Se
ha convertido en un lugar común decir que la oposición no
tiene ningún proyecto que ofrecerle al país, y que por esa
razón la gente, a pesar de estar desencantada del Teniente
Coronel y del nefasto gobierno que preside, sigue atada a él
igual que un náufrago se aferra a su tabla de salvación.
Desde mi perspectiva, ese punto de vista exagera la nota. No
es cierto que la gente siga apoyando a Chávez porque la
oposición carezca de un plan coherente para reconstruir la
nación y avanzar hacia la prosperidad. Muchos ciudadanos lo
continúan respaldando porque el caudillo reparte dinero a
manos llenas, crea la ilusión de que le importan los pobres
y de que con él los más necesitados son protagonistas de la
historia. Por otra parte, los planes para reconstruir el
país existen y han existido en el pasado. Lo que ocurre es
que carecen de eficacia debido a que los partidos políticos,
únicos sujetos con capacidad para divulgarlos, promoverlos y
ejecutarlos, se encuentran en un lento y tortuoso proceso de
recuperación que tomará tiempo para que concluya.
Sin embargo,
no es ocioso plantearse cuáles son los atributos que debe
tener la democracia una vez concluya el régimen chavista.
Creo que no hay que dárselas de originales inventando
extravagancias como suelen hacer quienes hoy controlan el
poder. Al contrario, conviene nutrirse de la experiencia de
las naciones que han alcanzado los grados más altos de
libertad y desarrollo institucional, los cuales, por cierto,
han ido acompañados de bienestar y equidad social.
Luego de lo
ocurrido durante los últimos 10 años en los cuales la
relación entre el Estado y la sociedad se ha desequilibrado
totalmente a favor del Estado, para rescatar plenamente la
democracia resulta fundamental restituir el balance entre
las organizaciones de la sociedad civil y las instituciones
estatales, así como recuperar el carácter secular del
Estado.
La
hipertrofia del Estado se expresa en un poder casi total del
Ejecutivo Nacional, particularmente Chávez, sobre el resto
de los poderes y en un control creciente del Gobierno sobre
las organizaciones sociales. Además, se observa el uso del
aparato público para promover e, incluso, imponer una suerte
de religión estatal, el bolivarianismo, subterfugio que
además sirve para practicar el culto a la personalidad del
primer mandatario.
Todas las
instituciones del Estado obedecen la línea que traza
Miraflores. El Poder Moral es un cómplice de los abusos e
inmoralidades cometidas por el Gobierno. El Poder Judicial,
especialmente el TSJ, se transformó en una sucursal del
Presidente de la República. El CNE ha ido desformando el
sentido del voto popular y de la representación popular.
Exceptuando
los partidos políticos de oposición, las demás agrupaciones
han sido intervenidas y penetradas por el régimen: los
sindicatos, gremios profesionales y empresariales, e
importantes capas del movimiento estudiantil, han sido
carcomidas y debilitadas por el oficialismo. El ideal de
este esquema hegemónico consiste en formar organizaciones
estabularias, tal como las que existían en la Unión
Soviética, en la Alemania nazi y en los países comunistas de
Europa oriental. En esas latitudes todas esas agrupaciones
eran financiadas por el Estado para crear la imagen de una
cierta “democracia popular”, e, incluso, proyectar la
ficción de que existía una República.
La democracia
que sustituya el proyecto hegemónico con tendencias
totalitarias de Hugo Chávez, está comprometida a restituir
plenamente la independencia y el equilibrio entre los
poderes públicos. El sistema del check and balance
que funciona en las democracias avanzadas hay que aplicarlo
en Venezuela. De acuerdo con la división del trabajo
institucional, establecida por Montesquieu hace más de dos
siglos, cada uno de los poderes públicos deberá cumplir con
sus obligaciones. Además, tenemos que avanzar hacía reformas
constitucionales que impidan la aparición de caudillos
mesiánicos que utilizan los instrumentos de la democracia
para intentar acabar con ella. En este sentido es importante
tomar en cuenta la experiencia alemana luego de la hecatombe
que significó Hitler. Los teutones han aplicado fórmulas que
impiden el surgimiento y desarrollo de líderes carismáticos
que construyen su propia legalidad para someter a sus
pueblos.
La democracia
del siglo XXI está obligada a rescatar la vigencia del voto
en dos sentidos. En primer lugar, como instrumento para
elegir los gobiernos alternativos. Una característica
esencial que diferencia la democracia de todos los regímenes
autoritarios es que en ella el acto de votar y elegir se
respeta con absoluto rigor. Los gobiernos tienen límites
severos para manipular los resultados, cometer fraudes o
presionar los organismos electorales para que se parcialicen
a favor del Gobierno.
El otro
componente básico es que el voto tiene que ser recuperado
como el mecanismo fundamental para delegar el poder y
asentar la democracia representativa sobre bases
incuestionables. La legitimidad de los sistemas delegativos
y representativos se funda sobre patrones electorales
transparentes y confiables para todos las fuerzas que
participan en las elecciones. Además, las democracias son
siempre representativas, aunque incluyan la participación
como rasgo significativo.
Otro
componente clave de la democracia post chavista es la
vigencia plena del Estado de Derecho y de la libertad en
todos los ámbitos. Este es un aspecto crucial del equilibrio
entre el Estado y la sociedad, así como del Estado secular
que debe rescatarse antes de que el comandante, a la usanza
de los iraníes, termine de convertirlo en una ideocracia
similar a la descrita por Octavio Paz en el Ogro
Filántrópico.
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