Con
motivo de la constitución del PSUV y del adefesio de reforma
constitucional presentado por Hugo Chávez el año pasado, en
las filas de los “pensadores y creadores patriotas”, como
algunos de ellos se autodenominan en un documento publicado
en defensa de PDVSA en días recientes, comenzó a perfilarse
un debate crítico sobre el rumbo tomado por el “proceso”.
Los audaces y valientes acumularon fuerza para enfrentar el
stalinismo, el personalismo, el militarismo, el centralismo
y el estatalismo, entre muchos otros vicios de raigambre
absolutista, decimonónica y premoderna, presentes en la
revolución bolivariana. Sin embargo, la mayoría de estos
intelectuales culminan sus análisis, sin duda valiosos, con
una suerte de confesión que cabalga entre la complacencia y
la resignación: siguen fieles al proceso de “cambios”. Ni la
corrupción impune, ni la incompetencia infinita, ni el
derroche desaforado de los ingresos petroleros, ni la
destrucción del aparato económico nacional, ni el desprecio
olímpico por los gobernantes y los poderes locales, les
altera su fidelidad al líder y a la revolución.
Dentro de esos “pensadores” hay
un segmento muy particular al que podría llamarse la
izquierda arrogante, soberbia en extremo, que anda muy
pendiente del último esguince u opinión de Vatimmo o
cualquiera de los potsmodernos franceses, y ven con
desprecio a quienes no hemos alcanzado las fronteras del
pensamiento mundial y, por lo tanto, poco o nada sabemos de
postcapitalismo, postdemocracia, postcomunismo o
postsocialismo. Es una izquierda “exquisita” que se deleita
con la lectura de autores que mantienen entre sí debates tan
complejos como herméticos, muy parecidos a los que sostenían
aquellos sabios preocupados por el sexo de los ángeles
mientras los turcos estaban a las afueras de Bizancio
dispuestos a acabar con el imperio bizantino.
Esa izquierda se complace
enrostrándonos nuestra fragilidad intelectual a quienes
simplemente defendemos y luchamos por una sociedad en la que
exista independencia y equilibrio entre los poderes
públicos, prevalezca el Estado de Derecho, halla libertad de
expresión, pensamiento e información, se preserve la
autonomía de las organizaciones partidistas y sindicales con
respecto del Estado, y se respeten todos los derechos
propios de una democracia liberal. Ellos están situados más
allá de estas nimiedades. Lo suyo es la política de nuevo
cuño, tan trascendental y sofisticada, que resulta
inaccesible para el común de los mortales.
Miran con desprecio a quienes
nos colocamos en el campo de la economía de mercado,
levantamos las banderas de la propiedad privada, y
proponemos que el Estado se mantenga tan alejado de la
actividad económica como lo permitan la prudencia y las
condiciones políticas. Por supuesto que se cuidan mucho de
señalar con precisión el sistema económico y social que les
parece más conveniente para mejorar la calidad de vida de la
gente. Razón por la cual no se sabe si creen en el
capitalismo, el socialismo, el comunismo o el modo de
producción asiático. Para ellos la reflexión en este modesto
terreno carece de entidad. Están ocupados de asuntos más
trascendentes. El debate en esta esfera lo despachan con
sencillez: quienes lo promovemos formamos parte de la
derecha, una tonta y otra un poco más avispada. Que cada
quien decida a cuál de las dos pertenece.
La izquierda arrogante emprendió
desde hace años una beatífica cruzada contra la ciencia, el
pensamiento occidental y la modernidad, a lo mejor con el
propósito oculto de rescatar el conocimiento infuso, las
virtudes del despotismo oriental y los derechos humanos en
el medioevo.
La relación de la izquierda
vanidosa con el proceso bolivariano es confusa y
ambivalente. Aunque cuestionan algunos desafueros del
comandante Chávez Frías, todo aquel que no esté del lado de
la revolución, aunque sea con espíritu “crítico”, es
representante del “conservadurismo nacional”, ergo, de la
derecha. Por supuesto que esta adolece de una “precariedad
intelectual” que raya en la debilidad mental, al tiempo que
su ignorancia es “enciclopédica”. La izquierda arrogante no
se anda con medias tintas. De sus computadoras -pues tampoco
es que escriben en papiros egipcios, con plumas de ganso y
tinta de cedro- solo salen mortíferos dardos contra los
“sectores conservadores” del país; o sea, contra quienes
estamos convencidos de que el régimen actual ha sido un
fracaso sin atenuantes y una inmensa estafa para el país,
especialmente para los sectores más desfavorecidos.
A la izquierda arrogante hay que
preguntarle qué tiene de innovador, ejemplarizante,
edificador y revolucionario el culto a la personalidad y la
sujeción incondicional al líder, que este régimen promueve
de manera desvergonzada, y frente a los cuales los
“creadores patriotas”, entre ellos la izquierda arrogante
guardan un silencio sepulcral y cómplice; dónde reside la
virtud del militarismo y el centralismo chavista; por qué
hay que ufanarse de un gobierno y un gobernante que solo
fomentan la participación política cuando los ciudadanos se
comportan como una clientela sometida a la que se maneja con
docilidad; qué tiene de épico propiciar la violencia, crear
una religión de Estado, el bolivarianismo, y organizar
grupos confesionales como los círculos, comandos y
batallones bolivarianos; por qué callan frente a la pobreza
que no cede, a pesar de la inmensa bonanza petrolera, y por
qué no dicen nada ante la corrupción que crece sin tregua y
carcome todo el Estado; por qué tanta indiferencia frente a
comportamientos tan viles como el del Contralor, pieza clave
para atacar la oposición.
Debe ser porque las discusiones
obtusas los mantienen demasiado entretenidos.
tmarquez@cantv.net