La
muerte por la gracia de Dios de Manuel Marulanda, “Tiro
Fijo”, ha terminado de fracturar a las FARC, grupo sedicioso
que hace apenas pocos años, cuando sus guerrilleros armados
con fusiles y morteros se encontraban a unos cuantos
kilómetros de Bogotá, creía que podía imponer en Colombia un
régimen parecido al implantado por Pol Pot en Camboya. En
aquel entonces la imagen de Marulanda, anciano patriarca
autoritario y megalómano, recorría el mundo con la aureola
de guerrillero heroico en trance de derrotar la oligarquía
colombiana. Esta proyección, falaz y exagerada, fue
amplificada por el gobierno de Andrés Pastrana, quien les
otorgó a los irregulares una zona de distensión de 40.000
kilómetros cuadrados donde los insurgentes podían moverse a
su antojo. El Gobierno alimentó la esperanza de que llegaría
a un acuerdo con los sedicentes para cesar las hostilidades
que habían mantenido en jaque a Colombia durante más de 40
años. Los pacifistas estaban de plácemenes: sin apelar a la
violencia, sin gastar en armamentos sofisticados, y
sustituyendo estos procedimientos primitivos y violentos por
el diálogo civilizado, se lograría que los subversivos
depusieran las armas y se dedicaran a llevar una vida
apacible.
Nada de esto ocurrió. Los
faracos siguieron realizando las mismas y peores fechorías
de siempre. Continuaron cometiendo crímenes, secuestros y
extorsiones, y estrecharon sus vínculos con los
narcotraficantes. La guerrilla contestataria con rasgos
cheguevaristas pasó a convertirse en un grupo irregular
integrado por delincuentes malvados e inescrupulosos, que
mantenían a Colombia todo el tiempo en vilo.
Frente a esta banda se
levantaron dos posiciones fundamentales y extremas: quienes
sostenían que era necesario negociar con ellas a todo
trance, pues habían adquirido una enorme capacidad bélica; y
quienes defendían la tesis de que había que perseguirlas,
acorralarlas y asfixiarlas, hasta que no tuvieran más opción
que claudicar y tratar de concertar la pacificación. Esta
última fue la línea trazada por Álvaro Uribe. Con esta tesis
hizo su campaña del año 2002. Frente al gobierno blandengue
y timorato de Pastrana, levantó la bandera de la firmeza. El
pueblo colombiano se sintió atraído por su propuesta y lo
llevó al Palacio de Nariño. Una vez allí cumplió su promesa.
En sólida alianza con el gobierno de George Bush comenzó a
delinear una clara posición ante Marulanda y sus secuaces.
Ninguna concesión. Puso en marcha el Plan Colombia, primero,
y, luego, el Plan Patriota. Con ambas iniciativas atenazó a
la guerrilla. Los resultados se han alcanzando a lo largo de
estos últimos años. Su arremetida ha provocado deserciones,
capturas, ajusticiamientos, delaciones; desconcierto y
desmoralización generalizada.
La muerte de Marulanda estuvo
precedida por la “dada de baja" de Raúl Reyes, el asesinato
en manos de sus lugartenientes de Iván Ríos, la fuga y
entrega de alias “Karina”, los apremios del “Mono Jojoy”
(hostigado por sus propios guardaespaldas) y el acoso a
Alfonso Cano, sucesor de “Tiro Fijo”, a quien el Ejército no
le da tregua ni para respirar. En las FARC en este momento
todo debe de ser desconcierto y confusión. Los altos mandos
están intervenidos por los servicios de inteligencia
colombianos. Entre los miembros del Secretariado no hay
comunicación física, ni virtual. No pueden sostener
reuniones porque son perseguidos las 24 horas del día por
los satélites espías. No pueden enviar ni un correo
electrónico, porque primero los lee Juan Manuel Santos,
ministro de la Defensa, que el destinatario a quien está
dirigido El coraje y determinación de Uribe, junto a la
cooperación del Imperio, están acabando con uno de los
grupos de bandoleros más desalmados y crueles del planeta.
La fractura de las FARC
representa un duro golpe para el proyecto bolivariano de
Hugo Chávez. Como todos los planes comunistas, el del
teniente coronel también es global. Cubre Latinoamérica y el
Tercer Mundo en su totalidad. Desde luego que para esta
expansión una pieza clave son las FARC, miembro fundamental
de la Coordinadora Continental Bolivariana, instancia a
través de la cual el teniente coronel trata de llevar la ola
de la revolución socialista, anticapitalista y bolivariana
más allá de las fronteras nacionales. Para la conquista de
esa meta tan elevada cuanta con la montaña de dólares que le
proporciona el petróleo. Sin embargo, el músculo financiero
no es suficiente. Debilitadas al extremo las FARC, ese
objetivo se colocó en un lugar remoto. El brazo armado de la
revolución continental está maltrecho y sin posibilidades de
recuperarse, al menos hasta donde alcanza la visión.
La experiencia de Colombia
tendría que servir de ejemplo para todo el mundo
democrático. Los presidentes electos con el voto popular
están obligados a negociar con los adversarios políticos.
Pero las conversaciones tienen un límite. El pacifismo, como
en el caso de Pastrana, colocó al Estado colombiano en el
plano de la humillación. Marulanda se sintió dueño y señor
de Colombia cuando él poder constituido del vecino país
mantuvo una posición débil frente a sus pretensiones
hegemónicas. Afortunadamente surgió Uribe quien sin
estridencia ha sometido a los rebeldes. Ahora estos tendrán
que ceder sin imponer condiciones, incorporarse a la vida
civil y asumir las consecuencias de sus fechorías. El otro
camino que les queda se reduce a que corran el riego de ser
aniquilados por un Gobierno y un Ejército que no les dará
tregua hasta verlos aniquilados.
tmarquez@cantv.net