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La redistribución comunista
por Trino Márquez
jueves, 5 marzo 2009


        El ataque del teniente coronel Chávez Frías a los productores de arroz y la forma como el Gobierno intenta resolver los cuellos de botella que se han creado en la generación y distribución de ese y otros alimentos de consumo masivo, nos alerta acerca de cuál es el camino que seguirá el caudillo para intentar reducir  los costos de su desacertada e irresponsable política  económica, en cuyo centro se encuentra el acoso sistemático a la propiedad privada y a los empresarios particulares. 

         Desde hace varios años, cuando comenzó la onda expansiva de los precios petroleros y el gasto público fue ampliando la capacidad de consumo de los sectores más pobres, numerosos economistas le advirtieron al jefe que era necesario fortalecer la producción privada de bienes y servicios, pues la escasez que  comenzaba a asomarse en los mercados populares y en los automercados de la clase media, se debía a la brecha que se había abierto entre esa capacidad en aumento y la imposibilidad del aparato productivo interno para satisfacerla. Según los diagnósticos de los cerebros más sensatos, constituía una contradicción irresoluble poner un pie en acelerador de la demanda, mientras el otro se colocaba en las restricciones a la oferta. El comandante desatendió estos sanos consejos extraídos de la historia nacional y de la experiencia de otros países, y prefirió optar por su socialismo del siglo XXI,  anacronismo donde se violan todas las leyes de mercado, se atropella la libre empresa y la iniciativa privada, mientras se socializan la pequeña  y la mediana producción industrial y agrícola, y se estatizan las llamadas industrias estratégicas, con el petróleo colocado como punta de lanza.

         Con el fin de resolver la tensión entre el crecimiento sostenido de la demanda y la reducción de la oferta interna, Hugo Chávez apeló al tradicional método de la economía de puertos, aplicado por los gobiernos anteriores en épocas de bonanza fiscal. Afincado en la montaña de divisas que le entraban por la venta internacional del crudo, optó por importar carne de Argentina y Uruguay, caraotas de Centroamérica, azúcar de Colombia, y mercaderías de China y otras naciones. Debido a que se imaginó que los precios del crudo seguirían creciendo hasta alcanzar los $200 por barril en poco tiempo, no se preocupó por fortalecer la producción doméstica. Al contrario, la debilitó hasta dejarla casi exangüe. El rígido control (congelamiento) de precios, las regulaciones asfixiantes, el prolongado control de cambio,  los costos operativos crecientes y el clima de incertidumbre permanente, la corrupción y extorsión generalizadas,  han abatido a los empresarios, sean grandes o pequeños. En la actualidad Venezuela ocupa los últimos lugares del planeta en todo cuanto se refiere a libertades económicas y derechos de propiedad. Estos desaciertos y exabruptos se han traducido en la reaparición de la escasez y desabastecimiento de alimentos, como el arroz, que los venezolanos consumen masivamente. 

         La respuesta frente a la insuficiencia de la oferta es la típica de los regímenes autoritarios con vocación comunista: imputa al capital privado y a los dueños de las empresas. En vez de aplicar los instrumentos democráticos basados en el diálogo y los acuerdos concertados para revisar la estructura de costos de las industrias, fijar los precios sobre una base racional y definir las metas de producción con un sentido realista, el Gobierno actúa como si los empresarios fuesen delincuentes que ex profeso explotan al pueblo mediante la obtención de ganancias desmedidas e indebidas. El comandante eleva la voz para acusarlos de culpables sin que posea  ninguna prueba.  La manida tesis de la lucha de clases es ondeada y utilizada como añagaza para ocultar la enorme ineficiencia de la propuesta socialista, que el primer mandatario se propone imponer en el país.

         Lo que estamos presenciando con la caída de los precios de los hidrocarburos y el rebrote de la escasez, es el fracaso del socialismo petrolero, basado en la planificación central, el autoritarismo y la exclusión sistemática de la libre iniciativa. La montaña de petrodólares de la que dispuso el Gobierno durante los años recientes, no le  sirvió para fortalecer el aparato productivo  de la nación, sino para destruirlo. Ante la debacle apela al arma de la amenaza y la represión. Nada nuevo: socialismo del bueno.

         Este socialismo (mejor  llamarlo comunismo), como ya no tiene mucho que distribuir porque los recursos fiscales provenientes del petróleo han mermado demasiado, echará mano de los activos que ha ido acumulando la iniciativa privada en el país, con el propósito de redistribuirlos entre la clientela que soporta al régimen. El caso del club Marina Grande hay que asumirlo como una campanada. Puede ser el punto de partida de una escalada para retomar la ruta de las invasiones, expropiaciones y confiscaciones. Esta espiral eventualmente podría incluir clínicas privadas, colegios, medios de comunicación, fábricas, haciendas, hatos, y todo lo que el gobierno comunista considere importante. La demagogia y el lenguaje exaltado donde el pueblo aparece como protagonista, formará parte del decorado para justificar la arremetida revolucionaria. La fusión de la Vicepresidencia con el Ministerio de la Defensa no es casual. Ahora la FAN es, sin ambages, el brazo armado de la revolución. El mismo camino lo transitaron Stalin en Rusia, Fidel Castro en Cuba, y el resto de los comunistas del planeta.

         El comandante Chávez Frías no enfrentará la crisis fiscal profundizando la democracia, sino consolidando el comunismo. La resistencia democrática habrá que redoblarla.

tmarquez@cantv.net


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