La
inhabilitación -por parte del contralor general de la
República, Clodosvaldo Russián- de Leopoldo López, Enrique
Mendoza y otros importantes dirigentes políticos nacionales
y regionales, se ha repetido hasta el cansancio, es
inconstitucional, ilegal y, además, viola disposiciones
expresas de la Carta Interamericana de los Derechos Humanos.
Los argumentos señalados por juristas tan calificados como
Alberto Arteaga Sánchez, Juan Rafalli y Gustavo Linares
Benzo, son irrebatibles. Ante esas razones los epígonos del
oficialismo, incluido en primer lugar el Contralor, apenas
logran balbucear algunas frases incoherentes y sencillamente
necias. ¡Cómo se les ocurre, por ejemplo, acusar a López y a
Mendoza de malversación de fondos, mientras asumen la
defensa irrestricta de un mandatario como el teniente
coronel que regala miles de millones de dólares a Cuba,
Bolivia, Argentina y Nicaragua, aparte de los que distribuye
a diestro y siniestro, sin que la Asamblea Nacional o la
Contraloría General autoricen o supervisen ese gasto! Al
contrario, utiliza esas instituciones como dóciles cómplices
para descuartizar los recursos de la nación.
Impedir la participación en
procesos electorales de dirigentes políticos importantes con
posibilidades reales de triunfo, constituye una práctica a
la que recurren tradicionalmente los dictadores. A ese
expediente apelan Fidel Castro, Alberto Fujimori, Robert
Mugabe y Vladimir Putin, para solo citar una pequeña muestra
de la larga lista de déspotas que utilizan su inmenso poder
y su férreo control de las instituciones del Estado, para
aniquilar a sus adversarios prescindiendo de la opinión del
pueblo que se expresa en las urnas electorales. Desde luego
que esas prohibiciones siempre están amparadas en una
disposición arbitraria, diseñadas a la medida de los
intereses del tirano y ejecutada por un funcionario abyecto
que se presta para cometer el abuso y darle visos de
legalidad.
Lo que más irrita del recurso al
que está echando mano el comandante Chávez no es su
inconstitucionalidad, sino su inmensa cobardía y el miedo
inveterado que refleja, propio de lo guapos de barrio cuando
se ven obligados a encarar a un adversario que no se
intimida frente a sus bravuconadas. Leopoldo López y Enrique
Mendoza, según todas las encuestas, tienen la posibilidad de
triunfar en la Alcaldía Metropolitana y en el estado Miranda
en las elecciones del 23 de noviembre próximo. La razón del
Gobierno para inhabilitarlos reside allí: ambas plazas son
estratégicas para el proyecto continuista de Hugo Chávez, y
recibiría un golpe noble para sus afanes reeleccionistas si
sale derrotado en ellas. Frente a esa probabilidad
ciertamente elevada prefiere que sus candidatos, Aristóbulo
Istúriz y Diosdado Cabello, se enfrenten con opositores que
no se encuentren tal altos en los sondeos de opinión.
El procedimiento es sencillo y
brutal: se elimina al contendor más calificado a través del
mecanismo que se controla, el burocrático. Es como si el
Consejo Mundial de Boxeo, para asegurar que el campeón de
turno conserve su título, elimina como retador al primero
del ranking y manda pelear al monarca con el último de la
tabla de clasificación. Esa táctica perversa es la que está
aplicando Chávez: mantiene las elecciones de gobernadores y
alcaldes como instrumento de consulta para las elecciones de
las autoridades regionales, pero se sacude de encima a sus
contendientes más poderosos mediante subterfugios ilegítimos
que sumergen en el ostracismo a los rivales más peligrosos.
Si el profesor Istúriz y
teniente Cabello son tan populares como ellos mismos dicen
(el primero fue el más votado en las elecciones internas del
PSUV), ¿por qué no se miden en gallarda lid con López y
Mendoza?; ¿por qué admiten que Hugo Chávez apele a un ardid
tan siniestro como la inhabilitación para sacar a esos
dirigentes opositores de la liza?; ¿por qué no acceden que
sean los electores de la Gran Caracas y de Miranda quienes
decidan cuál es el líder mejor preparado para gobernarlos?
Si los chavistas son tan demócratas como alardean en las
cadenas, en VTV y en los innumerables medios impresos,
radiales y televisivos que financian con recursos públicos,
¿por qué no aceptan que el liderazgo real se dirima en la
urnas de votación?; ¿por qué apelan a una práctica tan
despótica?
La razón es obvia: el comandante
tiene miedo y, por añadidura, no confía en la capacidad de
sus más cercanos colaboradores; sabe que sin la fuerza de la
daga que amputa aspiraciones, sus discípulos se quedan sin
palabra, sin mensaje que pregonar y sin energía. Cabello
tiene muy poco que exhibir en Miranda; han sido cuatro años
grises. Istúriz ya perdió una vez con Antonio Ledesma, y
ahora podría ocurrirle lo mismo ante López, comprometiendo
el futuro de su jefe, quien aspira meter de nuevo, y por vía
del contrabando, el tema de la reelección indefinida.
La democracia en el pasado fue
indulgente y benévola con los golpistas. Nunca los
inhabilitó políticamente de forma permanente. Solo los anuló
mientras estuvieron presos, y, por cierto, por muy poco
tiempo. La Corte Suprema de Justicia en 1998 impidió,
ingenuamente, que a Chávez se le quitara el derecho de ser
candidato presidencial. Las consecuencias de estos
desaciertos e inocentes generosidades las hemos pagado muy
caro. Pero, así paga el diablo: con ingratitud. El
comandante no posee la virtud de la reciprocidad.
Lo único que logrará que Chávez
eche para atrás la execrable e inmoral medida es que haya
movilizaciones importantes. Esperemos que los estudiantes
tomen de nuevo la iniciativa.
tmarquez@cantv.net