del Presidente, mientras que las demás
autoridades regionales debían sujetarse a las restricciones
señaladas en la Constitución.
El nuevo perfil de la reforma (in)constitucional
sigue siendo una burla al pueblo y una inmoralidad por todos
los argumentos que se han esgrimido con insistencia: ya los
venezolanos se pronunciaron contra ella el 2-D; representa
un uso dispendioso de los recursos públicos en momentos en
los cuales estamos a las puertas de una crisis económica y
social de proporciones gigantescas y cuando falta dinero
para atender, entre muchas otras, las necesidades en salud,
educación, seguridad ciudadana, desarrollo industrial,
empleo, seguridad social e infraestructura, los verdaderos
problemas nacionales. Además, la reelección está asociada
con el socialismo del siglo XXI, la estatización y
colectivización de la economía, el desarrollo endógeno y las
demás deformaciones que reproducen en Venezuela el modelo
comunista cubano.
La iniciativa del primer
mandatario, refrendada por la Asamblea Nacional y por un
Consejo Nacional Electoral sumiso y cómplice de la
destrucción institucional del país, es muy grave para el
sistema democrático. El daño que la claque gobernante le
está infringiendo a la democracia tratan de maquillarlo
diciendo que con la reforma el pueblo sigue siendo el
depositario de la soberanía, pues se mantiene como sujeto
elector de los gobernantes y, por lo tanto, origen del
poder, con lo cual la democracia se preserva.
Este argumento es un engaño.
Quienes ejercen el poder en una sociedad, cualquiera sea,
siempre tienden a organizar estructuras y esquemas de
gobierno para perpetuarse en su cargo. Por esa razón es que
las constituciones democráticas les ponen un límite temporal
a las reelecciones. No basta con que los ciudadanos puedan
escoger a sus autoridades en comicios libres, también es
esencial que cada cierto tiempo la oferta de candidatos
varíe para que la rotación en los cargos pueda darse.
La alternabilidad constituye uno
de los principios fundamentales del modelo democrático. Ese
principio se combina y complementa con el de la elección
popular, pero cada uno de ellos es diferente y ocupa un
lugar distinto dentro del sistema. Confundirlos o
convertirlos en sinónimos conduce a la justificación del
autoritarismo con ropaje democrático. Esta idea se encuentra
perfectamente expresada en el artículo 6 de la Constitución.
Allí se lee: “El Gobierno de la República Bolivariana de
Venezuela y de las entidades políticas que la componen es y
será siempre democrático, participativo, electivo,
descentralizado, alternativo …” (negritas, TM). Fíjense que
cada uno de esos atributos del Gobierno es específico, pues
atiende a cualidades distintas que no pueden reducirse a una
sola.
La decisión de permitir que
todas las autoridades electas con el voto popular puedan
eternizarse en sus respectivos cargos, también borra otra
característica básica del patrón democrático: la movilidad
vertical de los dirigentes políticos. La lógica indica que
quien está fuera del status quo aspira a ingresar en él,
mientras quien ya se encuentra dentro desea escalar
posiciones: el alcalde se fija como meta ser gobernador; el
gobernador ser presidente; el concejal procura ser diputado
regional y este convertirse en diputado nacional. Esas son
pretensiones inmanentes del dirigente. Por lo tanto, la
alternabilidad no sólo es sana para el pueblo; también lo es
para esa capa de la población que dedica su vida a la vida
pública y pretende cargos de representación por delegación
popular. Con la enmienda se intenta congelar la pirámide
actual, pues a los nuevos líderes les resultará sumamente
difícil incorporarse a ella, mientras quienes ya están
poseerán todos los privilegios para continuar dentro de
ella. Se amplían los derechos políticos de la élite, pero se
excluye a la inmensa mayoría. Es la democracia participativa
convertida en caricatura.
El verdadero fin del caudillo
consiste en consolidar la autocracia militarista que ha
venido construyendo desde hace 10 años. Hay que decirle NO a
esa enmienda.
tmarquez@cantv.net