El ataque del teniente coronel Chávez Frías a los
productores de arroz y la forma como el Gobierno intenta
resolver los cuellos de botella que se han creado en la
generación y distribución de ese y otros alimentos de
consumo masivo, nos alerta acerca de cuál es el camino que
seguirá el caudillo para intentar reducir los costos de su
desacertada e irresponsable política económica, en cuyo
centro se encuentra el acoso sistemático a la propiedad
privada y a los empresarios particulares.
Desde hace varios años, cuando comenzó la onda expansiva de
los precios petroleros y el gasto público fue ampliando la
capacidad de consumo de los sectores más pobres, numerosos
economistas le advirtieron al jefe que era necesario
fortalecer la producción privada de bienes y servicios, pues
la escasez que comenzaba a asomarse en los mercados
populares y en los automercados de la clase media, se debía
a la brecha que se había abierto entre esa capacidad en
aumento y la imposibilidad del aparato productivo interno
para satisfacerla. Según los diagnósticos de los cerebros
más sensatos, constituía una contradicción irresoluble poner
un pie en acelerador de la demanda, mientras el otro se
colocaba en las restricciones a la oferta. El comandante
desatendió estos sanos consejos extraídos de la historia
nacional y de la experiencia de otros países, y prefirió
optar por su socialismo del siglo XXI, anacronismo donde se
violan todas las leyes de mercado, se atropella la libre
empresa y la iniciativa privada, mientras se socializan la
pequeña y la mediana producción industrial y agrícola, y se
estatizan las llamadas industrias estratégicas, con el
petróleo colocado como punta de lanza.
Con
el fin de resolver la tensión entre el crecimiento sostenido
de la demanda y la reducción de la oferta interna, Hugo
Chávez apeló al tradicional método de la economía de
puertos, aplicado por los gobiernos anteriores en épocas
de bonanza fiscal. Afincado en la montaña de divisas que le
entraban por la venta internacional del crudo, optó por
importar carne de Argentina y Uruguay, caraotas de
Centroamérica, azúcar de Colombia, y mercaderías de China y
otras naciones. Debido a que se imaginó que los precios del
crudo seguirían creciendo hasta alcanzar los $200 por barril
en poco tiempo, no se preocupó por fortalecer la producción
doméstica. Al contrario, la debilitó hasta dejarla casi
exangüe. El rígido control (congelamiento) de precios, las
regulaciones asfixiantes, el prolongado control de cambio,
los costos operativos crecientes y el clima de incertidumbre
permanente, la corrupción y extorsión generalizadas, han
abatido a los empresarios, sean grandes o pequeños. En la
actualidad Venezuela ocupa los últimos lugares del planeta
en todo cuanto se refiere a libertades económicas y derechos
de propiedad. Estos desaciertos y exabruptos se han
traducido en la reaparición de la escasez y
desabastecimiento de alimentos, como el arroz, que los
venezolanos consumen masivamente.
La
respuesta frente a la insuficiencia de la oferta es la
típica de los regímenes autoritarios con vocación comunista:
imputa al capital privado y a los dueños de las empresas. En
vez de aplicar los instrumentos democráticos basados en el
diálogo y los acuerdos concertados para revisar la
estructura de costos de las industrias, fijar los precios
sobre una base racional y definir las metas de producción
con un sentido realista, el Gobierno actúa como si los
empresarios fuesen delincuentes que ex profeso explotan al
pueblo mediante la obtención de ganancias desmedidas e
indebidas. El comandante eleva la voz para acusarlos de
culpables sin que posea ninguna prueba. La manida tesis de
la lucha de clases es ondeada y utilizada como añagaza para
ocultar la enorme ineficiencia de la propuesta socialista,
que el primer mandatario se propone imponer en el país.
Lo
que estamos presenciando con la caída de los precios de los
hidrocarburos y el rebrote de la escasez, es el fracaso del
socialismo petrolero, basado en la planificación central, el
autoritarismo y la exclusión sistemática de la libre
iniciativa. La montaña de petrodólares de la que dispuso el
Gobierno durante los años recientes, no le sirvió para
fortalecer el aparato productivo de la nación, sino para
destruirlo. Ante la debacle apela al arma de la amenaza y la
represión. Nada nuevo: socialismo del bueno.
Este
socialismo (mejor llamarlo comunismo), como ya no tiene
mucho que distribuir porque los recursos fiscales
provenientes del petróleo han mermado demasiado, echará mano
de los activos que ha ido acumulando la iniciativa privada
en el país, con el propósito de redistribuirlos entre
la clientela que soporta al régimen. El caso del club Marina
Grande hay que asumirlo como una campanada. Puede ser el
punto de partida de una escalada para retomar la ruta de las
invasiones, expropiaciones y confiscaciones. Esta espiral
eventualmente podría incluir clínicas privadas, colegios,
medios de comunicación, fábricas, haciendas, hatos, y todo
lo que el gobierno comunista considere importante. La
demagogia y el lenguaje exaltado donde el pueblo aparece
como protagonista, formará parte del decorado para
justificar la arremetida revolucionaria. La fusión de la
Vicepresidencia con el Ministerio de la Defensa no es
casual. Ahora la FAN es, sin ambages, el brazo armado de la
revolución. El mismo camino lo transitaron Stalin en Rusia,
Fidel Castro en Cuba, y el resto de los comunistas del
planeta.
El
comandante Chávez Frías no enfrentará la crisis fiscal
profundizando la democracia, sino consolidando el comunismo.
La resistencia democrática habrá que redoblarla.
tmarquez@cantv.net